RANCHERIASTEREO

domingo, 23 de octubre de 2016

Kikey Díaz, una voz que perpetúa a Diomedes


Por Juan Rincón Vanegas

Desde muy niño su verdadero nombre quedó en el registro civil, en la tarjeta de identidad y luego en la cédula de ciudadanía porque hasta sus padres lo llaman Kikey Díaz, debido que se dedicaba a cantar sin descanso canciones de Diomedes y Enrique Díaz.

Esas figuras del universo vallenato lo llenaban por su calidad humana, carisma y estilo.

Él nació en Bosconia, Cesar, pero sus padres se trasladaron a Mandinguilla, corregimiento de Chimichagua, donde estudió en el colegio Santa Rosa de Lima y tuvo el apoyo de los profesores Javier ‘Mayo’ Alborch y Rosita Navas para cumplir su sueño de ser cantante.

“Era el cantante en todas las actividades culturales y siempre interpreté auténtica música porque me gusta más que la comida. Mis profesores me vieron el talento y me apoyaron. Vivo agradecido con ellos”.

En ese pueblo fueron sus primeros ensayos, y después de algunos años salió a dar vueltas por pueblos y ciudades en busca de poner en práctica lo aprendido. Es así como llegó a Bogotá donde vivía de las parrandas, hasta que recibió una llamada del célebre acordeonero Emilio Oviedo, quien lo invitó a grabar una producción musical, pero según sus palabras: “Las cosas no se dieron con la casa disquera”.

Entonces iba a volver a levantar vuelo, pero le llegó una propuesta para grabar con la agrupación ‘La gente de Diomedes Díaz’. Hoy está en eso.

El estilo de cantar del joven artista no tiene ninguna duda, y así lo expresa el grabador ‘Polacho’ Soto: “Tiene el mismo color de voz de Diomedes”.

Así mismo lo ratifica Kikey Díaz. “Lo mío es natural. No imito a Diomedes. Yo descubrí hace mucho tiempo que canto como Diomedes. Después que él muere, comencé a hacer la parodia. Inicié con el físico, el peinado, el modo de vestir, pero recalco que no imito su voz, la mía es natural. Los integrantes del grupo ‘La gente de Diomedes’ que dirige Harold Zabaleta, vieron en mí ese diamante en bruto y me están puliendo”1.

Es tanto el parecido de su voz con la de ‘El Cacique de La Junta’ que cuenta una anécdota. “Una vez estábamos actuando en un pueblo del Magdalena y un señor se subió a la tarima a pedir que quitaran la pista. Me tocó parar la música y cantar a capela y se convenció”. Él estaba interpretando la canción ‘El profesional’.

El encuentro con Diomedes

En este momento de la entrevista su emoción traspasa las barreras del sentimiento y cuenta su gran encuentro con Diomedes Díaz.
“Me encontré varias veces con él, pero la más emocionante fue en Barranquilla hace aproximadamente 17 años.

Estaba cantando y de pronto todo quedó quieto. Miré hacía atrás y era Diomedes que había llegado al acto.

Las piernas me temblaban. Él me quedó mirando. Yo estaba interpretando: ‘El 9 de abril’, una de sus canciones favoritas como me lo dijo, y entonces me invitó a cantarla nuevamente y de un momento a otro la cantó conmigo”.

En este momento las palabras huyeron tan de prisa que dejaron abierta la pista para que varias lágrimas aterrizaran en el rostro del joven artista.

Luego de haber pasado el trago del recuerdo cantó:

Me es placentero tener al frente
tan distinguidas personas
y con esmero presto mi gusto
para que sean complacidos
pero quisiera que me perdonen
cuando me vean pensativo
no me pregunten, ni digan nada
mejor pídanme canciones.

Al finalizar de cantar remata diciendo: “Esa canción también es mi preferida porque se identifica conmigo, es la realidad de la vida y compagina con todos los sentimientos”.

Ahora todo su talento y esfuerzo está dedicado a la grabación que adelanta en estos momentos, en la que tiene canciones de Diomedes Díaz, Marciano Martínez, José Alfonso ‘Chiche’ Maestre, Alberto ‘Tico’ Mercado, Franklin Moya, Luis Durán Escorcia, Reinaldo ‘El Chuto’ Díaz, Gregorio Oviedo, Arnobis Álvarez, ‘El Cocho’ Herrera, Hernán Gómez, Edinson Munive ‘El pequeño Juan’, y Orlando Liñán. Además, una canción inédita de Juancho Rois que lleva por titulo ‘Un solo sueño’. Como acordeoneros invitados estuvieron Gonzalo ‘El Cocha’ Molina, Anuar García, ‘Neno’ Beleño, Junior Larios y el titular Tony Gutiérrez.

“La idea es perpetuar el canto de Diomedes Díaz, no reemplazarlo porque eso es ilógico. La idea es abrir las puertas de los corazones de los colombianos, de esas personas que aman el vallenato, de ese estilo tan bonito que no hay que dejarlo perder. Sé que van a respaldar la propuesta musical fresca y que estamos haciendo con humildad y cariño. Quiero agradecer a todos los integrantes de la agrupación de Diomedes Díaz, encabezados por Giovanni Caraballo, y al manager Harold Zabaleta por creer en mi talento e invitarme a este gran proyecto”, manifestó Kikey Díaz.

Se queda en su tarea de grabación no sin antes invitar a la fanaticada de Diomedes Díaz a unirse a esta propuesta musical que estará en el mercado en poco tiempo.

“Voy a aceptar las críticas constructivas, estamos tocando las puertas de los corazones de la gente que sabe de vallenato, de los Diomedistas para que nos apoyen y con humildad seguir la línea que tuvo el mayor éxito en este querido folclor”.

Después de escucharlo un rato en el estudio de grabación volvió a recordar esos comienzos en el pueblo de Mandinguilla, tierra ganadera, de cultivos de naranja, de calles polvorientas y donde el sol ejerce su dominio absoluto.

Se metió nuevamente en su pensamiento al salón de clases donde le cantaba a sus compañeros y recibía los consejos del profesor ‘Mayo’ Alborch, ese mismo que hoy ya pensionado se emociona cuando le cuentan las hazañas musicales de su alumno.

“Dígale a Kikey que me emociona después de tantos años saber de sus triunfos y que Diomedes Díaz desde el más allá lo ilumine”.

El estilo de cantar del joven artista nacido en Bosconia, Cesar, no tiene ninguna duda, y así lo expresa el grabador ‘Polacho’ Soto: “Tiene el mismo color de voz de Diomedes

Articulo tomado del Diario el Pilón.
@juanrinconv

http://www.mediafire.com/file/tzh6938gzrktk82/VALLENATO+HASTA+EL+FINAL+KIKEY+DIAZ+%26+TONI+GUTIERREZ.rar

martes, 13 de septiembre de 2016

HOMENAJE A UNA LEYENDA ADANÍES DÍAZ Treinta y tres años después


Por Juan Carlos Herrera

En su corta carrera de vida musical, alcanzó a escribir una página importante en la historia del vallenato. Basta con escuchar su voz, su garganta pulida, para que en seguida nos venga a la memoria la imagen estelar de Adaníes Díaz. Fue un personaje carismático y risueño que tuvo buenos amigos, que organizó grandes parrandas abiertas a los curiosos, y su cariñosa amistad con Carlos Rojas mereció una canción. En cada toque de su conjunto sabía meterse el público al bolsillo antes que la plata, y con su aspiración y fortaleza espiritual al lado de Héctor Zuleta estaba abriéndose paso entre los más grandes. Las personas que saben lo suficiente de canto, reconocen que sin tanta fama lo alcanzó.

La vida de este hombre comenzó en Lagunita, un diminuto corregimiento de Barrancas. Sus padres eran Luis Guillermo Díaz Ospino –primo del compositor de Hatonuevo, el ciego Leandro Díaz- y Herminia Brito Bolívar, los cuales lo criaron en medio de unos hermanos con quienes supo descubrir rápido ese mundo que giraba alrededor del campo. La mayor parte del tiempo la pasaba en Alto Pino, la finca de su padre. Es fácil imaginar cómo fueron esos primeros años del joven Adaníes Amador Díaz Brito, libre en medio de la naturaleza, ilusionado con la guitarra. Al igual que algunos contemporáneos suyos que se darían a conocer en el folclor, también comprendió que en medio de las montañas y el contorno silvestre, cerca de los potreros, se aprende a cantar mejor.

Estudió parte de la primaria en Barrancas, pero se vino a temprana edad para Riohacha. Esta era una ciudad llena de historias, de bancos de perlas olvidadas en el mar, pero seguramente lo primero que notó era que se trataba de una comarca donde apenas se podía respirar ante la arena levantada por la brisa, cuando se bajó a donde una hermana mayor. En este lugar donde también estaría cerca de su sobrino el buen compositor Romualdo Brito, continuó con los estudios. Terminó el bachillerato en el Liceo Almirante Padilla.

Adaníes Díaz fue maestro en el caserío de Las Casitas, algo que muy pocos seguidores saben. Luego estuvo trabajando en la zona de carretera, como ayudante de almacén. Es interesante recrear la atmósfera de cómo debieron ser sus primeros años de vida, algo difíciles, arduos en él, pasando el material para que los obreros avanzaran en el proyecto de asfalto.

En esa época, ya se había dado a conocer en el canto, el cual junto con la guitarra se constituían en la única luz que iluminaba su vida. Al lado de su primo Darío Díaz, compartían parrandas, serenatas, tocaban en la caseta El Toro Sentao en las frías noches de carnaval, ubicada en la calle doce con carrera once.

En una ocasión, Adaníes Díaz llegó a una oficina de la Administración de Impuestos. Llegaba buscando a Indalecio Bruzón López, jefe de auditoría, para cobrarle un toque que le había hecho. En esos momentos, tuvo el placer de conocer a quien sería la mujer de su vida: Claribel Ortiz. Era una hermosa muchacha, de piel trigueña y anchas caderas, que trabajaba como mecanógrafa en un rincón aparte. Su mirada miope resplandeció tanto al verla, que a Indalecio Bruzón no le quedó más alternativa que presentársela.

No esperó mucho para visitarla en su casa, situada en la calle diecisiete. Ella se llenó de asombro al verlo aparecer en la terraza, porque no pensaba que aquel joven que vivía cerca de ella, fuera tan rápido con la galantería. Para él la vida había cambiado desde que la conoció, y ahora su esperanza no estaba en surgir con el canto sino en la conquista inmediata de esa pasión. Era feliz visitándola por las tardes, impresionándola con la dentadura perfecta al sonreír y con sus actitudes de artista en la guitarra. Un día en que se dio cuenta de que Claribel estaba sola en la casa, Adaníes Díaz tuvo una inspiración para derrotar el miedo. Se antojó de un vaso de agua fría, momento que aprovechó para seguir en silencio a la mujer que estaba desprevenida en la cocina abriendo la nevera, y darle el primer beso de amor.

Fue un noviazgo corto, típico de la época. Adaníes Díaz quería matrimonio, y ella no tuvo más opción que darle el sí que los uniría hasta la muerte. La boda se celebró en la Catedral Nuestra Señora de los Remedios, el 22 de diciembre de 1973. Eran las siete de la noche, cuando apareció sonriente la novia dentro de la iglesia. El hombre que delante de los asistentes recibía en el altar a la mujer que sería su esposa, no era ése de tamaño corpulento y voz hercúlea que pasaría así a la historia musical, sino apenas un hombrecito flaquito que lucía anteojos y parecía un loquito de la felicidad por ser ya familia de su mujer.


De otro lado, en el la parte musical Adaníes Díaz comenzaba a aspirar cada vez más: Numa Bateman sería una de las primeras personas en llevarlo a un estudio. En el año 1974 grabaron una canción, en homenaje a Santa Marta, donde sirvió como guacharaquero y corista, mientras Bateman tocaban el acordeón y cantaba a la vez, al mejor estilo de los antiguos juglares.

Pocos años después, al lado de Darío Díaz grabó un nuevo sencillo, y en esta ocasión por primera vez Adaníes Díaz participó como solista principal.

En la parte laboral, el muchacho cantante se ganaba la vida. Tenía un empleo en Salud Pública, lo que es hoy Desalud en la calle doce. Hay que recordar que también estuvo en Bogotá, haciendo un curso de seis meses en salud. Es bueno pensar cómo fueron aquellos meses de frío en la capital para el joven Adaníes, en medio de la sabana, rodeado de cachacos, algo que le sirvió para contagiarse un poco de aquella ciudad donde estaban los estudios de grabación y las principales casas disqueras, como la CBS donde grababa Poncho Zuleta. De regreso a Riohacha, estuvo en aquel trabajo por unos años y cantaba durante los fines de semana.

Ender Alvarado era un muchacho nacido en La Punta. Con su acordeón, había pertenecido a un grupo conocido como Los Alegres Punteros, porque sus integrantes amateurs pertenecían a su mismo pueblo. Al conocerlo personalmente, Adaníes Díaz se convirtió en su gran amigo. De inmediato, se sumó al conjunto, dándole más fuerza con su alta voz. En varias ocasiones hicieron memorables parrandas, que duraban hasta el amanecer. En el conjunto, estaban Toby Murgas y Romualdo Brito como coristas, Rogelio Alvarado en la caja, y El Pali Gámez en la batería.


La oportunidad de su vida, sucedió a mediados de los años setenta en una Fiesta del Dividivi. En aquel tiempo, esta se celebraba en el parque Almirante Padilla. El conocido periodista Lenín Bueno Suárez y Edgar Ferrucho Padilla, aprovecharon el evento para organizar un concurso de acordeón. Como jurado estaba nada más y nada menos que Ismael Rudas, un singular acordeonero de Santa Marta popular por haber hecho hermosas melodías al lado de Daniel Celedón. La competencia fue ganada por Ender Alvarado, que comenzaba a tocar como una centella con su impecable rugido. A la vez, Ismael Rudas sintió admiración por aquella garganta del otro mundo que lo acompañaba, como nunca se había escuchado en la desértica región de Francisco el Hombre.

De esa manera, se llevó a cabo la unión de Ismael Rudas con Adaníes Díaz, introduciendo a éste al ámbito profesional con la empresa Codiscos de Medellín. Para Adaníes era lo más grande que le había pasado en la tierra después del nacimiento de su primera hija, la hermosa Joyce Galena. El primer larga duración se llamó De competencia, como avisando a los oriundos de San Juan del Cesar, La Junta, Villanueva, La Paz, Valledupar y Becerril, que alguien como él de Lagunita también se sumaba a la competencia. El segundo trabajo musical se llamó Violento, donde está la canción Borracho. Este tema pegajoso gustó de inmediato, y le tocó viajar a los pueblos cercanos en compañía de Ismael Rudas, satisfaciendo al público encantado de conocerlo. Según los expertos que oyeron bien su tercer disco titulado Como siempre, en esos días la voz de Adaníes Díaz se escuchaba por encima de uno de los mejores acordeones de la época.

Las amistades comenzaron a lloverle, sobre todo la de los artistas famosos. Era posible ver en la terraza de su casa en la calle diecisiete, a cantantes de moda en el género vallenato como Jorge Oñate, Los Hermanos Zuleta y Rafael Orozco, que parecían unos habitantes más de la arenosa Riohacha en la bonanza marimbera. También se hacían presentes Toby Murgas y Ender Alvarado, el acordeonero puntero con quien a pesar de tocar cada quien por su propio lado fortalecía más la amistad. El mismo Diomedes Díaz aparecía de vez en cuando, porque además de la música los unía el vínculo sanguíneo por pertenecer ambos a los mismos Díaz de la Provincia. Este inteligente muchacho de La Junta, que desde que comenzó a cantar se bañó de fama, delante de Adaníes Díaz era un buen admirador. «Yo te tengo miedo a ti», le decía a menudo en juego. Entonces Adaníes Díaz, con una sencillez que superaba a su manejo de la vocalización, le respondía: -Hombre, primo, déjese  de pendejadas.

Se dice que antes de grabar su primer LP, Adaníes Díaz había puesto los ojos en un jovencito blanco y de cejas encontradas. Desde muchacho era gran admirador de Poncho Zuleta, considerándolo con el alma su principal maestro en el arte de cantar. Quizás por esa razón siguiendo el buen trabajo de Poncho y Emilianito, quería meterse en la dinastía Zuleta a través del hermano menor. Héctor Zuleta era un adolescente, que apenas descubría las mejores técnicas armoniosas, por lo que a Adaníes le tocó dejarlo crecer, con la misma paciencia que algunos hombres tienen con las novias a las que esperan ver florecer para llevar a cabo el matrimonio. Simultáneamente, tocaba entusiasmado con Ismael Rudas y seguía madurante como cantante de profunda voz.


En el año de 1979, ya estaban unidos como una organización. Se cree que Poncho Zuleta no estaba de acuerdo en el momento de la grabación con la disquera Philips en Bogotá, porque todavía consideraba a Héctor Zuleta su hermanito. Pero éste ejecutaba muy bien el acordeón, como sólo saben hacerlo los genios. La historia le daría la razón a Héctor.

Sensacionales fue el álbum que los llevó a la fama grande, que los introdujo en la sintonía de los artistas más escuchados. El tema Estrella fugaz, barrió con las demás melodías de los diferentes cantantes que estaban de moda. En todas partes eran requeridos para que tocaran El cobarde del pueblo y Mi tierra y mis canciones -dedicada especialmente a su bella esposa Claribel-, y nadie daba para acertar quién era mejor cantando o tocando el acordeón. En la mirada de Adaníes Díaz se observaba felicidad al haber inaugurado esas nuevas canciones, porque estaba seguro de que Héctor Zuleta era el músico que más sabía alcanzar con su velocidad del teclado la revolución sonora de su voz.

El segundo álbum se llamó Pico y espuela, y resultó ser más para la gallera que para el baile de caseta. A parte de la canción que da nombre al disco, está el hermoso tema Problema tuyo, en cuyo coro Adaníes sube el volumen de su voz con la misma facilidad de un equipo de sonido moderno. El aviso es una canción clásica, bella y romántica, que pone en prueba clara que ya se estaba asomando en el panorama el verdadero monstruo del vallenato. Su nombre era Adaníes Díaz.


En el año de 1982, ya tenían listo el trabajo que marcaría el boom de la pareja. Para los gustosos seguidores de estos dos nuevos talentos, el nombre del álbum Nuevamente los sensacionales no decía nada ni dejaba entrever siquiera el estupendo impacto que causaría uno de los temas. Marianita fue una canción que en seguida se apoderó de los oyentes, de los amantes de la música vallenata, batiendo récord en las distintas emisoras del país, siendo de la autoría de Juan Segundo Lagos. Es una letra de amor que comienza en una cantina, donde alguien lleno de desengaño cuenta la historia de una infiel mujer que al final ha sido culpable de que un hombre esté en el cementerio y otro en prisión. Las ondas hertzianas llegaron lo más lejos posible, hasta el interior del país y más allá de la frontera con Venezuela, gracias a la poderosa voz de Adaníes Díaz que supo interpretarla como nadie. La canción lo subió a la inmortalidad, convirtiéndose rápidamente en el himno de su carrera musical.

Adaníes Díaz estaba despegando con más fuerza, y nadie podía frenar su fuerte ambición. El timbre explosivo que la naturaleza le había concedido, que con esfuerzo y trabajo constante había desarrollado, sonaba más duro que todos juntos. Era él la persona encargada de llevar el vallenato clásico hasta su mejor dimensión, con ese estilo admirable que había comenzado a poner en alerta los oídos de las personas que solamente se aferraban a El Binomio de Oro y a un muchacho llamado Diomedes. En el pentagrama musical –y no en el fanatismo provinciano que ciega la vista y ensordece los tímpanos-, ya quedaba registrado quién era el más grande de los cantantes vallenatos.

Héctor Zuleta tocada cada vez mejor su instrumento, y otras estrellas comenzaron a encandilarlo. Se alcanzó a rumorar que el mismo Diomedes Díaz pretendía tenerlo atraerlo su lado, para contagiarse de su sabiduría musical que heredó magistralmente de El Viejo Mile. Adaníes Díaz, en vista de sus ratos de ausencia en Riohacha, tocaba en parrandas al lado de Alvarito López, otro joven acordeonero de respetado linaje. En unas partes alcanzaron a presentarse, causando admiración por estar con alguien que pertenecía a la excelente rama de los hermanos López. En ningún momento alcanzaron a grabar, y además en esos días sucedería algo inesperado que cambiaría el rumbo de esta dramática historia.


La noticia de que Héctor Zuleta había muerto, entristeció el vallenato por unas semanas, y en todas partes sólo se escuchaba su acordeón gracias a la tecnología magnetofónica. En Valledupar, se sentía la honda tristeza por haber perdido al que los maestros especialistas consideraban el mejor de los Zuleta. Fue un funeral desplegado a lo grande, al que no pudo faltar su compañero de armas Adaníes Díaz. Estuvo presente en las honras fúnebres, lloró con desgarro, sintiendo el mismo vacío en el corazón que debieron sentir Emiliano Zuleta Baquero y la vieja Carmen Díaz. También estuvo al lado de Poncho y Emilianito Zuleta, que delante de la gente no dejaban de llorar. El entierro lo dejó muy triste, golpeado, seriamente acongojado: por primera vez una cuestión de peso exterior había acallado su voz.

En Riohacha, la vida de Adaníes Díaz no parecía tener sentido. Sólo la compañía de su mujer y sus hijos Joyce Galena, Adaníes de Jesús, Joismar Galeana y Luis Guillermo, llenaban ese vacío. Cada vez que tenía oportunidad se acordaba en la charla del buen compañero que había sido Héctor Zuleta, de las veces que practicaron en la sala de su casa en el barrio Guapuna que dejaron anécdotas, de la falta que le hacía su fantástico acordeón para haber realizado ese cuarto trabajo musical con el que aspiraban dejar atrás a los más duros rivales. Nunca se imaginó ni pretendió que la única manera de volver a hacerle compañía a Héctor Zuleta, era encontrándose con él en el cielo.

Ese 9 de febrero de 1983 en que llegó de la calle para decirle a su mujer que había que viajar al pueblo, no era para él. Tanta insistencia de su parte obligó a Claribel a acompañarlo, porque no había poder humano que lo aguantara. Se embarcaron en el carro con los hijos, rumbo a los lados del sur de La Guajira. En el camino, antes de salir del perímetro urbano, su mujer volvió a insistirle en que no viajaran. Según dijo, presentía algo oscuro en el pecho. Pero Adaníes Díaz, con una mirada brillante que no era la suya, insistió en que sí viajaban y siguió manejando en la carretera que lleva vía a Valledupar.

Después de la diligencia que necesitaba hacer, entraron en la finca. En esta, se encontraron con su querida madre, Herminia Brito. La señora, como siempre, se puso feliz con los nietos. A tal extremo, que al ver que su hijo famoso regresaba a Riohacha, también quiso acompañarlos en el carro.

Se marcharon entonces, como de rutina. Al pasar por Barrancas se detuvieron un rato en este pueblo, porque había un velorio en una de las casas. Después de saludar a una gente que lo reconoció, Adaníes volvió a arrancar en la camioneta. No tenía la menor idea de que también él se estaba despidiendo de la tierra que lo vio nacer.

En el camino de regreso, nada hacía pensar que la aguja del reloj había entrado en la mala hora. Adaníes Díaz manejaba con normalidad aquella Ranger azul que había negociado con su amigo Gervasio Valdeblánquez, porque era conocido que era un gran conductor. Se veía algo resplandecido, esperanzado, queriendo terminar de grabar lo más pronto con Bolañito, el acordeonero que sería su nueva fórmula. De modo que viajaba contento en la carretera, teniendo al lado a su familia. Joismar Galeana, su bonita niña de cuatro años, venía detrás de él tomándolo por la espalda, como sucedía a ratos cada vez que Adaníes manejaba. Los demás pasajeros venían sentados, tranquilos, esperando llegar temprano a Riohacha, entre ellos el joven Adaníes de Jesús, que a los cinco años sería testigo de todo. Delante de la ventana delantera, de pronto esperaba una pila de asfalto. Nadie sabe qué aconteció, ni si Adaníes Díaz distinguió esa pila que se cruzaba en el paso o si con algo de agilidad en el manubrio trató de esquivarla. La camioneta dio varios votes a un lado del camino, apagando por siempre esa grandiosa voz y la llama de un amor familiar que era admiración de los demás ciudadanos.

Su muerte conmocionó a todos, que en seguida corrieron al hospital Nuestra Señora de los Remedios. En la terraza de este lugar situado en Riohacha, no cabía la gente que estaba presente por la lamentable cuestión. En seguida se supo que no había nada que hacer al respecto, porque Adaníes Díaz estaba muerto. También se supo que una de las hijas estaba sin vida al igual que su abuela Herminia, mientras Claribel era llevada en estado crítico a Barranquilla. Varios amigos cercanos y los fanáticos tristes, al enterarse de que el cantante había llegado muerto al hospital, no tuvieron más consuelo que volver a sus casas y encender el tocadiscos antes de bañarse, cambiarse e ir al velorio, para sentirlo en espíritu vivo a través de su canto. Era imposible de creer, que hubiera terminado así el mejor amigo de los hombres que hubo en esos irrepetibles años.

El funeral se llevó a cabo en la calle catorce, en una carrera al lado de donde está el colegio Enrique Lallemand. La cantidad de gente que estuvo presente, dejó en claro que la humanidad entera lloraba por la pérdida de un gran hombre que los riohacheros consideraban más riohachero que ellos mismos. Estuvieron en el velorio todos los cantantes de la música vallenata, para darle el último adiós. Era de esperarse, debido al gran aporte que le había dado el difunto a la música nuestra. Entre los parientes y presentes dolidos sin ánimos para respirar, se preguntaban qué había hecho Adaníes Díaz para mecerse algo así. El ataúd estaba en la sala, centro de toda la atención impresionante. A la hora de sacarlo a la calle, necesitó de muchas manos debido al peso descomunal de su cuerpo. Fue uno de los entierros más grandes en la historia de Riohacha.

Los años han pasado, y su canto se sigue escuchando sin sufrir alteración. Las notas de Héctor Zuleta acompañándolo en la inolvidable melodía, sirven de consuelo para decir que Adaníes Díaz grabó al lado del acordeonero con más futuro del folclor. En Riohacha, sus canciones se resisten al paso del tiempo, no terminan de escucharse para nada. Incluso hoy en día, cuando está tan de moda la nueva ola, porque todavía suenan con frecuencia en la radio. Ojalá algún día su obra completa se pueda remasterizar, con nuevo sonido y una extraordinaria campaña de publicidad, y se le haga un lanzamiento a nivel nacional e internacional para que nuevamente se ponga de moda.


Como ya se ha hecho con unos hombres que han pasado a la historia universal, el nombre de Adaníes Díaz se debería volver institucional en nuestra región. En Lagunita tendrían que hacerle una estatua en su honor a raíz de los treinta y tres años de su muerte, para que las nuevas generaciones sepan quién fue el héroe de bronce. No debe olvidarse que se trató de uno de los más excelentes hombres que ha tenido Riohacha, el cual alguna vez tuvo un sueño de mil colores como tantos músicos anónimos en estas calles de arena. Desde aquí levantó su fama local, transformándose en un ejemplo de superación para la toda eternidad. Sería una buena idea hacerle un homenaje con algo que llevara su nombre, si se pudiera mejor ahí mismo donde fue velado: Escuela de Canto Adaníes Díaz. Entonces a través de los alumnos que lleguen, perduraría más su estilo.

lunes, 25 de abril de 2016

Hermanos Zuleta


Por Rodrigo Zalabata Vega


Al igual que la tradición los Hermanos Zuleta conjugan el sabor añejo de pueblo y el brindis del sol diario en que renace su ser. Como el torrente de un río que mantiene su cauce, ellos son el eco espléndido de voces lejanas que cantan en el jolgorio de gaitas, tamboras, pajaritos e interminables décimas, en la evocación mítica de Cristóbal Zuleta, abuelo que remonta el nombre de la dinastía musical, repetido sorbo a sorbo en coplas cantadas con la elegancia métrica del ‘viejo’ Emiliano Zuleta, hasta alcanzar la expresión creciente de los hijos germinados de su tierra, que con indeclinable amor dejan correr por sus venas ese redivivo entusiasmo que salta a un escenario desde su propio corazón.

Emilianito parece tejer con notas de filigrana las fibras más íntimas del sentimiento vallenato. Sus primeras impresiones discográficas revelan un joven diestro que ha tomado atenta nota de los pioneros acordeoneros trashumantes, pero su genialidad precoz descubre que en aquellos grandes pilares había que construir las obras creativas que dejaran grabada con lujo de detalles toda esa historia, para que quienes las visitaran en el futuro sintieran que desde el pasado se había interpretado su razón de ser en notas jeroglíficas.

Así mismo el tiempo lo fue esculpiendo como el gran maestro a quien todos escuchan para conocer. A Emilianito se le debe la argumentación de notas literales que interpretan lo que la composición poética quiere trasmitir, con la estructura clásica narrativa: introducción, puentes de notas dialogantes que comunican las estrofas y desenlace conclusivo, cuyo círculo armónico guarda el sentimiento que trae la obra. Esto significó un salto cualitativo en la evolución interpretativa del vallenato, ya que antes de él se ejecutaba el sentido melódico del ritmo, en paseo, merengue, son o puya, con la cadencia que le daba el intérprete, más no se desarrollaba el motivo poético de la obra en sí.


A partir de allí crea la introducción musical que sienta al escucha de manera cómoda en su propia expectativa, igual a la composición sinfónica, en el preludio que anuncia el espíritu de la obra. Lo cual difiere en forma sustancial de lo anterior, en que se hacían ejecuciones introductorias que acogían la armonía apegada al tenor literal de la canción. Tal revolución contenida en el pecho del acordeón permitió el desarrollo –sobre todo– del paseo romántico moderno, con el cual el género vallenato le pudo brindar a cada quien un sentimiento en particular.

Los mejores acordeoneros y académicos historiadores coinciden en señalar a Luis Enrique Martínez como el maestro fundacional que consolidó las bases de la interpretación del acordeón vallenato, cuya armonización va ajustada a la idea narrativa de la canción, a lo cual le agregó, o desagregó, la digresión de notas melódicas que definen un estilo en cada intérprete. De la mano con él Emilianito llevó a su máximo esplendor el clasicismo en la música vallenata, logrando unir un pasado que solo aspiraba a llevar las noticias a lomo de la juglaría a un tiempo real en que el vallenato quiso testimoniar en expresión musical la huella sentimental que iba dejando la historia rural de Colombia.

Al lograr traducir en lenguaje musical el sentimiento escrito en la poesía le permitió ser heredero de su mismo legado, ya que nos regaló otra faceta grandiosa, la de compositor. Sus canciones están tocadas por la inocencia fresca de quien descubre el amor, desde agradecer la herencia musical de su padre, pedir perdón a sus amigos parranderos por no poder beber, agradecer la batalla de la vida al lado de su hermano, pedir un besito a su nuevo amor como si le hablara a la primera novia en su pueblo, hasta profesar culto de adoración al amigo con el que se ha abrazado y sonreído toda la vida: El acordeón; por este motivo en la casa Honner se bautizó con su nombre un hijo de su gran amigo.

A su lado, Poncho es el alma que se desborda en un canto, el acento patriarcal de sus dichos, el sortilegio de un verso robado a la noche. Es al oído de todos uno de los cuatro cantantes más grandes de la historia cantada del vallenato. De Jorge Oñate se valora el oro en su voz, de Diomedes Díaz que haya enriquecido el canto del pueblo, de Rafael Orozco la sutileza del secreto con que se trasmite el amor, y Poncho es en mucho el resumen de todo aquello. Dueño de una portentosa voz, que en otro tiempo pudo enamorar al indiferente ganado y multiplicar su fertilidad, llamar la atención de las aves e imitar en verano la creciente de un río, su labor de cantante por años le permitió grabar en discos el eco profundo de una tradición labrada verso a verso, como protagonista esencial de una expresión musical que de manera transversal pudo amalgamar la cultura y sentimiento de la nación.

Aquel torrente de versos que se multiplican como peces en su chorro de voz, después de tanto tiempo ocultó en el lecho de piedras de su murmullo el nombre de Poncho como gran compositor. De no haber sido por conjugar en su ser todo lo que representa el canto vallenato, y darse al deber de atender a todo el que llegara a descansar al canto de su casa, el mismo folklor vallenato habría tenido en él a uno de sus más grandes poetas. Lo frustró el hecho de querer vivir en su pecho el sentimiento de cada canción que interpretó. Y puedo probar que no es un elogio biográfico el que hago. Siendo apenas un muchacho, anticipado a su grandeza, juró morir por su arte. Grabó en la piedra del tiempo que “…si algún día ya no pueda cantar como ahora canto seguiré componiendo mis canciones…”. En la posteridad los historiadores podrán concluir con razón que si cada día lo que pudo fue cantar mejor, por cumplir su juramento sagrado de artista sacrificó en la misma piedra la creación de sus herederas canciones. Les tocará aceptar a todos ellos que por momentos olvidara aquel juramento que contrariaba su alma de poeta. Eran los instantes de destello en los que nos regalaba el fulgor de sus versos improvisados, con una lucidez que iluminaba a todo el mundo al final de sus presentaciones.

El mundo entero puede entender hoy que no era una metáfora la que hacía Gabriel García Márquez al afirmar que “Cien Años de Soledad es un vallenato de 360 páginas”. Lo que ocurrió fue el genial artificio poético contrario, interpretó en notas literales lo que el lenguaje musical del vallenato ya había narrado. Cuando se otorgó el premio Nobel al universal cronista de la provincia que representa el vallenato, se quería una voz que revelara ese nuevo mundo y sacudiera el pecho frío de los palacios de Estocolmo, entonces se pensó en cuál de tantos emblemáticos acordeoneros podía acompañar a Poncho. Ese Festival Vallenato de méritos lo ganó en un fallo anónimo que nadie cuestionó su hermano Emiliano.


Son, los Hermanos Zuleta, dos gigantes que se escaparon en vida del Valle inmortal de los juglares, de donde nos narran historias fabulosas de parrandas eternas consagradas en el licor y en el amor sin palabras del chivo, cuentan que existen compadres que se abrazan como deberíamos los hermanos del mundo, que han forjado entre todos un patrimonio inmaterial que puede heredar quien quiera ser feliz, por ellos al escuchar su testimonio musical y seguir su huella sabemos desde ya que el tiempo nos dejó conocer el rastro de lo imperecedero.

sábado, 2 de abril de 2016

EL TALENTO MUSICAL DE JULIO ERAZO

Por : Ricardo Gutiérrez Gutiérrez

"La mujer que tengo/se pone celosa y brava/ porque yo compongo/canciones para las muchachas
Déjate de cosas/y estate tranquila que yo no te cambio/por nada en la vida

El fuerte calor que se siente en Guamal, un municipio situado al lado del río Magdalena, a solo 45 minutos de Mompox por medio de una carretera polvorienta en verano y fangosa en invierno, no limita las inquietudes culturales de sus pobladores, cuyos ancestros los indios Chimilas y Pocabuyes eran músicos y organizaban sus danzas religiosas en honor al sol con el apoyo de variados instrumentos musicales. Se distinguieron también por la alfarería y por los adelantos logrados en la agricultura y la ganadería al aprovechar la humedad que ofrece el brazo de Mompox en sus riberas

Las arraigadas creencias católica de los Guamaleros son orientadas a la Virgen del Carmen y a la Semana santa, a través de las procesiones de los nazarenos que realizan con gran devoción, en esa gran congregación participan además, visitantes de distintas partes del país y el exterior que llegan a pagar sus mandas o promesas. Estas manifestaciones ha facilitado la conservación de las tradiciones que unidas al acervo folclórico determinan la identidad cultural y religiosa del entorno ribereño

Para contribuir con la pacificación y evangelización de la nación de los Chimilas por orden expresa del Obispo de Santa Marta, llegó a Guamal el sacerdote Español Manuel Bayarris Gómez, quien posteriormente trajo a su hermana de Valencia-España, Dolores Bayarris Gómez y a su esposo Salvador Cuevas Montoliu. Ellos muy pronto se adaptaron al medio y se integraron a la gran comunidad, Dolores Bayarris, consciente de capacidades innatas como comerciante, montó al lado del río Magdalena un restaurante donde vendía el exquisito arroz a la valenciana, esta actividad le facilitó la aceptación general de los pobladores y los ingresos que buscaba afanosamente. Posteriormente abrió su panorama comercial auscultando nuevas posibilidades en Barranquilla donde viajaba frecuentemente con su hija Carmen a buscar mercancía para venderla en su terruño y en las poblaciones aledañas. Las dos disfrutaban esas salidas comerciales que les permitían el contacto con un mundo nuevo, ajeno a sus limitadas circunstancias, Carmen los aprovechaba para buscar en las librerías, obras poéticas y partituras de música para piano, su debilidad desde que conoció los secretos de ese bello instrumento en el Colegio Santa Cruz de Mompox. En uno de tantos viajes Carmen conoció en el Hotel donde se hospedaba al periodista oriundo del frío anti plano andino, José Ignacio Erazo Paris, de inmediato floreció un idilio donde los versos románticos motivaron la unión de una pareja de enamorados que forjaron a partir de momentos inolvidables en el viejo muelle de Bocas de cenizas, una eternidad. José, amante de las letras vivió en Costa Rica, donde escribía en los diarios de San José, años después se trasladó a Panamá con el fin de administrar un Hotel, allí conoció a Don Julio Gerlein Comelin, connotado Empresario Barranquilllero, con quien entabló una amistad que en tiempo corto facilitó su venida a Barranquilla donde continuó escribiendo en los diarios locales. José Ignacio y Carmen se casaron, de esa unión nacieron 6 hijos, el mayor fué bautizado con el nombre de Julio, para recordar con gratitud a su gran amigo Julio Gerlein C.

Julio Erazo aunque nació en Barranquilla, el 5 de marzo de 1929 se crió en Guamal, su primaria la realizó en el Colegio Pinillo de Mompox, fué enfermero, proyectista de cine y docente en Buenavista, un caserío cercano a Guamal. A los 20 años comenzó a componer canciones de admirable profundidad por sus contenidos románticos, costumbristas o picarescas, las cuales llevan implícitos hermosos versos que describen lo que vive, conoce o imagina.

Siempre acompañado por una guitarra captaba las melodías que brotaban en cualquier circunstancia, aprovechaba esos momentos de inspiración, que coadyuvados por sus conocimientos básicos facilitaban y hacían realidad la construcción del tema específico que le revoloteaba en su mente. Se inició componiendo boleros y rancheras dedicadas a varias mujeres del pueblo y a una de sus estudiantes de quién se enamoró y posteriormente se casó, Elides Martínez Carrascal, su permanente compañera

En esa hermosa población donde trabajó y parrandeó, vivió una etapa productiva, se dio cuenta que la música se constituyó en un elemento vital en su vida. Motivado por la ebullición musical que sentía y sustentado por su arraigada atracción hacia la mujer de sus sueños, se inspiró y construyó hermosos mensajes de amor que dió a conocer a través de preciosas melodías. En una oportunidad agobiado por la nostalgia que le produjo el recuerdo de su novia Elides Martínez compuso el tango "Lejos de Ti" grabado por el grupo argentino "Los Caballeros del tango’, en la voz de Raúl Garcés, y la popular canción " Te escribí una carta"

No fue difícil para Julio la construcción de sus canciones compuestas en variados géneros que realizó siguiendo los lineamientos de sus padres quienes encausaron sus innatos conocimientos musicales. Diariamente escuchaba cantar a su madre tangos acompañada por un viejo piano alemán que le compró a un amigo en la Arenosa y recibía complacido las clases de guitarra que le daba su padre

El sintió inmenso deseo de componer, su fecunda imaginación lo llevó a encontrar nuevos ritmos, al fusionar letras y melodías que hoy día identifican el característico e inigualable sabor musical costeño. Su contenido folclórico y su impecable construcción musical lo ha mantenido a través del tiempo, por esta razón recibe constantes reconocimientos nacionales e internacionales.



Igual que los renombrados compositores e intérpretes como Jose Benito Barros, Pacho Galán y Lucho Bermúdez, constituye uno de los artífice de nuestro patrimonio cultural. Algunas de sus canciones: La pata pela, Hace un mes, el bailador, Yo conozco a Claudia, Espumita del río, Rosalbita, La puya Guamalera, Compae Chemo dada a conocer por el primer rey Vallenato Alejo Duran. Esta composición conocida en todos los rincones de la Costa, describe el compromiso que le incumplió a su compadre Alsemo "Chema" Montes, de acompañar con su guitarra, la fiesta de cumpleaños de Asuncion, en su finca " El Laurel”

"Tengo pena con el compadre Chemo/tengo pena porque yo no fui/a la fiesta del dos de enero y con tanto que le prometí
Me perdona pero fué que Yo/el día primero pa' saca el guayabo/donde Alirio me tomé unos tragos/y el guayabo no se me pasó"

Julio, acompanó como cantante a Los corraleros de Majagual y la orquesta de Pacho Galan. Formó dos grupos musicales que fueron reconocidos por sus grandes éxitos. Julio Erazo y sus Guamaleros (1981) y Julio Erazo y sus Chimilas (1988). Sus composiciones han sido grabadas por los más reconocidos conjuntos Vallenatos, además por la Billos Caracas Boys, Los Melódicos, Rolando Laserie, Los hispanos, Pacho Galan, Los diplomáticos, Los ocho de Colombia, Noel Petro, Bienvenido Granda. Etc

Las excelsas virtudes musicales de éste prolífico creador de ritmos, lo llevó a componer puyas, paseos, vallenatos, merengues, boleros, cumbias, corridos, bambucos y tango. El vasto universo de sus creaciones musicales identifican una época y hacen posible la evocación de ratos plagados de sentimientos, otras por su narrativa costumbristas o jocosas incitan momentos de alegrías


miércoles, 10 de febrero de 2016

EL FUSILAMIENTO MORAL DE DIOMEDEZ DÍAZ


La vida privada del artista tema de debate público en los medios
Por: Enoin Humanez Blanquicett


En Colombia culturalmente hablando han cohabitado históricamente dos países bien definidos: el país andino y el país caribe. El país andino es un mundo apegado a los valores eurocéntricos y devoto de los principios judeocristianos y las tradiciones morales católicas. De la mano de esos elementos las élites sociales e intelectuales han construido una concepción apolínea del mundo, que se esfuerza por resaltar las virtudes y esconder los defectos.

El país caribe, al contrario, se rige por una visión filosófica de la vida gobernada por una moral epicúrea, hedonista y dionisíaca, cuyos postulados podrían resumirse bien en ese verso vallenato que canta Ricardo Maestre y ameniza el acordeón de Julio Rojas: “Yo parrandeo y tomo ron y mujereo sin condición”. Sin embargo, cuando el tema se analiza en detalle, se puede constatar que los costeños no son más borrachos, ni más perezosos, ni más machistas o mujeriegos que los interioranos. Pero a diferencia de ellos están dispuestos a ventilar estos temas en público; y cuando lo hacen: para bien y para mal, se refieren a ellos mismos de manera hiperbólica y absurda, resignificando, como lo sugiere Armando Martínez Gutiérrez, “con ribetes de humor”, aquello que, por su naturaleza, debería ser solemne. En síntesis: el absurdo, la hipérbole y la banalización de lo trascendental son los elementos básicos del imaginario de la gente del Caribe colombiano, que según Gabriel García Márquez, es gente mamadora de gallo, tiene mucho humor y viven en una continua alegría.

Como la cosmovisión de los pueblos sale a relucir en la mitología, en el arte, en la literatura, los dichos, los chistes y el cancionero popular, el vallenato se ha convertido en uno de los vectores que más han explotado los habitantes de la costa norte colombiana, para transmitirle al mundo la visión que tienen de la sociedad, de la vida, del amor y del disfrute. Respecto a este último aspecto, el vallenato parrandero ha sido la mejor vía que ha tomado el temperamento báquico o dionisíaco del habitante de la región Caribe, sin ser este un ser que dedica la vida entera a la bacanal, para manifestarse sin que nadie lo ponga en duda. Ese temperamento báquico emerge de manera vigorosa en el merengue “Viernes cultural”, compuesto por Julio Rojas e interpretado por Los Embajadores Vallenatos, que de manera desvergonzada canta:

Te dije que ya me iba y pues ya me voy
Así que deja la rabia y no friegues más
Es que no te has dado cuenta que el viernes es hoy
Y los viernes no los pelo
Con ansia yo los espero pá salir a vagabundear
Hoy viernes salgo a parrandear
Sábado yo vuelvo a beber
Domingo es pá  descansar
Y el lunes trabajo otra vez
Y no debes preocuparte cuando yo llegue de madrugá
Yo si te quiero bastante así que déjame parrandear

La relación con Dios, que en el país Caribe es ambigua e informal, se resume en los versos sacrílegos de la canción “Alicia adorada”, de Juancho Polo Valencia, en la que se recita de manera irreverente:

Como Dios en la tierra no tiene amigos
No tiene amigos y vive en el aire
Tanto le pido y le pido y siempre me manda mis males

En el fondo el individuo del Caribe colombiano, si nos atenemos al cancionero popular, no está muy convencido de que exista un más allá: una vida eterna. Y —en todo caso— si ésta existe no es mejor que la que llevamos aquí en la tierra. Si no, ¿qué es lo que dice este merengue de Camilo Namén Rapalino, interpretado por los hermanos Zuleta (versión vallenata) y por Johnny Ventura, en la versión de merengue dominicano?:

Me dicen que el 3 de noviembre
La radio una noticia dio
Y así lo gritaba la gente
Un parrandero bueno se murió
Y San Pedro conmigo fue indiferente
Y llegando a la puerta me rechazó
Parece usted muy mala gente
Déjeme consultar esto con Dios

Me quedé esperando la respuesta
Me sentía bastante preocupado
Y me dijo Dios aquí no lo acepta
Porque usted ha cometido mucho pecado
Me mandaron derecho pa’onde el diablo
Y tampoco me quiso abrir la puerta

Cuando iba saliendo me dijo un diablito
El diablo que se vaya pa’la tierra
Que todavía usted está muy jovencito
Y que siga su vida parrandera (...)

Después del sustazo que me llevé
Por todo lo que estuve pasando
En el San Juan de Dios desperté
Con ganas de beber y seguir bailando

Pero yo no sé cómo van a hacer
Esa gente que el diablo está esperando
Que si no se corrigen van a ver
El vainazo que les va mandar ese diablo
Porque yo mi problema ya lo arreglé
Y le juro que de la tierra más nunca salgo



Esa percepción escéptica sobre la vida, la muerte y lo que viene después sale a relucir en una entrevista concedida por el propio Diomedes Díaz a Ernesto McCausland, en la que afirma que no quiere morirse porque no está seguro de que los muertos pasen a un mundo mejor. Según Diomedes, si fuera verdad que la gente tuviera una vida mejor en el más allá, mucha gente estaría dispuesta a morirse en el momento mismo, pero como no se sabe qué hay después de la muerte, nadie quiere morirse de ninguna forma, ni siquiera de viejo.

Es esa visión filosófica del mundo, la que explica por qué las celebraciones de los actos litúrgicos del santoral católico han sido —desde los tiempos coloniales — secundadas siempre por parrandas monumentales, que se organizan bajo el leitmotiv de “esta noche amanecemos / amanecemos parrandeando”. Nada raro —por eso— que una de las canciones emblemáticas en la discografía del desaparecido Diomedes Díaz haya sido un merengue, compuesto por Calixto Ochoa, que canta de manera libertina:

Si la vida fuera estable todo el tiempo
Yo no bebería ni malgastaría la plata
Pero me doy cuenta que la vida es un sueño
Y antes de morir es mejor aprovecharla
Por eso la plata que caiga en mis manos
La gasto en mujeres bebida y bailando

En otras palabras, para los hijos del Caribe colombiano, como reza un viejo son cubano, el eslogan es: “Hay que gozar la vida / porque la vida es corta / gózala como es debido / no hagas otra cosa”. O como lo canta el Gran Combo de Puerto Rico:

Vamos a seguir bailando,
Vamos a seguir contentos
Y sigamos vacilando
Vamos a seguir en esto
Porque un día de estos
Que tú verás que va llegar un demonio atómico
Atracatan, acanganas, y nos va limpiar
Y después de muerto no se puede gozar

Volviendo al tema de fondo: el debate que se desató con ocasión de la muerte de Diomedes entre algunos sectores costeños y cachacos. A través de la historia, a partir de sus respectivas visiones ontológicas, esos dos países: el país caribe y el país andino, han mantenido un debate larvado, que se agita de tiempo en tiempo. En el cruce de opiniones se ventilan los respectivos estilos de vida y concepción del mundo. Partiendo de su bagaje sociohistórico, los dos pueblos han estructurado sus relaciones e intercambios en el plano social y cultural. Sus interacciones, tomadas a la ligera —y vistas desde lo alto—, podrían considerarse como conflictivas y antagónicas.

Sin embargo, cuando uno se adentra en la realidad colombiana a partir de la manera como los sectores populares y las élites viven su vida y festejan los momentos placenteros de ésta, se da cuenta de que estos dos países, si bien son antagónicos, también son complementarios. Esto fue lo que llevó a los políticos Alfonso López Michelsen y Ernesto Samper Pizano a celebrar sus ancestros vallenatos. Es eso mismo lo que ha llevado a ciertos sectores de la elite bogotana, después de la década de 1990, a peregrinar al festival vallenato y al Carnaval de Barranquilla, y a dejarse tomar fotos en sus parrandas y festejos. Es el deseo de impregnarse del desparpajo caribe lo que llevó a los herederos, los delfines, de varias de las más importantes figuras del poder político y económico interioranas a casarse con mujeres costeñas, luego del ascenso de “un boom de personalidades”, que han tenido éxito en la música, la moda y el deporte.

A través de esa relación conflictiva y de complementación, es como a lo largo de la historia reciente las gentes de las dos regiones se han influido mutuamente y han participado en la construcción de la identidad cultural colombiana. Al mismo tiempo, sin querer queriendo, se han ido mezclando, mientras se mofan y ridiculizan mutuamente, como lo hicieron Tatiana Bernal, “Contra las costeñas”, y Margarita García, “Contra las cachacas”, en la revista Soho.



La muerte de Diomedes Díaz volvió a agitar en los medios tradicionales y alternativos, además de las redes sociales, la confrontación entre esos dos países sobre sus hábitos y mores respectivos. El debate que se desató por los excesos que caracterizaron la vida de Diomedes, hace parte de un debate que remontó a la superficie en los albores del siglo XX y se profundizó a partir de la década de 1930, marcando de manera contundente la dinámica de la vida cultural colombiana. Desde entonces los dos países compiten entre sí por imponerse el uno sobre el otro y por influenciar a los colombianos residentes en las regiones periféricas y menos dinámicas del territorio nacional.

Sobre la incomunicación de esos dos mundos, que vivieron de espaldas el uno del otro hasta la violenta década de 1950, los mejores testimonios los encontramos en la obra literaria y periodística de Gabriel García Márquez. Este escritor, al lado de Lucho Bermúdez, Rafael Escalona y Pambelé, de un lado, y de Daniel Samper Pizano y Alfonzo López Michelsen del otro, se encuentran entre aquellos que provocaron —consciente o inconscientemente— el acercamiento y la exploración mutua entre la gente de esos dos mundos. Retomando a García Márquez podría decirse que hasta el comienzo de la década de 1960, muchas regiones del Caribe colombiano eran zonas “que tenían una vida propia” y “sus contactos eran mucho más frecuentes con Venezuela”, con Curazao y Panamá, “que con el interior del país”. En una ocasión el propio Gabo sostuvo que a raíz de la construcción de la infraestructura carreteril y a las diferentes oleadas de violencia que lo han sacudido desde la década de 1950, llevando gente de una región a otra por la fuerza, Colombia se abrió y “se volvió esta cosa compleja que hoy es”.

Mal educada en temas de cultura nacional: la historia regional y local está aún por reconstruirse, la geografía nacional aguarda por ser descubierta, catalogada y documentada, y la lectura antropológica y sociológica de la sociedad está en su fase inicial, la gente comenzó a reconocerse —y definirse— a través de los prejuicios que existían sobre el otro. Por eso para el país andino el país caribe es un país de indios, negros, zambos y mulatos perezosos, de modales inciviles, de vocación idólatra, de gusto ramplón, de instinto vicioso, de vida perdularia y espíritu parrandero, de cultura machista, de talante botarate, de alma bullosa, de ademanes descomedidos, de gusto ordinario, de costumbres indecorosas. De eso han dejado constancia los opinadores andinocentristas en todos los periódicos del país, dan testimonios los chascarrillos que se cuentan en las plazas de mercado sobre los costeños y dejan constancia los comentarios de los lectores de periódicos electrónicos y las centenas de mensajes que sobre el asunto circulan en las redes sociales. El que quiera comprobarlo —en página y media— puede leer el artículo de Tatiana Bernal “Contra las costeñas”.

A la sazón, uno de los chistes que más circulan en el universo cibernético de los medios andinos cuenta que una vez apareció entre los anuncios de prensa uno que decía: “Costeño trabajador y sin vicios busca pereirana virgen para fines serios”. A continuación se cierra el chiste diciendo: “¡Ni lo uno ni lo otro existe, pues de eso no hay!”. Otro apunte, que sirve de muestra para ilustrar el mismo asunto, lo recuperamos entre los comentarios de El Espectador. Allí un lector apodado SCK sostiene que “los corronchos son tan apocados y carentes de poder cognitivo que ni siquiera sirven para ser líderes de los bandidos”. Eso explica, según él, por qué “los corronchos con su pereza y valores ambivalentes han dado el mayor aporte en el atraso de esta república bananera”.

Por su parte el país Caribe se esmera en presentar al país andino como un territorio habitado por un pueblo de mestizos tristes, violentos y rezanderos; una comarca poblada por gente solapada, que mientras peca, para empatar, reza. En otros términos: una sociedad gobernada por un moralismo pacato, que lleva a la gente a esconder la mugre debajo de la alfombra, aparentando que tiene la casa limpia, para así poder dar lecciones de moral a los demás, mientras practica la inmoralidad. Según los críticos de los cachacos, éstos se van a otras tierras a hacer aquello que siempre han deseado hacer en su tierra y no son capaces de hacer por el temor al qué dirán. Una buena síntesis de ese discurso se encuentra en la página y media que Margarita García escribió “Contra las cachacas”.

En el plano político también hay diferencias que se advierten sin mucho esfuerzo. Mientras el país caribe se ha caracterizado por ser un pueblo de tradición liberal, el país andino se alinea más con las ideas conservadoras.

Con la muerte de Diomedes Díaz, un cantor popular extraordinario, que nunca escondió su estilo de vida disipado, que muchas veces habló sin tapujos de sus vicios y defectos con los periodistas, se alborotaron los adeptos —y detractores— de cada campo, porque para bien o para mal, Diomedes condensó en él solo lo que enorgullece al país caribe y lo que escandaliza al país andino. Por un lado fue, como lo resaltó un comentarista de periódicos electrónicos apodado EGD, “un hombre con una sensibilidad poética excepcional” que “interpretó como pocos los sentimientos y la cotidianidad de todo un pueblo”. Por el otro, fue un “mujeriego, periquero, ostentoso, despilfarrador”, que cuando se le preguntaba por sus vicios decía en tono jocoso: “Yo he probado de todo, he tenido fiestas que pa’qué te cuento”.



Para aquellos que detestan al país caribe, como es el caso de un comentarista de El Espectador apodado Darioiv, “este individuo como artista dejó un legado musical para las personas que gustan de esa música de prostíbulos, de cantinas, de sirvientas, de emboladores, de albañiles y de la chusma de costeños”. En fin, como acota Ali Cates (otro comentarista del mismo diario), Diomedes fue más bien un representante del “antiarte” o un “artista como sea para la corronchería y, en el interior, para los choferes de buseta”. En síntesis, y en palabras de Germanwide, Diomedes fue la expresión natural de “la incultura, la ordinariez, el ídolo de la plebe y el lumpen”.

Del lado de los líderes de opinión reconocidos, que hicieron pública su aversión frente a lo que encarnó Diomedes Díaz y condenaron su legado cultural, por haber vivido una vida privada poco ejemplar, se contaron Salud Hernández Mora, Cecilia Orozco Tascón, María Elvira Bonilla y Eduardo Escobar. Luego de la muerte de Diomedes, estos formadores de opinión pública dedicaron toda su capacidad intelectual a resaltar al “Diomedes que hay que olvidar”, abrigando la esperanza de que el país olvide del todo a Diomedes, porque los tipos como él reflejan, según Orozco Toscón, “a una nación sin cultura política y sin valores ciudadanos, apenas con unas cuantas identidades regionales”.

En fin, entre los formadores de opinión no faltan aquellos que piensan como Decartonpiedra (comentarista de El Espectador), que odia a Diomedes porque fue uno de los artífices de la popularización del vallenato en todo el país y con el vallenato “Colombia se vulgarizó”. Eso es lo que, palabras más palabras menos, traduce la columna de María Elvira Bonilla cuando resalta que el despliegue que le dieron los medios a la muerte de Diomedes Díaz induce al país a la “confusión” y la “desmemoria”, porque de ese modo se olvida “el repugnante machismo que Diomedes Díaz desplegaba con vulgaridad en la tarima y por fuera de ésta, rodeado de jovencitas que envolvía con la seducción de sus canciones”.

Del otro lado se encuentra un número amplio de personas que nos recuerdan que Diomedes fue, como lo destaca Liliana Martínez Polo en un reportaje póstumo publicado en El Tiempo, “alguien cuya infancia fue dura, pero se dio las mañas” suficientes para convertirse en “el ídolo más grande que ha existido en el vallenato en toda su historia”. Esta proeza resulta más asombrosa si se tiene en cuenta que Diomedes solo fue, en palabras de Ahero93, un campesino con sensibilidad poética, pues aparte de los temas que abordó en sus canciones, en el fondo él nunca fue “un tipo culto y profundo en opiniones”.

La percepción de Cecilia Orozco Toscón sobre el muerto —y de contera sobre la manifestación cultural que representaba Diomedes— concitó entre sus lectores el afloramiento de la visión que el país andino tiene del país caribe. De todos aquellos que comentaron su nota en El Espectador, quien mejor condensó el discurso que retrata a los habitantes del Caribe colombiano como personas de modales inciviles es un lector que comenta bajo el apodo de Fantomas. Según Fantomas, “la ramplonería” es “algo inherente a la idiosincrasia propia de los pobladores de la región atlántica”. Por eso no se puede esperar “algo diferente de los pobladores de esa parte del país” sino el culto a tipos como Diomedes Díaz y Rafael Orozco, los dos cantantes más importantes del “vallejarto”.

En su columna en el influyente diario El Tiempo, Salud Hernández Mora, en el obituario que dedica al difunto, más que resaltar “al artista, el genio, que lo fue”, se centra en recordarnos “el pésimo ejemplo vital que daba”. Según ella el legado cultural de Diomedes Díaz “debería enterrarse con él”, porque representa una “idiosincrasia que sólo genera rencores, tragedias, frustraciones y lágrimas”.

La reacción frente a los tropos de Hernández, que es de origen español, provino del lado del periodista samario Víctor Sánchez Rincones. Desde España, donde reside, Sánchez Rincones, le reclama a Hernández Mora por los conceptos contenidos en su columna. Según él, si bien es sabido que “Diomedes no fue un santo” pues “eso todo el mundo lo sabe”, su vida personal no debe ser usada como rasero “moral”, para ofender a la sociedad costeña. Sánchez Rincones  aprovechó la controversia con Salud Hernández para recordarle al público que la vida privada de Diomedes no fue diferente a la de “Elvis Presley, John Lennon o el propio Michael Jackson, genios de la música que no vinieron a este mundo para dar cátedras de moral”.

Una posición similar a la de Sánchez Rincones esboza Franchi1979, un comentarista de El Espectador que se detiene sobre la columna de Cecilia Orozco Tascón. Según este comentarista, la despedida apoteósica que los seguidores de Diomedes le hicieron fue para rendirle un homenaje póstumo “al gran genio de la música que fue”, lo cual no quiere decir que la gente haya olvidado que él había “cometido errores en su vida”. Destaca el comentarista que, “al igual que admira a grandes como Sinatra, Winehouse y Morrison, entre otros que tuvieron una vida de excesos”, la gente admira a Diomedes, porque como ellos él también fue un grande de la música. En tal sentido, cuando la gente desfiló ante su ataúd y asistió masivamente a su entierro, no lo hizo para celebrar sus pecados. Lo hizo porque “recuerda su talento”, que es lo que al final quiere honrar.

La bloguera Nani Mosquera, tratando de poner las cosas en perspectiva, llama la atención sobre un punto: Diomedes fue un “ícono, ídolo, pero no modelo a seguir”. Para ella, la vida de este artista repite “una fórmula que se repite en muchas estrellas de la canción mundial”. Sobre los motivos de fondo de la controversia, Mosquera sostiene que éstos retratan, de cuerpo entero, la idiosincrasia verdadera del colombiano, que está atravesada por la intolerancia frente a la diferencia, el clasismo o arribismo social y el regionalismo.

Eso es lo que explica, según ella, por qué en los medios capitalinos una tropa de comentaristas —bastante activos— se dio —ordenadamente— a la tarea de descalificar al artista vallenato, llamándolo “corroncho, por su forma de vestir y de actuar” y a denigrarlo por su origen y por los lunares morales que marcaron su vida privada. En efecto, queremos traer a colación uno de esos comentarios, que representan el lado más pesado de la controversia: el comentario de Jaimeur, en El Espectador. Según este lector de periódicos en línea “ni el ñame es comida, ni el vallenato es música”, y la mejor forma de hacer patria es “matar costeños”.

En general Nani Mosquera resalta que hay un alto grado de hipocresía detrás del discurso moralista de aquellos que tratan de descalificar la música y el legado cultural de Diomedes, resaltando su vida desordenada y el escándalo judicial en el que se vio involucrado por la muerte de una de sus amantes, sin detenerse a reparar sobre la calidad de las contribuciones que hizo este cantante en la construcción de la identidad cultural de Colombia. Sobre el particular, la bloguera destaca que Diomedes hizo parte de una oleada de personajes costeños que llevaron a los bogotanos a adoptar como iconos representativos de la colombianidad la música vallenata, el sombrero vueltiao y la mochila arhuaca.

Dentro del fusilamiento moral —como lo llamó Charles8110— que se desató por el cubrimiento mediático, los honores oficiales que se le tributaron a nivel local y el entierro multitudinario del que fue objeto Diomedes, una de las voces más centradas fue la de Catalina Ruiz-Navarro. En una columna en la que separaba al hombre del artista, llamó la atención sobre un hecho: “una cosa es celebrar al músico y otra defender a un hombre, por demás indefendible”, porque no es comprensible “que les hagamos exigencias éticas a nuestros ídolos” del espectáculo, porque “los artistas no tienen por qué ser líderes morales”, ya que “el objetivo del arte y el entretenimiento no es educar éticamente”.

En el fondo el debate ha resultado tirante porque —en general— en Colombia las figuras públicas que están llamadas a ser referentes éticos se han devaluado. Esa devaluación ha llevado a la gente a buscar esos modelos en los individuos que no cumplen esa función, olvidando que los artistas no vienen a este mundo para ser referentes en el campo de la ética sino en el de la estética.

Sobre la manera positiva como se ha evaluado la obra de Diomedes Díaz luego de su muerte, Sebastián Grijalba, lector de Noticias Montreal, sugiere —con cierta frustración— que “definitivamente no hay muerto malo”. Para él, Diomedes fue un “maestro del vallenato pero un asco de ser humano”. Su juicio podría ser enteramente correcto, pero como lo sentencia Yosoyunica, una comentarista de la columna de Catalina Ruiz-Navarro, “a Diomedes se quiere como artista, no como persona”, porque como artista, Diomedes Dionisio Díaz Maestre nos brindó (de eso deja constancia Juan Mesa, otro comentarista de la nota de la misma autora) “felicidad y armonía”.

El poeta Eduardo Escobar, una de las plumas más aquilatadas del país andino, afirma “nunca haber entendido que el país lo convirtiera en ídolo”. Para él, “Diomedes nunca pasó de ser más que un formidable aullador, en los escenarios, y por fuera de los escenarios un canalla, indigno de servir de modelo a las generaciones del futuro”. Sin embargo, haber llegado a ser quien fue, a pesar de haber sido, como lo advierte Frank Molano Camargo, un niño colombiano que “tuvo una escolaridad de baja intensidad”, que “escasamente aprendió a leer y escribir”, y de haber perdido un ojo en la infancia, es lo que hace a Diomedes Dionisio Díaz Maestre uno de los diez personajes históricos más importantes del siglo XX en el Caribe colombiano.

Entre sus logros se encuentra el de haber sido capaz de cultivar en el corazón de la gente una alegría genuina, una esperanza romántica y la consolación frente a la adversidad, en medio de la tragedia humanitaria en que se debatió Colombia durante la época en que él hizo carrera. Es por eso que se llora y se lamenta su muerte, a pesar de que un número considerable de personas, como Ampuloso, un comentarista de El Espectador, se lamenten “de que no se haya muerto antes”.