Por Juan Carlos Herrera
En su
corta carrera de vida musical, alcanzó a escribir una página importante en la
historia del vallenato. Basta con escuchar su voz, su garganta pulida, para que
en seguida nos venga a la memoria la imagen estelar de Adaníes Díaz. Fue un
personaje carismático y risueño que tuvo buenos amigos, que organizó grandes
parrandas abiertas a los curiosos, y su cariñosa amistad con Carlos Rojas
mereció una canción. En cada toque de su conjunto sabía meterse el público al
bolsillo antes que la plata, y con su aspiración y fortaleza espiritual al lado
de Héctor Zuleta estaba abriéndose paso entre los más grandes. Las personas que
saben lo suficiente de canto, reconocen que sin tanta fama lo alcanzó.
La vida
de este hombre comenzó en Lagunita, un diminuto corregimiento de Barrancas. Sus
padres eran Luis Guillermo Díaz Ospino –primo del compositor de Hatonuevo, el
ciego Leandro Díaz- y Herminia Brito Bolívar, los cuales lo criaron en medio de
unos hermanos con quienes supo descubrir rápido ese mundo que giraba alrededor
del campo. La mayor parte del tiempo la pasaba en Alto Pino, la finca de su
padre. Es fácil imaginar cómo fueron esos primeros años del joven Adaníes
Amador Díaz Brito, libre en medio de la naturaleza, ilusionado con la guitarra.
Al igual que algunos contemporáneos suyos que se darían a conocer en el
folclor, también comprendió que en medio de las montañas y el contorno
silvestre, cerca de los potreros, se aprende a cantar mejor.
Estudió
parte de la primaria en Barrancas, pero se vino a temprana edad para Riohacha.
Esta era una ciudad llena de historias, de bancos de perlas olvidadas en el
mar, pero seguramente lo primero que notó era que se trataba de una comarca
donde apenas se podía respirar ante la arena levantada por la brisa, cuando se
bajó a donde una hermana mayor. En este lugar donde también estaría cerca de su
sobrino el buen compositor Romualdo Brito, continuó con los estudios. Terminó
el bachillerato en el Liceo Almirante Padilla.
Adaníes
Díaz fue maestro en el caserío de Las Casitas, algo que muy pocos seguidores
saben. Luego estuvo trabajando en la zona de carretera, como ayudante de
almacén. Es interesante recrear la atmósfera de cómo debieron ser sus primeros
años de vida, algo difíciles, arduos en él, pasando el material para que los
obreros avanzaran en el proyecto de asfalto.
En esa época, ya se había dado a conocer en el canto, el cual junto con la guitarra se constituían en la única luz que iluminaba su vida. Al lado de su primo Darío Díaz, compartían parrandas, serenatas, tocaban en la caseta El Toro Sentao en las frías noches de carnaval, ubicada en la calle doce con carrera once.
En una
ocasión, Adaníes Díaz llegó a una oficina de la Administración de Impuestos.
Llegaba buscando a Indalecio Bruzón López, jefe de auditoría, para cobrarle un
toque que le había hecho. En esos momentos, tuvo el placer de conocer a quien
sería la mujer de su vida: Claribel Ortiz. Era una hermosa muchacha, de piel
trigueña y anchas caderas, que trabajaba como mecanógrafa en un rincón aparte.
Su mirada miope resplandeció tanto al verla, que a Indalecio Bruzón no le quedó
más alternativa que presentársela.
No
esperó mucho para visitarla en su casa, situada en la calle diecisiete. Ella se
llenó de asombro al verlo aparecer en la terraza, porque no pensaba que aquel
joven que vivía cerca de ella, fuera tan rápido con la galantería. Para él la
vida había cambiado desde que la conoció, y ahora su esperanza no estaba en
surgir con el canto sino en la conquista inmediata de esa pasión. Era feliz
visitándola por las tardes, impresionándola con la dentadura perfecta al
sonreír y con sus actitudes de artista en la guitarra. Un día en que se dio
cuenta de que Claribel estaba sola en la casa, Adaníes Díaz tuvo una
inspiración para derrotar el miedo. Se antojó de un vaso de agua fría, momento
que aprovechó para seguir en silencio a la mujer que estaba desprevenida en la
cocina abriendo la nevera, y darle el primer beso de amor.
Fue un
noviazgo corto, típico de la época. Adaníes Díaz quería matrimonio, y ella no
tuvo más opción que darle el sí que los uniría hasta la muerte. La boda se
celebró en la Catedral Nuestra Señora de los Remedios, el 22 de diciembre de
1973. Eran las siete de la noche, cuando apareció sonriente la novia dentro de
la iglesia. El hombre que delante de los asistentes recibía en el altar a la
mujer que sería su esposa, no era ése de tamaño corpulento y voz hercúlea que
pasaría así a la historia musical, sino apenas un hombrecito flaquito que lucía
anteojos y parecía un loquito de la felicidad por ser ya familia de su mujer.
De otro
lado, en el la parte musical Adaníes Díaz comenzaba a aspirar cada vez más:
Numa Bateman sería una de las primeras personas en llevarlo a un estudio. En el
año 1974 grabaron una canción, en homenaje a Santa Marta, donde sirvió como guacharaquero
y corista, mientras Bateman tocaban el acordeón y cantaba a la vez, al mejor
estilo de los antiguos juglares.
Pocos
años después, al lado de Darío Díaz grabó un nuevo sencillo, y en esta ocasión
por primera vez Adaníes Díaz participó como solista principal.
En la
parte laboral, el muchacho cantante se ganaba la vida. Tenía un empleo en Salud
Pública, lo que es hoy Desalud en la calle doce. Hay que recordar que también
estuvo en Bogotá, haciendo un curso de seis meses en salud. Es bueno pensar cómo
fueron aquellos meses de frío en la capital para el joven Adaníes, en medio de
la sabana, rodeado de cachacos, algo que le sirvió para contagiarse un poco de
aquella ciudad donde estaban los estudios de grabación y las principales casas
disqueras, como la CBS donde grababa Poncho Zuleta. De regreso a Riohacha,
estuvo en aquel trabajo por unos años y cantaba durante los fines de semana.
Ender
Alvarado era un muchacho nacido en La Punta. Con su acordeón, había pertenecido
a un grupo conocido como Los Alegres Punteros, porque sus integrantes amateurs
pertenecían a su mismo pueblo. Al conocerlo personalmente, Adaníes Díaz se
convirtió en su gran amigo. De inmediato, se sumó al conjunto, dándole más
fuerza con su alta voz. En varias ocasiones hicieron memorables parrandas, que
duraban hasta el amanecer. En el conjunto, estaban Toby Murgas y Romualdo Brito
como coristas, Rogelio Alvarado en la caja, y El Pali Gámez en la batería.
La
oportunidad de su vida, sucedió a mediados de los años setenta en una Fiesta del
Dividivi. En aquel tiempo, esta se celebraba en el parque Almirante Padilla. El
conocido periodista Lenín Bueno Suárez y Edgar Ferrucho Padilla, aprovecharon
el evento para organizar un concurso de acordeón. Como jurado estaba nada más y
nada menos que Ismael Rudas, un singular acordeonero de Santa Marta popular por
haber hecho hermosas melodías al lado de Daniel Celedón. La competencia fue
ganada por Ender Alvarado, que comenzaba a tocar como una centella con su
impecable rugido. A la vez, Ismael Rudas sintió admiración por aquella garganta
del otro mundo que lo acompañaba, como nunca se había escuchado en la desértica
región de Francisco el Hombre.
De esa
manera, se llevó a cabo la unión de Ismael Rudas con Adaníes Díaz,
introduciendo a éste al ámbito profesional con la empresa Codiscos de Medellín.
Para Adaníes era lo más grande que le había pasado en la tierra después del
nacimiento de su primera hija, la hermosa Joyce Galena. El primer larga
duración se llamó De competencia, como avisando a los oriundos de San Juan del
Cesar, La Junta, Villanueva, La Paz, Valledupar y Becerril, que alguien como él
de Lagunita también se sumaba a la competencia. El segundo trabajo musical se
llamó Violento, donde está la canción Borracho. Este tema pegajoso gustó de inmediato,
y le tocó viajar a los pueblos cercanos en compañía de Ismael Rudas,
satisfaciendo al público encantado de conocerlo. Según los expertos que oyeron
bien su tercer disco titulado Como siempre, en esos días la voz de Adaníes Díaz
se escuchaba por encima de uno de los mejores acordeones de la época.
Las
amistades comenzaron a lloverle, sobre todo la de los artistas famosos. Era
posible ver en la terraza de su casa en la calle diecisiete, a cantantes de
moda en el género vallenato como Jorge Oñate, Los Hermanos Zuleta y Rafael
Orozco, que parecían unos habitantes más de la arenosa Riohacha en la bonanza
marimbera. También se hacían presentes Toby Murgas y Ender Alvarado, el
acordeonero puntero con quien a pesar de tocar cada quien por su propio lado fortalecía
más la amistad. El mismo Diomedes Díaz aparecía de vez en cuando, porque además
de la música los unía el vínculo sanguíneo por pertenecer ambos a los mismos
Díaz de la Provincia. Este inteligente muchacho de La Junta, que desde que
comenzó a cantar se bañó de fama, delante de Adaníes Díaz era un buen
admirador. «Yo te tengo miedo a ti», le decía a menudo en juego. Entonces
Adaníes Díaz, con una sencillez que superaba a su manejo de la vocalización, le
respondía: -Hombre, primo, déjese de
pendejadas.
Se dice
que antes de grabar su primer LP, Adaníes Díaz había puesto los ojos en un
jovencito blanco y de cejas encontradas. Desde muchacho era gran admirador de
Poncho Zuleta, considerándolo con el alma su principal maestro en el arte de
cantar. Quizás por esa razón siguiendo el buen trabajo de Poncho y Emilianito,
quería meterse en la dinastía Zuleta a través del hermano menor. Héctor Zuleta
era un adolescente, que apenas descubría las mejores técnicas armoniosas, por
lo que a Adaníes le tocó dejarlo crecer, con la misma paciencia que algunos
hombres tienen con las novias a las que esperan ver florecer para llevar a cabo
el matrimonio. Simultáneamente, tocaba entusiasmado con Ismael Rudas y seguía
madurante como cantante de profunda voz.
En el
año de 1979, ya estaban unidos como una organización. Se cree que Poncho Zuleta
no estaba de acuerdo en el momento de la grabación con la disquera Philips en
Bogotá, porque todavía consideraba a Héctor Zuleta su hermanito. Pero éste
ejecutaba muy bien el acordeón, como sólo saben hacerlo los genios. La historia
le daría la razón a Héctor.
Sensacionales
fue el álbum que los llevó a la fama grande, que los introdujo en la sintonía
de los artistas más escuchados. El tema Estrella fugaz, barrió con las demás
melodías de los diferentes cantantes que estaban de moda. En todas partes eran
requeridos para que tocaran El cobarde del pueblo y Mi tierra y mis canciones
-dedicada especialmente a su bella esposa Claribel-, y nadie daba para acertar
quién era mejor cantando o tocando el acordeón. En la mirada de Adaníes Díaz se
observaba felicidad al haber inaugurado esas nuevas canciones, porque estaba
seguro de que Héctor Zuleta era el músico que más sabía alcanzar con su
velocidad del teclado la revolución sonora de su voz.
El
segundo álbum se llamó Pico y espuela, y resultó ser más para la gallera que
para el baile de caseta. A parte de la canción que da nombre al disco, está el
hermoso tema Problema tuyo, en cuyo coro Adaníes sube el volumen de su voz con
la misma facilidad de un equipo de sonido moderno. El aviso es una canción
clásica, bella y romántica, que pone en prueba clara que ya se estaba asomando
en el panorama el verdadero monstruo del vallenato. Su nombre era Adaníes Díaz.
En el
año de 1982, ya tenían listo el trabajo que marcaría el boom de la pareja. Para
los gustosos seguidores de estos dos nuevos talentos, el nombre del álbum
Nuevamente los sensacionales no decía nada ni dejaba entrever siquiera el
estupendo impacto que causaría uno de los temas. Marianita fue una canción que
en seguida se apoderó de los oyentes, de los amantes de la música vallenata,
batiendo récord en las distintas emisoras del país, siendo de la autoría de
Juan Segundo Lagos. Es una letra de amor que comienza en una cantina, donde
alguien lleno de desengaño cuenta la historia de una infiel mujer que al final
ha sido culpable de que un hombre esté en el cementerio y otro en prisión. Las
ondas hertzianas llegaron lo más lejos posible, hasta el interior del país y
más allá de la frontera con Venezuela, gracias a la poderosa voz de Adaníes
Díaz que supo interpretarla como nadie. La canción lo subió a la inmortalidad,
convirtiéndose rápidamente en el himno de su carrera musical.
Adaníes
Díaz estaba despegando con más fuerza, y nadie podía frenar su fuerte ambición.
El timbre explosivo que la naturaleza le había concedido, que con esfuerzo y
trabajo constante había desarrollado, sonaba más duro que todos juntos. Era él
la persona encargada de llevar el vallenato clásico hasta su mejor dimensión,
con ese estilo admirable que había comenzado a poner en alerta los oídos de las
personas que solamente se aferraban a El Binomio de Oro y a un muchacho llamado
Diomedes. En el pentagrama musical –y no en el fanatismo provinciano que ciega
la vista y ensordece los tímpanos-, ya quedaba registrado quién era el más
grande de los cantantes vallenatos.
Héctor
Zuleta tocada cada vez mejor su instrumento, y otras estrellas comenzaron a
encandilarlo. Se alcanzó a rumorar que el mismo Diomedes Díaz pretendía tenerlo
atraerlo su lado, para contagiarse de su sabiduría musical que heredó
magistralmente de El Viejo Mile. Adaníes Díaz, en vista de sus ratos de
ausencia en Riohacha, tocaba en parrandas al lado de Alvarito López, otro joven
acordeonero de respetado linaje. En unas partes alcanzaron a presentarse,
causando admiración por estar con alguien que pertenecía a la excelente rama de
los hermanos López. En ningún momento alcanzaron a grabar, y además en esos
días sucedería algo inesperado que cambiaría el rumbo de esta dramática historia.
La
noticia de que Héctor Zuleta había muerto, entristeció el vallenato por unas
semanas, y en todas partes sólo se escuchaba su acordeón gracias a la
tecnología magnetofónica. En Valledupar, se sentía la honda tristeza por haber
perdido al que los maestros especialistas consideraban el mejor de los Zuleta.
Fue un funeral desplegado a lo grande, al que no pudo faltar su compañero de
armas Adaníes Díaz. Estuvo presente en las honras fúnebres, lloró con desgarro,
sintiendo el mismo vacío en el corazón que debieron sentir Emiliano Zuleta
Baquero y la vieja Carmen Díaz. También estuvo al lado de Poncho y Emilianito
Zuleta, que delante de la gente no dejaban de llorar. El entierro lo dejó muy
triste, golpeado, seriamente acongojado: por primera vez una cuestión de peso
exterior había acallado su voz.
En
Riohacha, la vida de Adaníes Díaz no parecía tener sentido. Sólo la compañía de
su mujer y sus hijos Joyce Galena, Adaníes de Jesús, Joismar Galeana y Luis
Guillermo, llenaban ese vacío. Cada vez que tenía oportunidad se acordaba en la
charla del buen compañero que había sido Héctor Zuleta, de las veces que
practicaron en la sala de su casa en el barrio Guapuna que dejaron anécdotas,
de la falta que le hacía su fantástico acordeón para haber realizado ese cuarto
trabajo musical con el que aspiraban dejar atrás a los más duros rivales. Nunca
se imaginó ni pretendió que la única manera de volver a hacerle compañía a
Héctor Zuleta, era encontrándose con él en el cielo.
Ese 9 de
febrero de 1983 en que llegó de la calle para decirle a su mujer que había que
viajar al pueblo, no era para él. Tanta insistencia de su parte obligó a
Claribel a acompañarlo, porque no había poder humano que lo aguantara. Se
embarcaron en el carro con los hijos, rumbo a los lados del sur de La Guajira.
En el camino, antes de salir del perímetro urbano, su mujer volvió a insistirle
en que no viajaran. Según dijo, presentía algo oscuro en el pecho. Pero Adaníes
Díaz, con una mirada brillante que no era la suya, insistió en que sí viajaban
y siguió manejando en la carretera que lleva vía a Valledupar.
Después
de la diligencia que necesitaba hacer, entraron en la finca. En esta, se
encontraron con su querida madre, Herminia Brito. La señora, como siempre, se
puso feliz con los nietos. A tal extremo, que al ver que su hijo famoso
regresaba a Riohacha, también quiso acompañarlos en el carro.
Se
marcharon entonces, como de rutina. Al pasar por Barrancas se detuvieron un
rato en este pueblo, porque había un velorio en una de las casas. Después de
saludar a una gente que lo reconoció, Adaníes volvió a arrancar en la
camioneta. No tenía la menor idea de que también él se estaba despidiendo de la
tierra que lo vio nacer.
En el
camino de regreso, nada hacía pensar que la aguja del reloj había entrado en la
mala hora. Adaníes Díaz manejaba con normalidad aquella Ranger azul que había
negociado con su amigo Gervasio Valdeblánquez, porque era conocido que era un
gran conductor. Se veía algo resplandecido, esperanzado, queriendo terminar de
grabar lo más pronto con Bolañito, el acordeonero que sería su nueva fórmula.
De modo que viajaba contento en la carretera, teniendo al lado a su familia.
Joismar Galeana, su bonita niña de cuatro años, venía detrás de él tomándolo
por la espalda, como sucedía a ratos cada vez que Adaníes manejaba. Los demás
pasajeros venían sentados, tranquilos, esperando llegar temprano a Riohacha,
entre ellos el joven Adaníes de Jesús, que a los cinco años sería testigo de
todo. Delante de la ventana delantera, de pronto esperaba una pila de asfalto.
Nadie sabe qué aconteció, ni si Adaníes Díaz distinguió esa pila que se cruzaba
en el paso o si con algo de agilidad en el manubrio trató de esquivarla. La camioneta
dio varios votes a un lado del camino, apagando por siempre esa grandiosa voz y
la llama de un amor familiar que era admiración de los demás ciudadanos.
Su
muerte conmocionó a todos, que en seguida corrieron al hospital Nuestra Señora
de los Remedios. En la terraza de este lugar situado en Riohacha, no cabía la
gente que estaba presente por la lamentable cuestión. En seguida se supo que no
había nada que hacer al respecto, porque Adaníes Díaz estaba muerto. También se
supo que una de las hijas estaba sin vida al igual que su abuela Herminia,
mientras Claribel era llevada en estado crítico a Barranquilla. Varios amigos
cercanos y los fanáticos tristes, al enterarse de que el cantante había llegado
muerto al hospital, no tuvieron más consuelo que volver a sus casas y encender
el tocadiscos antes de bañarse, cambiarse e ir al velorio, para sentirlo en
espíritu vivo a través de su canto. Era imposible de creer, que hubiera
terminado así el mejor amigo de los hombres que hubo en esos irrepetibles años.
El funeral
se llevó a cabo en la calle catorce, en una carrera al lado de donde está el
colegio Enrique Lallemand. La cantidad de gente que estuvo presente, dejó en
claro que la humanidad entera lloraba por la pérdida de un gran hombre que los
riohacheros consideraban más riohachero que ellos mismos. Estuvieron en el
velorio todos los cantantes de la música vallenata, para darle el último adiós.
Era de esperarse, debido al gran aporte que le había dado el difunto a la
música nuestra. Entre los parientes y presentes dolidos sin ánimos para
respirar, se preguntaban qué había hecho Adaníes Díaz para mecerse algo así. El
ataúd estaba en la sala, centro de toda la atención impresionante. A la hora de
sacarlo a la calle, necesitó de muchas manos debido al peso descomunal de su
cuerpo. Fue uno de los entierros más grandes en la historia de Riohacha.
Los años
han pasado, y su canto se sigue escuchando sin sufrir alteración. Las notas de
Héctor Zuleta acompañándolo en la inolvidable melodía, sirven de consuelo para
decir que Adaníes Díaz grabó al lado del acordeonero con más futuro del
folclor. En Riohacha, sus canciones se resisten al paso del tiempo, no terminan
de escucharse para nada. Incluso hoy en día, cuando está tan de moda la nueva
ola, porque todavía suenan con frecuencia en la radio. Ojalá algún día su obra
completa se pueda remasterizar, con nuevo sonido y una extraordinaria campaña
de publicidad, y se le haga un lanzamiento a nivel nacional e internacional
para que nuevamente se ponga de moda.
Como ya
se ha hecho con unos hombres que han pasado a la historia universal, el nombre
de Adaníes Díaz se debería volver institucional en nuestra región. En Lagunita
tendrían que hacerle una estatua en su honor a raíz de los treinta y tres años de
su muerte, para que las nuevas generaciones sepan quién fue el héroe de bronce.
No debe olvidarse que se trató de uno de los más excelentes hombres que ha
tenido Riohacha, el cual alguna vez tuvo un sueño de mil colores como tantos
músicos anónimos en estas calles de arena. Desde aquí levantó su fama local,
transformándose en un ejemplo de superación para la toda eternidad. Sería una
buena idea hacerle un homenaje con algo que llevara su nombre, si se pudiera
mejor ahí mismo donde fue velado: Escuela de Canto Adaníes Díaz. Entonces a
través de los alumnos que lleguen, perduraría más su estilo.
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