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viernes, 23 de mayo de 2025

EL INMORTAL CARLOS HUERTAS GOMEZ "EL CANTOR DE FONSECA"


Por: Eddie José Daniels García

Casi cinco décadas han transcurrido desde que el nombre de Carlos Huertas Gómez quedó grabado con tinta indeleble en las célebres páginas de la música vallenata. Corría el decenio de los años setenta y el país se aprestaba a culminar el último período del Frente Nacional, el convenio bipartidista que se había iniciado en 1958 como estrategia de la hegemonía liberal-conservadora para turnarse el poder durante un período de dieciséis años. Alfonso López Michelsen y Alvaro Gómez Hurtado, los dos grandes herederos de los fantasmas oligárquicos de la nación, se encontraban en plena campaña proselitista, pues cada uno aspiraba y se sentía con méritos de sobra para suceder a Misael Pastrana Borrero y convertirse así en el nuevo huésped del Palacio de San Carlos, en ese entonces, sede de la Presidencia de la República. En el ambiente costeño, el cantante Jorge Oñate González quien ya gozaba de una fama singular como vocalista del conjunto de los Hermanos López, había anunciado el lanzamiento del long play número seis para culminar el año, y, como era de suponerse, la fanaticada costeña esperaba con inmensa expectativa el anunciado acontecimiento.

En efecto, el suceso no se hizo esperar y en el último trimestre de 1973 apareció el elepé titulado “El cantor de Fonseca”, y fue poco lo que faltó para que mucha gente enloqueciera de emoción ante el impacto producido por la belleza de las canciones. Recuerdo con bastante nostalgia que todas las emisoras de las Costa demoraron semanas promocionando el disco y sus locutores hacían énfasis en los títulos y autores de las composiciones. El álbum, surtido con doce temas, entre los que sobresalen “El contrabandista” de Sergio Moya Molina, “Palabras al viento” de Santander Durán Escalona, “El compadre” de Luciano Gullo Fragoso, “No voy a Patillal” de Armando Zabaleta Guevara, “Razón y olvido” de Emiro Zuleta Calderón y “Hermosos tiempos” y “El cantor de Fonseca” de Carlos Huertas Gómez, fue, a todas luces, el espectáculo de fin de año y era común ver a la gente tarareando y entonando las letras de las canciones. Según la crítica especializada en música vallenata y, también según los comentarios del común, “El cantor de Fonseca” fue el mejor álbum interpretado por Jorge Oñate durante el tiempo que estuvo como cantante del  recordado conjunto de  los Hermanos López.

Sin embargo, como se trata de crearles una jerarquía a las canciones, la cual está relacionada directamente con la trascendencia de las mismas, no vacilo en afirmar que las composiciones más representativas de este long play fueron “No voy a Patillal” y “El cantor de Fonseca”. Y en los acetatos tradicionales, cada uno aparecía al comienzo de las respectivas caras A y B, y también como in illo tempore aún no existía el rayo láser y solamente se utilizaban tocadiscos de aguja, éstos dos eran los que más se rayaban, no sólo por ser los primeros, sino por ser los que más se escuchaban. Y, como era lógico, la fanaticada se veía en la obligación de tener que comprarlos constantemente.  “No voy a Patillal” es un hermosísimo paseo de fondo elegíaco, autoría del cantante y compositor villanuevero Armando Zabaleta, fallecido el 10 de junio de 2010, inspirado en la muerte de Freddy Molina, el joven compositor patillalero, autor también de hermosas piezas, como “Los novios”, “Amor sensible” y “Tiempos de cometa”, quien, en unos hechos confusos y lamentables, fue asesinado en su pueblo natal el 14 de octubre de 1972.


Por su parte, “El Cantor de Fonseca”, es, sin lugar a dudas, la composición más trascendental de Carlos Huertas Gómez. Es una pieza costumbrista de corte autobiográfico, donde el autor narra su trayectoria vital, desde el nacimiento hasta su edad madura, convertido ya en un famoso guitarrista. Para iniciar la narración, el autor recurre a una pregunta impersonal, la cual encierra varios atributos: “Alguien me dijo de dónde es usted / que canta tan bonito esa parranda / si es tan amable tóquela otra vez / quiero escuchar de nuevo su guitarra”. Y la pregunta sigue su curso, ahora con una afirmación imprecisa: “Óigame compa usted no es del valle / del Magdalena ni de Bolívar / pues se me antoja que sus cantares / son de una tierra desconocida”. Frente a la inquietud interrogativa, el autor responde cortésmente: “Y yo le dije si a usted le inspira / saber la tierra de dónde soy / con mucho gusto y a mucho honor / yo soy del centro de la Guajira”. Sigue un espacio musical, matizado con las notas tiernas y melodiosas de Miguel López, que perfuman el ambiente y cautivan la atención de todos los oídos que las perciben.

Más adelante, el autor continúa narrando su origen de manera magistral: “Nací en Dibuya, frente al mar Caribe / de donde muy pequeño me llevaron / allá en Barranca me bautizaron / en toda la Guajira me hice libre”. En estos cuatro versos realiza un recorrido fugaz desde el momento en que nace hasta gozar de  la plena libertad, personal e ideológica, que le brindan los pueblos de la Guajira. Y sigue ahora destacando los músicos más reconocidos de la región, que él conoció, seguramente, siendo muy joven: “Yo vi tocar a Santander Martínez / a Bolañito, a Francisco “El Hombre” /  a Lole Brito, al señor Luis Pitre / los acordeones de más renombre”. En la estrofa siguiente, hace énfasis en el bellísimo pueblo guajiro que lo acogió, lo adoptó como hijo natural y, más tarde, le sirvió de numen poético para crear la composición: “Soy de una tierra grata y honesta / la que su historia lleva mi nombre / yo soy aquel cantor de Fonseca / la patria hermosa de Chema Gómez”. Con esta definición, el pueblo epónimo, quedó enmarcado con letras de oro en los anales imperecederos de la música caribeña. Entran ahora, a manera de concierto, las sensibles notas del acordeón miguelopista, que coherentes con los bajos, producen en los oyentes un inefable deleite emocional.

Como epílogo de la composición, el autor hace un salto al pasado para retornar a la juventud y evocar algunas vivencias de esos años: “Viví en un pueblo chiquito y bonito / llamado Lagunita de la Sierra / del que conservo recuerdos queridos / emporio de acordeonistas y poetas”. En estos versos, el uso de los diminutivos iniciales, tienen una connotación paradójica, pues se contraponen con la magnitud del último verso, simbolizada por la palabra emporio. Y para reforzar su apreciación, otra vez recurre a los nombres de reconocidos personajes, presentándose ya como cantante: “Allí toque con Julio Francisco / con Monche Brito y con Chiche Guerra / y conocí bien a Bienvenido el que compuso a Berta Caldera”. Y en el cierre de la narración, para enfatizar en su autoría y en su origen, nuevamente utiliza  la identificación personal, ahora con el nombre propio y el apellido, una costumbre muy peculiar de los juglares vallenatos, que define acertadamente el espíritu romántico que los caracteriza: “Ya me despido, soy Carlos Huertas /  doy mi apellido y nombre de pila / yo soy aquel cantor de Fonseca / y soy nativo de la Guajira”.

También, gran parte de la vida de Carlos Huertas Gómez se refleja en la composición “Hermosos tiempos”, el otro paseo de tono costumbrista que fue incluido en “El cantor de Fonseca”. El título evoca los años mozos del autor, trascurridos en esa hermosa región guajira, ennoblecida por la fragancia del paisaje natural. La descripción es fantástica en unos versos de impecable factura: “Yo me crie en una región / de verdes cañaverales / de gemidos de trapiches / y relinchos de caballos / y de muchachas bonitas / cual tardes primaverales / tierra alegre de acordeones / de fiesta y riñas de gallos”. En  la estrofa siguiente, el autor  manifiesta la nostalgia y el sufrimiento que le producen  recordar los tiempos pasados: “En el Fonseca de ayer / yo veo lleno de contento / cantar sus lindas mujeres / sus canciones provincianas, / es difícil olvidar / aquellos hermosos tiempos / cuando suelo recordarlos / me duele y suspira el alma”. Todo el disco se sublimiza con las notas sensibles y penetrantes del acordeón, sobre todo, en los intermedios estróficos, donde se aprecia ampliamente el arte y la magia de Miguel López para manejar el instrumento en todo su esplendor.


La pintura topográfica continúa en la tercera estrofa, matizada con el presagio del autor, que, lleno de sentimiento, ilumina su mente con las figuras del pasado: “Pero como todo acaba / presiento que la belleza / de esa tierra se acabó / con su cardón y su tuna. / Porque en esos bellos tiempos / se me antoja que en Fonseca / anunciaba un acordeón / la salida de la luna”. Luego, en la última estrofa, sigue evocando, de manera irónica, las costumbres antiguas y cierra la evocación con una frase certera y enfática: “Ya no se escuchan trapiches, / ni caballos, ni acordeones, / ya no cantan sus mujeres, / en noches plenilunares, / ya no canta Raúl Parodi, / ni Vásquez, ni Chema Gómez / que cantaron la belleza / de esta tierra inolvidable. Y para que la canción resulte más atractiva, se repiten, a manera de coro, los cuatro últimos versos de cada estrofa, artificio que, significando una especie de eco, le imprime una factura extraordinaria a la composición. Este recurso melódico resulta ejemplar, obedeciendo a la métrica octosilábica de los versos,  la medida tradicional, que facilita la vocalización y  es la preferida por casi todos los compositores.

La vena artística o más bien el talento musical de Carlos Huertas Gómez le viene por línea directa. Aunque, podemos afirmar también que esta disposición, en parte, es el fruto de sus andanzas por diferentes lugares de la Guajira, donde tuvo la oportunidad de conocer a muchos cantantes famosos y nutrirse con las vivencias adquiridas en esos entornos. Su abuelo, Atinio Huertas, fue un reconocido guitarrista, amante de la música vernácula, que alcanzó a dirigir algunas orquestas en Riohacha. Su padre, Carlos Modesto Huertas, además de sus oficios rurales, fue un personaje prolífico en el arte musical: tocaba tiple, guitarra, flauta, y mostraba poco afecto por el acordeón. Gozaba de mucha simpatía y con frecuencia realizaba recorridos por los pueblos y veredas de los alrededores, exhibiendo su destreza el dominio de estos instrumentos. Siendo muy niño, Carlos, el hijo, admiraba el talento de su padre, e imaginaba tocar la guitarra con la misma precisión. Así, creciendo en este ambiente, fue cimentando su afecto por la música, el cual comenzó a desarrollar muy joven, y complementó con su otro placer natural:   realizar correrías y viajes permanentes.

Y, obviamente, fue su espíritu viajero el que lo llevó desde muy joven a abrirse paso por el mundo. Sólo contaba dieciséis años cuando se trasladó a Venezuela, país que por la cercanía con la península de La guajira siempre ha sido una atracción para los habitantes de esta región colombiana. Allá residió varios años y alcanzó a realizar algunos estudios de música, que le resultaron fructíferos y le incentivaron la motivación en este campo. Fue entonces cuando sintió el ímpetu de componer boleros, joropos, pasillos, bambucos, porros, paseos, merengues y otros aires de música la colombiana.  Tras su retorno a Colombia, vivió por unos años en la vereda Lagunita de la Sierra y este fue el lugar que le sirvió de epicentro para realizar sus escalas vivenciales en Papayal, Fonseca, Barrancas, Hatonuevo, Distracción, El Molino, Villanueva, Manaure y otras poblaciones de los alrededores. Su tránsito por estos lugares fue honrado y santificado con la composición “Tierra de cantores”, la cual sirvió de título a un elepé, el número 11, de los Hermanos Zuleta, grabado en 1978.


“Tierra de cantores” es un extraordinario paseo estructurado en tres décimas de metros perfectos que describen de una manera magistral el ambiente que se percibe en Fonseca cuando se celebra el “Festival del retorno”, en el cual se dan cita las distintas generaciones de compositores y cantantes nativos de esa región.  La entrada dice: “Hoy se nota en la floresta / un ambiente de alegría / y el rumor del Ranchería / es más dulce y sabe a fiesta. / Claro, si es que está en Fonseca / el pueblo y San Agustín / conmemorando el festín / de esta tierra de cantores / en donde los acordeones / saben llorar y reír”. La estrofa siguiente se refiere a los asistentes y participantes: “Hoy se encuentran los retoños / de viejos compositores / surgirán composiciones / como frutos en otoño. / Y en este nuevo retorno / por lo que se trata y dice / los recuerdos de Luis Pitre / enmarcados en lontananza / crecerán con la esperanza / de un pueblo que lucha y vive”. La estrofa final cierra con una aclamación sincera del autor: “Y ya al llegar el ocaso / que los eventos definen / Se ven Pitres y Martínez / sellados en fuerte abrazo. / Hijos nobles de este canto / que es propio de Carlos Huertas / deja una nota en la fiesta / de sentimiento leal / porque viva el festival / que es orgullo de Fonseca”.

Aunque la producción musical de Carlos Huertas Gómez no es tan copiosa como las de otros compositores, la mayoría de sus canciones, sobre todo, las que fueron grabadas, consagran una imagen significativa para la música vallenata.  Bellísimas composiciones, aparte de “El cantor de Fonseca” y “Hermosos tiempos”, como “Abrazo guajiro” y “Buena parranda”, dos retratos costumbristas de la idiosincrasia peninsular, “Que vaina las mujeres” y “Lindo vergel”, fueron inmortalizadas por Jorge Oñate y Colacho Mendoza. Por su parte, los Hermanos Zuleta, también se lucieron interpretando, además de “Tierra de cantores”, los paseos, “La casa”, “Después de pascuas”, “Lola la negra” y “Tierras del Sinú”. Beto Zabaleta se destacó en la vocalización de “Orgullo guajiro” e Iván Villazón hizo lo mismo con los paseos “Las mujeres” y “La biblia”. Otros recordados cantantes, como Elías Rosado, Freddy Peralta, Marcos Díaz y Miguel Herrera, sólo fueron  aficionados a   interpretar  sus canciones, pero sin grabarlas. Por razones desconocidas, dos vocalistas famosos, como Rafael Orozco y el popular “Cacique de la Junta”, no figuran como intérpretes de sus composiciones.

Finalmente, también me es oportuno y lamentable anotar, que la vida de Carlos Huertas Gómez no fue tan longeva como las que vivieron otros compositores, que ha sido extensa, y han superado la edad octogenaria. “El cantor de Fonseca”, como se le conoce desde que compuso la canción, falleció prácticamente joven, sin cumplir aún los 65 años de edad. Había nacido en Dibuya, frente al Mar Caribe, como él lo manifiesta en su canción estelar, el 21 de octubre de 1934, y falleció en Maicao, lejano del mismo mar, el 18 de septiembre de 1999. Esta ciudad fue la última que engrosó en la lista de sus correrías por pueblos y veredas.  En ella vivió sus años postreros, al lado de sus cuatro hijos y su esposa Leila Larios, quien le sobrevive actualmente. No obstante, considero que Carlos Huertas, sin el apellido materno, como él solía identificarse, no ha muerto y aún pervive entre nosotros. Porque, cada vez que escuchemos sus canciones, en particular “El cantor de Fonseca”, “Hermosos tiempos” o “Tierra de cantores”, su nombre se repetirá con entusiasmo, y hará sonreír los rostros de todas las personas que lo valoramos y fuimos sus admiradores.

jueves, 8 de mayo de 2025

EL VALLENATO NO ES CUALQUIER COSA: ES ASUNTO DE AMOR



Por: Edgardo Mendoza Guerra 

En un encuentro en Valledupar, un grupo de importantes y reconocidos intérpretes y creadores vallenatos de variadas tendencias y escuelas, debatieron el palpable olvido en las programaciones de radio y eventos públicos, incluso en los distintos festivales y homenajes, que al final dejaron quieto.

Como resumen, aceptaron que la falta de poesía actual es una de las causas de la degeneración del vallenato. Otros lo llaman distinto, la UNESCO propone salvación o conservación, la discusión será de palabras, ciencias de filólogos, semiólogos, y lingüistas, sobre todo estos últimos. Y tienen razón en eso del idioma: el lenguaje es vivo, cambiante, pero la poesía, si debería ser eterna.

Desde tiempos del vallenato rural, acordeoneros, juglares y cantores, han cantado al amor y mil veces a la cosa de las mujeres, pero con una sutileza inteligente, pícara y sencilla. Amor elemental y ganas de aquello sin tantas palabras o al menos con palabras sinvergüenzas o groseras. Impúdicas, libidinoso, o libertino, dirían los académicos.

Los romanos en el Derecho llamaron “Cosa”, en el campo privado, y corresponde al objeto de la relación jurídica, que puede ser un bien, un derecho o incluso una obligación, en la que intervienen personas, siendo éstas los sujetos de tal relación.

Sobre las cosas recaen los distintos derechos reales (por ejemplo, la propiedad). Además, la cosa puede ser objeto de posesión, siendo éste un hecho fáctico de gran importancia jurídica. Fáctico, no fálico… ¡Ojo!

La Cosa en el derecho tiene clasificaciones, dependiendo siempre de su relación con personas o situaciones, según su naturaleza física, su naturalidad, movilidad, utilización, incluso su apropiabilidad, por eso el amor viene de Roma, tanto que tiene la misma lectura, pero al revés.

Los cantores vallenatos, desde tiempos inmemoriales le han cantado a eso, a la cosa, pero de manera distinguida y amorosa, lo que no hacen los regaetoneros que van al grano, sin más poesía. El serrucho, la tabla, la tanguita roja, húndelo todo, por decir algo.

He aquí, una pequeña muestra de nuestros autores en el tema. A la inspiración por la cosa femenina por supuesto!



Lino J. Anaya, en su canción “La cosita aquella” decía en sus versos a una enamorada: “Dame la cosita negra, negra dame tus amores, no dejes que yo me muera pa´ después llevarme flores… Lino no era abogado, estaba pidiendo algo, no en los estrados sino en su derecho a pedir lo legal y natural.

El mismo autor, en obra interpretada por los Hermanos Zuleta decía: Negra yo he sabido que te casas, ombe y eso si me da dolor, recuerda tu cofrecito e plata, ve que ya perdiste lo mejor, piensa lo que vas a hacer muchacha, tu llevas la huella de mi amor, la luna si sabe dónde está, ella sabe lo que tú has perdido, dicen que fue en la orilla del mar, donde dejaste tu cofrecito, yo sé que tienes que regresar, puede abandonarte tu marido”. Y Poncho Zuleta agrega: ¡Quizás donde quedó ese cofrecito!

En aquellos tiempos, diciembre era la fecha buena para contraer matrimonio, de manera que el poeta vallenatero Don Tobías Enrique Pumarejo en su “Víspera de año nuevo” cantaba alegre: “Primera noche de enero yo me felicité bien, ella dijo vámonos ligero que te quiero complacer”. Y claro, era complacer con la cosa, dijo años después el autor. No había que decirlo, se suponía.

Emiliano Zuleta Baquero en referencia a esas jugadas del amor antiguo, una especie de kamasutra vallenato simplemente dijo: “Si voy arriba es la misma pendejá, y si voy abajo, es la misma pendejá”. Se refería al uso de la cosa, según su disponibilidad.

Juancho Polo, cantador del Magdalena Grande en unos de sus versos decía: Pantaloncitos calientes suben la temperatura, lo que le gusta a la gente, la pura sinverguenzura”, para la época las féminas por la moda dejaban ver sus muslos felices en las playas y en las calles.

Con la fama por sus cantos, las mujeres llegaban al maestro Polo Valencia, a darle lo que los hombres buscamos todo el tiempo, el amor. Entonces cantaba: La gallina de Ramona que gallina tan traviesa, en busca de mi paloma, pero no la deja quiera, sió sió mi pobre paloma, sió sió ya ni se asoma… Cualquier costeño sabe, desde pequeño, que el pipí de los niños le decían paloma. Eso de pajarito vino después.



Emilianito Zuleta Díaz, hace algunos años en su canción “Mañanitas de invierno” en una frase con llovizna incluida, dice a su amada: “Vamos pa´ dentro que nos vamos a mojar, para que estemos bien solitos y así yo entregarte mi cariño y para que tú te sientas más mujer”Es hasta ahora, dicen ellas, la forma más sutil y romántica de pedir la cosa. Ahí si aplicando el derecho de uso y goce, con la apropiabilidad que las leyes del amor indican.

El filósofo y poeta Mateo Torres, cantó lo que las mujeres andinas traducen como lo máximo en romanticismo para recordar la cosa, en la canción “Lleno de ti” grabada por El Binomio de oro.

“En cada gota de sangre que tengo cabalga un recuerdo, cada recuerdo motivo sincero para quererte más, en todo sitio de mi cuerpo siento que algo de ti llevo, tu formas parte del grande tesoro de mi intimidad, eres mi hoy mañana ayer, el corazón de mi ansiedad...

El corazón de mi ansiedad, qué nombre tan subliminal y delicado para la cosa.

Fernando Meneses poeta nacido en un pueblo con nombre atrapadoramente soñador; La Gloria (Cesar), no podía salir con otro antojo en un verso después de descubrir la cosa y dijo en su canción: “Quise manchar tu alma”.

“Recuerdo lo bello del momento, mis labios con los tuyos rozaban, y al sentir que era  fuego tu cuerpo como un pez asustado escapaba”.

Tiempo después, ya atrapado por el amor, no tuvo más remedio que estudiar medicina y especializarse como ginecólogo pues la “cosa” le había apretado el pecho para siempre. Poesía y ciencia juntas por la misma cosa.

Rosendo Romero, uno de nuestros románticos por excelencia, también abrigó su musa en alguna piel bogotana y escribió en “Cobijas” su canción eterna:

“Recordarás aquella noche que allá en Chapinero, yo te besé y una llovizna mi abrigo mojó, te reclinabas al pino coposo, no se mojaban tus largos cabellos, era aquel pino un sombrero mi amor, y presentí, que esa noche era noche de amor, que por fin yo tendría tu calor, sin saber que me hacías temblar, y me olvidé y olvidado te hice olvidar, que la noche mojaba mi voz, que eran tantas las ansias de amar”.

Si quieren más poesía sobre la misma cosa, ya es pedir pan caliente.


Chema Gómez, clásico autor guajiro dijo: “Anteanoche te vi un piojo y no te lo pude coger, y si te lo vuelvo a ver esta noche te lo cojo, y que te lo cojo te lo cojo sí te lo vuelvo a veee”. Y Claro, es la cosa convertida en ese animalito escurridizo.

Guayabita pirulera guayaba con tanto aroma, no dejes que otro de huela, no dejes que otro te coma. Rafael Díaz, en la voz de su hermano Diomedes, ve la cosa según su disponibilidad, en divisibles, porque, aún dividiéndose, no pierde su valor. Hablo de la cosa ya convertida en semillas.

El pollo vallenato Luis Enrique Martínez en su canto “La dejó el tren”, canta al pesar de quien pierde algo de la cosa, esta vez con nombre de tiquete de viaje: “Ella dice que no tiene suerte  porque ya el tren la quiere dejar, si tiene preparado el  tiquete por qué no se ha podido embarcar,  el  tren ya la dejó no se pudo embarcá, cerquita le pitó y no sé qué pasará, el tiquete perdió por ser tan descuidá… , alguna cosa le habrá pasado, porque en todos los viajes se queda, será algún pasajero avispado, que le rompió el tiquete a la negra. Ella dice que sí se enguayaba, cuando ve el tren que viene pitando, y también dice que también le da rabia, cuando se ve el tiquete picado…

Como en la clasificación de las cosas, en éste caso se aplican según su utilización, en no consumibles ya que no se agotan con su primer uso. Para algunos juristas insisten en clasificarla, según independencia y accesorias, porque van incorporadas a la cosa principal, pero es tarea de doctrinantes.

Antes que las cosas políticas se pongan de más color, dejemos que el vallenato siga en sus fiestas, es decir en sus cosas, ¡por eso es que Vives!