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lunes, 26 de agosto de 2013

EMILIANITO ZULETA DÍAZ: PROTAGONISTA Y CANTOR DE LA GESTA VALLENATA

Por ARIEL CASTILLO MIER

El nombre de Emilianito Zuleta Díaz suele asociarse de manera casi mecánica con una institución musical: la llamada ‘Universidad del Vallenato’, la dinastía de los Hermanos Zuleta. Dentro de ese binomio, al lado de la voz de su hermano Poncho, ‘pulmón de oro’, están las manos mágicas de Emilianito, quien transformó la historia de la ejecución del acordeón, tras las revoluciones de Luis Enrique Martínez, creador del estilo moderno, en el que el acordeón deja de ser simple acompañante de la letra y se vuelve protagonista de la canción, a través de florituras difíciles que pasan de una hilera a otra, y de Alfredo Gutiérrez, que vistió de esmoquin la música de acordeón para que accediera a otros escenarios más allá de las fincas y de la colita del patio de los patrones.

Con Emilianito Zuleta Díaz, “el músico vallenato de mayor creatividad”, según el acordeonero Israel Romero, surge, de acuerdo con el compositor e investigador Julio César Oñate Martínez, una escuela nueva en el vallenato, que se caracteriza por “las pausas, los reposos previos al lucimiento del acordeonero con su caudal de variaciones y lujos” y en la que figuran reyes tanto vallenatos como sabaneros como Rafael Salas, Beto Villa, Julio Rojas, Freddy Sierra y Felipe Paternina, entre otros.

A partir de Emilianito, la ejecución del acordeón en el vallenato es otra: en adelante, los dedos que antes se atropellaban como potros desbocados por las hileras de la lira alemana, ahora se detienen y respiran y emprenden un raudo periplo en picada por el teclado, sin perder la armonía. Hoy por hoy, cuando se vive en el vallenato el comienzo de una nueva etapa de cambios liderados por la sombra inmortal de Juancho Rois y la inventiva interminable de Omar Geles, Emilianito es un clásico, un punto de referencia insoslayable y de respeto.

No obstante, hay un aspecto en la trayectoria artística de Emiliano Alcides Zuleta Díaz, ‘el gago de oro’, su obra como compositor, prácticamente ignorado, pese a ser el único Rey de Reyes de la Canción Inédita en el Festival de la Leyenda Vallenata. Emilianito Zuleta es, para decirlo de una buena vez, uno de los mejores compositores vivos de la música vallenata, al lado de sus maestros
Emiliano Zuleta Baquero, Rafael Escalona, Calixto Ochoa y Leandro Díaz, y de sus contemporáneos Adolfo Pacheco y Camilo Namén, entre otros.

A diferencia de sus maestros y modelos, a quienes les ha grabado de manera ininterrumpida a lo largo de treinta y cinco años, Emilianito, “sin salirse de la calle”, alcanza una complejidad mayor: su palabra, que no se aparta del todo de ciertas fórmulas de la tradición, incorpora de manera equilibrada, sin rebuscamientos aparatosos ni refinamientos ridículos, un lenguaje acorde con su formación universitaria. En un contraste con cualquier compositor actual, se destaca, al rompe, la versatilidad de su lira de numerosas cuerdas frente a la monocorde y quejumbrosa de hoy, reducida a los amores infelices y despechados, coronados de frondosos cuernos que se exhiben perfumados y brillantes, incluso con cierta satisfacción y orgullo consentidos. Para no mencionar la autenticidad y la calidad de las letras de Emiliano, nacidas del respeto por la palabra composiciones grabadas de 1968 a nuestros días, hecho que contrasta con la prolífica producción de muchos de sus contemporáneos o de sus colegas, “El acordeonista de hoy a la luz de tres genios”

En este interesante testimonio acerca de su formación musical, Israel destaca, con la autoridad que le confiere la ejecutoria del acordeón, la significación histórica de Luis Enrique Martínez, Alfredo Gutiérrez y Emilianito Zuleta Díaz. Hoy, que pasan del centenar de canciones –algunos impúdicamente se acercan o pasan del millar–, y ya no parece que componen, sino que ponen cantos.


Un estudio comparativo de las letras de Emilianito Zuleta con las de sus predecesores y contemporáneos podría no solo revelarnos la singularidad de este compositor villanuevero, sino el sitial de honor que se merece en la galería de los mejores compositores del vallenato. Ante la imposibilidad de desarrollar en breves páginas semejante estudio, nos limitaremos a esbozar algunos de los rasgos que le confieren no solo un perfil al universo verbal y musical de las composiciones de Emilianito Zuleta Díaz, tan nítido que basta con la introducción musical o unos cuantos versos para identificar, sin riesgo de error, una composición suya. ¿Cuántos compositores nuevos resistirían esta prueba de la originalidad y el derecho a un puesto de privilegio en el mundo historial de la música vallenata?

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miércoles, 7 de agosto de 2013

FESTIVAL CUNA DE ACORDEONES


El próximo mes de Septiembre sonarán nuevamente los acordeones, cajas, guacharacas, guitarras y los cantos vallenatos que engalanarán a la tierra de ensueño, que año tras año realiza el gran evento, simbolizando su esencia natural, esa misma que la caracteriza como la gran madre del talento vallenato.

Villanueva, la tierra de las dinastías del folclor, se prepara para realizar una nueva edición, esta vez la 35º del Festival Cuna de Acordeones, que como cada decenio realiza el concurso Rey de Reyes.

Los acordeoneros, verseadores y compositores ganadores de ediciones anteriores se darán cita este año para en franca lid para llevarse el honor de ser el mejor de la década y coronarse como Reyes de Reyes en el cuna de acordeones.

La versión 2013 del Festival Cuna de Acordeones será en homenaje a uno de los grandes exponentes de nuestra música, el artista más internacional y con mayor representatividad en el mundo. Por todo lo cosechado en su vida musical Jorge Celedón, otro ilustre hijo de las grandes dinastías villanueveras, conocido en su pueblo natal como “songo”, recibirá el reconocimiento del público asistente por ser el gran exponente del folclor vallenato y del gran talento que desde Villanueva se ha dado a conocer a Colombia y al mundo.


Villanueva los espera del 19 al 22 de septiembre de 2013 para que con  cantos y melodías de los paseos, sones, merengues, puyas y romanzas vallenatas, nuestro folclor se dé cita en la cuna de los grandes exponentes de la música vallenata.

martes, 6 de agosto de 2013

LA OREJA DE JUANCHO POLO VALENCIA


Por: JULIO OÑATE MARTÍNEZ

Esta es una historia, que tal vez, la mayoria de seguidores del folclor desconocen, sobre el reconocido Juancho Polo Valencia, el cual vivió durante la época de la bonanza bananera, donde él con su acordeón animaba las famosas ‘quincenas de la zona’.

Durante la bonanza del oro verde que vivió la zona bananera en las primeras décadas del siglo anterior, era ésta la región que imantaba la atención de músicos, aventureros, obreros y campesinos de todo palambre que hasta allí se desplazaban desde los confines de nuestro litoral e incluyendo los pueblos de la Gran Provincia de Padilla.

En estos años dorados del banano, la generosidad del cultivo le permitía a la United Fruit Company brindar una halagadora remuneración a todo aquel que supiera blandir una chambelona a la hora de la zafra.

El billete traqueaba a la par del dólar y existen evidencias de aquellas lujuriosas noches de cumbiamba en que las espermas al extinguirse eran reemplazadas por fajos de billetes ardiendo que cualquier borracho le ofrecía a una voluptuosa hembra de caderas insolentes.

La compañía pagaba cada 15 días y fueron muy famosas ‘las quincenas de la zona’, un tipo de jolgorio a todo nivel, donde siempre de la mano, el ron, las damiselas y la plata, se derrochaban a placer.

Uno de los grandes animadores de aquellas quincenas macondianas fue el maestro Lorenzo Morales durante el par de años, que allí en la zona estirando el fuelle del ‘guacamayo’, dejó la huella de su maestría musical que hasta nuestros días ha perdurado.

‘La compañía’ como todos llamaban a la United Fruit, tenía esplendidos comisariatos diseminados en todas las áreas de cultivo y sus trabajadores poseían un carnet para retirar con ellos víveres y abarrotes, cuyo valor era descontado al momento de la paga.

Los precios estaban por debajo de las tiendas secundarias o particulares las cuales hacían su agosto entre los obreros al cambiarles el cupo del carnet por físico ron y revendiendo entonces los productos adquiridos a través del leonino cambalache.

Por otra parte ‘la compañía’ manejaba una importante explotación ganadera en tierras aledañas que tenían la limitación del riego, con el fin de abastecer la demanda de carne de los empleados y a la vez aprovechar el rechazo del banano y los desechos de la plantación en la ceba de novillos que nunca bajaron de 10 mil según algunos mayores que vivieron aquella época.


Juancho Polo Valencia fue otro de los acordeoneros que merodearon por la zona en la década del 40 y era muy frecuente verlo en Arácataca, donde vivía ‘La niña Mane’, una de las musas inspiradora de sus cantos.

Cualquier noche de quincena en la cercana vereda El Cauca, equidistante entre ‘Cataca’ y El Retén, animaba Juancho Polo una parranda para un grupo de admiradores, la mayoría vaqueros en los hatos de la compañía. Un ‘latoso’ de los que nunca faltan en una ‘bebeta’, término fajándose a las trompadas con Polo Valencia, que era hombre quisquilloso y de muy pocas pulgas.

Juancho tenía una derecha demoledora, pero el ‘latoso’ le salió ‘buen gallo’ con la zurda y en un intercambio de puños, mordisco y ‘patá’, rodaron abrazados por el suelo y el fulano de una feroz dentellada le cerceno un pedazo de la oreja derecha, tragándosela en actitud desafiante.

El juglar, bañado en sangre, aullaba de dolor y el grupo de vaqueros enfurecidos enlazaron al aprendiz de caníbal, arrastrándolo con las bestias por todo el vecindario hasta causarle la muerte, para luego fugarse en la oscuridad de la noche.

Valencia agarró el acordeón y fue a parar a la carrera hasta San ángel, refugiándose en la finca de su amigo ‘El Mono’ Meza durante una larga temporada, hasta que las cosas se aclararon y arreglaron.

A partir de entonces Juancho comenzó a usar el sombrero siempre ladeado hacia la derecha ocultando así el ‘boquete’ en su auricular, lo que lo mortificó y acomplejó, por el resto de su vida.

En el ocaso de su carrera, ya olvidado y despreciado por la gente del pueblo a quien tanto alegró, los muchachos traviesos allá en Fundación, se mofaban de él al tumbarle una estrambótica gorra con orejeras que usó en sus últimos días a falta de un buen sombrero vueltiao con el que siempre se distinguió en su época de gloria.