RANCHERIASTEREO

viernes, 22 de enero de 2021

EL ALMIRANTE PADILLA (RAFAEL ESCALONA) FRAGMENTO DE LA CRÓNICA


“TITE” SOCARRÁS
Por: Fredy González Zubiría

Puerto López
Viernes 4 de abril de 1952. Puerto López, Laguna de Tucacas, Alta Guajira. 8 a.m. En la playa permanecen varias lanchas, mientras once camiones esperan su carga para partir. Fondeados están los barcos Ana Ángela y San Marcos. Más alejada se encuentra la fragata Almirante Padilla. La presencia de esta última no causa mayor atención. Era rutinario ver embarcaciones de la Armada Nacional patrullando la frontera marina.
Puerto López era un asoleado pueblo de 40 casas, anclado en la orilla del mar, rodeado por el desierto guajiro y observado por distantes y dispersas rancherías wayuu. Daba la impresión de que el mundo acababa allí. Fue declarado puerto libre en el gobierno del presidente López Pumarejo, y desde entonces los barcos llegaban con mercancías de Aruba y Curazao, que luego transbordaban hacia otros destinos: Maracaibo, Maicao, Riohacha y Villanueva.
Llegar allí desde Maicao significaba una travesía de siete horas, desde Riohacha 12 y desde Villanueva 14. Kilómetros de trochas, vigilados por hileras de trupillo y cactus a ambos lados del polvoriento camino, hasta llegar al pleno desierto. Luego, explanadas secas, pequeñas dunas y arenales. En el trayecto se topa con esporádicas rancherías wayuu, cuya aparición es menos ocasional a medida que se adentra en el desierto. A ese rincón del mundo llegaban quienes soñaban con una fortuna o deseaban no ser molestados por nadie.
Puerto López se había convertido con los años en un movido punto comercial. Ahí residían varios miembros de la familia Iguarán, entre ellos Francisco, corregidor por un largo tiempo. También lo habitaban Reyes Carrillo, el venezolano Carlos González, el riohachero José Abuchaibe, dueño de un depósito, Francisco Vargas, Chico Mejía y Edmundo “Mundo” Pana. Éste último sería asesinado por un siniestro visitante, el psicótico conservador valluno Gregorio González Ortega alias “Santacoloma”, a quien mataron al día siguiente de su osada acción. Venganza ejecutada por los amigos del finado.
Como todo puerto, el movimiento de personas y la circulación de dinero afectan su vida social y entorno. Por eso no era de extrañar que en un pueblo de una sola calle, el sitio más concurrido fuera la cantina. Frecuentado por prostitutas veteranas, llegadas de diferentes puntos del país, cuyas ganancias en las ciudades había disminuido vertiginosamente.
En cambio, aquí se respiraba paz. Marinos y mercaderes llegaban de sus largas travesías por tierra o mar, ansiosos de placer. Dejaban parte de sus pesos, bolívares, dólares o florines a cambio de unos momentos de intimidad.

El decomiso
9 de la mañana. Jaime Parra Ramírez, comandante de la fragata Almirante Padilla, recibe desde la Base Naval de Cartagena órdenes precisas por radio: “Proceda a decomisar todas las mercancías”. Los marinos, armados con fusiles, desembarcaron. Un grupo tomó posición en las salidas terrestres del pequeño caserío. No podía entrar ni salir ningún vehículo.
10 de la mañana. En un terreno cercano al pueblo que un militar de apellido Rodríguez había marcado y adecuado como pista 15 años atrás, aterrizó un avión DC-3 con 30 soldados para reforzar el operativo. Los vecinos se vieron militarizados en cuestión de una hora. Se inició la incautación de mercancías. Tomaban las cajas y en las lanchas las trasladaban al barco. No daban explicaciones, se limitaban a decir: “cumplimos órdenes”.
Confiados en que el Gobierno conocía las actividades del puerto, los comerciantes conservaban los productos a la vista, debajo de enramadas para protegerlas de sol y la brisa marina. Quienes no habían encontrado espacio para descargar, se vieron obligados a llevarla mercancía hasta los matorrales. Y esa fue la única que se salvó.
En el pueblo estaban desconcertados. En esa ocasión precisamente, la mayoría de la carga tenía como destino Venezuela. Los barcos traían desde Aruba harina y manteca hasta Puerto López, y de allí en pequeñas lanchas la llevaban a solitarios desembarcaderos cerca a Maracaibo. Entre la poca mercancía que iba para Colombia estaba la de Miguel Celedón,
Enrique Orozco y Francisco “Tite” Socarrás, de Villanueva, quienes, asombrados, veían su inversión desaparecer ante sus ojos. Habían enviado 1000 quintales de café a Aruba, que canjearon al equivalente por whisky, brandy, cigarrillos, telas, víveres, jabones y perfumes. Todo estaba ahora en la fragata Almirante Padilla.
“Tite” observaba callado, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón caqui. Se percató de que estaban vacíos. Por un instante los comparó con el futuro de sus finanzas. Horas después, alguien destapó una botella de whisky y empezaron a cavilar en la estrategia para recuperar lo incautado. Puerto López había sido saqueado. Cinco prostitutas habían logrado recuperar alguna manteca con los marinos, a razón de 2 latas por hora en una litera del barco.
Ezequiel y Máximo Iguarán, al ver a “Tite” con el rostro desencajado, ordenaron cargarle medio camión con lo que se había salvado, para que no llegara a Villanueva con las manos vacías. En la madrugada emprendieron el viaje de regreso. Aunque la ruta era la misma, el recorrido se hizo más largo que lo acostumbrado. Todos iban en silencio.
Francisco “Tite” Socarrás Morales había nacido en Villanueva en 1924, y era hijo natural del ingeniero Silvestre Francisco Dangond Daza con Evarista Socarrás Morales. Silvestre era descendiente de François Dangond, el inmigrante francés que hizo los primeros cultivos de café en la Costa Caribe en la primera mitad del siglo XIX. El cura de turno impidió que le diera el apellido.
“Tite” estudió Técnica Agropecuaria en Roldanillo (Valle del Cauca), luego hizo un curso de Agricultura de clima frío en Bogotá. Fue inspector jefe de la Caja Agraria en Montería en 1946, ya finales de esa década se desempeñó como inspector evaluador dela Caja Agraria en Valledupar. Aunque no era militante político, por ser nieto del general Socarrás, estaba marcado de liberal. Eso le costó el puesto.

Desempleado, iba con frecuencia a Villanueva a ver qué se podía hacer. En una fiesta a la que fue invitado, “Tite” vio a una muchacha que lo dejó tieso. Amor instantáneo, advirtió que conversaba con Miguel Celedón, su amigo. Y sin que ella lo notara, lo llamó aparte y le preguntó: “¿Quién es ella?” Miguel le informó: “Se llama Raquel Olivella”. “Tite” le dijo: “¡Necesito conocerla; preséntamela!” “Cálmate, primero le hablo y cuando te haga una seña, te acercas”. Ese día se hicieron amigos, a la semana ya eran novios, y a los seis meses “se escaparon” para Valledupar. Raquel era una hija de Bolívar Olivella, hombre de gran influencia en Villanueva.
La pareja retornó cuando Raquel quedó embarazada. Esa era la autorización social de regresar cuando un hombre “se sacaba” a una jovencita, puesto que la preñez impedía que la familia procediera en contra de él. Ya no había nada qué hacer. Vivieron en la casa-finca de la madre de “Tite”. Se dedicó a sus cultivos. En esos días, Raquel perdió su bebé. Era un varón.
Se trastearon a una casa de Andrés Fellizola. Raquel quedó encinta de nuevo. En Semana Santa, su tiempo de parir, prende una veladora a una imagen religiosa y sale a la procesión de la Virgen Dolorosa. Una misteriosa brisa entra por la ventana, mueve la cortina y la acerca al fuego. La casa se incendió. Pierden todo, muebles, ropa y utensilios. El día del trasteo nació Enalba. Fue su felicidad, pero ahora necesitaba trabajar más.
“Tite” decidió aventurar en el comercio. En unos tragos, “Tite”, Miguel Celedón y Rafael Escalona decidieron llevar gallinas y cerdos para Venezuela. Les fue bien. Hicieron tres viajes. Luego “Tite” compró café a los campesinos de la zona y viajó a Aruba a negociarlo. Trajo whisky, cigarrillos y víveres para distribuirlos en los pueblos; felpas y cubre lechos para que Raquel los vendiera. A ella le regaló un juego de polvo, un jabón de tocador y un perfume Maja, la más cotizada loción española fabricada en Barcelona.
Ahora regresaba derrotado a casa, gracias al Almirante Padilla. Lo había perdido todo. Estaba más cerca que nunca de la ruina, y no sabía cómo iba a solventar sus compromisos económicos. El Jeep Willys entró a Villanueva a las 8 de la noche. “Tite” acostumbraba a guardar los camiones en la casa finca de su madre, su antigua residencia. Se encontraban allí, de visita, sus amigos Rafael Escalona, “Poncho” Cotes y Alfonso Murgas. Este trío no estaba ahí casualmente, sabían que esa noche regresaba “Tite” y que él acostumbraba a apartar una caja de whisky Caballo Blanco (White Horse) y bebérsela de inmediato para celebrar el éxito del negocio.
Luego de las lamentaciones, Escalona, Cotes y Murgas no cambiaron de planes, convencieron a “Tite” de que ante semejante pérdida, la mejor manera de pasar el trago amargo era bebiéndose un par de botellas. Al escuchar las sentidas expresiones de solidaridad de sus amigos, y sin sospechar que lo que querían era ron, bebieron hasta el amanecer. Los tragos sirvieron para desahogarse. Entre copa y copa le echaban maldiciones a la fragata Almirante Padilla, a su capitán, al comandante de la Armada, al Presidente y a las leyes de la república.
Satisfecho por la borrachera de la noche anterior, agradecido por la hamaca que le colgaron en la madrugada, y gustoso por la sopa de costilla que le brindaron al levantarse, Rafael Escalona pidió papel y lápiz, se fue para el patio, escribió unos versos, guardó el papelito en su bolsillo y se largó para Valledupar. Allá compuso la canción en solidaridad con su amigo.
ALMIRANTE PADILLA
(Rafael Escalona)
Allá en la Guajira Arriba,
donde nace el contrabando,
el Almirante Padilla llegó a Puerto López
y lo dejó arruina’o.
Pobre “Tite”, pobre “Tite”,
pobre “Tite” Socarrás,
hombre que ahora está muy triste,
lo ha perdido todo por contrabandear.
Ahora pa’ donde irá (bis)
a ganarse la vida “Tite” Socarrás.
Ahora pa’ donde irá (bis)
a ganarse la vida sin contrabandear.
Enriquito se creía que con su papá Laureano
que todo lo conseguía.
Se fue pa’ Bogotá,
pero todo fue en vano
Barco pirata bandido
que Santo Tomás lo vea
prometo hacerle una fiesta
cuando un submarino
lo voltee en Corea.
A Rafael Escalona no se le cumplió su anhelo de que la fragata Almirante Padilla fuera hundida por los comunistas en la guerra de Corea. Salió ilesa. Pero en 1964, una década después de la muerte de “Tite” Socarrás, el barco encalló en unos coralinos cerca de la isla de San Andrés y fue imposible sacarlo de ahí. Se dio la orden de hundirlo; en Villanueva celebraron.
Laureano Gómez acabó con Puerto López pero no con el contrabando en La Guajira. Los wayuu y los criollos dueños de barcos se trasladaron a otros puertos: Parajimarü y Puerto Inglés. Por allí saldrían los embarques de la bonanza del café y parte de ese grano sería sembrado en Villanueva. El pueblo fue abandonado por sus habitantes. La mayoría de ellos emigraron a Maicao. Puerto López se convirtió en un pueblo fantasma. Se lo tragó la arena.

domingo, 17 de enero de 2021

LA GUITARRA EN EL VALLENATO


Por: Felix Carrillo Hinojosa

Con muy pocas menciones sobre la guitarra en territorio andino, antes de la mitad del siglo XIX, es bueno destacar los avisos que aparecieron en el Papel Periódico de Santafé de Bogotá en 1794, que hacía referencias sobre métodos para su interpretación, igual que una antigua copla de Andrés Pablo que menciona la existencia de la guitarra con cinco cuerdas, que sumada a la que está en la Historia de la provincia de la Compañía de Jesús del Nuevo Reino de Granada, publicada en 1741, que recoge la diversidad de instrumentos en el territorio, dentro de los cuales se encuentra la guitarra que interpretaban los indios en los llanos orientales. De 1850 en adelante, la guitarra se esparció por todo el territorio colombiano y su implementación dio origen a otros instrumentos mestizos como el tiple.
Vale la pena destacar que durante la mitad del siglo XIX surge en Colombia la idea de música nacional sustentada en la base popular, por lo que a partir de 1882 nace la Academia Nacional de la Música como institución educativa. Ese entorno académico generó unos claros objetivos que afianzaron sus frutos en 1935 que dio paso a la creación de la escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional, que entre sus logros está la creación de la orquesta Sinfónica Nacional.
En lo relacionado con la música vallenata son muchas las muestras que existen, en donde la guitara desarrolla un papel determinante para consolidar esta música de la provincia. Tanto en grabaciones como en acciones cotidianas, ella ha servido como soporte musical a tantas creaciones.
Es importante anotar que antes de la llegada de instrumentos como la guitarra, el armonio, el piano y el acordeón ya nuestros campesinos estaban en proceso de construcción, todo lo que hoy tenemos como música. Ese antes y después de la consolidación del vallenato le permitió a esos instrumentos, ante todo al acordeón y guitarra, desarrollar su liderazgo en cada una de sus acciones sociales. El efecto que cada uno de esos instrumentos hicieron en la construcción del vallenato está ahí como una muestra sólida de todos los procesos que nuestros campesinos desarrollaron para construir todo ese edificio musical Vallenato.

GUITARRA Y VALLENATO
La guitarra en unos procesos fue líder, en otros fue acompañante, lo que le ha permitido al instrumento y a la música vivir un goce conjunto, que hace pensar el valor de los dos en el desarrollo como música local con reconocimiento nacional que ha tenido el vallenato.
La divulgación de la música vallenata en guitarra se la dan varios hombres que irrigado en todo el Magdalena Grande, lo que luego sería el Magdalena, La Guajira y el Cesar. Unos son reconocidos por llegar a la grabación, otros pese a no hacerle se convierten en unos masificadores de ese instrumento.
El techo de la guitarra en la divulgación vallenata la desarrolla Guillermo de Jesús Buitrago Henríquez, quien junto a Julio Bovea, ‘El Mocho’ Rubio y Ángel Fontanilla le dan forma en grabación a todo un movimiento musical que ya tenía un recorrido con el acordeón en los diversos escenarios en Barranquilla, de la que existen versiones como la realizada por Francisco Rada Batista en 1935.
Esa figura del ‘Jilguero de la Sierra Nevada’, como era conocido, nació en Ciénaga-Magdalena- el 1 de abril de 1920 y falleció el 19 de abril de 1949. Hijo de Roberto de Jesús Buitrago, oriundo de Marinilla-Antioquia y de Teresa Mercedes Henríquez de Ciénaga.
Su afición por la guitarra fue acogida y perfeccionada por el destacado músico y compositor Andrés Paz Barros, quien lo ayudó a ponerle melodía a su vez acorde con la ejecución de su guitarra.
Alberto Fernández Mindiola, en el canto y guacharaca, Atánquez; Julio Bovea primera guitarra y segunda voz, Samario; y Ángel Fontanilla, segunda guitarra y primera voz, cienaguero; le dieron vida al trío Bovea y sus vallenatos, que consolidó lo dejado por Guillermo Buitrago Henríquez.
El trío Bovea y sus Vallenatos llegó al estrellato de la mano del cantante Alberto Fernández, cuya voz fue la que inmortalizó los hits más grandes de la agrupación. Su carrera ascendente empezó del año 52 en adelante, cuando grabaron con el sello barranquillero Tropical, después adquirido por Discos Fuentes.
Alberto Fernández Mindiola es una de las voces más privilegiadas del Caribe Colombiano, por haber pasado del tema vallenato a otras variantes rítmicas de Colombia, que lo eleva a ser una voz exitosa dentro y fuera de nuestra Patria.
Dentro de ese mundo de acordeones, guitarras, chicotes y diversas danzas que antecedieron a los cuatro ritmos que hoy tenemos, nació y creció en Atánquez Hugues Martínez Sarmiento, quien se sintió atraído por ese instrumento de origen milenario y empezó a recorrer caminos cantando la música de sus antepasados y la que en su momento se escuchaba.
Así se hizo músico el jovencito de 17 años, quien decidió, por voluntad propia, dejar su terruño y llegar a Valledupar, donde logró alternar con Bovea y sus vallenatos, se dio el lujo de no atender el llamado musical del trío Avilés, acompañó con su guitarra y el acordeón de Colacho Mendoza las eternas tertulias musicales de Rafael Escalona Martínez.
“Cuando él llego a Valledupar, en el año 68, todas las jovencitas de esa época nos moríamos por él. Nos parecía un señor educado, con sus ojos verdosos, lo veíamos más bello de lo que es, pero por la forma como tocaba las cuerdas de la guitarra eran unos vallenatos hermosos, soñábamos con él; pero cuando empezó a tocar mucho ‘El Pirata del Loperena’ y rondaba mucho por ese barrio, nos dimos cuenta que él ya había elegido a su enamorada, entonces las demás le dimos campo abierto”, dijo Cecilia Luquez Soto.
A los lugares a donde llegó le entregó toda su vida a la música, la misma que reconoce en él a un virtuoso de la guitarra como lo dijera Gustavo Gutiérrez Cabello en su canto: “Yo no puedo separarme / de las cosas más hermosas / más ligadas a mi vida / como estar enamorado / y escuchar de Hugues Martínez / su guitarra tan sentida”.

MELODÍA DE LA GUITARRA
Como lo dijera en 1950 el escritor Álvaro Cepeda Samudio, en una de las parrandas que se hizo en Valledupar, que ayudaron a fortalecer a nuestra música y lo que luego sería el festival: “Carlos Huertas es el Matamoros del vallenato”, con ese rotulo se dedicó a caminar. Esa trashumancia le permitió a los 16 años llegar a Maracaibo, llenarse de gaitas y pasajes y formarse en la escritura musical. Se hizo libre en La Guajira y llenó de música al pentagrama nacional.
Esa manera de componer lo hizo distinto ante propios y de otras regiones. Su música se nutrió de sus viajes, su menuda figura de caminante eterno brotaba música. No se estaba quieto y todas esas ansias de querer ser que llevaba en el alma terminaban en sus dedos ligeros que se posaban en su eterna compañera: la guitarra. Incomprendido luchador, olvidado por todos, dejó una obra que permite decirnos: hay Huertas Gómez para la eternidad.
Hace más de cinco décadas cuando nuestra música no gozaba de ese auge popular, que hoy día tiene, por las calles del Viejo Valledupar un trío de muchachos cuyo talento artístico se escuchaba a muchas cuadras, en donde las canciones del vallenato y boleros se hacían sentir.
Hugues Martínez, guitarra y segunda voz; ‘El Quinqui’ Efraín Pimienta Molina, guitarra y primera voz; y ‘Monca’ Raúl Moncaleano tocaba las maracas y hacia la tercera voz; conocidos en el argot popular como El trío Malanga. Qué manera de llamar a un grupo musical de tan excelsas cualidades artísticas. En ellos se conjugó toda la música popular de la región y del mundo. Lograron enamorar con su suave melodía a toda la sociedad valduparense que acogía más lo foráneo que lo producido por los músicos de la provincia.
Sofronín Martínez Heredia es un reconocido hombre que a través de su talentosa ejecución de la guitarra logró ganarse un lugar en la cultura del Caribe nuestro. Con su voz y su guitarra llenó de sentimiento y bohemia a quien lo escuchaba. Después de su partida hace alrededor de dos décadas, son muchas las historias que se cuentan en torno a su vida en la guitarra. Con su permanente asistencia al legendario bar La Quemada, pudo nutrir el pedido de su música, la misma que había logrado construir en diversos momentos de su vida artística.
Él tiene un puesto importante en la música vallenata cuando por la década del 50’ acompañó al músico Gilberto Alejandro Durán Díaz en varias grabaciones, entre ellas, en la puya ‘La vieja Gabriela’, de Juan Muñoz Mejía.
Rodolfo Bolaños más conocido como ‘El Veje’ logró dentro de la guitarra mostrar todo su talento, que lo llevó a conformar el trío los criollos vallenatos, los Cesares y los padrinos, y a componer uno de los más bonitos paseos dedicados a Valledupar. Esa nostalgia que encierra ‘Viejo Valledupar’, cuyo texto y melodía transportan a un tiempo especial de la hoy ciudad, entre ellos, Los Criollos Vallenatos, Los Césares y Los Padrinos.

DÚO GUAJIRO
Uno de los dúos que hizo carrera en La Guajira fue el conformado por Hernando Marín y Luis Gutiérrez. El primero fue un destacado creador, cuyas letras pusieron a pensar sobre la realidad del territorio guajiro, saqueado por muchos gobernantes corruptos; el segundo tuvo la voz perfecta para que dos bohemios llenaran de música a nuestra tierra.
Hernando Marín es un símbolo de la creatividad vallenata. Sus cantos románticos y sociales son un vivo soporte de nuestra música. Este rebelde pensador nunca se quedó callado, sus obras siguen levantando su voz para denunciar lo que no está bien hecho.
Él era un peleador abierto por todo, pero así también era un afectuoso de la vida. Todo eso está contenido en su música, él se parecía a ella.
Los Kankuis, voz kankuama, de las estribaciones de Atanquez, tienen su historia que no arranca en 1980, época en que deciden unirse para hacer música. Ellos antes de nacer ya traían su narrativa musical.
Cuentan que Juan Francisco Mindiola el del ‘Gavilán Atanquero’, ‘Trovador Ambulante’, ya había hecho con sus canciones y guitarra toda una historia musical. Lo único que decidieron los Kankuis fue seguir el camino que les indicó la vida.
Este grupo musical es una unión de apellidos y sangre que termina siendo lo mismo. Son una familia musical que decidió poner al vallenato en su lugar a través de la guitarra, herencia que defienden para bien de nuestra música.

PRESENTE EN GUITARRAS
Si llegan a Barrancas-La Guajira, mi tierra, y pregunta por Ramón Noriega es posible que le digan no conocerlo. Si le dicen, dónde vive ‘Chiche Badillo’ lo llevan derechito a su casa. Es de los punteros que tiene la guitarra, escasos por cierto, y todo eso lo aprendió de Carlos Huertas Gómez y Hernando Marín.
Su vida está sustentada en muchas herencias musicales, entre ellos, los Brito de la sierra, emporio de músicos acordeoneros y poetas, que convirtieron a su entorno en una estación musical que sirve de referente especial para el engrandecimiento del vallenato.
Los hermanos ‘Poncho’ y ‘Millo’ Carrascal son dos valores plegados a mi alma. Los hice músicos y ellos me hicieron a mí. Nacimos musicalmente en una esquina de su casa. En ese ruido musical, nacieron en un ensayo punteando sus guitarras, muchas canciones mías. Allí en ese lugar le perdimos el miedo para mostrar lo que teníamos. Nos aventuramos en el festival y salimos ganadores.
Ellos son una realidad en la divulgación del vallenato en guitarra y una parranda con su presencia es a otro precio.
Por los años 70’, tres creadores de primera línea en el vallenato fueron bautizado como ‘El trío de oro’: Hernando Marín, Sergio Moya y Máximo Movíl. Ellos construyeron su nombre por separado a través de su talento. Luego el mismo fue tomado por los hijos de Sergio Moya Molina en honor a ellos. El Trío de Oro, el de ahora, es una propuesta con vallenato en guitarra, del que hacen parte, Leonidas, Freddy y Sergio Moya Jr.
Oscar Cantillo López después de nutrir el espíritu musical en los grupos donde estuvo, decidió lanzarse de solista y empezar a brindar concierto en los cuatro ritmos que tiene el vallenato.
Nieto del reconocido músico Juan López Gutiérrez del que se desprende una familia musical, entre quienes están Miguel, Elberto, Pablo y Alfonso, reyes del festival.
La agrupación Castillo’s ha logrado mezclar los sonidos del pasado con el presente, que les ha permitido mantenerse en un equilibrio para bien de su propuesta musical.
Jhonatan Castillo, en la guitarra puntera; Diego Andrés Castillo, en la segunda guitarra; Carlos Alberto Castillo, en el bajo electrónico; y Varo Díaz, como vocalista; buscan despertar diferentes emociones en su público y demostrar que la guitarra no es menos que el acordeón en el género vallenato.
En el desarrollo de la actividad de la guitarra con música vallenata, dos eventos hacen que esta manera de escuchar y ver a nuestra música no se pierda.
El que se hace en Ciénaga-Magdalena y el que se desarrolla en Agustín Codazzi.
Félix Carrillo Hinojosa / EL PILÓN

miércoles, 13 de enero de 2021

LA MUERTE DE ALICIA CANTILLO

Por: Stevenson Marulanda Plata.

Alicia Adorada, la que murió solita, murió rogándole Dios y a todos sus santos que no la dejaran morir. 

¡Pero qué va! Dios en la Tierra no tiene amigos, todo fue en vano. Alicia, como Remedios, la bella, se fue. 

—Tenía las piernas hinchadas, estaba llena de mordiscos por todo el cuerpo y sangraba por los dientes—, afirma María Polo, su cuñada y vecina allá en Flores de María, aislado, mítico y mísero caserío entre  burros, el polvo y la escasez del verano, y la maleza y los lodazales de las correntías invernales, a dos horas de Fundación, donde vivía.

—Le cayó gradera y falla de sangre, y no la aguantó. Y ajá, uno de pobre—. Remató la hermana de Juancho, luego de un profundo y lastimero suspiro. 

La eclampsia es una letal enfermedad que se presenta en mujeres embarazadas, debido a la intoxicación de la sangre por unas sustancias venenosas producidas en la placenta. Casi siempre ataca a primerizas después de las 20 semanas de gestación. 

 Alicia, que había nacido el 14 de diciembre de 1922, iba a cumplir 19 años cuando murió aquel fatídico domingo siete de abril de 1940, sin poder tener su primer hijo o hija, que esperaba de un músico de acordeón “borracho maldito, feo e indigno de mi bella hija”. 

Sus piernas estaban hinchadas porque sus riñones dejaron de orinar. La terrible inflamación de la sangre taponó sus micro filtros, fue así que las toxinas y los líquidos corporales de Alicia Adorada se acumularon, y abotagaron aquella esplendida anatomía que un día volvió loco de amor romántico a ese trovador ambulante, que Felicidad Mendoza, su mamá, odiaba con tanto ardor porque se la había raptado una noche en un operativo de burros, trochas y connivencias de amores furtivos en trojas, patios y tras patios.

Así y todo, sus elefantiásicas piernas no dejaron de doblar sus adoloridas y suplicantes rodillas, rogando al cielo su sanación.

Esfuerzo inútil, porque aquel sueño profundo ¡ay hombe! la vida le volvió nada. A ella. ¿Y a su niño o niña? Nadie volvió a hablar de ese olvido que llevaba en su vientre. Pobre Valencia.

Esta hoguera inflamatoria, tan parecida al Covid19, es tan maldita, que a las pacientes eclámpticas es como si le picaran mil víboras cascabel el mismo instante. Ella no sangró por los dientes, como dijo su cuñada, sino por la encía, y las marcas de la piel no son mordiscos, sino sangre licuada y derramada en las entrañas de la piel, que nosotros los médicos llamamos equimosis. Este derrame sanguíneo o “falla de sangre”, como de manera humilde dijo María, técnica y científicamente es una falla real y cierta de los mecanismos de coagulación de la sangre, que en lenguaje médico llamamos Coagulación Intravascualar Diseminada (C.I.D). 

Seguramente Calixta Alicia Cantillo Mendoza, hizo hipertensión arterial y falla renal, y me imagino yo, que también convulsionó antes de morir; porque Alicia, la mujer que se volvió canción, la mujer de Juancho Polo “Valencia”, el histórico trovador, sin temor a equivocarme, murió de eclampsia. Su primerizo embarazo, la hinchazón de piernas, los moretones por todo el cuerpo y el sangrado por las encías, no me dejan ninguna duda.

—A los tres días, como loco y desmentizao llegó el compadre Valencia a Flores, estaba parrandeando en Pivijay— dijo un compañero de trago. 

Pero solo encontró la pila de tierra muda, encima, una cruz de palo, y sobre ella, unas flores de monte ya retostadas por el sol, y así, en medio de las atosigantes recriminaciones de familiares y amigos, este poeta campesino, filósofo elemental, con la cincha de dolor que le aprisionaba el pecho, en el escueto cementerio pisó la tierra recién movida y unas flores recién muertas, y encima se cinchó el acordeón, brotando entonces:

*—Como Dios en la Tierra no tiene amigos, como no tiene amigos anda en el aire, tanto le pido y el pido ¡ay hombe! y se llevó a mi compañera.*

Juancho tenía razón. Él sabía como instintivo filósofo nietzscheano, que Dios no iba a oírlo, como tampoco sus santos oyeron los ruegos de Alicia, pero se la cantó. 

Le hizo saber al Supremo Creador que aquí en la Tierra estaba haciendo falta, que mientras Él, como una metáfora que nos excede cual *"lucero espiritual más alto que el hombre, que no sabe uno adónde se esconde en este mundo historial,"* andaba muy  despreocupado y tranquilo “flequetando” por los aires, mientras la gente aquí sufría lo indecible.  

Juan Manuel Polo Cervantes, su verdadero nombre, es una de las profundas raíces que aún sostienen, alimentan y mantienen vivo, fértil y pródigo el árbol de la música de acordeón en el Caribe colombiano, y especialmente a la música vallenata.

Fue una mezcla auténtica de juglar y trovador. Lo primero, porque era trashumante, pobre y parrandero itinerante; lo segundo, porque además de ser visionario y trascendente, veía lo que la mayoría de la gente no, y hacía canciones con gran contenido filosófico y de alta calidad estética. Razón esta por lo que sus amigos de parranda lo apodaron Valencia, en honor al poeta payanés Guillermo León Valencia que llevaba dentro, y de quien recitaba de memoria sus poemas. Por eso se inmortalizó como Juancho Polo Valencia.

        Juancho Polo “Valencia” hace parte de una tanda de legendarios acordeoneros y cantautores de esta música afrocaribe. 

Nació en Concordia, corregimiento de Cerro de San Antonio (Magdalena), y su cuerpo murió de sesenta años en 1978 en Fundación.

       Su memoria y la de su Alicia Adorada viven en nosotros y vivirán en quienes nos sucedan por los siglos de los siglos. Amén.

jueves, 7 de enero de 2021

Crónica: Ya llega enero y estrenando el año aparecen las cabañuelas

Por: Juan Rincón Vanegas 


El compositor Roberto Calderón Cujia teniendo la base de las predicciones meteorológicas de los hombres del campo, las llevó al plano del amor para tener el mejor horizonte y poder sembrar en campo fértil-

Aquella vez, hace exactamente 38 años, la inspiración le llegó al compositor Roberto Alfonso Calderón Cujia unida a los pronósticos de las cabañuelas, pero no aplicada a los métodos tradicionales de predicción meteorológica de los campesinos, sino a que las lluvias de amor aparecieran pronto para sofocar el calor del olvido.

Era una razón valedera para el hombre enamorado al notar como la mujer que amaba se estaba perdiendo en el adiós de la vida. Entonces, siendo práctico y después de darle vueltas al primer verso lo consignó de la siguiente manera.

“Ya llega enero y estrenando el año rostros alegres de esperanzas sueñan, y comparé mis sentimientos con las cabañuelas, y dibujé mi corazón como cuarteada tierra, que haya tierra mojada”.

En ese trance del sentimiento en crisis y con el corazón afligido plasmó la alternativa de declararse en huelga.

“Que venga mi adorada porque si ella no viene me declaro en huelga. Tanto que la quise que hasta un día juré no volverla a mirar, pero es tanto el amor que no aguanté el dolor y tuve que llorar”.

Con la tristeza en primera fila continuó desabrochando los recuerdos que le atormentaban el alma y ponían en jaque su paz interior.

…Y esas son las cabañuelas de un hombre enamorado, que sueña que se le olviden sus penas, que anhela que este por fin sea su año. Cabañuelas de amor, adiós dolor y que llueva”.

Claro, que ese sinsabor lo acompañó en muchas ocasiones como cuando a una joven le cantó: “Yo sé que tú te alejas como el ave que se va, dejando mi pobre alma triste con una ilusión”.

Historia de ‘Cabañuelas’

El compositor Roberto Calderón, el mismo que aconseja esperar al amor desbordar el silencio para después escuchar un eco de felicidad, contó la historia de su canción ‘Cabañuelas’ que grabaron los hermanos Zuleta en el año 1982.

“Acostumbraba a ir mucho a la finca ‘Los Haticos’ de propiedad de mi abuelo Enrique Cujia, a unos 15 minutos de San Juan del Cesar. Allá, él solía sentarse a la mesa con un almanaque Bristol en la mano e iba mirando al cielo y analizando cómo sería el tiempo para la siembra de los productos de pan coger”.

Se emocionó contando como aquel veterano agricultor cada comienzo de año trazaba el futuro a través de las famosas cabañuelas.

Ese acontecimiento le quedó calcado en su memoria y no le fue difícil hacer la comparación con una cosecha de amor que necesitaba las lluvias necesarias para germinar y después dar los mejores frutos.

“Todo pasó en un episodio de amor bastante difícil naciendo la canción que estuvo pensada del hecho de las cabañuelas. Pude descifrar ese momento que estaba pasando para lograr rescatar el amor de mi novia Ligia Zarante. Esta obra la hice en una casa del barrio Las Cumbres de Barranquilla”.

Cuando en la canción se preguntaba cómo sería su año, apareció la cuñada a decirle que todo se veía bien en el firmamento del amor.

“En medio de las dificultades me preguntaba si Ligia sería la mujer de mis sueños, la mujer de mi vida y encontré la respuesta en su hermana gemela. Ella me dijo que estuviera tranquilo que ella me adoraba, Enseguida le dije. ”Muchas gracias cuñada, con esa confidencia me descansa el alma”.

Al poco tiempo de hacer la canción se la presentó a los hermanos Zuleta, quienes estuvieron de acuerdo en grabarla y lo invitaron a Bogotá para que hiciera la pista.

“Allá se hizo todo y tengo como anécdota que el ‘Intro’ de la canción se la tocó antes Ovidio Granados, quien era el técnico de acordeones, a Emilianito. A él le gustó tanto que después de practicarla la grabó”.

La canción se convirtió en éxito, pero un tiempo después a la misma Ligia le hizo otra canción, ya con el toque del adiós definitivo.

La banca de atrás

Entre tantos intentos de enderezar el amor vino un episodio que le tocó el alma, la tristeza llegó con la mayor fuerza y su corazón se llenó de melancolía.

El epicentro fue la Iglesia Nuestra Señora de Torcoroma de Barranquilla, donde asistió a un matrimonio. Todo lo resumió en la frase: “La que hace una hora era mi novia, hoy se entrega a otra persona diciendo que sí”.

Al invitarlo a contar la versión de este hecho que hizo canción, manifestó: “Ella era mi novia, pero yo poco la visitaba debido a mis estudios universitarios, y a pesar de todos los detalles míos se aburrió y miró para otro lado. Se volvió a enamorar y yo no sabía nada hasta que supe de su matrimonio”. Acá cae como anillo al dedo el famoso dicho: “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”.

Roberto Calderón el día de la ceremonia nupcial comenzó a ingerir licor desde temprano y en la tarde partió para la iglesia a estar presente en el acto.

Entró, se sentó en la banca de atrás y cuando la ceremonia avanzaba el sacerdote preguntó si alguien entre los presentes tenía impedimento para que la unión matrimonial se llevara a cabo. Aseveró enseguida. “Que hable ahora o calle para siempre”.

Roberto, tuvo ganas de contar la verdad, sin embargo se quedó quieto y permitió que ella fuera feliz con el hombre que eligió. Dejó quieta la alegría ajena, así el fogón de la tristeza estuviera ardiendo por dentro.

Al llegar a la casa donde hizo la canción ‘Cabañuelas’ no perdió tiempo porque tenía los insumos necesarios. Se sentó, escribió en una libreta, tomó la guitarra y rodeado de intenso dolor se desahogó componiendo ‘Esta es mi historia’, que también grabaron los hermanos Zuleta en el año 1984.

Al final Ligia, aquella hermosa novia, se quedó observando la luna de Barranquilla, esa que tiene una cosa de maravilla, y él partió para su tierra a seguir cantando su famosa canción ‘Luna Sanjuanera’.

Adiós a las penas

En un largo trayecto de su existencia las penas fueron compañeras del arquitecto y compositor Roberto Calderón Cujia, pero al final encontró el secreto para ahuyentarlas. No llevarlas más a su corazón y menos a las canciones porque tuvo la virtud de enrumbarse por el sendero del amor donde las cabañuelas a las que acudía su abuelo, pronosticaron los aguaceros necesarios que abonaron el terreno. “Cabañuelas de amor, adiós dolor y que llueva”…

 Juan Rincón Vanegas -@juanrinconv

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