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martes, 13 de septiembre de 2016

HOMENAJE A UNA LEYENDA ADANÍES DÍAZ Treinta y tres años después


Por Juan Carlos Herrera

En su corta carrera de vida musical, alcanzó a escribir una página importante en la historia del vallenato. Basta con escuchar su voz, su garganta pulida, para que en seguida nos venga a la memoria la imagen estelar de Adaníes Díaz. Fue un personaje carismático y risueño que tuvo buenos amigos, que organizó grandes parrandas abiertas a los curiosos, y su cariñosa amistad con Carlos Rojas mereció una canción. En cada toque de su conjunto sabía meterse el público al bolsillo antes que la plata, y con su aspiración y fortaleza espiritual al lado de Héctor Zuleta estaba abriéndose paso entre los más grandes. Las personas que saben lo suficiente de canto, reconocen que sin tanta fama lo alcanzó.

La vida de este hombre comenzó en Lagunita, un diminuto corregimiento de Barrancas. Sus padres eran Luis Guillermo Díaz Ospino –primo del compositor de Hatonuevo, el ciego Leandro Díaz- y Herminia Brito Bolívar, los cuales lo criaron en medio de unos hermanos con quienes supo descubrir rápido ese mundo que giraba alrededor del campo. La mayor parte del tiempo la pasaba en Alto Pino, la finca de su padre. Es fácil imaginar cómo fueron esos primeros años del joven Adaníes Amador Díaz Brito, libre en medio de la naturaleza, ilusionado con la guitarra. Al igual que algunos contemporáneos suyos que se darían a conocer en el folclor, también comprendió que en medio de las montañas y el contorno silvestre, cerca de los potreros, se aprende a cantar mejor.

Estudió parte de la primaria en Barrancas, pero se vino a temprana edad para Riohacha. Esta era una ciudad llena de historias, de bancos de perlas olvidadas en el mar, pero seguramente lo primero que notó era que se trataba de una comarca donde apenas se podía respirar ante la arena levantada por la brisa, cuando se bajó a donde una hermana mayor. En este lugar donde también estaría cerca de su sobrino el buen compositor Romualdo Brito, continuó con los estudios. Terminó el bachillerato en el Liceo Almirante Padilla.

Adaníes Díaz fue maestro en el caserío de Las Casitas, algo que muy pocos seguidores saben. Luego estuvo trabajando en la zona de carretera, como ayudante de almacén. Es interesante recrear la atmósfera de cómo debieron ser sus primeros años de vida, algo difíciles, arduos en él, pasando el material para que los obreros avanzaran en el proyecto de asfalto.

En esa época, ya se había dado a conocer en el canto, el cual junto con la guitarra se constituían en la única luz que iluminaba su vida. Al lado de su primo Darío Díaz, compartían parrandas, serenatas, tocaban en la caseta El Toro Sentao en las frías noches de carnaval, ubicada en la calle doce con carrera once.

En una ocasión, Adaníes Díaz llegó a una oficina de la Administración de Impuestos. Llegaba buscando a Indalecio Bruzón López, jefe de auditoría, para cobrarle un toque que le había hecho. En esos momentos, tuvo el placer de conocer a quien sería la mujer de su vida: Claribel Ortiz. Era una hermosa muchacha, de piel trigueña y anchas caderas, que trabajaba como mecanógrafa en un rincón aparte. Su mirada miope resplandeció tanto al verla, que a Indalecio Bruzón no le quedó más alternativa que presentársela.

No esperó mucho para visitarla en su casa, situada en la calle diecisiete. Ella se llenó de asombro al verlo aparecer en la terraza, porque no pensaba que aquel joven que vivía cerca de ella, fuera tan rápido con la galantería. Para él la vida había cambiado desde que la conoció, y ahora su esperanza no estaba en surgir con el canto sino en la conquista inmediata de esa pasión. Era feliz visitándola por las tardes, impresionándola con la dentadura perfecta al sonreír y con sus actitudes de artista en la guitarra. Un día en que se dio cuenta de que Claribel estaba sola en la casa, Adaníes Díaz tuvo una inspiración para derrotar el miedo. Se antojó de un vaso de agua fría, momento que aprovechó para seguir en silencio a la mujer que estaba desprevenida en la cocina abriendo la nevera, y darle el primer beso de amor.

Fue un noviazgo corto, típico de la época. Adaníes Díaz quería matrimonio, y ella no tuvo más opción que darle el sí que los uniría hasta la muerte. La boda se celebró en la Catedral Nuestra Señora de los Remedios, el 22 de diciembre de 1973. Eran las siete de la noche, cuando apareció sonriente la novia dentro de la iglesia. El hombre que delante de los asistentes recibía en el altar a la mujer que sería su esposa, no era ése de tamaño corpulento y voz hercúlea que pasaría así a la historia musical, sino apenas un hombrecito flaquito que lucía anteojos y parecía un loquito de la felicidad por ser ya familia de su mujer.


De otro lado, en el la parte musical Adaníes Díaz comenzaba a aspirar cada vez más: Numa Bateman sería una de las primeras personas en llevarlo a un estudio. En el año 1974 grabaron una canción, en homenaje a Santa Marta, donde sirvió como guacharaquero y corista, mientras Bateman tocaban el acordeón y cantaba a la vez, al mejor estilo de los antiguos juglares.

Pocos años después, al lado de Darío Díaz grabó un nuevo sencillo, y en esta ocasión por primera vez Adaníes Díaz participó como solista principal.

En la parte laboral, el muchacho cantante se ganaba la vida. Tenía un empleo en Salud Pública, lo que es hoy Desalud en la calle doce. Hay que recordar que también estuvo en Bogotá, haciendo un curso de seis meses en salud. Es bueno pensar cómo fueron aquellos meses de frío en la capital para el joven Adaníes, en medio de la sabana, rodeado de cachacos, algo que le sirvió para contagiarse un poco de aquella ciudad donde estaban los estudios de grabación y las principales casas disqueras, como la CBS donde grababa Poncho Zuleta. De regreso a Riohacha, estuvo en aquel trabajo por unos años y cantaba durante los fines de semana.

Ender Alvarado era un muchacho nacido en La Punta. Con su acordeón, había pertenecido a un grupo conocido como Los Alegres Punteros, porque sus integrantes amateurs pertenecían a su mismo pueblo. Al conocerlo personalmente, Adaníes Díaz se convirtió en su gran amigo. De inmediato, se sumó al conjunto, dándole más fuerza con su alta voz. En varias ocasiones hicieron memorables parrandas, que duraban hasta el amanecer. En el conjunto, estaban Toby Murgas y Romualdo Brito como coristas, Rogelio Alvarado en la caja, y El Pali Gámez en la batería.


La oportunidad de su vida, sucedió a mediados de los años setenta en una Fiesta del Dividivi. En aquel tiempo, esta se celebraba en el parque Almirante Padilla. El conocido periodista Lenín Bueno Suárez y Edgar Ferrucho Padilla, aprovecharon el evento para organizar un concurso de acordeón. Como jurado estaba nada más y nada menos que Ismael Rudas, un singular acordeonero de Santa Marta popular por haber hecho hermosas melodías al lado de Daniel Celedón. La competencia fue ganada por Ender Alvarado, que comenzaba a tocar como una centella con su impecable rugido. A la vez, Ismael Rudas sintió admiración por aquella garganta del otro mundo que lo acompañaba, como nunca se había escuchado en la desértica región de Francisco el Hombre.

De esa manera, se llevó a cabo la unión de Ismael Rudas con Adaníes Díaz, introduciendo a éste al ámbito profesional con la empresa Codiscos de Medellín. Para Adaníes era lo más grande que le había pasado en la tierra después del nacimiento de su primera hija, la hermosa Joyce Galena. El primer larga duración se llamó De competencia, como avisando a los oriundos de San Juan del Cesar, La Junta, Villanueva, La Paz, Valledupar y Becerril, que alguien como él de Lagunita también se sumaba a la competencia. El segundo trabajo musical se llamó Violento, donde está la canción Borracho. Este tema pegajoso gustó de inmediato, y le tocó viajar a los pueblos cercanos en compañía de Ismael Rudas, satisfaciendo al público encantado de conocerlo. Según los expertos que oyeron bien su tercer disco titulado Como siempre, en esos días la voz de Adaníes Díaz se escuchaba por encima de uno de los mejores acordeones de la época.

Las amistades comenzaron a lloverle, sobre todo la de los artistas famosos. Era posible ver en la terraza de su casa en la calle diecisiete, a cantantes de moda en el género vallenato como Jorge Oñate, Los Hermanos Zuleta y Rafael Orozco, que parecían unos habitantes más de la arenosa Riohacha en la bonanza marimbera. También se hacían presentes Toby Murgas y Ender Alvarado, el acordeonero puntero con quien a pesar de tocar cada quien por su propio lado fortalecía más la amistad. El mismo Diomedes Díaz aparecía de vez en cuando, porque además de la música los unía el vínculo sanguíneo por pertenecer ambos a los mismos Díaz de la Provincia. Este inteligente muchacho de La Junta, que desde que comenzó a cantar se bañó de fama, delante de Adaníes Díaz era un buen admirador. «Yo te tengo miedo a ti», le decía a menudo en juego. Entonces Adaníes Díaz, con una sencillez que superaba a su manejo de la vocalización, le respondía: -Hombre, primo, déjese  de pendejadas.

Se dice que antes de grabar su primer LP, Adaníes Díaz había puesto los ojos en un jovencito blanco y de cejas encontradas. Desde muchacho era gran admirador de Poncho Zuleta, considerándolo con el alma su principal maestro en el arte de cantar. Quizás por esa razón siguiendo el buen trabajo de Poncho y Emilianito, quería meterse en la dinastía Zuleta a través del hermano menor. Héctor Zuleta era un adolescente, que apenas descubría las mejores técnicas armoniosas, por lo que a Adaníes le tocó dejarlo crecer, con la misma paciencia que algunos hombres tienen con las novias a las que esperan ver florecer para llevar a cabo el matrimonio. Simultáneamente, tocaba entusiasmado con Ismael Rudas y seguía madurante como cantante de profunda voz.


En el año de 1979, ya estaban unidos como una organización. Se cree que Poncho Zuleta no estaba de acuerdo en el momento de la grabación con la disquera Philips en Bogotá, porque todavía consideraba a Héctor Zuleta su hermanito. Pero éste ejecutaba muy bien el acordeón, como sólo saben hacerlo los genios. La historia le daría la razón a Héctor.

Sensacionales fue el álbum que los llevó a la fama grande, que los introdujo en la sintonía de los artistas más escuchados. El tema Estrella fugaz, barrió con las demás melodías de los diferentes cantantes que estaban de moda. En todas partes eran requeridos para que tocaran El cobarde del pueblo y Mi tierra y mis canciones -dedicada especialmente a su bella esposa Claribel-, y nadie daba para acertar quién era mejor cantando o tocando el acordeón. En la mirada de Adaníes Díaz se observaba felicidad al haber inaugurado esas nuevas canciones, porque estaba seguro de que Héctor Zuleta era el músico que más sabía alcanzar con su velocidad del teclado la revolución sonora de su voz.

El segundo álbum se llamó Pico y espuela, y resultó ser más para la gallera que para el baile de caseta. A parte de la canción que da nombre al disco, está el hermoso tema Problema tuyo, en cuyo coro Adaníes sube el volumen de su voz con la misma facilidad de un equipo de sonido moderno. El aviso es una canción clásica, bella y romántica, que pone en prueba clara que ya se estaba asomando en el panorama el verdadero monstruo del vallenato. Su nombre era Adaníes Díaz.


En el año de 1982, ya tenían listo el trabajo que marcaría el boom de la pareja. Para los gustosos seguidores de estos dos nuevos talentos, el nombre del álbum Nuevamente los sensacionales no decía nada ni dejaba entrever siquiera el estupendo impacto que causaría uno de los temas. Marianita fue una canción que en seguida se apoderó de los oyentes, de los amantes de la música vallenata, batiendo récord en las distintas emisoras del país, siendo de la autoría de Juan Segundo Lagos. Es una letra de amor que comienza en una cantina, donde alguien lleno de desengaño cuenta la historia de una infiel mujer que al final ha sido culpable de que un hombre esté en el cementerio y otro en prisión. Las ondas hertzianas llegaron lo más lejos posible, hasta el interior del país y más allá de la frontera con Venezuela, gracias a la poderosa voz de Adaníes Díaz que supo interpretarla como nadie. La canción lo subió a la inmortalidad, convirtiéndose rápidamente en el himno de su carrera musical.

Adaníes Díaz estaba despegando con más fuerza, y nadie podía frenar su fuerte ambición. El timbre explosivo que la naturaleza le había concedido, que con esfuerzo y trabajo constante había desarrollado, sonaba más duro que todos juntos. Era él la persona encargada de llevar el vallenato clásico hasta su mejor dimensión, con ese estilo admirable que había comenzado a poner en alerta los oídos de las personas que solamente se aferraban a El Binomio de Oro y a un muchacho llamado Diomedes. En el pentagrama musical –y no en el fanatismo provinciano que ciega la vista y ensordece los tímpanos-, ya quedaba registrado quién era el más grande de los cantantes vallenatos.

Héctor Zuleta tocada cada vez mejor su instrumento, y otras estrellas comenzaron a encandilarlo. Se alcanzó a rumorar que el mismo Diomedes Díaz pretendía tenerlo atraerlo su lado, para contagiarse de su sabiduría musical que heredó magistralmente de El Viejo Mile. Adaníes Díaz, en vista de sus ratos de ausencia en Riohacha, tocaba en parrandas al lado de Alvarito López, otro joven acordeonero de respetado linaje. En unas partes alcanzaron a presentarse, causando admiración por estar con alguien que pertenecía a la excelente rama de los hermanos López. En ningún momento alcanzaron a grabar, y además en esos días sucedería algo inesperado que cambiaría el rumbo de esta dramática historia.


La noticia de que Héctor Zuleta había muerto, entristeció el vallenato por unas semanas, y en todas partes sólo se escuchaba su acordeón gracias a la tecnología magnetofónica. En Valledupar, se sentía la honda tristeza por haber perdido al que los maestros especialistas consideraban el mejor de los Zuleta. Fue un funeral desplegado a lo grande, al que no pudo faltar su compañero de armas Adaníes Díaz. Estuvo presente en las honras fúnebres, lloró con desgarro, sintiendo el mismo vacío en el corazón que debieron sentir Emiliano Zuleta Baquero y la vieja Carmen Díaz. También estuvo al lado de Poncho y Emilianito Zuleta, que delante de la gente no dejaban de llorar. El entierro lo dejó muy triste, golpeado, seriamente acongojado: por primera vez una cuestión de peso exterior había acallado su voz.

En Riohacha, la vida de Adaníes Díaz no parecía tener sentido. Sólo la compañía de su mujer y sus hijos Joyce Galena, Adaníes de Jesús, Joismar Galeana y Luis Guillermo, llenaban ese vacío. Cada vez que tenía oportunidad se acordaba en la charla del buen compañero que había sido Héctor Zuleta, de las veces que practicaron en la sala de su casa en el barrio Guapuna que dejaron anécdotas, de la falta que le hacía su fantástico acordeón para haber realizado ese cuarto trabajo musical con el que aspiraban dejar atrás a los más duros rivales. Nunca se imaginó ni pretendió que la única manera de volver a hacerle compañía a Héctor Zuleta, era encontrándose con él en el cielo.

Ese 9 de febrero de 1983 en que llegó de la calle para decirle a su mujer que había que viajar al pueblo, no era para él. Tanta insistencia de su parte obligó a Claribel a acompañarlo, porque no había poder humano que lo aguantara. Se embarcaron en el carro con los hijos, rumbo a los lados del sur de La Guajira. En el camino, antes de salir del perímetro urbano, su mujer volvió a insistirle en que no viajaran. Según dijo, presentía algo oscuro en el pecho. Pero Adaníes Díaz, con una mirada brillante que no era la suya, insistió en que sí viajaban y siguió manejando en la carretera que lleva vía a Valledupar.

Después de la diligencia que necesitaba hacer, entraron en la finca. En esta, se encontraron con su querida madre, Herminia Brito. La señora, como siempre, se puso feliz con los nietos. A tal extremo, que al ver que su hijo famoso regresaba a Riohacha, también quiso acompañarlos en el carro.

Se marcharon entonces, como de rutina. Al pasar por Barrancas se detuvieron un rato en este pueblo, porque había un velorio en una de las casas. Después de saludar a una gente que lo reconoció, Adaníes volvió a arrancar en la camioneta. No tenía la menor idea de que también él se estaba despidiendo de la tierra que lo vio nacer.

En el camino de regreso, nada hacía pensar que la aguja del reloj había entrado en la mala hora. Adaníes Díaz manejaba con normalidad aquella Ranger azul que había negociado con su amigo Gervasio Valdeblánquez, porque era conocido que era un gran conductor. Se veía algo resplandecido, esperanzado, queriendo terminar de grabar lo más pronto con Bolañito, el acordeonero que sería su nueva fórmula. De modo que viajaba contento en la carretera, teniendo al lado a su familia. Joismar Galeana, su bonita niña de cuatro años, venía detrás de él tomándolo por la espalda, como sucedía a ratos cada vez que Adaníes manejaba. Los demás pasajeros venían sentados, tranquilos, esperando llegar temprano a Riohacha, entre ellos el joven Adaníes de Jesús, que a los cinco años sería testigo de todo. Delante de la ventana delantera, de pronto esperaba una pila de asfalto. Nadie sabe qué aconteció, ni si Adaníes Díaz distinguió esa pila que se cruzaba en el paso o si con algo de agilidad en el manubrio trató de esquivarla. La camioneta dio varios votes a un lado del camino, apagando por siempre esa grandiosa voz y la llama de un amor familiar que era admiración de los demás ciudadanos.

Su muerte conmocionó a todos, que en seguida corrieron al hospital Nuestra Señora de los Remedios. En la terraza de este lugar situado en Riohacha, no cabía la gente que estaba presente por la lamentable cuestión. En seguida se supo que no había nada que hacer al respecto, porque Adaníes Díaz estaba muerto. También se supo que una de las hijas estaba sin vida al igual que su abuela Herminia, mientras Claribel era llevada en estado crítico a Barranquilla. Varios amigos cercanos y los fanáticos tristes, al enterarse de que el cantante había llegado muerto al hospital, no tuvieron más consuelo que volver a sus casas y encender el tocadiscos antes de bañarse, cambiarse e ir al velorio, para sentirlo en espíritu vivo a través de su canto. Era imposible de creer, que hubiera terminado así el mejor amigo de los hombres que hubo en esos irrepetibles años.

El funeral se llevó a cabo en la calle catorce, en una carrera al lado de donde está el colegio Enrique Lallemand. La cantidad de gente que estuvo presente, dejó en claro que la humanidad entera lloraba por la pérdida de un gran hombre que los riohacheros consideraban más riohachero que ellos mismos. Estuvieron en el velorio todos los cantantes de la música vallenata, para darle el último adiós. Era de esperarse, debido al gran aporte que le había dado el difunto a la música nuestra. Entre los parientes y presentes dolidos sin ánimos para respirar, se preguntaban qué había hecho Adaníes Díaz para mecerse algo así. El ataúd estaba en la sala, centro de toda la atención impresionante. A la hora de sacarlo a la calle, necesitó de muchas manos debido al peso descomunal de su cuerpo. Fue uno de los entierros más grandes en la historia de Riohacha.

Los años han pasado, y su canto se sigue escuchando sin sufrir alteración. Las notas de Héctor Zuleta acompañándolo en la inolvidable melodía, sirven de consuelo para decir que Adaníes Díaz grabó al lado del acordeonero con más futuro del folclor. En Riohacha, sus canciones se resisten al paso del tiempo, no terminan de escucharse para nada. Incluso hoy en día, cuando está tan de moda la nueva ola, porque todavía suenan con frecuencia en la radio. Ojalá algún día su obra completa se pueda remasterizar, con nuevo sonido y una extraordinaria campaña de publicidad, y se le haga un lanzamiento a nivel nacional e internacional para que nuevamente se ponga de moda.


Como ya se ha hecho con unos hombres que han pasado a la historia universal, el nombre de Adaníes Díaz se debería volver institucional en nuestra región. En Lagunita tendrían que hacerle una estatua en su honor a raíz de los treinta y tres años de su muerte, para que las nuevas generaciones sepan quién fue el héroe de bronce. No debe olvidarse que se trató de uno de los más excelentes hombres que ha tenido Riohacha, el cual alguna vez tuvo un sueño de mil colores como tantos músicos anónimos en estas calles de arena. Desde aquí levantó su fama local, transformándose en un ejemplo de superación para la toda eternidad. Sería una buena idea hacerle un homenaje con algo que llevara su nombre, si se pudiera mejor ahí mismo donde fue velado: Escuela de Canto Adaníes Díaz. Entonces a través de los alumnos que lleguen, perduraría más su estilo.