No hay tiempo para nada.
La sociedad se adapta a esa velocidad y así lo hace la cultura y con ella su musica.
El vallenato es un cantar basado en la
espontaneidad, la realidad y la ensoñación del hombre de las planicies y zonas
ribereñas-lacustres de la Región Caribe colombiana. El 11 de julio de 2010, en
el despacho de la Ministra de Cultura y ante el Consejo Nacional del
Patrimonio, los departamentos del Cesar, La Guajira y Magdalena presentaron ‘El
vallenato’ para la consideración del Consejo como Patrimonio Inmaterial de la
Nación, definiéndolo como “un género musical tradicional cantado, nacido de la
conjugación de tres expresiones culturales diferentes a partir de los cantos de
vaquería de los campesinos y esclavos negros en las épocas de la colonización,
la música y expresiones dancísticas de los indígenas nativos y el aporte de los
instrumentos musicales europeos, que con la llegada del acordeón se consolidó
con la guacharaca, de origen indígena, y con la caja, de origen africano, dando
paso a la creación de cuatro aires como son el paseo, el merengue, la puya y el
son, que con el paso del tiempo penetraron los altos estratos de la sociedad”.
Su mayor característica de autenticidad está dada
por la letra de sus cantos de contenido narrativo y costumbrista, expresadas en
un lenguaje elemental, y que, con la llegada de nuevas generaciones con
vivencias culturales urbanas, se enriquecieron con contenidos de orden poético
romántico.
Que un bien intangible sea considerado Patrimonio
equivale a nombrarlo tesoro. Los tesoros inmateriales, anteriormente conocidos
como ‘Obras Maestras de la Tradición Oral’, son un elaborado producto de los
tiempos dentro de una matriz cultural singular e irrepetible. Por razones
propias y previsibles del movimiento perpetuo de esas matrices culturales, la
‘fuerza’ que generan los tesoros de la Tradición Oral tiende a disiparse y finalmente
a perderse con el paso del tiempo y la influencia constante de la modernidad
con todas sus contracorrientes culturales. Estas últimas no son sino la versión
contemporánea y feroz de las mismas corrientes que a su vez crearon el fenómeno
o elemento desde sus inicios, hasta adquirir la forma y el contenido conocidos.
El vallenato no nació como lo cantó el viejo Emiliano Zuleta o como lo tocó
Luis Enrique Martínez, muchas cosas fueron mutando hasta establecer una ‘forma’
por muchos apreciada, que no requiere exhaustivas explicaciones, y menos para
las comunidades involucradas en su gestación y desarrollo. Es ese el saber no
sabido, no aprendido que es la marca registrada de ‘La cultura’, de cualquier
cultura.
Los movimientos y cambios que con el tiempo fueron
decantando sonidos, ritmos y saberes contaron con la aceptación popular
espontánea para dar origen a esta hermosa musicalidad que nos convoca. Fueron
perdurando los elementos y las formas que el pueblo mismo fue seleccionando
dentro de sus preferencias, y las preferencias a su vez generando estilos, y
los estilos a su vez determinaron escuelas, y así hasta obtener esta hermosa
acuarela de versos y melodías, rutinas y rebrujes que constituyen al vallenato.
Lo que no iba gustando se iba perdiendo y luego olvidando, pero todo fue un
producto de lo que el pueblo-pueblo a través de su fascinación estética logró
escoger como su música representativa.
Al iniciar el influjo mediático, su trepidante
accionar sobre las masas, algo que se vuelve brutal desde mediados de los 80
hasta nuestros días, ya no es el pueblo quien escoge lo que debe perdurar
dentro de su tradición sino los medios, que con su repetición y la estrategia
pre-concebida de determinados clisés melódico-literarios, impactan el
inconsciente colectivo y por ende el gusto popular; son ellos quienes dominan
el panorama. Nadie puede ‘triunfar’ sin pasar por su filtro, y quienes fabrican
la zaranda no necesariamente acreditan conocimiento o ascendientes dentro de la
historia de nuestro canto vernáculo.
Las comunidades van adoptando los nuevos cantares a
medida que la música se va pareciendo cada día más a sus propio estilo de vida:
fácil, rápida, ligera, sin compromisos. No hay tiempo para nada, ni para
dialogar, ni para contemplar la naturaleza ni para elaborar un romance. La
sociedad se adapta a esa velocidad y así lo hace la cultura y con ella su
música. ¿Tenemos entonces, por nuestro propio desdén espiritual, la música que
nos merecemos?
Creo firmemente que a todo nivel vivimos una época
de ‘nuevo oscurantismo’ que desecha la profundidad, la contemplación y el
análisis por lo práctico, sintético e inmediato; son vacíos y clonados los
cantos populares, como precarias y calcadas de Internet las tareas y trabajos
escolares. Se está gestando una nueva sociedad de discapacitados espirituales
en favor de hombres pragmáticos y parcos que no encuentran en el lenguaje del
arte y la poesía un medio de elevación de la estética existencial. Y este
fenómeno cultural-musical no fue exclusivo del vallenato: afectó por igual y en
la misma corriente contemporánea la salsa y el merengue dominicano, ambos
convertidos en una plataforma bailable de las baladas de los 80 y 90.
La nueva música de estos 25 años de influjo
mediático convirtió el vallenato-folclor en vallenato-género, y por ser género,
como el rock, la salsa, el jazz, todo le cabe. Su adaptabilidad al momento
social, su energía contagiosa, su musicalidad sencilla pero bonita, su función
testimonial, lo hacen apetecido y apetecible por donde quiera que transita en
las nuevas versiones. Una de ellas se desconecta de la realidad ancestral de la
relación hombre-mujer y propone una inversión de los roles, en donde el hombre
es victimizado por un ejército irregular de mujeres infieles y desagradecidas,
transformando al romanticismo –lírico, pero viril– en un discurso plañidero y
genuflexo, propio de Corín Tellado, con sus respectivas excepciones. Otra
variante del vallenato-género concentra su esfuerzo lírico-musical en el
bailador; este nuevo danzante vallenato, alejado de la cadencia del
desplazamiento gentil, sabrosón y ‘jamaqueao’ con los pies en la tierra
(herencia de la cumbia) y del contacto cercano del cuerpo de la pareja, es
montado en frenesí por la música que tiene un ritmo y cortes de percusión con
baterías, que en determinadas ocasiones obligan a los danzantes a bailar
sueltos y, por qué no, a saltar.
Ambas variantes modernas del Canto Tradicional son
las responsables de esa inmensa fiebre nacional e internacional del vallenato,
más ninguna de ellas transmite la esencia con la cual fue gestada su música
mentora.
¿Qué pasó? ¿Se acabaron quienes son capaces de ser
consecuentes con su entorno y expresarse en cantos que hablen de su acontecer y
de su realidad? ¿Perdieron la habilidad de ver el paisaje y encontrar en él los
símiles para concretar una idea poética?
No, allí están y son los mismos que alimentan al
animal hambriento que es el vallenato moderno. Esa habilidad del verso y la
melodía, de soñar despiertos y cantar volando entre nubes sigue estando entre
los autores, no la han perdido, aunque ahora estén trabajando para otro
propósito. Solo que ni ellos ni los intérpretes están dispuestos a morirse de
hambre atrás de la edificación del folclor. Es tanta la influencia de las
corrientes que dan origen a esta nueva música que ya ni pa’ tras van a mirar.
Si Santander Durán Escalona se presentara hoy ante el Jilguero de América,
Jorge Oñate, con una obra de las características de Las Bananeras, obra esta
que fuese grabada por él mismo con el conjunto de los Hermanos López, no
tendría chance de ser parte del repertorio del aún vigente Ruiseñor del Cesar.
Lo mismo le ocurriría a Julio Oñate Martínez en el 2011, quien no habría sido
escogido para ser parte de un CD de Poncho Zuleta con una obra musical
ecológica monumental y cada vez más cierta como La profecía.
Solo quedan los festivales de música vallenata, y
eso, algunos de ellos, para tratar de dejar ‘algo’ en el pensamiento de las
gentes con canciones que le apuesten a la estética existencial y a la memoria
de los pueblos.
Allí sigue lo que nos queda de ADN. Enfriar un poco
las aguas para que el iceberg del folclor no se derrita a este ritmo tan
acelerado es una tarea más que difícil. Hay que ver de qué manera congelamos
para los tiempos la memoria de octogenarios que aún recuerdan versos nunca
escritos, que llegaron de boca en boca a través de las generaciones. En eso
trabaja actualmente el Ministerio de Cultura, asesorado por las organizaciones
que integran el Cluster de la Música y la Cultura Vallenata –CMCV– en el
desarrollo de un Plan Especial de Salvaguarda junto a las comunidades que
generan el elemento, para que los tataranietos de Toño Salas y Eusebio Ayala
conozcan su pasado genético-musical, en el intento de reactivar en ellos esta
manera de ‘contar la vida cantando’ que es el vallenato y por eso aquí les van
mis versos:
Mi sueño es ver la redención de lo que aquí brilló
algún día,
Hermosos versos, melodías, que dieron vida a un
acordeón,
Que vuelva a ser inspiración nuestro paisaje en
lozanía,
Un vallenato de agonía, no es vallenato ni es
folclor,
Esos llanticos de hoy en día déjenselos a Jorge
Barón
Y si Usted comparte esta visión lo invito ya a mi
cofradía.
Esto es más o menos como un intento de explicar el
tema de lo que significa el vallenato moderno ante el vallenato tradicional, y
si estas nuevas variantes representan una evolución o por el contrario, una
distorsión, dentro de lo que debe proyectar la música popular como elemento de
la cultura de una región. Aclaro que soy médico, no soy estudioso ni
folclorista ni vallenatólogo, solo un parrandero sensible.
Por Adrián Pablo Villamizar
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