El 29 de
septiembre de 1960 nació en Villanueva un niño al que le llamaron HÉCTOR ARTURO
ZULETA DÍAZ, pocos días después de las fiestas patronales de santo Tomás,
patrono de este, nuestro querido y amado terruño, Municipio ubicado al sur este
del Departamento de La Guajira en las estribaciones de la serranía del Perijá,
vigilado por el imponente “Cerro Pintao”, en el modesto hogar de Emiliano
Zuleta Baquero “El viejo Mile” y Carmen Pureza Díaz, el cual se llenó de
gloria, alegría y regocijo, como ocurrió también con el nacimiento de María,
Emiliano Alcides; Tomás Alfonso, Fabio; Carmen Emilia, Mario y Carmen Sara.
Nace con el
lustre de la más grande estrella que da luz a nuestro folklor vallenato, con
los genes impregnados de la herencia musical de su padre, Emiliano Zuleta
Baquero, su tío “Toño” salas y sus hermanos Tomás Alfonso, ”Poncho”,
Emilianito, Fabio y Mario (Q.E.P.D), y no podía faltar el aporte dinástico de
su abuela Sara Baquero “La Vieja Sara”.
El trasegar
de su niñez transcurrió entre la escuela, la finca veraniega de sus padres en
la Sierra Montaña, y el barrio Cafetal, donde nació, luego se traslada con la
familia a la ciudad de Valledupar, años más tarde vuelve a terminar su primaria
al internado del Colegio Santo Tomás de Rafael Antonio Amaya (Q.E.P.D), y
después se va a Bogotá a continuar sus estudios secundarios. Su mundo juvenil
fue efímero pero productivo, aún así alcanza una madurez temprana, pero llena
de inocencia.
Antes de
empezar su vida musical como acordeonero, interviene como cajero en el grupo de
su hermano Mario, a quien acompaña por corto tiempo e interviene en su primera
grabación; posteriormente integra a la agrupación de Oscar Negrete y Alberto
Ariño, como encargado de la tumbadora. El aprendizaje sigue su marcha y se vincula
luego al grupo artístico que dirigen el V Rey vallenato, Miguel López, y el
cantante Gustavo Bula, quienes además llevan al acetato algunos cantos; Su
insistencia por aprender el oficio de músico lo llevó a sacarle melodía a toda
clase de instrumentos, pues era consciente de su capacidad; por ello era un
polifacético en el arte musical, aprendió a tocar el acordeón con reconocida
versatilidad y con una dinámica moderna que llevó un aire nuevo al tradicional
estilo vallenato escuchado en los diferentes medios de comunicación de la
región.
Héctor hace
sus primeros pininos en el acordeón en Bogotá entre los años 1.977 y 1.978,
tocando en tabernas como noches vallenatas y la casa de los Zuleta y tenía como
cantantes a Robinson Damián (villanuevero) y a Reinaldo “el rey” Hinojoza;
época está en que estudiaba en el colegio Gimnasio Interandino de Bogotá.
Héctor llega
por primera vez al acetato por sus propios medios con la unión exitosa del
cantante Araníes Díaz con quien cosechó muchos éxitos, se convierta además, en
un manantial de versos y canciones de todos los estilos en los diferentes aires
musicales representativos de nuestro folklor vallenato, lo que fue aprovechado
por los grandes cantautores de nuestra música vernácula.
Su
personalidad y alegría desbordantes se destacaban en los sitios que visitaba y
su carisma contagiaba a todas las personas que se acercaban para manosearlo,
saludarlo o expresarle su admiración, un ejemplo vivido de ello en la famosa
K-Z Matecaña de Villanueva en unos carnavales donde se bajó de la tarima con su
acordeón al pecho a bailar y a disfrutar con la gente que lo aplaudía.
Era un
intérprete versátil del acordeón, lo que aprendió de su hermano mayor Emiliano
Alcides, a quien rindió todos los honores como su inspirador. Optó por su
estilo propio, fino, de digitalización ágil, gran capacidad creativa y
atributos excepcionales para los arreglos, sin perder en ningún momento la
autenticidad folclórica.
Finalmente
el 8 de agosto de 1.982, Héctor pierde la vida en circunstancias extrañas a los
22 años de edad en la ciudad de Valledupar; quedando de luto el folklor
vallenato con la pérdida de uno de sus más grandes baluartes, sin que el tiempo
demostrara que hoy por hoy, nadie ha superado a Héctor, nadie ha tenido el
talento del difunto trovador
Por: Harold
Pavajeau.
No hay comentarios:
Publicar un comentario