RANCHERIASTEREO

jueves, 27 de junio de 2013

EL VALLENATO NO CANTA SU REALIDAD


Si miramos el pasado de la música vallenata, encontramos que una de sus mayores fortalezas, es la narrativa de su realidad. El relator vallenato no le mentía a su entorno. No traicionaba cada elemento que encontraba y su fantasía era más creíble, lo que le permitió afianzar los personajes y sus hechos, incluso, pasado el tiempo, esa historia musicalizada ayuda a reconstruir pueblos. Esa situación contrasta con lo que está viviendo el vallenato como parte de la industrialización cultural, en donde ese elemento esencial se ha perdido y nos lleva de la mano, a la construcción de una obra centrado en lo amoroso, por demás monotemática, simple, carente en la mayoría de los casos de poesía y con una extralimitación de figuras empalagosas, que le quita toda posibilidad de ser considerada una buena obra artística. En esa nueva postura del creador e intérprete vallenato, han incidido muchos factores que vale la pena comentar: “la aparición del fenómeno del narcotráfico que le robó la inocencia al artista vallenato”.

Esos nuevos ricos afectaron el comportamiento del creador e intérprete vallenato, al moldear el espíritu natural de ese hombre que componía y cantaba al aire libre sin la atadura de lo económico. Sin dejar de lado, que nuestro hombre artista no tenía vínculos con la droga como consumidor o gestora de un nuevo vivir social, es bueno anotar, que ese fenómeno descuaderna la realidad de la gran provincia vallenata y empieza nuestro artista, a dejarse quitar su autonomía relatora y lo que aparece, es una metáfora servilista en donde se encumbra a ese cultivador de alucinógenos y termina el artista nuestro, tanto creador como intérprete, en una total servidumbre. Tan es así, que hacen obras y las ponen con el nombre del mafioso de turno o elevan a las cumbres más altas a un narcotraficante gavilán.

Ese mal pasaje que afecta el mundo del vallenato en todos sus aspectos, dejó como consecuencia a una gran masa artística con serios problemas en el consumo de estupefacientes, lo que ha llevado al derrumbe de muchas figuras de nuestra música vallenata. Con ese tema hay que ponerse serio y es un llamado para que los gobiernos departamentales de la Guajira y Cesar como epicentros del vallenato, lo miren como un problema de salud pública y no con la visión farandulera como siempre lo hacen. Pero si ese tema es delicado, no lo son menos, los que a continuación tienen agarrado del cuello, la mente creadora del compositor e intérprete nuestro. “la constante exaltación al político de turno, quien al llegar a su puesto lo primero que hace, es lograr que lo nombre el artista más exitoso”.

Esta situación ha llevado, a que esos nuevos dirigentes no escatimen esfuerzo alguno, en gastarse lo que está destinado a resolver los problemas sociales de su municipio o departamento, en las caravanas que hacen los artistas en sus lanzamientos o en el pago a los saludos, que terminan siendo más importantes que la canción misma. Esos elementos contaminantes afectan, sin que haya un despropósito para con ninguna de las partes, a la canción, a su creador y a la vez, a su intérprete, quien direcciona que se graba o no. “la nueva condición social de los compositores e intérpretes”.

Este hecho contrasta seriamente, con lo que está pasando en el entorno de la gran provincia vallenata. Esto ha llevado a que la visión del compositor sea distinta. Poco o nada le interesa narrar el problema social, así lo tenga pegado a la nariz. Ya los artistas vallenatos son intocables y se alejan cada día más de su entorno. Sus modernas naves con vidrios polarizados los hacen ver más como traídos de otros planetas que constructores de una música provinciana. No estamos en contra que se mejore socialmente, pero sí, que se desprendan del cordón umbilical que les dio todo. Ya se creen más que la base popular por ir en busca de nuevos mundos, en desconocimiento de la aldea que al final, es el todo. “el surgimiento de nuevas fuerzas oscuras como el paramilitarismo”. Otro de los grandes males que le llegó a la tierra nuestra y que sin lugar a dudas, afecta la creación artística y de qué manera.

Entra de nuevo, nuestra música vallenata al servicio de una fuerza generadora de muerte, que es contraria a la labor del juglar nuestro, que hizo una verdadera cartografía de la vida con su obra y que debe servirnos como base fundamental, para no claudicar en este proceso de consolidación de una música local, que si quiere permanecer en el tiempo con el prestigio que da el buen y sano vivir, tiene que replantear muchas situaciones que no le hacen bien. Es tan malo el accionar, de estos hombres al servicio de la muerte, que ya en nuestra provincia no hay respeto por los mitos y leyendas, estos sucumbieron ante la ley del más fuerte, del que esté armado hasta los dientes e imponga su mandato. Nuestros autores e intérpretes no pueden prestarse para continuar haciendo personajes de alto renombre, a seres cuya condición social está en entredicho y no son, un buen ejemplo para ésta o futura generación, solo porque tienen dinero producto del desalojo y muerte de tantas personas buenas.

El relator vallenato tiene que cantar su realidad y no seguir pasando por encima de los cadáveres de su propia gente y salir cantando como si nada, una copla de amor. Él tiene que romper ese estigma impuesto por el centro de poder, que cada vez que se cante un tema social quien lo hace es “guerrillero”, tamaña mentira que contrasta con la postura narrativa de hombres valerosos del ayer vallenato, que rompieron con el atosigamiento feudal de la gran provincia vallenata para contar su propia realidad. Una muestra de ello lo podemos recoger cuando Luís Enrique Martínez Argote hace más de tres décadas, dijo: “el pueblo está reclamando pan, educación y techo”. Será que ahora es menor el problema frente a estas solicitas expresiones, de un campesino analfabeta que percibió el problema, pero que además, lo cubrió de música y lo dejó como un especial referente, sin que ello, nos lleve a señalarlo como un hombre perteneciente a la izquierda o a determinado grupo armado.

Tiene el creador vallenato la obligación, de romper con el miedo que se les refleja en el rostro y que le impide cantar sus narraciones más llenas de verdad, que de los compromisos comerciales de hacer obras en serie que lo tiene acorralado. Ese sentido narrativo, de la realidad en la tierra nuestra, es el que debemos recuperar y para ello es necesario, “volver al uso del sentido común que hizo grande al vallenato como periódico musical”.

Nuestro compositor e intérprete se dejó engolosinar por los dulces que la industrialización como trampa le puso, a una música local que como la nuestra tiene que sacudirse y no dejarse meter gato por liebre y dejar de pregonar arrogantemente, que somos más que las otras músicas locales de Colombia. No dejemos que las casas disqueras y las editoras, quienes no cumplen con su responsabilidad social frente a la construcción de una masificación musical, en donde se limitaron a tener artistas y creadores de obras para su catálogo, quienes luego de su inhumano uso, los tiran como cualquier valija que no vale nada, continúen con esos contratos que son avalados por agremiaciones como Sayco y Acinpro, en contravía de sus agremiados que claman por un mejor vivir en concordancia con lo creado.

El creador vallenato no está narrando, la verdad de lo que acontece en el escenario de la gran provincia. Es un narrador panfletario que cayó aniquilado, por las burbujas del amor y se pavonea con el éxito, creyéndose más de lo que en verdad es. Es bueno y ante todo sano, que nuestro creador se ponga serio y encuentre en el intérprete, a un verdadero cómplice de su narrativa y no al hombre arrogante, que se cree estar por encima del creador. Tenemos que sacudirnos ante tantos fantasmas que nos rodean. Es necesario tomarnos, por lo menos una vez al día, una cucharadita de humildad para que esa labor que nos puso la vida, no se desvirtué y termine como un mal recuerdo.

Por: *Félix Carrillo Hinojosa

sábado, 22 de junio de 2013

HA PARTIDO A LA ETERNIDAD LEANDRO, SIEMPRE LEANDRO


El maestro vallenato Leandro Díaz falleció este 22 de junio de 2013, en Valledupar, víctima de una infección renal, tenía 85 años. Según la prensa del Caribe, Díaz murió a la 1.30 de la mañana en la Clínica del Cesar. El músico ingresó al centro médico con señales de hipertensión, lo que le empeoró una insuficiencia renal, que padecía de manera crónica.

Leandro Díaz a sus veinte años de edad jamás había escuchado una canción. Lo hizo después de que abandonó el corregimiento Lagunitas de la Sierra, Guajira, donde nació. Bajó de allí con la complicidad de un primo, y así conoció el vallenato. Ese fue el nacimiento de un juglar. Pese a que es ciego de nacimiento compuso más de 200 canciones, con los versos que se ensamblaron en su memoria. Aprendió a tocar la guacharaca y la dulzaina, y pasó de recibir propinas en la calle a convertirse en una celebridad del folclor vallenato con una de sus canciones emblemáticas, Matilde Lina. Hasta hace unos días, una diligencia sencilla le podía tomar hasta cuatro horas por el asedió de sus fanáticos. A sus 83 años, el Festival de la Leyenda Vallenata le hizo un homenaje a un hombre que no volverá a nacer, ni se repetirá en su dinastía.

El juglar definió su llegada a la música como un milagro, porque durante su adolescencia sólo conoció el canto de los pájaros y el bramar del ganado. Pero su destino se lo dejó a una premonición. Sin saber si acertaría, Leandro Díaz le obedeció a la voz que escuchó en un sueño y que le dijo que ya había cumplido su ciclo en la Sierra. Desde ese momento conoció las melodías musicales y la parranda, cambió la lluvia como motivo de su inspiración por las mujeres. Aprendió a parrandear, pero no fue bailador y cantó por primera vez en las orillas del río Tocaimo. Además, se alejó de sus papás y sus más de doce hermanos, que lo discriminaron, porque su condición lo convirtió en un inútil para las tareas de la finca donde creció.
Leandro Díaz recibió de manos del presidente Santos un reconocimiento en la inauguración del Festival Vallenato 2011.
La primera canción que compuso se llama La loba ceniza y lo hizo con sus mejores herramientas: la concentración y la memoria. Allí almacena todas sus letras, versos, composiciones y las voces de las mujeres. Nunca olvida una. Sus canciones vallenatas favoritas son A mi no me consuela nadie, de su autoría y El viejo Miguel de Adolfo Pacheco Anillo.

Desde hace ocho años, Leandro Díaz sólo se vestía de blanco. No tuvo maestros, y no siempre fue vallenato. En sus inicios también interpretó boleros, tangos y rancheras, de allí su canción favorita Allá en el rancho grande. En ocasiones, estas interpretaciones no le trajeron aplausos. La mamá de una vecina lo insultó porque creyó que trataba de conquistar a su hija con las canciones mexicanas.

La canción A mi no me consuela nadie fue una de sus favoritas.

Cuando aseguraba que “el ciego poco se imagina” pareciera que mentía, porque sus letras dicen todo lo contrario. Además, describía el acordeón como un aparato pequeño, con muchas teclas o botones que se oprimen con los dedos. Pero el verdadero significado que tuvo para él es que el instrumento es la vida de un pueblo.


El maestro, muchas veces homenajeado, ya no madrugará más. Solía como todos los días hacer una oración, desayunar café, jugo y arepa con carne y queso. Se ponía uno de sus seis pares de zapatos blancos y no se soltaba del brazo de Ivo, el único de sus hijos que heredó su talento y que prefiere decirle maestro que papá. En ocasiones especiales se visten igual, y con el tiempo él se convirtió en sus oídos, en su interlocutor, porque a Leandro los años le arrebataron de a poco su única inspiración.

Por: KIENYKE

sábado, 15 de junio de 2013

EL DIA QUE JOE ARROYO LE CANTÓ A LA VIRGEN DEL CARMEN


Uno de los mejores álbumes en la historia de la música vallenata es Tierra de Cantores, por varias razones. En primer lugar, casi todos los temas incluidos se convirtieron en grandes éxitos. Como si fuera poco, es quizás el único disco que contiene la primera versión de dos obras ganadoras del concurso de la Canción Inédita del Festival de la Leyenda Vallenata. Y no son de cualquier autor: La Profecía, de Julio Oñate Martínez, ganadora en 1976 y Río Badillo, ese inmortal himno al amor del inmolado Octavio Daza, triunfadora en 1978, año en que se grabó esta producción con la antigua compañía CBS, hoy Sony Music.

También incluye, además de la canción que le da título, de la autoría de Carlos Huertas, Dios no me deja, de Leandro Díaz,  El Gallo Fino, de Edilberto Daza, No me guardes Luto e Inmenso Amor, de Armando Zabaleta, La Querella, de Emiro Zuleta, Emma González, de Poncho Zuleta, e Isabel Martínez, que aparece con el crédito D.R.A. pero que es vox pópuli que la compuso Germán Serna, aunque muchos se la han adjudicado fraudulentamente.

Pero la canción de ese elepé que se ha vuelto un ícono popular es La Virgen del Carmen, preferida de los fieles de esta santa de la Iglesia Católica. Hoy no habrá emisora, picó, bus, caseta, cantina, corraleja, procesión o equipo de sonido casero en toda la Región Caribe, donde no suene a todo volumen.

Lo que muchos ignoran, incluidos muchos locutores y directores de emisoras de música vallenata, es el vínculo del maestro Joe Arroyo con esta grabación, realizada a mediados de 1978 en los Estudios Ingesón, de la carrera 22 entre calles sexta y séptima de Bogotá.

Estar vinculado a esa producción como mánager y presentador del grupo de los Hermanos Zuleta, es uno de los mejores regalos que me ha dado la vida, por muchas cosas que sucedieron, algunas de las cuales no se pueden contar.

Para esa época ya se estilaba que los coros no los grababan los coristas de base de los conjuntos sino que se invitaba a algún cantante exitoso, casi siempre Juan Piña o su hermano Carlos, el saxofonista, quien precisamente había aportado la primera voz en la anterior producción de los Hermanos Zuleta, El Cóndor Legendario. Poncho y Emilianito me ordenaron que llamara a alguno de los dos, que para entonces residían en Medellín y gozaban de gran popularidad con su orquesta La Revelación.

Pero no fue posible contar con ellos porque estaban de gira en Estados Unidos y no alcanzaban a llegar a tiempo para la grabación, por lo cual se me ocurrió, sin consultarles a ellos ni a los directivos de la disquera, llamar a Joe Arroyo, gracias a que Janeth Fuminaya, la esposa de Juan Piña me consiguió su número telefónico.

Primero hablé con Adela, entonces esposa de Joe y al rato él me estaba llamando. Fue muy cordial y acordamos que se le pagarían veinte mil pesos, que serían pagados por nosotros, además de la tarifa de la disquera, que para la época era de unos quinientos pesos por cada canal de voz o de instrumento que se grababa, lo cual sumaría cinco mil quinientos pesos por los once temas del disco.

Le situé el tiquete en Medellín y esa misma noche Joe estaba en Bogotá. Su porte imponente, sus pintas coloridas, su caminar brioso y su afro perfectamente redondeado con el trinche que guardaba en el bolsillo trasero del pantalón, despertaban curiosidad por donde pasaba, en la aún friolenta capital colombiana.

La única habitación del Hotel Niágara, al que llamábamos “Hotel Salchiyuca”, porque todos los días servían lo mismo al desayuno, donde estábamos alojados, que tenía una cama disponible era del maestro Armando Zabaleta, quien había viajado invitado por la disquera, al igual que Octavio Daza. Allí ubiqué a Joe pero después tuve que llevarlo a otra porque al maestro Zabaleta no le cuadraba mucho que el cantante llegara tan tarde, ya que después de las sesiones de grabación se iba de juerga con El Pantera García, el trombonista que había sido su compañero en la orquesta de Fruko y sus Tesos, y con otros músicos de la capital.
El disgusto. Cuando Poncho y Emilianito se enteraron de la presencia de Joe en Bogotá para grabar con nosotros, no ocultaron su disgusto, mejor dicho, me regañaron por esa arbitrariedad que yo había cometido.

“¿Cómo se te ocurre llamar a ese hombre. Está bien que es cipote cantante pero de salsa, Juanka. Se te olvidó que lo que nosotros hacemos es vallenato… va-lle-na-to, entendiste? Tú verás cómo haces pero ese tipo no va a grabar con nosotros, búscate otra primera voz”.

Tuve que recurrir a los buenos oficios de José Sánchez, ingeniero de sonido, Armando Hernández y Jairo Negrete, coristas de base del conjunto y a otros compañeros para convencer a los hermanos Zuleta. Al fin lo aceptaron y el resultado lo conoce y lo disfruta hoy el público: ese sabor único y especial, inevitablemente impregnado de cadencias salseras, en perfecta armonía con la segunda voz de Armando Hernández, veterano exintegrante de Los Corraleros de Majagual.

Al terminar, Poncho y Emiliano fueron los primeros en felicitar a Joe por el trabajo realizado y reconocieron que yo había acertado al llamarlo.Ese coro de Río Badillo con las ‘oes’ prologadas: “Si algún día peleamoooos por algún motivooooo”, o la síncopa presente en Isabel Martínez: “si te pregun…tan por la rutina, diles que esas son co…sas de Chi…che Guerraaaaa” le dieron un toque singular a esa producción. Pero indudablemente el que más se cantará este fin de semana es el coro del merengue de Emilianito, La Virgen del Carmen: “Porque esa virgen divina para mi familia sí representa / el cariño más puro para mi mujer y pa’ toa mi raza”.

Hora de reconocimientos. Otro hecho curioso, que justifica el desconocimiento de este episodio por parte de la mayoría del público, es que lamentablemente no pudimos poner su nombre en los créditos de la contra carátula, debido a que el contrato de exclusividad que lo ataba a Discos Fuentes no le permitía figurar en grabaciones de otras disqueras. Por ello solo aparecen Armando Hernández y Jairo Negrete. Yo, curiosamente, aparezco como Director Escénico, cargo que no existía ni existe en los conjuntos vallenatos.

De todas maneras, no es nada raro que Joe cantara bien el vallenato. A los 15 años, cuando aún se le conocía como Álvaro José Arroyo González,  el maestro Rubén Darío Salcedo le dio su primera oportunidad cantando este género con su conjunto en Sincelejo, antes de ponerlo a cantar música tropical o salsa. Algo que la excesiva ficción de la telenovela sobre su vida, impidió que se le contara al público televidente. Pero no es lo único que el maestro, que hoy se debate entre la vida y la muerte, ha hecho acompañado de un acordeón.

Hace algunos años grabó con Emilianito Zuleta el merengue Yo soy el Folclor, de la autoría de Luís Cujia, obra ganadora del concurso de la Canción
Inédita en el festival de 1998 en Valledupar.

Estoy seguro de que miles de seguidores de Joe Arroyo van a prenderle una vela a la Virgen del Carmen, cantarán el merengue de los hermanos Zuleta  y le orarán para implorarle que le devuelva la salud y la vitalidad. Yo, tengo un paquete listo.

Por Juan Carlos Rueda

Especial para EL HERALDO.

LA IX BATALLA DE SILVESTRE DANGÓND Y ROLANDO OCHOA

Desde el martes 11 Junio en horas de la tarde Cacica Stereo y Rancheriastereo virtual nos presentaron el trabajo musical “La Novena Batalla” de Silvestre Dangond y Rolando Ochoa, una producción que bien vale la pena escuchar, analizar y comentar, toda vez que esta es la agrupación vallenata contemporánea que encabeza los listados de preferencia en la nación.

Lo primero que debemos resaltar es que ha sido excelente la campaña promocional de expectativa por ese trabajo, estuve en la firma de autógrafos en el centro comercial Gran Estación de Bogotá y quedé impresionado por la acogida que tiene Silvestre en la capital, fue realmente impresionante el acto, como estoy seguro será el viernes en el parque La Leyenda de Valledupar, lo cual demuestra Silvestre es el artista de todos los géneros con mayor acogida en el País.

La novena batalla es un trabajo muy bien logrado, tiene música para todos los gustos, inclusive Silvestre logró complacer hasta a quienes pedimos a grito rescatar el vallenato clásico, para ello incluyó La Cosa Sabrosa de Lorenzo Morales y La Varita de San José de Juancho Polo Valencia, pero sin duda el vallenato predominante en el CD es el bailable y con sabrosura, allí encontramos: Los tengo de payasos y La Ciquitrilla ambas de Rolando Ochoa y por supuesto las dos clásicas ya mencionadas, para los amantes de la nueva ola grabaron: Lo ajeno se respeta de Eduardo Fonseca, La traga Loca de Omar Geles y Loco Paranoico de Luis Egurrola; la representación del vallenato romántico la tienen canciones como: Un amor verdadero de Wilfran Castillo, Culpa de los dos de “Tico” Mercado, En este Sitio de Rafael Manjarres y Mi mundo e cartón de Fabian Corrales.

Ahora, si me preguntan cuáles son las cuatro mejores canciones del CD para mi gusto, les tengo: La difunta, Un amor verdadero, En este sitio y mi mundo e cartón, y algo que también debemos abonarle a Silvestre es que le haya grabado a compositores como: Romualdo Brito, Luis Egurrola, Rafael Manjarres y Fabián Corrales, ojalá también pensaran en Rosendo Romero, Sergio Moya Molina, Fernando Meneses, Santander Durán Escalona, entre otros.

Lo que no me gustó del CD es que en él no se haya incluido ningún aire distinto al paseo y que en apartes de algunas canciones Silvestre haya impostado la voz de manera jocosa, eso para algunos puede ser gracioso y refrescante, pero para muchos le resta seriedad al trabajo.


*Por: Jorge Nain Ruíz/El Pilón

miércoles, 5 de junio de 2013

EL NUEVO OSCURANTISMO EN EL VALLENATO


No hay tiempo para nada.
La sociedad se adapta a esa velocidad y así lo hace la cultura y con ella su musica.

El vallenato es un cantar basado en la espontaneidad, la realidad y la ensoñación del hombre de las planicies y zonas ribereñas-lacustres de la Región Caribe colombiana. El 11 de julio de 2010, en el despacho de la Ministra de Cultura y ante el Consejo Nacional del Patrimonio, los departamentos del Cesar, La Guajira y Magdalena presentaron ‘El vallenato’ para la consideración del Consejo como Patrimonio Inmaterial de la Nación, definiéndolo como “un género musical tradicional cantado, nacido de la conjugación de tres expresiones culturales diferentes a partir de los cantos de vaquería de los campesinos y esclavos negros en las épocas de la colonización, la música y expresiones dancísticas de los indígenas nativos y el aporte de los instrumentos musicales europeos, que con la llegada del acordeón se consolidó con la guacharaca, de origen indígena, y con la caja, de origen africano, dando paso a la creación de cuatro aires como son el paseo, el merengue, la puya y el son, que con el paso del tiempo penetraron los altos estratos de la sociedad”.

Su mayor característica de autenticidad está dada por la letra de sus cantos de contenido narrativo y costumbrista, expresadas en un lenguaje elemental, y que, con la llegada de nuevas generaciones con vivencias culturales urbanas, se enriquecieron con contenidos de orden poético romántico.

Que un bien intangible sea considerado Patrimonio equivale a nombrarlo tesoro. Los tesoros inmateriales, anteriormente conocidos como ‘Obras Maestras de la Tradición Oral’, son un elaborado producto de los tiempos dentro de una matriz cultural singular e irrepetible. Por razones propias y previsibles del movimiento perpetuo de esas matrices culturales, la ‘fuerza’ que generan los tesoros de la Tradición Oral tiende a disiparse y finalmente a perderse con el paso del tiempo y la influencia constante de la modernidad con todas sus contracorrientes culturales. Estas últimas no son sino la versión contemporánea y feroz de las mismas corrientes que a su vez crearon el fenómeno o elemento desde sus inicios, hasta adquirir la forma y el contenido conocidos. El vallenato no nació como lo cantó el viejo Emiliano Zuleta o como lo tocó Luis Enrique Martínez, muchas cosas fueron mutando hasta establecer una ‘forma’ por muchos apreciada, que no requiere exhaustivas explicaciones, y menos para las comunidades involucradas en su gestación y desarrollo. Es ese el saber no sabido, no aprendido que es la marca registrada de ‘La cultura’, de cualquier cultura.

Los movimientos y cambios que con el tiempo fueron decantando sonidos, ritmos y saberes contaron con la aceptación popular espontánea para dar origen a esta hermosa musicalidad que nos convoca. Fueron perdurando los elementos y las formas que el pueblo mismo fue seleccionando dentro de sus preferencias, y las preferencias a su vez generando estilos, y los estilos a su vez determinaron escuelas, y así hasta obtener esta hermosa acuarela de versos y melodías, rutinas y rebrujes que constituyen al vallenato. Lo que no iba gustando se iba perdiendo y luego olvidando, pero todo fue un producto de lo que el pueblo-pueblo a través de su fascinación estética logró escoger como su música representativa.

Al iniciar el influjo mediático, su trepidante accionar sobre las masas, algo que se vuelve brutal desde mediados de los 80 hasta nuestros días, ya no es el pueblo quien escoge lo que debe perdurar dentro de su tradición sino los medios, que con su repetición y la estrategia pre-concebida de determinados clisés melódico-literarios, impactan el inconsciente colectivo y por ende el gusto popular; son ellos quienes dominan el panorama. Nadie puede ‘triunfar’ sin pasar por su filtro, y quienes fabrican la zaranda no necesariamente acreditan conocimiento o ascendientes dentro de la historia de nuestro canto vernáculo.

Las comunidades van adoptando los nuevos cantares a medida que la música se va pareciendo cada día más a sus propio estilo de vida: fácil, rápida, ligera, sin compromisos. No hay tiempo para nada, ni para dialogar, ni para contemplar la naturaleza ni para elaborar un romance. La sociedad se adapta a esa velocidad y así lo hace la cultura y con ella su música. ¿Tenemos entonces, por nuestro propio desdén espiritual, la música que nos merecemos?

Creo firmemente que a todo nivel vivimos una época de ‘nuevo oscurantismo’ que desecha la profundidad, la contemplación y el análisis por lo práctico, sintético e inmediato; son vacíos y clonados los cantos populares, como precarias y calcadas de Internet las tareas y trabajos escolares. Se está gestando una nueva sociedad de discapacitados espirituales en favor de hombres pragmáticos y parcos que no encuentran en el lenguaje del arte y la poesía un medio de elevación de la estética existencial. Y este fenómeno cultural-musical no fue exclusivo del vallenato: afectó por igual y en la misma corriente contemporánea la salsa y el merengue dominicano, ambos convertidos en una plataforma bailable de las baladas de los 80 y 90.

La nueva música de estos 25 años de influjo mediático convirtió el vallenato-folclor en vallenato-género, y por ser género, como el rock, la salsa, el jazz, todo le cabe. Su adaptabilidad al momento social, su energía contagiosa, su musicalidad sencilla pero bonita, su función testimonial, lo hacen apetecido y apetecible por donde quiera que transita en las nuevas versiones. Una de ellas se desconecta de la realidad ancestral de la relación hombre-mujer y propone una inversión de los roles, en donde el hombre es victimizado por un ejército irregular de mujeres infieles y desagradecidas, transformando al romanticismo –lírico, pero viril– en un discurso plañidero y genuflexo, propio de Corín Tellado, con sus respectivas excepciones. Otra variante del vallenato-género concentra su esfuerzo lírico-musical en el bailador; este nuevo danzante vallenato, alejado de la cadencia del desplazamiento gentil, sabrosón y ‘jamaqueao’ con los pies en la tierra (herencia de la cumbia) y del contacto cercano del cuerpo de la pareja, es montado en frenesí por la música que tiene un ritmo y cortes de percusión con baterías, que en determinadas ocasiones obligan a los danzantes a bailar sueltos y, por qué no, a saltar.

Ambas variantes modernas del Canto Tradicional son las responsables de esa inmensa fiebre nacional e internacional del vallenato, más ninguna de ellas transmite la esencia con la cual fue gestada su música mentora.

¿Qué pasó? ¿Se acabaron quienes son capaces de ser consecuentes con su entorno y expresarse en cantos que hablen de su acontecer y de su realidad? ¿Perdieron la habilidad de ver el paisaje y encontrar en él los símiles para concretar una idea poética?

No, allí están y son los mismos que alimentan al animal hambriento que es el vallenato moderno. Esa habilidad del verso y la melodía, de soñar despiertos y cantar volando entre nubes sigue estando entre los autores, no la han perdido, aunque ahora estén trabajando para otro propósito. Solo que ni ellos ni los intérpretes están dispuestos a morirse de hambre atrás de la edificación del folclor. Es tanta la influencia de las corrientes que dan origen a esta nueva música que ya ni pa’ tras van a mirar. Si Santander Durán Escalona se presentara hoy ante el Jilguero de América, Jorge Oñate, con una obra de las características de Las Bananeras, obra esta que fuese grabada por él mismo con el conjunto de los Hermanos López, no tendría chance de ser parte del repertorio del aún vigente Ruiseñor del Cesar. Lo mismo le ocurriría a Julio Oñate Martínez en el 2011, quien no habría sido escogido para ser parte de un CD de Poncho Zuleta con una obra musical ecológica monumental y cada vez más cierta como La profecía.

Solo quedan los festivales de música vallenata, y eso, algunos de ellos, para tratar de dejar ‘algo’ en el pensamiento de las gentes con canciones que le apuesten a la estética existencial y a la memoria de los pueblos.

Allí sigue lo que nos queda de ADN. Enfriar un poco las aguas para que el iceberg del folclor no se derrita a este ritmo tan acelerado es una tarea más que difícil. Hay que ver de qué manera congelamos para los tiempos la memoria de octogenarios que aún recuerdan versos nunca escritos, que llegaron de boca en boca a través de las generaciones. En eso trabaja actualmente el Ministerio de Cultura, asesorado por las organizaciones que integran el Cluster de la Música y la Cultura Vallenata –CMCV– en el desarrollo de un Plan Especial de Salvaguarda junto a las comunidades que generan el elemento, para que los tataranietos de Toño Salas y Eusebio Ayala conozcan su pasado genético-musical, en el intento de reactivar en ellos esta manera de ‘contar la vida cantando’ que es el vallenato y por eso aquí les van mis versos:

Mi sueño es ver la redención de lo que aquí brilló algún día,
Hermosos versos, melodías, que dieron vida a un acordeón,
Que vuelva a ser inspiración nuestro paisaje en lozanía,
Un vallenato de agonía, no es vallenato ni es folclor,
Esos llanticos de hoy en día déjenselos a Jorge Barón
Y si Usted comparte esta visión lo invito ya a mi cofradía.

Esto es más o menos como un intento de explicar el tema de lo que significa el vallenato moderno ante el vallenato tradicional, y si estas nuevas variantes representan una evolución o por el contrario, una distorsión, dentro de lo que debe proyectar la música popular como elemento de la cultura de una región. Aclaro que soy médico, no soy estudioso ni folclorista ni vallenatólogo, solo un parrandero sensible.



Por Adrián Pablo Villamizar

lunes, 3 de junio de 2013

HECTOR ARTURO ZULETA DÍAZ EL DIFUNTO TROVADOR

El 29 de septiembre de 1960 nació en Villanueva un niño al que le llamaron HÉCTOR ARTURO ZULETA DÍAZ, pocos días después de las fiestas patronales de santo Tomás, patrono de este, nuestro querido y amado terruño, Municipio ubicado al sur este del Departamento de La Guajira en las estribaciones de la serranía del Perijá, vigilado por el imponente “Cerro Pintao”, en el modesto hogar de Emiliano Zuleta Baquero “El viejo Mile” y Carmen Pureza Díaz, el cual se llenó de gloria, alegría y regocijo, como ocurrió también con el nacimiento de María, Emiliano Alcides; Tomás Alfonso, Fabio; Carmen Emilia, Mario y Carmen Sara.

Nace con el lustre de la más grande estrella que da luz a nuestro folklor vallenato, con los genes impregnados de la herencia musical de su padre, Emiliano Zuleta Baquero, su tío “Toño” salas y sus hermanos Tomás Alfonso, ”Poncho”, Emilianito, Fabio y Mario (Q.E.P.D), y no podía faltar el aporte dinástico de su abuela Sara Baquero “La Vieja Sara”.

El trasegar de su niñez transcurrió entre la escuela, la finca veraniega de sus padres en la Sierra Montaña, y el barrio Cafetal, donde nació, luego se traslada con la familia a la ciudad de Valledupar, años más tarde vuelve a terminar su primaria al internado del Colegio Santo Tomás de Rafael Antonio Amaya (Q.E.P.D), y después se va a Bogotá a continuar sus estudios secundarios. Su mundo juvenil fue efímero pero productivo, aún así alcanza una madurez temprana, pero llena de inocencia.


Antes de empezar su vida musical como acordeonero, interviene como cajero en el grupo de su hermano Mario, a quien acompaña por corto tiempo e interviene en su primera grabación; posteriormente integra a la agrupación de Oscar Negrete y Alberto Ariño, como encargado de la tumbadora. El aprendizaje sigue su marcha y se vincula luego al grupo artístico que dirigen el V Rey vallenato, Miguel López, y el cantante Gustavo Bula, quienes además llevan al acetato algunos cantos; Su insistencia por aprender el oficio de músico lo llevó a sacarle melodía a toda clase de instrumentos, pues era consciente de su capacidad; por ello era un polifacético en el arte musical, aprendió a tocar el acordeón con reconocida versatilidad y con una dinámica moderna que llevó un aire nuevo al tradicional estilo vallenato escuchado en los diferentes medios de comunicación de la región.

Héctor hace sus primeros pininos en el acordeón en Bogotá entre los años 1.977 y 1.978, tocando en tabernas como noches vallenatas y la casa de los Zuleta y tenía como cantantes a Robinson Damián (villanuevero) y a Reinaldo “el rey” Hinojoza; época está en que estudiaba en el colegio Gimnasio Interandino de Bogotá.

Héctor llega por primera vez al acetato por sus propios medios con la unión exitosa del cantante Araníes Díaz con quien cosechó muchos éxitos, se convierta además, en un manantial de versos y canciones de todos los estilos en los diferentes aires musicales representativos de nuestro folklor vallenato, lo que fue aprovechado por los grandes cantautores de nuestra música vernácula.

Su personalidad y alegría desbordantes se destacaban en los sitios que visitaba y su carisma contagiaba a todas las personas que se acercaban para manosearlo, saludarlo o expresarle su admiración, un ejemplo vivido de ello en la famosa K-Z Matecaña de Villanueva en unos carnavales donde se bajó de la tarima con su acordeón al pecho a bailar y a disfrutar con la gente que lo aplaudía.

Era un intérprete versátil del acordeón, lo que aprendió de su hermano mayor Emiliano Alcides, a quien rindió todos los honores como su inspirador. Optó por su estilo propio, fino, de digitalización ágil, gran capacidad creativa y atributos excepcionales para los arreglos, sin perder en ningún momento la autenticidad folclórica.


Finalmente el 8 de agosto de 1.982, Héctor pierde la vida en circunstancias extrañas a los 22 años de edad en la ciudad de Valledupar; quedando de luto el folklor vallenato con la pérdida de uno de sus más grandes baluartes, sin que el tiempo demostrara que hoy por hoy, nadie ha superado a Héctor, nadie ha tenido el talento del difunto trovador

Por: Harold Pavajeau.