RANCHERIASTEREO
viernes, 22 de enero de 2021
EL ALMIRANTE PADILLA (RAFAEL ESCALONA) FRAGMENTO DE LA CRÓNICA
domingo, 17 de enero de 2021
LA GUITARRA EN EL VALLENATO
miércoles, 13 de enero de 2021
LA MUERTE DE ALICIA CANTILLO
Por: Stevenson Marulanda Plata.
Alicia Adorada, la que murió solita, murió rogándole Dios y a todos sus santos que no la dejaran morir.
¡Pero qué va! Dios en la Tierra no tiene amigos, todo fue en vano. Alicia, como Remedios, la bella, se fue.
—Tenía las piernas hinchadas, estaba llena de mordiscos por todo el cuerpo y sangraba por los dientes—, afirma María Polo, su cuñada y vecina allá en Flores de María, aislado, mítico y mísero caserío entre burros, el polvo y la escasez del verano, y la maleza y los lodazales de las correntías invernales, a dos horas de Fundación, donde vivía.
—Le cayó gradera y falla de sangre, y no la aguantó. Y ajá, uno de pobre—. Remató la hermana de Juancho, luego de un profundo y lastimero suspiro.
La eclampsia es una letal enfermedad que se presenta en mujeres embarazadas, debido a la intoxicación de la sangre por unas sustancias venenosas producidas en la placenta. Casi siempre ataca a primerizas después de las 20 semanas de gestación.
Alicia, que había nacido el 14 de diciembre de 1922, iba a cumplir 19 años cuando murió aquel fatídico domingo siete de abril de 1940, sin poder tener su primer hijo o hija, que esperaba de un músico de acordeón “borracho maldito, feo e indigno de mi bella hija”.
Sus piernas estaban hinchadas porque sus riñones dejaron de orinar. La terrible inflamación de la sangre taponó sus micro filtros, fue así que las toxinas y los líquidos corporales de Alicia Adorada se acumularon, y abotagaron aquella esplendida anatomía que un día volvió loco de amor romántico a ese trovador ambulante, que Felicidad Mendoza, su mamá, odiaba con tanto ardor porque se la había raptado una noche en un operativo de burros, trochas y connivencias de amores furtivos en trojas, patios y tras patios.
Así y todo, sus elefantiásicas piernas no dejaron de doblar sus adoloridas y suplicantes rodillas, rogando al cielo su sanación.
Esfuerzo inútil, porque aquel sueño profundo ¡ay hombe! la vida le volvió nada. A ella. ¿Y a su niño o niña? Nadie volvió a hablar de ese olvido que llevaba en su vientre. Pobre Valencia.
Esta hoguera inflamatoria, tan parecida al Covid19, es tan maldita, que a las pacientes eclámpticas es como si le picaran mil víboras cascabel el mismo instante. Ella no sangró por los dientes, como dijo su cuñada, sino por la encía, y las marcas de la piel no son mordiscos, sino sangre licuada y derramada en las entrañas de la piel, que nosotros los médicos llamamos equimosis. Este derrame sanguíneo o “falla de sangre”, como de manera humilde dijo María, técnica y científicamente es una falla real y cierta de los mecanismos de coagulación de la sangre, que en lenguaje médico llamamos Coagulación Intravascualar Diseminada (C.I.D).
Seguramente Calixta Alicia Cantillo Mendoza, hizo hipertensión arterial y falla renal, y me imagino yo, que también convulsionó antes de morir; porque Alicia, la mujer que se volvió canción, la mujer de Juancho Polo “Valencia”, el histórico trovador, sin temor a equivocarme, murió de eclampsia. Su primerizo embarazo, la hinchazón de piernas, los moretones por todo el cuerpo y el sangrado por las encías, no me dejan ninguna duda.
—A los tres días, como loco y desmentizao llegó el compadre Valencia a Flores, estaba parrandeando en Pivijay— dijo un compañero de trago.
Pero solo encontró la pila de tierra muda, encima, una cruz de palo, y sobre ella, unas flores de monte ya retostadas por el sol, y así, en medio de las atosigantes recriminaciones de familiares y amigos, este poeta campesino, filósofo elemental, con la cincha de dolor que le aprisionaba el pecho, en el escueto cementerio pisó la tierra recién movida y unas flores recién muertas, y encima se cinchó el acordeón, brotando entonces:
*—Como Dios en la Tierra no tiene amigos, como no tiene amigos anda en el aire, tanto le pido y el pido ¡ay hombe! y se llevó a mi compañera.*
Juancho tenía razón. Él sabía como instintivo filósofo nietzscheano, que Dios no iba a oírlo, como tampoco sus santos oyeron los ruegos de Alicia, pero se la cantó.
Le hizo saber al Supremo Creador que aquí en la Tierra estaba haciendo falta, que mientras Él, como una metáfora que nos excede cual *"lucero espiritual más alto que el hombre, que no sabe uno adónde se esconde en este mundo historial,"* andaba muy despreocupado y tranquilo “flequetando” por los aires, mientras la gente aquí sufría lo indecible.
Juan Manuel Polo Cervantes, su verdadero nombre, es una de las profundas raíces que aún sostienen, alimentan y mantienen vivo, fértil y pródigo el árbol de la música de acordeón en el Caribe colombiano, y especialmente a la música vallenata.
Fue una mezcla auténtica de juglar y trovador. Lo primero, porque era trashumante, pobre y parrandero itinerante; lo segundo, porque además de ser visionario y trascendente, veía lo que la mayoría de la gente no, y hacía canciones con gran contenido filosófico y de alta calidad estética. Razón esta por lo que sus amigos de parranda lo apodaron Valencia, en honor al poeta payanés Guillermo León Valencia que llevaba dentro, y de quien recitaba de memoria sus poemas. Por eso se inmortalizó como Juancho Polo Valencia.
Juancho Polo “Valencia” hace parte de una tanda de legendarios acordeoneros y cantautores de esta música afrocaribe.
Nació en Concordia, corregimiento de Cerro de San Antonio (Magdalena), y su cuerpo murió de sesenta años en 1978 en Fundación.
Su memoria y la de su Alicia Adorada viven en nosotros y vivirán en quienes nos sucedan por los siglos de los siglos. Amén.
jueves, 7 de enero de 2021
Crónica: Ya llega enero y estrenando el año aparecen las cabañuelas
El compositor Roberto Calderón Cujia teniendo la base de las predicciones meteorológicas de los hombres del campo, las llevó al plano del amor para tener el mejor horizonte y poder sembrar en campo fértil-
Aquella vez, hace exactamente 38 años, la inspiración le llegó al compositor Roberto Alfonso Calderón Cujia unida a los pronósticos de las cabañuelas, pero no aplicada a los métodos tradicionales de predicción meteorológica de los campesinos, sino a que las lluvias de amor aparecieran pronto para sofocar el calor del olvido.
Era una razón valedera para el hombre enamorado al notar como la mujer que amaba se estaba perdiendo en el adiós de la vida. Entonces, siendo práctico y después de darle vueltas al primer verso lo consignó de la siguiente manera.
“Ya llega enero y estrenando el año rostros alegres de esperanzas sueñan, y comparé mis sentimientos con las cabañuelas, y dibujé mi corazón como cuarteada tierra, que haya tierra mojada”.
En ese trance del sentimiento en crisis y con el corazón afligido plasmó la alternativa de declararse en huelga.
“Que venga mi adorada porque si ella no viene me declaro en huelga. Tanto que la quise que hasta un día juré no volverla a mirar, pero es tanto el amor que no aguanté el dolor y tuve que llorar”.
Con la tristeza en primera fila continuó desabrochando los recuerdos que le atormentaban el alma y ponían en jaque su paz interior.
…Y esas son las cabañuelas de un hombre enamorado, que sueña que se le olviden sus penas, que anhela que este por fin sea su año. Cabañuelas de amor, adiós dolor y que llueva”.
Claro, que ese sinsabor lo acompañó en muchas ocasiones como cuando a una joven le cantó: “Yo sé que tú te alejas como el ave que se va, dejando mi pobre alma triste con una ilusión”.
Historia de ‘Cabañuelas’
El compositor Roberto Calderón, el mismo que aconseja esperar al amor desbordar el silencio para después escuchar un eco de felicidad, contó la historia de su canción ‘Cabañuelas’ que grabaron los hermanos Zuleta en el año 1982.
“Acostumbraba a ir mucho a la finca ‘Los Haticos’ de propiedad de mi abuelo Enrique Cujia, a unos 15 minutos de San Juan del Cesar. Allá, él solía sentarse a la mesa con un almanaque Bristol en la mano e iba mirando al cielo y analizando cómo sería el tiempo para la siembra de los productos de pan coger”.
Se emocionó contando como aquel veterano agricultor cada comienzo de año trazaba el futuro a través de las famosas cabañuelas.
Ese acontecimiento le quedó calcado en su memoria y no le fue difícil hacer la comparación con una cosecha de amor que necesitaba las lluvias necesarias para germinar y después dar los mejores frutos.
“Todo pasó en un episodio de amor bastante difícil naciendo la canción que estuvo pensada del hecho de las cabañuelas. Pude descifrar ese momento que estaba pasando para lograr rescatar el amor de mi novia Ligia Zarante. Esta obra la hice en una casa del barrio Las Cumbres de Barranquilla”.
Cuando en la canción se preguntaba cómo sería su año, apareció la cuñada a decirle que todo se veía bien en el firmamento del amor.
“En medio de las dificultades me preguntaba si Ligia sería la mujer de mis sueños, la mujer de mi vida y encontré la respuesta en su hermana gemela. Ella me dijo que estuviera tranquilo que ella me adoraba, Enseguida le dije. ”Muchas gracias cuñada, con esa confidencia me descansa el alma”.
Al poco tiempo de hacer la canción se la presentó a los hermanos Zuleta, quienes estuvieron de acuerdo en grabarla y lo invitaron a Bogotá para que hiciera la pista.
“Allá se hizo todo y tengo como anécdota que el ‘Intro’ de la canción se la tocó antes Ovidio Granados, quien era el técnico de acordeones, a Emilianito. A él le gustó tanto que después de practicarla la grabó”.
La canción se convirtió en éxito, pero un tiempo después a la misma Ligia le hizo otra canción, ya con el toque del adiós definitivo.
La banca de atrás
Entre tantos intentos de enderezar el amor vino un episodio que le tocó el alma, la tristeza llegó con la mayor fuerza y su corazón se llenó de melancolía.
El epicentro fue la Iglesia Nuestra Señora de Torcoroma de Barranquilla, donde asistió a un matrimonio. Todo lo resumió en la frase: “La que hace una hora era mi novia, hoy se entrega a otra persona diciendo que sí”.
Al invitarlo a contar la versión de este hecho que hizo canción, manifestó: “Ella era mi novia, pero yo poco la visitaba debido a mis estudios universitarios, y a pesar de todos los detalles míos se aburrió y miró para otro lado. Se volvió a enamorar y yo no sabía nada hasta que supe de su matrimonio”. Acá cae como anillo al dedo el famoso dicho: “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”.
Roberto Calderón el día de la ceremonia nupcial comenzó a ingerir licor desde temprano y en la tarde partió para la iglesia a estar presente en el acto.
Entró, se sentó en la banca de atrás y cuando la ceremonia avanzaba el sacerdote preguntó si alguien entre los presentes tenía impedimento para que la unión matrimonial se llevara a cabo. Aseveró enseguida. “Que hable ahora o calle para siempre”.
Roberto, tuvo ganas de contar la verdad, sin embargo se quedó quieto y permitió que ella fuera feliz con el hombre que eligió. Dejó quieta la alegría ajena, así el fogón de la tristeza estuviera ardiendo por dentro.
Al llegar a la casa donde hizo la canción ‘Cabañuelas’ no perdió tiempo porque tenía los insumos necesarios. Se sentó, escribió en una libreta, tomó la guitarra y rodeado de intenso dolor se desahogó componiendo ‘Esta es mi historia’, que también grabaron los hermanos Zuleta en el año 1984.
Al final Ligia, aquella hermosa novia, se quedó observando la luna de Barranquilla, esa que tiene una cosa de maravilla, y él partió para su tierra a seguir cantando su famosa canción ‘Luna Sanjuanera’.
Adiós a las penas
En un largo trayecto de su existencia las penas fueron compañeras del arquitecto y compositor Roberto Calderón Cujia, pero al final encontró el secreto para ahuyentarlas. No llevarlas más a su corazón y menos a las canciones porque tuvo la virtud de enrumbarse por el sendero del amor donde las cabañuelas a las que acudía su abuelo, pronosticaron los aguaceros necesarios que abonaron el terreno. “Cabañuelas de amor, adiós dolor y que llueva”…
Juan Rincón Vanegas -@juanrinconv