RANCHERIASTEREO

viernes, 26 de abril de 2019

SABANEROLOGíA


Por: Luis Carlos Ramirez Lascarro

El libro “Sabanerología, Fundamentos de la música sabanera, Tomo I”,  de coautoría de Alfonso Hamburguer y Víctor Uribe, editado en 2016, me suscitó una gran expectativa, por la posibilidad de encontrar una disertación que, apoyada de manera transversal en varias disciplinas, permitiera no sólo conocer los orígenes y fundamentos de la música hecha en las sábanas y sus interacciones con las del resto de la región y el país, sino una especie de inventario cultural que procurara la reafirmación cultural en torno a los valores de esta subregión del caribe colombiano más allá de la respuesta en tono de piqueria, que de inmediato sugiere su título, al libro Vallenatología de Consuelo Araujonoguera y a los demás textos conexos a este.

Siendo claro y directo: el libro me decepcionó.

El libro es, básicamente, la exposición de una postura regionalista en reacción a otra y esto no conduce a nada. El regionalismo no es malo en esencia, pero esperaba fuera superado por un discurso que buscara no sólo la reivindicación de unos valores que se sintieron y se sienten atacados, degradados y menospreciados, sino la superación de los distanciamientos causados por la formulación intencionada y desinformada de un discurso que en base a la subjetividad apasionada y la exacerbación del etnocentrismo se ha convertido en hegemónico sin aportar la claridad conceptual necesaria para sustentar sus propios fundamentos. Este libro tampoco supo aportar esa claridad conceptual y, por tanto, no logró superar la subjetividad desbordada ni el etnocentrismo exacerbado sufrido por la mayoría de los textos publicados sobre vallenato, incluso desde antes del libro pionero de Araujonoguera y que han creado su historia y sus referentes.

El libro está lejos de  ser un vehículo para defender y divulgar los valores, costumbres y modos de expresión del sabanero, llegando a ser, a duras penas, una descripción del proceso de conformación de una Red de Sabaneros que busca defender el difuso concepto de la Sabanerología. Una descripción que, por lo general, resulta tediosa debido a la innecesaria y excesiva enumeración de nombres y oficios de los miembros de la red y sus constantes reuniones, así como de los elementos culinarios, etílicos y mobiliarios que las caracterizan, además de los continuos desencuentros y decepciones en el proceso muchas veces ingrato de gestión cultural llevado a cabo en los territorios de las sabanas del viejo Bolívar.

El libro tiene problemas de edición que se reflejan en errores de configuración de algunas páginas, mostrando parte del título de un capítulo al final de una y el complemento al inicio de la siguiente. Tienen muy pocas citas bibliográficas, llegando a considerar que faltan por lo menos unas 90 que permitan rastrear algunos textos o investigadores que referencian de manera somera e inadecuada, cosa que le resta rigor y credibilidad al texto y sus planteamientos, como en los casos en los que se habla de los “indios farotos” citados por Pacheco en La hamaca grande, o cuando se alude a periodistas sabaneros que, sin darse a conocer en otras latitudes, se trenzaron en duelo ideológico con “La Cacica” sin detallarse ni los periodistas ni sus textos o cuando se asegura que Aniceto Molina vende en el mundo mucho más que cualquier grupo vallenato, sin aportar estadísticas, y que la palabra acordeonero existe en el Diccionario de la Lengua Española, aprobado por la RAE, definida como: “Persona que arregla el acordeón” sin especificar la edición del diccionario donde aparece esa definición específica.

Un grave error de edición puntual se identifica en la página 15, donde se comenta que se ha escrito mucho sobre vallenato, sin citar los textos, 3 y 33 años después de la aparición de las obras: “En cofre de plata” y “Vallenatología”, lo que sitúa a la obra en el 2006, debiendo haberse escrito 13 y 43 años puesto que el libro aparece editado en 2016, así desde 10 años antes se haya redactado este fragmento del segundo capítulo.

En cuanto a su redacción, sufre de ser un texto repetitivo con párrafos inconexos, principalmente en los primeros tres capítulos, que dificultan el seguimiento del hilo argumentativo que se pierde con frecuencia por la inadecuada distribución de párrafos y los cambios de voz discursiva no marcada o marcada con poca claridad. El tono es informal, más cercano al de una conversación de café que a la exposición de unas tesis derivadas de una investigación sociocultural. En ocasiones se excede en el uso de expresiones coloquiales que son innecesarias y no terminan aportándole o  enriqueciendo de manera significativa al texto, sino lo contrario.

En el texto se asegura, de manera incorrecta, que el acordeón fue inventado por Buchman, quien realmente inventó la Mundarmonika, usurpándole, de paso, la paternidad de ésta a Demian. Se asegura, también erróneamente, que Carlos Martelo es de Guamal, Magdalena, siendo realmente de El Piñón y que éste creó el Paseaito, ritmo atribuido a Calixto Ochoa, en vez del Jalaito, ritmo por el cual se le da crédito al director de la famosa banda de Los Hermanos Martelo.

En lo argumentativo, el texto no pasa de ser una reacción al discurso hegemónico del vallenato, repitiendo las inconsistencias de este que han incomodado u ofendido a los sabaneros y centrando la defensa de estos, principalmente, en los planteamientos de Pacheco Anillo en varias de sus canciones, siendo la más famosa de estas La hamaca grande. No se presentan más argumentos y se comete el error de reducirse la musicalidad sabanera, que es polirrítmica, a la música de acordeón cultivada en esta región, a pesar de que con frecuencia se aluden varios otros formatos instrumentales, como los de Pitos y Tambores o los de las Bandas y Orquestas.

La descripción de los instrumentos es muy simple y no habla de su aparición en la región ni de su evolución, si es que la hubo. La descripción de los ritmos no es técnica ni desde el ámbito musicológico y, por tanto, las diferencias estilísticas entre los vallenatos y los sabaneros tampoco lo son y se limitan a ser “marcadas” aludiendo a la obra de un acordeonero de cada región o a la de algunos compositores, cometiendo el error de hablar de manera genérica de “narrativa vallenata” y “poética sabanera” sin definir ambos conceptos ni tener en cuenta que en ambas regiones se presentan obras que se pueden inscribir en los mismos géneros literarios.


El ser sabanero se asimila en el libro como ser nacido en los territorios pertenecientes a la antigua provincia de Cartagena, aunque casi siempre se excluye de esta denominación a los atlanticenses, que también hicieron parte de dicha provincia, en contraposición al ser vallenato que se asimila con ser nacido en los territorios pertenecientes a la antigua provincia de Santa Marta, cosa incorrecta, aunque a veces se limita esta denominación a los guajiros y cesarenses haciendo eco a la división arbitraria e injustificada hecha por Araujonoguera en su libro pionero.

La ubicación de la “tierra sabanera” es imprecisa, así como la descripción de los supuestos fundamentos de la música sabanera, la de sus ritmos, bailes e instrumentos típicos, al igual que la descripción de la idiosincrasia que caracterizaría a los pobladores de estas tierras que, sinceramente, no es muy diferente a la de la mayoría de los pobladores de las zonas rurales de la mayor parte de la costa caribe colombiana a ambos lados del río Magdalena, accidente geográfico que en ocasiones es tenido como barrera y en otras como puente entre dos regiones políticas que, en realidad, no son tan distintas culturalmente como se pretende hacer ver desde ambos lados.

El objetivo de definir para defender los conceptos fundamentales de la cultura y la música sabanera no fue cumplido a lo largo del libro y deja abierta, con sus fallas, la invitación a la revisión minuciosa del concepto de Sabanerología y sus implicaciones, así como de las formas adecuadas y eficaces para su formulación y sustentación formal y académica.



Luis Carlos Ramirez Lascarro

A tres tabacos

Luis Carlos Ramírez Lascarro nació el 29 de junio de 1984 en la población de Guamal, Magdalena, Colombia. Es técnico en Telecomunicaciones y tecnólogo en Electrónica. Estudia actualmente Ingeniería de Telecomunicaciones y trabaja para una empresa nacional de distribución de energía eléctrica. Finalista de la cuarta versión del concurso Tulio Bayer, Poesía Social sin Banderas, 2005, en cuya antología fue incluido con el poema: Anuncio. Finalista también del Concurso Internacional de Micro ficción “Garzón Céspedes” 2007. Su texto El Hombre, fue incluido en el libro “Polen para fecundar manantiales” de la colección Gaviotas de Azogue de la CIINOE, antología de los finalistas y ganadores de dicho concurso, editado en 2008. El poema Monólogo viendo a los ojos a un sin vergüenza, fue incluido en la antología “Con otra voz”, editado por Latin Heritage Foundation. Esta misma editorial incluyó sus escritos: Niche, Piropo y Oda al porro en la antología “Poemas Inolvidables”, de autores de diversos lugares a nivel mundial. Ambas ediciones del 2011. Incluido en la antología Tocando el viento del Taller Relata de creación literaria: La poesía es un viaje, 2012, con los poemas: Confidencia y guamal y con el texto de reflexión sobre poesía: Aproximación poética. Invitado a la séptima edición del Festival Internacional de Poesía: Luna de Locos de Pereira (2013) e incluido en la Antología nacional de Relata, 2013, con el poema: Amanecer.

Es autor del libro, publicado de manera independiente: El Guamalero: Textos de un Robavion y de los libros aún inéditos: Confidencia y Libro de sueños

domingo, 21 de abril de 2019

LEANDRO DÍAZ DUARTE: ¡EL INVIDENTE GENIAL QUE TODO LO VEÍA!



Por: Ramiro Elías Álvarez Mercado

“En la casa de Alto Pino se oyó por primera vez el leve llanto de un niño que acababa de nacer”

Un día 20 en el mes de febrero del año 1928, un niño invidente llegó al hogar conformado por Abel Duarte y María Ignacia Díaz, en un lugar denominado “Alto del Pino”, jurisdicción del Municipio de Barrancas (Guajira), al cual se le bautizó con el nombre de Leandro, llevando por delante el apellido de su Madre.

Ninguna de las personas que le conocieron a temprana edad, le auguraban un buen futuro, dada su limitación visual. No obstante ello, el destino le tenía deparadas cosas muy grandes, que solo con el correr de los años, se habrían de enterar quienes desde pequeño le conocieron. Quizás no comprendieron, que aquello de lo cual carecía (visión), le sería compensada de otra manera: una gran agudeza auditiva de tal manera que todo lo que ocurría en derredor por él era percibido, dando con ello vuelo a su imaginación.

Como era de esperarse, sus primeros años de vida transcurrieron en el campo rodeado de la naturaleza, la fragancia de flores y árboles, el canto de las aves, el correr de las aguas, las gallinas brincando y el mugir de toros y vacas. Toda esa constelación de múltiples y variados sonidos, fueron desarrollando en él, una cosmovisión muy particular, un mundo mágico y surrealista, que soñaba dar a conocer.

 Ese mundo en que se sumergía diariamente, le fue dando motivos para que se pudiera inspirar, de modo que más tarde se habrían de traducir en cantos muy originales, producto de sus vivencias y  una sensibilidad extraordinaria que fue desarrollando, cada vez mayor.


Puede afirmarse, sin duda alguna, que Leandro se convirtió en un cronista muy agudo de la realidad que lo circundaba, pues a todo el que le visitaba le solía preguntar por múltiples cosas, motivo por el cual mantenía enterado de los sucesos ocurridos en su región. Y ni que hablar de las damas, que empezó a tratar, con dulzura y encanto, fueron fuente de gran inspiración, aunque siempre se dolió así mismo de sus penas, porque muchas veces se sintió muy solo, tal como lo expresó en su célebre canción: “A mí no me consuela nadie”

Muy a pesar suyo, de no haber tenido una formación académica, fue todo un visionario de los problemas que padecía nuestra sociedad, motivo este que lo condujo a expresarse con cierta rebeldía, ante hechos que no consentía o no eran de su agrado.  También se manifestó en otras áreas de la cotidianidad fueran estos de carácter amoroso, social, político o económico.

Peleó con todo y contra todos, manteniendo un dialogo permanente con la vida, la muerte, el amor, el desamor, método a través del cual lidió con sus versos certeros cargados de melodía y textos pletóricos de filosofía, poesía y pedagogía. Además de lo anterior, fue un auténtico Rey de la metáfora, pues con una precisión asombrosa, creó expresiones idiomáticas no comunes que causaban admiración, como fue el caso de su célebre canción titulada “La Diosa Coronada”, a quien Gabriel García Márquez denominó el mejor de los cantos Vallenatos.



La influencia del maestro Leandro Díaz en los cantos vallenatos, está entre el romanticismo clásico de una riqueza melódica, fuerza en la composición, al igual que su precisión idiomática y un grafismo verdaderamente asombroso.

Tuvo un sentido práctico de la vida, vivió intensamente su mundo interior, mientras que otros esperaban la luz eléctrica o solar, él siempre se conformó con la iluminación espiritual y una luz interna con mucha fuerza que lo hizo salir de su mundo de tinieblas.

Leandro Díaz tuvo la particularidad de convertir el sufrimiento en un crisol, con lo cual templó su condición poética y el talento que el Supremo Creador le concedió. Muchas de sus canciones nacieron en esos momentos en los que el deseo se desbordaba y el amor parecía ser lo único que contaba. Por esa razón su música constituye un retrato o el vivo reflejo de sus experiencias personales y del deseo de amar.



Hablar del Maestro Leandro Díaz, es hacer referencia a un hombre con una inteligencia increíble, la cual era muy común sentirla al escuchar sus frases muy originales, esencia de unos verdaderos pensamientos filosóficos, tales como los siguientes:

“Mientras más lento se piensa, más rápido se triunfa”

“Si las mujeres no existieran el corazón de los hombres no tuviera oficio”

“Yo no soy compositor, soy un pensador que le pone melodía a los pensamientos”

“A las mujeres siempre las he exaltado, hasta cuando me pagaban mal”

“Dios no me puso ojos en la cara, porque se demoró poniéndomelos en el alma”.

Rodeado del amor y la amistad de miles de hombres y damas que admiraron su valioso legado poético – musical, partió de este mundo el día 22 de Junio del 2013 en la ciudad de Valledupar.


Cuando hablo del maestro Leandro Díaz me embarga una gran tristeza y por eso decidí traer a colación una frase del profesor Jairo Soto Hernández:

“Nada es más triste que un recuerdo feliz”. Leandro Díaz

lunes, 15 de abril de 2019

JACINTO LEONARDI VEGA: “EL GRAN POETA DEL VALLENATO”



Por: Ramiro Elías Álvarez Mercado

Fue por allá a mediados de los 75, cuando Rafael Orozco, se iniciaba profesionalmente como Vocalista con un gran futuro, al lado de Emilio Oviedo, al cantar el tema “Cariñito de mi vida” lanzó una frase que como llama de fuego se propagó rápidamente y quedó grabada en la mente de miles y miles de seguidores de los ídolos que para ese entonces ya se vislumbraban por doquier:
“El Cacique de La Junta: Diomedes Díaz”. ¿La Junta. Dónde queda eso? Fue entonces cuando algunas personas empezamos a darnos cuenta, que se estaba haciendo referencia a un Corregimiento del Municipio de San Juan del Cesar, en el sur de La Guajira.

Con el correr del tiempo, nos enteramos también, que en ese lugar desconocido para muchos, se estaba convirtiendo en una fuente de auténticos artistas, tales como acordeoneros, cantantes o compositores que ya alumbraban con luz propia en el concierto regional y, aún más, muchos de ellos ya se proyectaban más allá de nuestras fronteras.

La Junta, cuna del gran Diomedes Díaz, también tuvo el grato honor de tener entre sus hijos a un profesional de la Arquitectura pero igualmente a “un Poeta de la canción”: Jacinto Leonardi Vega Gutiérrez. Un 17 de Marzo de 1963 llegó al mundo para llevar alegría a sus padres, que vieron cómo este chico inquieto crecía entre La Junta y Valledupar, donde cursaba sus estudios medios en el Colegio Loperena. Allí, donde Rafael Orozco y Diomedes Díaz eran alumnos también y sostenían algunas piquerias eventuales. Y fue allí, precisamente, que Jacinto Leonardi, adolescente inquieto se nutre con las sabias enseñanzas literarias y descubre que en él, existe una vena poética, que rápidamente la convierte en canción.

Jacinto Leonardi entra a formar parte de esa generación que tuvo contacto directo con la esencia más pura y verdadera de la cultura vallenata; es de los últimos alumnos aventajados que bebieron en la fuente del padre de la lírica en los cantos vallenatos el gran Gustavo Enrique Gutiérrez Cabello; quien tuvo una gran camada de alumnos de primer nivel, tales como: Rosendo Romero, Fernando Meneses, Rafael Manjarrés, Roberto Calderón, Marciano Martínez, Hernando Marin, etcétera.

Su primera composición, fue grabada en 1982 en la voz de Andrés Ávila y el Acordeón de Eliecer Ochoa, y posteriormente vino una nueva versión, en la voz de el “Chiqui” Escobar y el respaldo con el Acordeón del Comandante Emilio Oviedo, tema este titulado: “EL SOÑADOR”, con lo cual ya estaba manifestando su inclinación a la poesía y al canto, a muy temprana edad. 

En su patria chica coincidió con grandes artistas como Diomedes Díaz, Marciano Martínez sus paisanos, hecho que lo marcó para siempre en su vida artística, además de la amistad desde niño con el segundo Rey de Reyes: Gonzalo Arturo “El Cocha” Molina.

A lo largo de su existencia, ha sido un férreo purista en sus letras, siempre ajustadas a sus vivencias y poca ficción, siguiendo al pie de la letra la forma de componer de sus maestros antecesores, es decir, manejando un lenguaje de altura, o aquello que comúnmente hemos dado en llamar: “la palabra bien dicha o la más apropiada en los cantos vallenatos”, como esta, muy cargada de sensibilidad poética, cuando en 1993 lo eligieron como el ganador indiscutible del Festival de Compositores, en San Juan del Cesar, con una canción que a la postre se convertiría en su obra cumbre:


Radicado en Bogotá desde hace muchos años, Economista de la Universidad Piloto, profesión que alterna con sus presentaciones a lo largo y ancho del país, donde los compositores se han ganado un merecido espacio cantando y contando sus propias historias en cada una de sus composiciones. Su forma interpretativa siempre deja entrever un estilo poético, filosófico, literario, lírico el cual adorna con metáforas, donde mezcla de forma muy hábil la belleza femenina con la naturaleza, lo cual ha sido motivo, para que su magistral obra haya sido grabada por los más grandes artistas de la música vallenata como: Diomedes Díaz, Poncho Zuleta, Iván Villazón, Jorge Oñate, Silvio Brito, Farid Ortiz entre otros, lo cual no deja duda, que es un poeta consumado graduado con honores y altas calificaciones.

Las circunstancias de tiempo y de lugar lo hicieron coincidir con protagonistas como el mismísimo Diomedes Díaz, Marciano Martínez, Juancho Ríos, entre otros, lo marcaron para siempre. “Ese es un premio de la vida para mí”, dice el Maestro Leonardi Vega. Ha ejercido la profesión que estudió pero tiene por dentro un “corazón de Poeta”, con esa forma de interpretar vallenatos como si fuesen poemas, tal como le enseñaron, Rosendo Romero Ospino, Fernando Meneses, Octavio Daza, Santander Duran, y junto con ello, el costumbrismo romántico de Roberto Calderón o el de un Rafael Manjarrez. Como él mismo sostiene: “Diseñaron mi hoja de ruta”. ¡Qué nivel por Dios!

El Maestro Jacinto Leonardi Vega pertenece a la generación que comenzó su adolescencia con la música de Acordeón, que entró a formar parte integral de su vida, teniendo el privilegio de conocer a los intérpretes grandes del folclor , pero igualmente a los propios Juglares Rafael Escalona, Calixto Ochoa Campos, Carlos Huertas, Leandro Díaz , Emiliano Zuleta , Luis Enrique Martínez, entre otros teniendo la fortuna de verlos a todos en medio de la bulla alegre del Festival Vallenato, o en algún patio con una parranda en la provincia, hechos estos que lo condujeron a afirmar con certeza que “él pertenece a la última generación, que tuvo la oportunidad de beber en esa gran la fuente, Vallenatos como si fueran poemas.

El maestro es crítico cuando habla del nuevo vallenato, por el lenguaje y los ritmos se parecen más a otro género que de vallenato no tienen nada, pero les resulta buen negocio, respetemos a nuestros ancestros y seguiremos en lo nuestro; “después que no cambie yo” (dijo Alejo Duran)) resaltó y ahora lo dice él.

Hoy son un grupo de compositores a los que permanentemente los invitan a eventos públicos y privados, para cantar esas canciones que ya conocían y ahora cantadas por parte de quienes las hacen trasmitiendo así a los fanáticos, fans’, o seguidores transportarse a una dimensión que creían perdida aunque no sean “Cantantes”.


“Espérame” – Silvio Brito 1984.
“No sé qué tienes tu” – Diomedes Díaz 1985
“Así he quedado yo” – Los Betos 1985
“Qué será de mi” – Jorge Oñate 1985
“Cuando me voy” – Diomedes Díaz 1986
“Vivo enamorado” – Iván Villazón 1991
“Cambia el nido” – Los Betos 1997
“Sobre las nubes” – Hermanos Zuleta 2001
“Detrás del mar” – Diomedes Díaz 2002
“Dos estrellitas y tu” – Iván Villazón 2002
“El amor total” – Diomedes Díaz 2011

martes, 9 de abril de 2019

MIGUEL LÓPEZ GUTIERREZ, UNA HISTORIA, UNA DINASTÍA


Por:Graciela Maria Morillo Araujo
Miguel Antonio López Gutiérrez nació en La Paz - Cesar, el 5 de Enero en el año de 1938, en el hogar formado por Pablo López y Agustina Gutiérrez. Perteneciente a una Dinastía de excelentes expositores de la música Vallenata y fundador con el intérprete Jorge Oñate, de uno de los conjuntos vernáculos de mayor tradición en la música Vallenata, "Los Hermanos López".
El rey vallenato Miguel López Gutiérrez se convierte en uno de los precursores de este o magestuoso folklor logrando con su talento y maestría el sitial de honor en donde está actualmente.
La historia de Miguel López es peculiar. Desciende de la dinastía de los primeros acordeonistas que hubo en la región, primero Juan y después Pablo, ambos maestros del acordeón, oriundos de La Paz, hoy Cesar. Eran de la época de Francisco El Hombre.

Como es sabido, desde muy niño, como todos en su familia, los López se encaminaron por este folclor. Migue tocaba la caja y Pablo ejecutaba el acordeón. Después vino el cambio de instrumentos con su hermano Pablo y se sintió más cómodo arrancándole notas al instrumento alemán. 

Miguel aprendió a tocar con un acordeón que tenía su papá, Pablo Rafael López Gutiérrez. Era un acordeón guacamayo (porque tenía una guacamaya pintada). Recuerda con mucho cariño a su gran amigo a Luis Enrique Martínez, ‘El pollo vallenato’, y a su otro compadre, Nicolás ‘Colacho’ Mendoza. Miguel afirma que, gracias a Luis Enrique, aprendieron mucho secretos y melodías del acordeón.

En esos años, Miguel López había empezado a animar parrandas. Primero, con su primo Dagoberto como cantante, pero cuando a este lo trasladaron por trabajo, buscó a alguien más. Y le recomendaron a un adolescente llamado Jorge Oñate. Cuando Pablo los mandó llamar a Bogotá, juntos fueron a las audiciones.

Y la CBS (ahora Sony) después de una extensa audición de un día entero, firmó contrato para grabar su primer LP. Dice Miguel López que se tardaron solo un día en grabar el LP completo. Fue el primero de una discografía de nueve álbumes de Los Hermanos López, con Jorge Oñate en la voz, que tuvo su época dorada entre 1969 y 1975. En esos años, ganaron Congos de Oro y ablandaron la resistencia que había hacia esta música en las disqueras.
La familia seguía dando acordeoneros. Los hermanos menores de Pablo y Miguel, Alfonso y Elberto el ‘Debe’ López, ya estaban tocando. El ‘Debe’ fue integrándose al grupo como asistente y a veces suplente de Pablo en la caja.
Y llegaron los reinados. El Festival de la Leyenda Vallenata se hizo por primera vez en 1967 y en 1972 Miguel fue el primer concursante que llevó cantante aparte (los acordeoneros solían cantar en la competencia): Oñate. Pablo, en la caja, dejó su huella: “Lo más bonito fue la puya –cuenta Diva López, una de las hermanas–. Cuando Pablo hizo el solo de caja, se fajó en eso. De pronto entra Migue y todo el conjunto. Esa gente se paró a decir que ellos ganaban”.
Y fue tal la alegría en La Paz que la Alcaldía del municipio organizó un paseo de celebración. Las mujeres de la familia dicen que si antes llegaban a casa acordeoneros de todas partes preguntando por Miguel, con la excusa de visitarlo para después desafiarlo a ver quién tocaba más, con el reinado, ese efecto se multiplicó. A don Pablo Rafael le tocó poner cerca porque no cabía la gente.
Y ya iba creciendo la siguiente generación: el hijo mayor de Miguel, Álvaro (1958), ya soñaba con ser rey vallenato (y fue rey aficionado en el 76 y el 78). Lo mismo pasaba con su primo Navín, hijo de Dagoberto, que se coronó rey infantil en 1977.
El conjunto de Los Hermanos López se disolvió en 1974, con el retiro de Jorge Oñate. Miguel armó conjunto aparte con Freddy Peralta. Poncho el guacharaquero sacó a relucir su voz y armó grupo con su hermano Emilianito Zuleta. Pablo tomó camino hacia el conjunto de su primo Alfredo Gutiérrez y el ‘Debe’ López decidió probar como acordeonero con la voz de un cantante nuevo: Diomedes Díaz. Juntos grabaron el álbum Tres canciones.
Miguel López ha ejecutado con deslumbrante maestría el acordeón, tanto los pitos, como esos ‘solos’ de bajo que casi nadie ha podido igualar.

sábado, 6 de abril de 2019

LA LEYENDA QUE DIÒ ORIGEN AL NOMBRE DEL FESTIVAL VALLENATO

VICTOR CAMARILLO

Por: WILLIAM ROSADO RINCONES

/En una llanura linda de un valle muy rico Lo que sucedió

Una gente bien armada de tierra lejana la nuestra querían
Fue entonces cuando los indios al escuchar el grito que el jefe lanzó
Y por medio de emboscada y flecha envenenada ellos la defendían/

En este verso se sintetiza el sentir campesino de un compositor nacido en el barrio Cañaguate quien en medio de la devoción por su ‘guaricha’ (nombre con el que los indígenas llamaban a la virgen) y el nacimiento de una propuesta musical llamada Festival, quiso homenajear esta tradición oral que narraba un encuentro entre los nativos del Valle del Cacique Upar con los españoles conquistadores.

Este juglar de abarcas y ‘pata pintá’ se llamaba, Víctor Camarillo, dueño de una voz ronca y pausada, con la que sin ninguna técnica diafragmática, cantaba los aconteceres del viejo Valledupar, acompañado de un viejo acordeón, al que ‘macuquiaba’ apenas, para acompasar la germinación de su filosofía popular que tejía en versos.

El tema destaca La Leyenda Vallenata, episodio que evidenció el supuesto envenenamiento de la laguna Sicarare, en donde tradicionalmente tomaban agua los sedientos guerreros de la época y la que los indígenas envenenaron en venganza por un maltrato de los españoles a una nativa domesticada. Al llegar la tropa a orillas del reservorio, tomaron de este líquido y cayeron fulminantemente bajo los efectos del ‘barbasco’ una sustancia tóxica que era sacada de una planta, hasta que milagrosamente apareció la virgen y los revivió, así nació un episodio que fue bautizado como La Leyenda Vallenata.

En este marco histórico, se enclavó la manifestación folclórica llamada Festival Vallenato, evento que, un grupo quijotesco fundó con la idea de agrupar a los más connotados ejecutores del acordeón, quienes empíricamente habían creado unos aires vernáculos que, poco a poco se fueron infiltrando en el gusto regional y con los cuales amainaban sus diversiones, luego de que la clase popular de donde provenían estos ejecutores, fuera marginada de los exclusivos sitios de esparcimiento de una clase social dominante.

DÍA DE LA VIRGEN

No encontraron una fecha más propicia que el 29 de abril, Día de la Virgen del Rosario, la misma prodigiosa que según la leyenda, había hecho el milagro de la resurrección de los españoles envenenados por los indios Tupes, dueños de esta comarca antes de la llegada ibérica.

Así nació el primer Festival de La Leyenda Vallenata en la Plaza Alfonso López de Valledupar, en donde la amalgama: folclor y religión caminaron de la mano durante muchos años, con incluso, la escenificación de estos hechos, una guardia española, indígenas, guaricha, negros y capuchinos, quienes en una especie de teatro criollo resaltaban el acontecimiento.

Con el crecimiento del Festival, el aspecto religioso se fue desligando hasta quedar al margen de una programación que se volvió internacional, aunque las huestes de la congregación sigue en la actualidad mostrando ese legado histórico, pero ya sin los espacios correspondientes a la programación del Festival Vallenato.
El contenido de esta canción, quiso el autor que, se conociera por parte de las masas que ya mostraban su interés por el recién creado certamen que, en su primera versión de 1968 coronó a Alejandro Durán como el primer rey vallenato, quien se batió a pitos y notas con otras figuras portentosas de esa temporada tales como: Luis Enrique Martínez, Ovidio Granados, Emiliano Zuleta entre otros. El ensayo había pasado la prueba, y lo que acaba de nacer casi que empíricamente, reclamaba una continuidad y una reglamentación de la que adolecía.

LEYENDA VALLENATA

En efecto Víctor Camarillo, al año siguiente en 1969 cuando se crea la modalidad de canciones inéditas, como una manera de ventilar aquel acontecer del pasado, presentó una obra al concurso, pero no ganó, lo que molestó a las barras del barrio Cañaguate que en gran número llegaron a acompañar a Camarillo.

Al final ganó ese primer concurso de las canciones inéditas, el lírico compositor, Gustavo Gutiérrez Cabello con el tema ‘Rumores de Viejas Voces’, un premonitorio canto que, en ese entonces narró lo que hoy está ocurriendo en el folclor vallenato con la invasión de géneros foráneos que le han quitado el distintivo rupestre al vallenato.

/Ya se alejan las costumbres
Del viejo Valledupar
No dejes que alguien te cambie
El sentido musical/

Este traspiés no amilanó a Camarillo, quien siguió su vida parroquial en el entornó que amó, el barrio Cañaguate de sus amores, y en donde también integraba el elenco de los actores que personificaban la leyenda que le sirvió de inspiración, ahí era común verlo disfrazado de negro tal vez en honor a esa raza que llevaba condenada en su piel, otra veces de capuchino, el de la barba y que terminaba quemado en el rol del esa obra parroquial. En ese mismo entorno era protagonista de grandes parrandas, dándose el lujo de cantar solo canciones de su autoría.

El eco de ese gladiador criollo llegó a varios intérpretes de entonces, quienes lo buscaron en pos de las letras dicientes que disparaba este ‘francotirador’ del costumbrismo, cuyas melodías las extraía de su eterno acordeón, o de una dulzaina que no le faltaba en su inseparable mochila, con el acordeón, tenía la responsabilidad casi siempre, de regalar las melodías para que danzaran los Diablos en la temporada de Corpus Cristi, otra de las tradiciones atrincheradas en la conciencia vallenata.

LA GRABACIÓN 

Uno de los que catapultó su nombre y visibilizó ‘melódicamente’ la Leyenda Vallenata de Víctor Camarillo fue el músico sabanero Lisandro Meza, quien coincidencialmente, salió derrotado ese año en la categoría de acordeoneros profesionales por ‘Colacho’ Mendoza, a pesar de todo el respaldo popular que tenía, ganándose con eso, el mote de ‘El Rey sin Corona’. Pues bien, Lisandro no solo le grabó la canción, sino que, tituló el álbum con ese nombre, convirtiéndose en todo un suceso musical, lo que sirvió a su vez, no solo para destapar el talento de Camarillo, sino para que la gente conociera el fondo de ese mito y se supiera, por qué el Festival Vallenato se celebraba en esa fecha, y porqué se llama de: “La Leyenda”. 

La importancia de Víctor Camarillo se sustenta, no solo en haber contribuido con esta canción a proyectar el nombre del Festival y expandir el contenido de una historia que solo tenía como canal la tradición oral, sino que, con tal grabación que fue acopiada por otros grupos, las miradas voltearon a esta vitrina que se creció, atrayendo ópticas internacionales que le han dado prestigio a este evento.

Fue también jurado en muchas ocasiones de varios concursos en cuyas jornadas supo calificar las actuaciones de quienes tocaban y componían, sin la malicia tendenciosa que después se infiltró en algunos jueces que, torcieron resultados en detrimento de participantes que con talento caían frente a las voluntades piratas de quienes ostentaban estas responsabilidades.

Hoy, cuando abril asoma la mirada al fértil Valle de las melodías, al que le prestó una sede para acomodar en su calendario 4 días de lluvias melódicas, es apenas un compromiso, recordar estos personajes a los que a veces, se les niega un rincón, para que destellen sus aportes, a pesar del ocre vestido que les ponen los hábiles historiadores que, usufructúan condiciones, para resplandecer ellos con los rayos ajenos Camarillo fue tan vallenato como el Eccehomo al que tanto incienso le quemó o como el nazareno por quién tanta penitencia pagó o también, como la Virgen del Rosario por la que se convertía en negro o capuchino, para eternizar ese vallenatismo que cada vez más, lo arropan las fuerzas inmigrantes.

Fue tan apegado a las costumbres de su pueblo y sus festividades que hasta se le olvido casarse a este virtuoso de la música, dejando sin herederos, esa gracia, la que en época de carnaval también sacaba, para escenificar el emblemático personaje de Cantinflas, como mucho lo llamaron. 

Este compositor, arquitecto inédito del Festival Vallenato, nació un 18 de Septiembre de 1.926 en el barrio Cañaguate, alcanzó a ver garbadas unas 26 canciones, entre las más importantes están: ‘La Leyenda Vallenata”, “Los tres Fallecidos”, “El Fiel Amigo”, está última la grabó Rafael Orozco con Emilio Oviedo.

Como caso curioso, después del tema Leyenda Vallenata, Víctor Camarillo, se presentó seguidamente en 4 festivales sin ninguna figuración, hasta que, optó por convertir ese en colaborador del Festival como jurado.

Como vallenato raizal que se respete, su cuerpo reposa en el cementerio central de Valledupar, en donde fue sepultado el 23 de noviembre de 2010, un día después de su muerte tras el ataque de un derrame cerebral, lo único que pudo bajarlo de su eterna bicicleta, en la recorría silbando las calles de su barrio, en busca de las melodías perdidas en ese entorno de franqueza y cofradía.