RANCHERIASTEREO

miércoles, 18 de junio de 2014

Una Profecía Que Un Día Cantó Diomedes

Por: Fabio Meza Delgado

Esa tarde las cosas eran diferentes para el muchacho de escasos 19 años que se paseaba inquieto por la orilla del pozo rodeado de árboles cómplices de la finca ‘Parlamento’, ubicada a la salida de San Sebastián, Magdalena.
Estaba allí esperando a la hija de 17 años no cumplidos del dueño del predio, don Fedor Spadafora, porque ella le había confirmado a él a través de Julio Morillo, que iría a su encuentro así se estuviera acabando el mundo.
Pero esa vez no era para que ella llegara y se cogiera un moño y amarrarse el cabello cerrero y azabache con majagua de plátano mientras enfrentaba la batalla del amor con un contrincante que lo único que sabía de él era que le habían grabado una canción llamada “Cariñito de mi vida” y se la cantaba para que ella bajara sus puentes levadizos cuando estaba de mal genio.
El muchacho la esperaba era para llevársela para ninguna parte, para robársela, como se decía en aquellos tiempos cuando los novios se fugaban de madrugada. Él no tenía sino sus canciones que nadie quería grabar, su talento, su sola camisa tropical de pájaros y flores, mangas largas, y una cara de palo para pedir chance en cualquier vehículo que fuera para San Sebastián. Mientras ella, hija de una familia pudiente que navegaba en la opulencia, con una belleza de miedo que paralizaba hasta el corazón de los niños, se había vuelto loca por ese ser misterioso que hablaba cantaíto, y una de las cosas que más le gustaba de su procedencia de indios guajiros era su flecha.
Pero la fuga de los novios cegados por la pasión y el deseo se truncó. Un empleado de don Fedor se dio cuenta sin querer de toda la trama que habían montado los amantes furtivos y se lo contó esa noche al patrón, quien sin dar explicaciones cogió a la hija querida y se la llevó esa misma noche para Mompox y a la mañana siguiente sin escuchar sus súplicas la embarcó en un avión para Bogotá y luego a los Estados Unidos.
Diomedes Díaz se quedó al pie de pozo esperando a Niviam Spadafora, que nunca llegó a la cita que se habían hecho desde la última vez que se encontraron en ese mismo sitio para las fiestas del 20 de enero, mientras ella lloraba lágrimas vivas por el indio, ese, carajo, como le decía su padre al pichón de compositor cuando la regañaba por sus encuentros prohibidos expresamente por él; mientras ella no veía la fecha siguiente para volver al pozo y se le hacían eternas las semanas y volvía a sosegarse cuando en las noches de mala luna escuchaba en la casa de dos pisos, en su alcoba con ventanas pintadas de color marrón unacanción alegre y sentimental en una voz animada por el trago que ya le era familiar.
Sí, era Diomedes anunciando su llegada a San Sebastián de la mejor manera que se le había ocurrido: cantando al pie de la ventana marroncita donde se encontraba su adorada. Al día siguiente por la tarde Niviam con cualquier pretexto se iba para ‘Parlamento’ que queda a la salida del pueblo y esperaba a que llegara su enamorado con un guayabo todavía crudo que ella le sabía quitar con sus artes de mujer propia de esa hermosa región.
Pero ese día Diomedes se cansó de esperar a alguien que ya jamás volvería a ver y se fue a ahogar sus penas como mejor pudo. En cambio Niviam nunca lo olvidó. Toda esa tierra extraña donde la había mandado su papá le hacía cerrar los ojos para volver a vivir los momentos desquiciados ya vividos con su poeta loco. En 1980 no aguantó más el sabor de cobre de las monedas de 5 pesos que le producía tantos recuerdos y volvió a su tierra con el ánimo de pelear con todo el mundo por el amor del cantante a quien no veía y de quien no sabía nada.
Pero la decepción la arropó sin misericordia porque ya el cantante se había vuelto inalcanzable y siempre estaba escoltado por mujeres y todas esas personas que ya parasitaban en él, y se empezaba a perder en el horizonte el rastro de lo que entre ellos hubo.
Niviam se aferró al ya corista Julio Morillo para que le consiguiera una cita con el ya famoso cantante pero nunca recibió una respuesta. Se fue a Barranquilla a estudiar medicina y a torturarse más con la canción que ella no había escuchado por haber sido grabada cuando estaba lejos de su ‘Parlamento’ del alma y que no necesitaba saber mucho de vallenatos para saber que ella era la protagonista: Tres Canciones. Y se revolcaba de rabia y dolor cada vez que en la cantina algún borracho repetía y volvía a repetir la cancióngrabada por el autor de sus desvelos y dedicada a ella también, Mi Profecía.
Mientras Diomedes se volvía famoso y millonario y ya no le quedaban secuelas de sus días difíciles como cuando ella lo conoció, Niviam no hacía más que recordarlo hasta que una mañana se dio a propósito un golpe con su puño cerrado en la frente y se prometió no volver a pensar en ese guajiro con voz de chivato que le hablaba de sus sueños y le había prometido de rodillas en la orilla del pozo que se casaría con ella por encima de sus padres acaudalados, que no gustaban del borracho e irresponsable guacharaquero de cuanto conjunto iba a San Sebastián y que terminó enamorando a la joya de la familia. Don Fedor Spadafora se preguntaba qué mal había hecho para merecer semejante castigo, y para colmo, carajo, el indio sinvergüenza ese la tenía agarrada y su hija preciosa que tampoco lo soltaba, parecían suero con yuca, qué vaina.
Pero ella no se arrepintió de haber despreciado a tantos pretendientes por uno que cuando lo conoció no tenía ni bolsillos en los pantalones. Han pasado 35 años de esa historia y mi amigo y relator de esta historia -y paisano de la hoy doctora Niviam Spadafora Adeccine-, Nelson Armesto, me dice que hasta hace poco en una esquina de San Sebastián hubo una casa de dos pisos con ventanas marroncitas cuyos barrotes estaba lisos de tanta agarradera, y que incluso, dicen las malas lenguas, que el ya cantante Rafael Orozco también tocaba para dar una serenata pero ella nunca la abrió así Rafa imitara los 3 toques secos que hacía Diomedes. Al preguntarle a ella cómo lo diferenciaba ella respondía con su argumento certero de mujerenamorada: ‘es que yo conozco mi gana’o…’
Tomado de:http://www.fandiomedesdiaz.com/

lunes, 9 de junio de 2014

TE CANTO CON EL ALMA PAPÁ (HOMENAJE A ADANIES)



Como un homenaje a su padre Adaníes Díaz, Jorge Iván ‘El Churo’ Díaz grabó las canciones más importantes interpretadas por su progenitor, un gran representante del folclor vallenato de los años 80.

Churo y sus amigos’ Silvestre Dangond, Peter Manjarrés y Poncho  Zuleta, engalanarán las notas de las canciones que fueron hitos hace varios años, tales como Marianita, Estrella Fugaz, Bendita Duda, Injusticia, La Pesca, Ya no Eres mi Amor, Pico y Espuela, Morena, Mi Proclama, El Cantor de los Indios, Pase lo que Pase, Volverás, El Cobarde del Pueblo, La Campesinita y El Borracho.

Con cada uno de los cantantes, que también son muy representativos para el folclor vallenato, interpretará una canción de su padre, quienes accedieron a hacer parte de esta importante producción como un homenaje a Adaníes, un hombre que con su muerte truncó el éxito que tenía bien cultivado y que estuvo a la altura de los más grandes del vallenato de la época.

En la producción también hicieron parte los acordeoneros que han representado la cultura vallenata con sus melodías, como Iván Zuleta, Gonzalo Arturo ‘El Cocha’ Molina, Julián Rojas, Alvarito López, Alberto ‘Beto’ Villa, Franco Arguelles, Omar Geles, Juancho De La Espriella y su compañero de fórmula Elías Mendoza.

Con esta producción, El Churo Díaz exalta a su padre por una petición de sus seguidores y del anhelo de su corazón de recordar las canciones que inmortalizaron el nombre de Adaníes Díaz. Los cantantes ni los acordeoneros recibieron retribución económica por hacer parte de la producción y lo hicieron por darle el gusto de hacer este homenaje a una figura del folclor vallenato.

Las grabaciones se realizaron en los estudios de grabación de Leo Record bajo la dirección de Fabián Corrales con un costo cercano a los 24 millones de pesos.

“Yo fui el manager de Adaníes”

Daniel Vega Córdoba, recuerda aquellos días en los que Adaníes se subía a las tarimas y era una importante figura como lo era Diomedes, Poncho y Oñate, en la época.

“Adaníes era una persona responsable, en esa época Héctor Zuleta, su acordeonero, alcazaba a duras penas los 20 años y llegó a llorar en muchas parrandas porque decía que Héctor lo iba a dejar sólo creyendo que se iba a grabar con Diomedes Díaz, con la realidad de que no lo dejó para irse a tocar con el Cacique, sino con un adiós que fue para siempre, y seis meses después, en el año 1982, fue el fallecimiento de Adaníes” relató el que fuera entonces el manager del cantante, y quien recorrió muchos lugares cerca de ellos.

También contó a Rancheriastereo que Sierva María, Volverás y Estrella Fugaz son las canciones que más lo inspiraban, eran supremamente importante presentarlas ante el público,

“Adaníes vivía por el folclor, no le importaba tanto el dinero, primero le pagaba a los integrantes y del bus se bajaban con la plata del toque en la mano, esa era su mayor satisfacción, complacer a la gente, a su corazón y hacer de su agrupación una familia”.

martes, 3 de junio de 2014

CARLOS HUERTAS: EL CAMINO ERRANTE DE LA UNIVERSALIDAD - "EL CANTOR DE FONSECA"



Carlos Huertas en medio de Cepeda Samudio y García Márquez

Por:Abel Medina Sierra (Circulo CORALIBE)

Carlos  Huertas: el gitano mayor


Si algo ha dado impronta indeleble a la espiritualidad del fonsequero es la errancia. Los fonsequeros son reconocidos como los “Gitanos de La Guajira” por siempre estar dispuesto a desplegar sus alas buscando vientos favorables, rastreando oportunidades donde hacer germinar sus proyectos personales. El repaso por los músicos de la generación de Carlos Huertas, así lo evidencia. La creación del Festival del Retorno nace como una manera de propiciar el regreso de todos esos fonsequeros errantes que poblaron el mundo pero que sueñan con el “rumor del ranchería” o paladean con el deseo un guiso de iguana en un patio de fronda acogedora.

Carlos Huertas supo interpretar el legado musical de su pueblo, desde las notas rancias de acordeoneros como Ramón Teobaldo Cárdenas “Tabaquito”, Miguel Carrillo, Juan Solano o los Pitre, pero también las guitarras de Nicolás Deluque, Julio Vásquez o Hugues Peñaranda. Fueron esos los referentes que tuvo en el patio, los contagios primarios, las ramas próximas. Pero más allá, había que desbrozar caminos para desentrañar los secretos más profundos del arte musical. La radio le traía voces distantes, ritmos que llegaban a los pies pero también a las vísceras.

En Fonseca recuerdan a Carlos Huertas como un torrente de vitalidad que paladeó la vida con la certeza de acariciar en ella una guitarra. Sacándole sus mejores notas, recorriendo las cuerdas desde el brillo del éxito o desde la herrumbre de la carencia. Su gesta musical se construyó con arena del patio pero también con abonos de muchas partes. Carlos Huertas el de aventuras impetuosas en Barrancas, el estudioso que en tierras tolimenses arañaba la esquiva disciplina académica de la música. Un camino de huellas perdurables donde fue tomando influencias para vestir su música con el variopinto matiz de la universalidad. Quienes lo recuerdan solo pueden aportar retazos de una vida sin lugar, de un tiempo sin espacio, de las lejanas calendas que solo él podría desenmarañar .Rumores de una vida agotada hasta el delirio, certeza de un cantar nutrido de vivencias, añoranza de una parranda eterna para festejar la amistad y la vida (cada anfitrión de parranda se quedaba con una canción como ofrenda a la amistad).

Al compás de una guitarra


Carlos Enrique Huertas Gómez, el hijo de Dolores Gómez Gómez (Lola la Blanca) y de un vallecaucano que ejecutaba la guitarra, Carlos Modesto Huertas Gómez, guiado por este cordófono recorrió los confines sonoros del país y derribó las fronteras genéricas del vallenato para convertirse en el más universal de nuestros compositores. La guitarra era un puente más natural para dialogar con otras manifestaciones musicales distintas al vallenato. Los músicos y autores vallenatos que interpretan la guitarra sienten una natural inclinación a interpretar otros aires.

Nació en Dibulla, recibió el soplo de vida procelosa. Respiró aire caribe por primera vez el 21 de Octubre de 1934. Desde niño recibió como herencia el culto a la música, en especial a laguitarra. Su abuelo Atinio Huertas había sido director de la Orquesta de Riohacha, su padre tocó con maestría la flauta, el tiple y naturalmente, la guitarra. Aunque a los 14 años ya acompañaba en el bombo a músicos como “Monche“ Brito sentiría el llamado incitador de la guitarra desde las primeras enseñanzas de Rafael Enrique Del Prado, un amigo de su padre que le despejó el camino como autodidacta (Carlos sólo había cursado hasta cuarto de primaria) y le hizo comprometerse de por vida con el dulzor de las cuerdas .

La magia de la guitarra y el lirismo versátil de sus composiciones se nutrieron de toda una tradición folclórica que siempre lo alentó a la dedicación constante .En esa búsqueda inagotable de universalidad musical se fue a Ibagué, la capital musical del país, en el conservatorio tuvo como maestro y mentor al maestro Saldaña. Se hizo músico cabal, capaz de desentrañar los vericuetos pentagrámicos y las galimatías del lenguaje musical. Recorrió los llanos colombianos y venezolanos. Así amplió sus referentes musicales y entendió la universalidad escondida en la guitarra y regada en los caminos lejanos de la casa.

Con el tiempo Carlos Huertas sería reconocido como un ponderado guitarrista de arpegios mágicos y tonalidad magistral. Integró tríos y agrupaciones al lado de músicos como Wilson Choperena, Hughes Martínez, Otoniel Miranda, Lucho Gutiérrez, Julio Vásquez, Enrique Zimmerman, Toño Salazar y Carlos Hernández (El trío Los Tawaras de Maicao), también acompañó a Colacho Mendoza en grabaciones.

La vida errante

Fue tan fuerte el soplo de vida que recibió del mar dibullero que lo aventó a una errancia que lo llevó por diversos confines de La Guajira como Lagunitas, donde vivió junto a Leandro Díaz y sus parientes y lugar donde según el mismo Leandro fabricó con sus propias manos su primera guitarra y compuso su primera canción “Lagunitas” .Siguió su errabundo trajinar por Fonseca, Distracción, Barrancas, Hatonuevo, Papayal, Camarones, Carraipía y Maicao. Vivió por poco tiempo muchas regiones del país como Valledupar, San Diego, Santa Marta el Tolima y por los lejanos caminos de Venezuela donde estuvo en el conservatorio de música, descubriendo sabores y colores que luego vestirían contagiándose así de riqueza su prolifera producción musical. Esa errancia encuentra su más viva expresión en su canción más famosa “El cantor de Fonseca” (Jorge Oñate y los Hermanos López 1973) 
El cantor de Fonseca 

“El cantor de Fonseca” es el himno de su errancia, la canción de esa búsqueda de claves existenciales. Los referentes motivacionales surgirían en Santa Marta a inicios de los 70´s . Había llegado de Ibagué con los bolsillos vacíos y la ausencia de patria reclamándolo desde Fonseca. Allí, guitarra en mano hizo complacencias a varios turistas “cachacos” que admiraron la forma como éste guajiro interpretaba joropos, pasillos y galerones con destreza y propiedad. Esto obligó a uno de los desconcertados observadores a preguntar por su origen. La respuesta de Carlos originó la célebre canción que le dio renombre al pueblo de San Agustín y sirvió para bautizar al autor en el concierto artístico nacional: desde entonces sería” El cantor de Fonseca”.

La nostalgia por Fonseca

Fonseca, su lar placentero, la tierra que inundó con ráfagas de brisa fresca su vena musical. En cada retozo en las aguas del ranchería, con el olor a guiso de iguana que se solazaba en los umbrosos patios, con la picardía del primer “amor”: la burra llamada por el mismo “avispita” alimentó su arraigo hacia la tierra de San Agustín. . Este sentimiento terrígena aflora en una de sus canciones, en la cual, la distancia y el tiempo le reclaman un lamento de ausencia por la patria (Jorge Oñate y los hermanos López , 1973)

También en Fonseca fraguó la hermandad con la guitarra y el acordeón. En Fonseca se dejó contagiar por unos pellizcos que hacían que las guitarras destilaran alegría de vivir, eran las manos de Julio Vásquez, Bienvenido Martínez, Natalio Ariza y Raúl Parodi. Fonseca ya era el epicentro de la escuela ribana del acordeón, emporio de cantores donde se cultivaba el más acendrado vallenato en figuras como Santander Martínez y su hijo Luis Enrique (el primero en grabarle una canción a Carlos: “El cantor de Fonseca”); Juan Solano, Luis Pitre, Fortunato Peñaranda entre otros.

Muy a pesar de su actitud errabunda y espíritu peregrinante Carlos Huertas siempre guardaba un recodo para anidar la nostalgia por la tierra fonsequera y La Guajira en general. Mientras más recorría territorios difusos más reafirmaba su ligazón raizal hacia el pueblo que le sembró canciones en sus fibras más emotivas. Nadie supo cantarle tanto y tan sentidamente a Fonseca como Carlos Huertas. En las canciones dedicadas al pueblo que lo acogió, recoge con mágico colorido toda una reafirmación de principios de territorialidad, ponderando sus raíces musicales, el entorno natural y la esencia cultural y folclórica de este pueblo que quiso hasta el final y donde exigió ser sepultado. Producto de ésta exaltación de la cultura fonsequera, nace las décimas con las cuales dio trascendencia al “Festival del Retorno”, fiesta tradicional del pueblo que en esta nueva denominación reclama su carácter musical (Zuletas, 1978) 


Después de tanta errancia, sacándole el jugo a una existencia plena en goce, el viaje a la semilla se hizo obsesión. En la casa tenía el sosiego para su fuego indeclinable. Se ancló en Maicao, preso de la sabia paciencia de su esposa Leila Larios y del inquieto encanto de sus hijos. Maicao era una ventana que terminaría por ensanchar sus referentes musicales. Al igual que su paisano Roberto Solano (nacido en El Hatico), en Maicao encontró la diversidad cultural, la amalgama musical, el crisol social y musical que terminó alentando su propuesta musical con otras motivaciones genéricas. Allí integró el Trío Los Tawaras con Carlos Hernández y Toño Salazar, allí compuso muchas canciones granadas en Venezuela que hoy son dignas de rastrear. El serenatero mayor, el parrandero consumado, en errante de mil caminos sosegó su espíritu de trotamundos en ese Fenicia moderna que es la ciudad de Maicao.

La variedad genérica

Carlos Huertas mantiene unas doscientas canciones inéditas, un filón portentoso de manifestaciones que recogen una vida de penurias económicas pero de alegres parrandas, de existencia gozosa, la nostalgia por su tierra, los amigos y la familia, todo un mapa de su territorio vital hecho canciones.

Les robó inspiración a los llanos venezolanos y a las tierras del Zulia para componer gaitas como: “Maracaibo de Baralt”, “Canto a la Guaira”, y algunos pasajes, “Echa pa´lante”, “La chinca” y el célebre pasaje “Mi hermano y yo”. Son temas que han recibido el reconocimientoen el vecino país.

Se ha podido evidenciar su incursión en géneros tropicales como la variedad del porro orquestado en canciones como “Tierra feliz” y “Sultana del mar” que se asevera que es un bolero como la anterior, dedicado a Riohacha. En un arduo trabajo de arqueología musical que ha venido emprendiendo su hijo Carlos Huertas se ha podido identificar que compuso un son montuno titulado “sabor a idilio”.

Conviene un denodado esfuerzo por rastrear muchas canciones, de las cuales se tienen testimonios pero no certeza de su autoría y que demuestran su prolija capacidad para ofrecer canciones de mucha altura musical y lírica en géneros tan variados como el bolero, la ranchera, pasillos, tangos entre otros.




Su temática, su condición humana

Carlos Huertas fue un músico a plenitud, pletórico de motivaciones cantoriles y fecundo en su producción artística. Sus composiciones se pueden categorizar en las siguientes líneas temáticas:

La nostalgia por la tierra y su folclor: Esta línea lo hizo famoso en los festivales de la región, se resalta el arraigo e identidad hacia Fonseca y La Guajira en general. Pertenecen a éste género: “El cantor de Fonseca”, “Tierra de cantores”, “Orgullo guajiro”, “Guitarras y acordeones”, “Iguana y maíz tostao”, “Así es Fonseca”, “Documental guajiro”, “Hermosos tiempos”, “Del tamaño de la luna”, “Tierra feliz” , “Mi primer merengue” entre otros.

La amistad y la exaltación personal: Fue recurrente en la manifestación de afectos a sus compañeros y amigos que bajo el ritual de la parranda disfrutaron de su alegría y cimentaron su aprecio. Dentro de ésta temática se enmarcan producciones como “Tierras del Sinú “, “Cerro Peralta”, “Al compás de una guitarra”, “Lola la negra” , “Lontananza”, “Buena parranda” y “Abrazo guajiro” .

El sentimiento y vida romancera: Aunque Carlos Huertas no se inclinó mucho a plañir sus sentimientos como muchos compositores del meloso vallenato moderno, no se sustrae, como poeta al fin, de la manifestación de sus suspiros como enamorado, lo que se expresa en temas muy vallenatos como “Mis delirios”, “Porqué”, “Después de pascua”, “Ay mama”, “Clemencia”, “Ojazos bellos” , “Dominguito” , “Lindo vergel”, “La casa”. 

La reflexión filosófica y el cuestionamiento: En algunas composiciones adoptó el tono sentencioso propio de los compositores de amplia experiencia vivencial, capaces de formular leyes para la vida, latigazos de moral a los deshonestos y consejos para los jóvenes. Producto de sus reflexiones sobre el carácter veleidoso de la mujer, surgen paseos como “Qué vaina las mujeres”, “La casa”, “La Biblia”.

Las sustanciales diferencias entre el y su hermano Amilkar le motivaron “Mi hermano y yo”, una profunda reflexión sobre la contradicción existencial y moral entre ellos, entre su vida errante, aventurera y hasta “plebeya” y la sosegada vida de un letrado esclavo del status. Establece así un paralelo entre dos formas distintas de crianza como claves para entender la actitud hacia la vida: una apolónica (su hermano) y otra dionisiaca (la de él ) . En este paseo refleja Carlos Huertas su arraigada condición humana, la sutil ironía y la reflexión filosófica a través de la alegoría:

Mi hermano y yo

Dicen que mi hermano y yo

Llevando la misma tinta

Somos dos cosas distintas

Debe haber una razón

Pues el es doctorado

Y yo soy aventurero

Soy trovador guitarrero

El es un señor letrado



Yo de mi vida sólo hago
Lo posible en la ocasión

En cambio él hace de don

Porque sabe y es pudiente

Somos cosa diferente

Dicen de mi hermano y yo

Somos dos polos opuestos 
El vulgo se encarga de ello 
Dizque yo soy plebeyo

Él , un señor de respeto 
Yo tal comentario acepto

Aunque es tal versión contrita 
Y que sea otro quien repita 
En mi ausencia o mi presencia

Que opuestos hasta en conciencia 
Llevando la misma tinta

Desde el punto zodiacal

Nuestra imparidad se opone

Nos coloca en dos renglones

Por razones desigual

Yo nací frente al mar

El día de San Juan Bautista

O un veinticuatro cualquiera

Esto explica que a manera

Somos dos cosas distintas

Desde que trina la zuira 
Hasta cuando el gallo canta

Lapso en que el cuerpo alcanza 
Descanso y la mente gira

Se enciende la inmensa pira 
De mi alma y sin pasión

Me paso a la conclusión

Que es como ir del oro al cobre 
Él es rico y yo soy pobre


Las guitarras también saben quejarse, ellas añoran las diestras manos que nutrieron de arpegios los más reticentes silencios y tristezas. La parranda seguirá con su ritual dionisiaco, pero un recodo de ausencias reclamará por esa voz ríspida, esa guitarra sentida y la inspiración fecunda. Allá en Fonseca, el aliento de los higuitos y “el rumor del ranchería” entonan unos cantos con sabor a provincia y a vida que Carlos Huertas les enseñó.


lunes, 2 de junio de 2014

JAIRO DIAZGRANADOS "EL LEGENDARIO" FOLCLORISTA´Y VALLENATOLOGO

Por: Oswaldo Gomez Toledo


Los recuerdos, siempre nos trasladan por rutas diferentes a la nostalgia y a la fantasía, sobre todo en nosotros los provincianos sensibles de alma y alegres de corazón; muchas veces, cada día de nuestra vida, deseamos regresar al pasado, es por eso que recreamos en nuestro anecdotario esa libreta mental llamada remembranzas o reminiscencias. Es ahí donde la historia es la fábula de nuestras vidas, porque “La historia es para escribirla y sus hechos, por muy insignificantes que sean, deben ser plasmados, para poder darle realidad al futuro”.

Esto es lo que está haciendo JAIRO DIAZ GRANADOS ACUÑA, quien recopilando todas esas anécdotas de la vida parrandera de nuestra provincia, con sus cantos que forman parte del sentir vallenato, sus tertulias y parrandas, está amontonando con sus anécdotas provincianas, la historia, porque escribir y contar como él lo hace, es formar parte de la bitácora para el futuro de nuestro folclor.

JAIRO DIAZ GRANADOS ACUÑA, ha sido un fiel contador de anécdotas provincianas, de parrandas, compilador de hechos folclóricos, como también de la bohemia, pues heredó de sus ancestros esa forma repentista de decir y manifestar sanamente las experiencias vividas, moldeándolas con manos de alfarero, como hicieron Rafael Escalona, Hernando Marín, Carlos Huertas, Fredy Molina, Leandro Díaz, Alejandro Durán, Luis Enrique Martínez, Julio de la Ossa, Andrés Landero, Lorenzo Morales, Emiliano Zuleta Baquero y Máximo Móvil, con sus composiciones.

Gracias a estas anécdotas, el legendario, como cariñosamente llamamos a JAIRO, se ha convertido en la verdadera enciclopedia del folclor regional, quien como trovero de la historia nuestra, se dedica a transmitir las vivencias de tiempos idos de parranda en parranda y de tertulia en tertulia, lo que han hecho con versos y canciones los grandes juglares de nuestra música vallenata.

Leer detenidamente al Legendario, es alimentar la vida y abrirse fácilmente al goce sano, a las costumbres arraizadas y a la inspiración que puedan terminar siempre en un canto; porque el arte musical y poético a su manera se convierte, sin proponérselo, en “Usted lo sabe, pero no se acuerda”. Es además, un acérrimo cultor del vallenato ortodoxo, con sus raíces del son acompasado, del paseo cadencioso, del merengue rítmico y de una puya amarrada a los arpegios de una cadera vallenata.

Posee, además de su mente prodigiosa, un fonógrafo o tocadiscos y una fonoteca de archivos sonoros (acetatos), allí en su kiosco se escuchan versos, se escuchan cantos de parrandas con guitarras y acordeones y muchas risas. Por cierto, también tiene alma de bombero y en sus entrañas sabor a tierra mojada.