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martes, 6 de agosto de 2013

LA OREJA DE JUANCHO POLO VALENCIA


Por: JULIO OÑATE MARTÍNEZ

Esta es una historia, que tal vez, la mayoria de seguidores del folclor desconocen, sobre el reconocido Juancho Polo Valencia, el cual vivió durante la época de la bonanza bananera, donde él con su acordeón animaba las famosas ‘quincenas de la zona’.

Durante la bonanza del oro verde que vivió la zona bananera en las primeras décadas del siglo anterior, era ésta la región que imantaba la atención de músicos, aventureros, obreros y campesinos de todo palambre que hasta allí se desplazaban desde los confines de nuestro litoral e incluyendo los pueblos de la Gran Provincia de Padilla.

En estos años dorados del banano, la generosidad del cultivo le permitía a la United Fruit Company brindar una halagadora remuneración a todo aquel que supiera blandir una chambelona a la hora de la zafra.

El billete traqueaba a la par del dólar y existen evidencias de aquellas lujuriosas noches de cumbiamba en que las espermas al extinguirse eran reemplazadas por fajos de billetes ardiendo que cualquier borracho le ofrecía a una voluptuosa hembra de caderas insolentes.

La compañía pagaba cada 15 días y fueron muy famosas ‘las quincenas de la zona’, un tipo de jolgorio a todo nivel, donde siempre de la mano, el ron, las damiselas y la plata, se derrochaban a placer.

Uno de los grandes animadores de aquellas quincenas macondianas fue el maestro Lorenzo Morales durante el par de años, que allí en la zona estirando el fuelle del ‘guacamayo’, dejó la huella de su maestría musical que hasta nuestros días ha perdurado.

‘La compañía’ como todos llamaban a la United Fruit, tenía esplendidos comisariatos diseminados en todas las áreas de cultivo y sus trabajadores poseían un carnet para retirar con ellos víveres y abarrotes, cuyo valor era descontado al momento de la paga.

Los precios estaban por debajo de las tiendas secundarias o particulares las cuales hacían su agosto entre los obreros al cambiarles el cupo del carnet por físico ron y revendiendo entonces los productos adquiridos a través del leonino cambalache.

Por otra parte ‘la compañía’ manejaba una importante explotación ganadera en tierras aledañas que tenían la limitación del riego, con el fin de abastecer la demanda de carne de los empleados y a la vez aprovechar el rechazo del banano y los desechos de la plantación en la ceba de novillos que nunca bajaron de 10 mil según algunos mayores que vivieron aquella época.


Juancho Polo Valencia fue otro de los acordeoneros que merodearon por la zona en la década del 40 y era muy frecuente verlo en Arácataca, donde vivía ‘La niña Mane’, una de las musas inspiradora de sus cantos.

Cualquier noche de quincena en la cercana vereda El Cauca, equidistante entre ‘Cataca’ y El Retén, animaba Juancho Polo una parranda para un grupo de admiradores, la mayoría vaqueros en los hatos de la compañía. Un ‘latoso’ de los que nunca faltan en una ‘bebeta’, término fajándose a las trompadas con Polo Valencia, que era hombre quisquilloso y de muy pocas pulgas.

Juancho tenía una derecha demoledora, pero el ‘latoso’ le salió ‘buen gallo’ con la zurda y en un intercambio de puños, mordisco y ‘patá’, rodaron abrazados por el suelo y el fulano de una feroz dentellada le cerceno un pedazo de la oreja derecha, tragándosela en actitud desafiante.

El juglar, bañado en sangre, aullaba de dolor y el grupo de vaqueros enfurecidos enlazaron al aprendiz de caníbal, arrastrándolo con las bestias por todo el vecindario hasta causarle la muerte, para luego fugarse en la oscuridad de la noche.

Valencia agarró el acordeón y fue a parar a la carrera hasta San ángel, refugiándose en la finca de su amigo ‘El Mono’ Meza durante una larga temporada, hasta que las cosas se aclararon y arreglaron.

A partir de entonces Juancho comenzó a usar el sombrero siempre ladeado hacia la derecha ocultando así el ‘boquete’ en su auricular, lo que lo mortificó y acomplejó, por el resto de su vida.

En el ocaso de su carrera, ya olvidado y despreciado por la gente del pueblo a quien tanto alegró, los muchachos traviesos allá en Fundación, se mofaban de él al tumbarle una estrambótica gorra con orejeras que usó en sus últimos días a falta de un buen sombrero vueltiao con el que siempre se distinguió en su época de gloria.



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