Si miramos el pasado
de la música vallenata, encontramos que una de sus mayores fortalezas, es la
narrativa de su realidad. El relator vallenato no le mentía a su entorno. No
traicionaba cada elemento que encontraba y su fantasía era más creíble, lo que le
permitió afianzar los personajes y sus hechos, incluso, pasado el tiempo, esa
historia musicalizada ayuda a reconstruir pueblos. Esa situación contrasta con
lo que está viviendo el vallenato como parte de la industrialización cultural,
en donde ese elemento esencial se ha perdido y nos lleva de la mano, a la
construcción de una obra centrado en lo amoroso, por demás monotemática,
simple, carente en la mayoría de los casos de poesía y con una extralimitación
de figuras empalagosas, que le quita toda posibilidad de ser considerada una
buena obra artística. En esa nueva postura del creador e intérprete vallenato,
han incidido muchos factores que vale la pena comentar: “la aparición del
fenómeno del narcotráfico que le robó la inocencia al artista vallenato”.
Esos nuevos ricos
afectaron el comportamiento del creador e intérprete vallenato, al moldear el
espíritu natural de ese hombre que componía y cantaba al aire libre sin la
atadura de lo económico. Sin dejar de lado, que nuestro hombre artista no tenía
vínculos con la droga como consumidor o gestora de un nuevo vivir social, es
bueno anotar, que ese fenómeno descuaderna la realidad de la gran provincia
vallenata y empieza nuestro artista, a dejarse quitar su autonomía relatora y
lo que aparece, es una metáfora servilista en donde se encumbra a ese
cultivador de alucinógenos y termina el artista nuestro, tanto creador como
intérprete, en una total servidumbre. Tan es así, que hacen obras y las ponen
con el nombre del mafioso de turno o elevan a las cumbres más altas a un
narcotraficante gavilán.
Ese mal pasaje que
afecta el mundo del vallenato en todos sus aspectos, dejó como consecuencia a
una gran masa artística con serios problemas en el consumo de estupefacientes,
lo que ha llevado al derrumbe de muchas figuras de nuestra música vallenata.
Con ese tema hay que ponerse serio y es un llamado para que los gobiernos
departamentales de la Guajira y Cesar como epicentros del vallenato, lo miren
como un problema de salud pública y no con la visión farandulera como siempre
lo hacen. Pero si ese tema es delicado, no lo son menos, los que a continuación
tienen agarrado del cuello, la mente creadora del compositor e intérprete
nuestro. “la constante exaltación al político de turno, quien al llegar a su
puesto lo primero que hace, es lograr que lo nombre el artista más exitoso”.
Esta situación ha
llevado, a que esos nuevos dirigentes no escatimen esfuerzo alguno, en gastarse
lo que está destinado a resolver los problemas sociales de su municipio o
departamento, en las caravanas que hacen los artistas en sus lanzamientos o en
el pago a los saludos, que terminan siendo más importantes que la canción
misma. Esos elementos contaminantes afectan, sin que haya un despropósito para
con ninguna de las partes, a la canción, a su creador y a la vez, a su
intérprete, quien direcciona que se graba o no. “la nueva condición social de
los compositores e intérpretes”.
Este hecho contrasta
seriamente, con lo que está pasando en el entorno de la gran provincia
vallenata. Esto ha llevado a que la visión del compositor sea distinta. Poco o
nada le interesa narrar el problema social, así lo tenga pegado a la nariz. Ya
los artistas vallenatos son intocables y se alejan cada día más de su entorno.
Sus modernas naves con vidrios polarizados los hacen ver más como traídos de
otros planetas que constructores de una música provinciana. No estamos en
contra que se mejore socialmente, pero sí, que se desprendan del cordón
umbilical que les dio todo. Ya se creen más que la base popular por ir en busca
de nuevos mundos, en desconocimiento de la aldea que al final, es el todo. “el
surgimiento de nuevas fuerzas oscuras como el paramilitarismo”. Otro de los
grandes males que le llegó a la tierra nuestra y que sin lugar a dudas, afecta
la creación artística y de qué manera.
Entra de nuevo,
nuestra música vallenata al servicio de una fuerza generadora de muerte, que es
contraria a la labor del juglar nuestro, que hizo una verdadera cartografía de
la vida con su obra y que debe servirnos como base fundamental, para no
claudicar en este proceso de consolidación de una música local, que si quiere
permanecer en el tiempo con el prestigio que da el buen y sano vivir, tiene que
replantear muchas situaciones que no le hacen bien. Es tan malo el accionar, de
estos hombres al servicio de la muerte, que ya en nuestra provincia no hay
respeto por los mitos y leyendas, estos sucumbieron ante la ley del más fuerte,
del que esté armado hasta los dientes e imponga su mandato. Nuestros autores e
intérpretes no pueden prestarse para continuar haciendo personajes de alto
renombre, a seres cuya condición social está en entredicho y no son, un buen
ejemplo para ésta o futura generación, solo porque tienen dinero producto del
desalojo y muerte de tantas personas buenas.
El relator vallenato
tiene que cantar su realidad y no seguir pasando por encima de los cadáveres de
su propia gente y salir cantando como si nada, una copla de amor. Él tiene que
romper ese estigma impuesto por el centro de poder, que cada vez que se cante
un tema social quien lo hace es “guerrillero”, tamaña mentira que contrasta con
la postura narrativa de hombres valerosos del ayer vallenato, que rompieron con
el atosigamiento feudal de la gran provincia vallenata para contar su propia
realidad. Una muestra de ello lo podemos recoger cuando Luís Enrique Martínez
Argote hace más de tres décadas, dijo: “el pueblo está reclamando pan,
educación y techo”. Será que ahora es menor el problema frente a estas
solicitas expresiones, de un campesino analfabeta que percibió el problema,
pero que además, lo cubrió de música y lo dejó como un especial referente, sin
que ello, nos lleve a señalarlo como un hombre perteneciente a la izquierda o a
determinado grupo armado.
Tiene el creador
vallenato la obligación, de romper con el miedo que se les refleja en el rostro
y que le impide cantar sus narraciones más llenas de verdad, que de los
compromisos comerciales de hacer obras en serie que lo tiene acorralado. Ese
sentido narrativo, de la realidad en la tierra nuestra, es el que debemos
recuperar y para ello es necesario, “volver al uso del sentido común que hizo
grande al vallenato como periódico musical”.
Nuestro compositor e
intérprete se dejó engolosinar por los dulces que la industrialización como
trampa le puso, a una música local que como la nuestra tiene que sacudirse y no
dejarse meter gato por liebre y dejar de pregonar arrogantemente, que somos más
que las otras músicas locales de Colombia. No dejemos que las casas disqueras y
las editoras, quienes no cumplen con su responsabilidad social frente a la
construcción de una masificación musical, en donde se limitaron a tener
artistas y creadores de obras para su catálogo, quienes luego de su inhumano
uso, los tiran como cualquier valija que no vale nada, continúen con esos
contratos que son avalados por agremiaciones como Sayco y Acinpro, en contravía
de sus agremiados que claman por un mejor vivir en concordancia con lo creado.
El creador vallenato
no está narrando, la verdad de lo que acontece en el escenario de la gran
provincia. Es un narrador panfletario que cayó aniquilado, por las burbujas del
amor y se pavonea con el éxito, creyéndose más de lo que en verdad es. Es bueno
y ante todo sano, que nuestro creador se ponga serio y encuentre en el
intérprete, a un verdadero cómplice de su narrativa y no al hombre arrogante,
que se cree estar por encima del creador. Tenemos que sacudirnos ante tantos
fantasmas que nos rodean. Es necesario tomarnos, por lo menos una vez al día,
una cucharadita de humildad para que esa labor que nos puso la vida, no se
desvirtué y termine como un mal recuerdo.
Por: *Félix Carrillo Hinojosa
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