Por: JULIO OÑATE MARTÍNEZ
Esta es una historia, que tal vez, la mayoria de
seguidores del folclor desconocen, sobre el reconocido Juancho Polo Valencia,
el cual vivió durante la época de la bonanza bananera, donde él con su acordeón
animaba las famosas ‘quincenas de la zona’.
Durante la bonanza del oro verde que vivió la zona
bananera en las primeras décadas del siglo anterior, era ésta la región que
imantaba la atención de músicos, aventureros, obreros y campesinos de todo
palambre que hasta allí se desplazaban desde los confines de nuestro litoral e
incluyendo los pueblos de la Gran Provincia de Padilla.
En estos años dorados del banano, la generosidad
del cultivo le permitía a la United Fruit Company brindar una halagadora
remuneración a todo aquel que supiera blandir una chambelona a la hora de la
zafra.
El billete traqueaba a la par del dólar y existen
evidencias de aquellas lujuriosas noches de cumbiamba en que las espermas al
extinguirse eran reemplazadas por fajos de billetes ardiendo que cualquier
borracho le ofrecía a una voluptuosa hembra de caderas insolentes.
La compañía pagaba cada 15 días y fueron muy
famosas ‘las quincenas de la zona’, un tipo de jolgorio a todo nivel, donde
siempre de la mano, el ron, las damiselas y la plata, se derrochaban a placer.
Uno de los grandes animadores de aquellas quincenas
macondianas fue el maestro Lorenzo Morales durante el par de años, que allí en
la zona estirando el fuelle del ‘guacamayo’, dejó la huella de su maestría
musical que hasta nuestros días ha perdurado.
‘La compañía’ como todos llamaban a la United
Fruit, tenía esplendidos comisariatos diseminados en todas las áreas de cultivo
y sus trabajadores poseían un carnet para retirar con ellos víveres y
abarrotes, cuyo valor era descontado al momento de la paga.
Los precios estaban por debajo de las tiendas
secundarias o particulares las cuales hacían su agosto entre los obreros al
cambiarles el cupo del carnet por físico ron y revendiendo entonces los
productos adquiridos a través del leonino cambalache.
Por otra parte ‘la compañía’ manejaba una
importante explotación ganadera en tierras aledañas que tenían la limitación
del riego, con el fin de abastecer la demanda de carne de los empleados y a la
vez aprovechar el rechazo del banano y los desechos de la plantación en la ceba
de novillos que nunca bajaron de 10 mil según algunos mayores que vivieron
aquella época.
Juancho Polo Valencia fue otro de los
acordeoneros que merodearon por la zona en la década del 40 y era muy frecuente
verlo en Arácataca, donde vivía ‘La niña Mane’, una de las musas inspiradora de
sus cantos.
Cualquier noche de quincena en la cercana vereda El
Cauca, equidistante entre ‘Cataca’ y El Retén, animaba Juancho Polo una
parranda para un grupo de admiradores, la mayoría vaqueros en los hatos de la
compañía. Un ‘latoso’ de los que nunca faltan en una ‘bebeta’, término
fajándose a las trompadas con Polo Valencia, que era hombre quisquilloso y de
muy pocas pulgas.
Juancho tenía una derecha demoledora, pero el
‘latoso’ le salió ‘buen gallo’ con la zurda y en un intercambio de puños,
mordisco y ‘patá’, rodaron abrazados por el suelo y el fulano de una feroz
dentellada le cerceno un pedazo de la oreja derecha, tragándosela en actitud
desafiante.
El juglar, bañado en sangre, aullaba de dolor y el
grupo de vaqueros enfurecidos enlazaron al aprendiz de caníbal, arrastrándolo
con las bestias por todo el vecindario hasta causarle la muerte, para luego
fugarse en la oscuridad de la noche.
Valencia agarró el acordeón y fue a parar a la
carrera hasta San ángel, refugiándose en la finca de su amigo ‘El Mono’ Meza
durante una larga temporada, hasta que las cosas se aclararon y arreglaron.
A partir de entonces Juancho comenzó a usar el
sombrero siempre ladeado hacia la derecha ocultando así el ‘boquete’ en su
auricular, lo que lo mortificó y acomplejó, por el resto de su vida.
En el ocaso de su carrera, ya olvidado y
despreciado por la gente del pueblo a quien tanto alegró, los muchachos
traviesos allá en Fundación, se mofaban de él al tumbarle una estrambótica
gorra con orejeras que usó en sus últimos días a falta de un buen sombrero
vueltiao con el que siempre se distinguió en su época de gloria.
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