Abel
Medina Sierra
Mucho
se ha propalado la universalidad musical de Carlos Huertas, so notable
condición para expresarse en variantes que interpelan a regiones distintas. Un
músico que va del vallenato más rancio y tradicional hasta alegres sones
montunos, entusiastas pasajes y gaitas, porros festivos y desgarradas
rancheras. Pero para entender estos matices variopintos también se requiere
referenciar la generación musical en la que creció Carlos Huertas, esa legión
fonsequera que nunca ha podido ser superada y que le granjeó ese emblemático
calificativo, dado por Carlos Huertas, de Tierra de cantores.
El gitano mayor
Si
algo ha dado impronta indeleble a la espiritualidad del fonsequero es la errancia.
Los fonsequeros son reconocidos como los “Gitanos de La Guajira” por siempre
estar dispuesto a desplegar sus alas buscando vientos favorables, rastreando
oportunidades donde hacer germinar sus proyectos personales. El repaso por los
músicos de la generación de Carlos Huertas, así lo evidencia. La creación del
Festival del Retorno nace como una manera de propiciar el regreso de todos esos
fonsequeros errantes que poblaron el mundo pero que sueñan con el “rumor del
ranchería” o paladean con el deseo un guiso de iguana en un patio de fronda
acogedora.
Carlos
Huertas supo interpretar el legado musical de su pueblo, desde las notas
rancias de acordeoneros como Ramón Teobaldo Cárdenas “Tabaquito”, Miguel
Carrillo, Juan Solano o los Pitre, pero también las guitarras de Nicolás
Deluque, Julio Vásquez o Hugues Peñaranda. Fueron esos los referentes que tuvo
en el patio, los contagios primarios, las ramas próximas. Pero más allá, había
que desbrozar caminos para desentrañar los secretos más profundos del arte
musical. La radio le traía voces distantes, ritmos que llegaban a los pies pero
también a las vísceras.
En
Fonseca recuerdan a Carlos Huertas como un torrente de vitalidad que paladeó la
vida con la certeza de acariciar en ella una guitarra. Sacándole sus mejores
notas, recorriendo las cuerdas desde el brillo del éxito o desde la herrumbre
de la carencia. Su gesta musical se construyó con arena del patio pero también
con abonos de muchas partes. Carlos Huertas el de aventuras impetuosas en
Barrancas, el estudioso que en tierras tolimenses arañaba la esquiva disciplina
académica de la música. Un camino de huellas perdurables donde fue tomando
influencias para vestir su música con el variopinto matiz de la universalidad.
Quienes lo recuerdan solo pueden aportar retazos de una vida sin lugar, de un
tiempo sin espacio, de las lejanas calendas que solo él podría desenmarañar
.Rumores de una vida agotada hasta el delirio, certeza de un cantar nutrido de
vivencias, añoranza de una parranda eterna para festejar la amistad y la vida
(cada anfitrión de parranda se quedaba con una canción como ofrenda a la
amistad).
Al compás de una guitarra
Carlos
Enrique Huertas Gómez, el hijo de Dolores Gómez Gómez (Lola la Blanca) y de un
vallecaucano que ejecutaba la guitarra, Carlos Modesto Huertas Gómez, guiado
por este cordófono recorrió los confines sonoros del país y derribó las
fronteras genéricas del vallenato para convertirse en el más universal de
nuestros compositores. La guitarra era un puente más natural para dialogar con
otras manifestaciones musicales distintas al vallenato. Los músicos y autores
vallenatos que interpretan la guitarra sienten una natural inclinación a
interpretar otros aires.
Nació
en Dibulla, recibió el soplo de vida procelosa. Respiró aire caribe por primera
vez el 21 de Octubre de 1934. Desde niño recibió como herencia el culto a la
música, en especial a la guitarra. Su abuelo Atinio Huertas había sido director
de la Orquesta de Riohacha, su padre tocó con maestría la flauta, el tiple y
naturalmente, la guitarra. Aunque a los 14 años ya acompañaba en el bombo a
músicos como “Monche“ Brito sentiría el llamado incitador de la guitarra desde
las primeras enseñanzas de Rafael Enrique Del Prado, un amigo de su padre que
le despejó el camino como autodidacta (Carlos sólo había cursado hasta cuarto
de primaria) y le hizo comprometerse de por vida con el dulzor de las cuerdas .
La
magia de la guitarra y el lirismo versátil de sus composiciones se nutrieron de
toda una tradición folclórica que siempre lo alentó a la dedicación constante
.En esa búsqueda inagotable de universalidad musical se fue a Ibagué, la
capital musical del país, en el conservatorio tuvo como maestro y mentor al
maestro Saldaña. Se hizo músico cabal, capaz de desentrañar los vericuetos pentagrámicos
y las galimatías del lenguaje musical. Recorrió los llanos colombianos y
venezolanos. Así amplió sus referentes musicales y entendió la universalidad
escondida en la guitarra y regada en los caminos lejanos de la casa.
Con
el tiempo Carlos Huertas sería reconocido como un ponderado guitarrista de
arpegios mágicos y tonalidad magistral. Integró tríos y agrupaciones al lado de
músicos como Wilson Choperena, Hughes Martínez, Otoniel Miranda, Lucho
Gutiérrez, Julio Vásquez, Enrique Zimmerman, Toño Salazar y Carlos Hernández
(El trío Los Tawaras de Maicao), también acompañó a Colacho Mendoza en
grabaciones.
La vida errante
Fue
tan fuerte el soplo de vida que recibió del mar dibullero que lo aventó a una
errancia que lo llevó por diversos confines de La Guajira como Lagunitas, donde
vivió junto a Leandro Díaz y sus parientes y lugar donde según el mismo Leandro
fabricó con sus propias manos su primera guitarra y compuso su primera canción
“Lagunitas” .Siguió su errabundo trajinar por Fonseca, Distracción, Barrancas,
Hatonuevo, Papayal, Camarones, Carraipía y Maicao. Vivió por poco tiempo en
muchas regiones del país como Valledupar, San Diego, Santa Marta , el Tolima y
por los lejanos caminos de Venezuela donde estuvo en el conservatorio;
contagiándose así de música, descubriendo sabores y colores que luego vestirían
de riqueza su prolífica producción musical. Esa errancia encuentra su más viva
expresión en su canción más famosa “El cantor de Fonseca” (Jorge Oñate y los
hermanos López ,1973):
“El
cantor de Fonseca” es el himno de su errancia, la canción de esa búsqueda de
claves existenciales. Los referentes motivacionales surgirían en Santa Marta a
inicios de los 70´s . Había llegado de Ibagué con los bolsillos vacíos y la
ausencia de patria reclamándolo desde Fonseca. Allí, guitarra en mano hizo
complacencias a varios turistas “cachacos” que admiraron la forma como éste
guajiro interpretaba joropos, pasillos y galerones con destreza y propiedad.
Esto obligó a uno de los desconcertados observadores a preguntar por su origen.
La respuesta de Carlos originó la célebre canción que le dio renombre al pueblo
de San Agustín y sirvió para bautizar al autor en el concierto artístico
nacional: desde entonces sería” El cantor de Fonseca”.
La nostalgia por Fonseca
Fonseca,
su lar placentero, la tierra que inundó con ráfagas de brisa fresca su vena
musical. En cada retozo en las aguas del ranchería, con el olor a guiso de
iguana que se solazaba en los umbrosos patios, con la picardía del primer
“amor”: la burra llamada por el mismo “avispita” alimentó su arraigo hacia la
tierra de San Agustín. . Este sentimiento terrígena aflora en una de sus
canciones, en la cual, la distancia y el tiempo le reclaman un lamento de
ausencia por la patria (Jorge Oñate y los hermanos López, 1973) : Hermosos
tiempos (Paseo)
Pero
como todo acaba presiento que la belleza de esa tierra se acabó con su cardón y
su tuna
También
en Fonseca fraguó la hermandad con la guitarra y el acordeón. En Fonseca se
dejó contagiar por unos pellizcos que hacían que las guitarras destilaran
alegría de vivir, eran las manos de Julio Vásquez, Bienvenido Martínez, Natalio
Ariza y Raúl Parodi. Fonseca ya era el epicentro de la escuela ribana del
acordeón, emporio de cantores donde se cultivaba el más acendrado vallenato en
figuras como Santander Martínez y su hijo Luis Enrique (el primero en grabarle
una canción a Carlos: “El cantor de Fonseca”); Juan Solano, Luis Pitre,
Fortunato Peñaranda entre otros.
Muy
a pesar de su actitud errabunda y espíritu peregrinante Carlos Huertas siempre
guardaba un recodo para anidar la nostalgia por la tierra fonsequera y La
Guajira en general. Mientras más recorría territorios difusos más reafirmaba su
ligazón raizal hacia el pueblo que le sembró canciones en sus fibras más
emotivas. Nadie supo cantarle tanto y tan sentidamente a Fonseca como Carlos
Huertas. En las canciones dedicadas al pueblo que lo acogió, recoge con mágico
colorido toda una reafirmación de principios de territorialidad, ponderando sus
raíces musicales, el entorno natural y la esencia cultural y folclórica de este
pueblo que quiso hasta el final y donde exigió ser sepultado. Producto de ésta
exaltación de la cultura fonsequera, nace las décimas con las cuales dio
trascendencia al “Festival del Retorno”, fiesta tradicional del pueblo que en
esta nueva denominación reclama su carácter musical (Zuletas, 1978) : Tierra de
cantores (Paseo)
Después
de tanta errancia, sacándole el jugo a una existencia plena en goce, el viaje a
la semilla se hizo obsesión. En la casa tenía el sosiego para su fuego
indeclinable. Se ancló en Maicao, preso de la sabia paciencia de su esposa
Leila Larios y del inquieto encanto de sus hijos. Maicao era una ventana que
terminaría por ensanchar sus referentes musicales. Al igual que su paisano
Roberto Solano (nacido en El Hatico), en Maicao encontró la diversidad
cultural, la amalgama musical, el crisol social y musical que terminó alentando
su propuesta musical con otras motivaciones genéricas. Allí integró el Trío Los
Tawaras con Carlos Hernández y Toño Salazar, allí compuso muchas canciones
granadas en Venezuela que hoy son dignas de rastrear. El serenatero mayor, el
parrandero consumado, en errante de mil caminos sosegó su espíritu de
trotamundos en ese Fenicia moderna que es la ciudad de Maicao.
La variedad genérica
Carlos
Huertas mantiene unas doscientas canciones inéditas, un filón portentoso de
manifestaciones que recogen una vida de penurias económicas pero de alegres
parrandas, de existencia gozosa, la nostalgia por su tierra, los amigos y la
familia, todo un mapa de su territorio vital hecho canciones.
Les
robó inspiración a los llanos venezolanos y a las tierras del Zulia para
componer gaitas como: “Maracaibo de Baralt”, “Canto a la Guaira”, y algunos
pasajes, “Echa pa´lante”, “La chinca” y el célebre pasaje “Mi hermano y yo”.
Son temas que han recibido el reconocimiento en el vecino país.
Se
ha podido evidenciar su incursión en géneros tropicales como la variedad del
porro orquestado en canciones como “Tierra feliz” y “Sultana del mar” que se
asevera que es un bolero como la anterior, dedicado a Riohacha. En un arduo
trabajo de arqueología musical que ha venido emprendiendo su hijo Carlos
Huertas se ha podido identificar que compuso un son montuno titulado “sabor a
idilio”.
Conviene
un denodado esfuerzo por rastrear muchas canciones, de las cuales se tienen
testimonios pero no certeza de su autoría y que demuestran su prolija capacidad
para ofrecer canciones de mucha altura musical y lírica en géneros tan variados
como el bolero, la ranchera, pasillos, tangos entre otros.
Su temática, su condición humana
Carlos
Huertas fue un músico a plenitud, pletórico de motivaciones cantoriles y
fecundo en su producción artística. Sus composiciones se pueden categorizar en
las siguientes líneas temáticas:
La
nostalgia por la tierra y su folclor: Esta línea lo hizo famoso en los
festivales de la región, se resalta el arraigo e identidad hacia Fonseca y La
Guajira en general. Pertenecen a éste género: “El cantor de Fonseca”, “Tierra
de cantores”, “Orgullo guajiro”, “Guitarras y acordeones”, “Iguana y maíz
tostao”, “Así es Fonseca”, “Documental guajiro”, “Hermosos tiempos”, “Del tamaño
de la luna”, “Tierra feliz”, “Mi primer merengue” entre otros.
La
amistad y la exaltación personal: Fue recurrente en la manifestación de afectos
a sus compañeros y amigos que bajo el ritual de la parranda disfrutaron de su
alegría y cimentaron su aprecio. Dentro de ésta temática se enmarcan
producciones como “Tierras del Sinú “, “Cerro Peralta”, “Al compás de una
guitarra”, “Lola la negra”, “Lontananza”, “Buena parranda” y “Abrazo guajiro”.
El
sentimiento y vida romancera: Aunque Carlos Huertas no se inclinó mucho a
plañir sus sentimientos como muchos compositores del meloso vallenato moderno,
no se sustrae, como poeta al fin, de la manifestación de sus suspiros como
enamorado, lo que se expresa en temas muy vallenatos como “Mis delirios”,
“Porqué”, “Después de pascua”, “Ay mama”, “Clemencia”, “Ojazos bellos”,
“Dominguito”, “Lindo vergel”, “La casa”.
La
reflexión filosófica y el cuestionamiento: En algunas composiciones adoptó el
tono sentencioso propio de los compositores de amplia experiencia vivencial,
capaces de formular leyes para la vida, latigazos de moral a los deshonestos y
consejos para los jóvenes. Producto de sus reflexiones sobre el carácter
veleidoso de la mujer, surgen paseos como “Qué vaina las mujeres”, “La casa”,
“La Biblia”.
Mi hermano y yo
Las
sustanciales diferencias entre el y su hermano Amilkar le motivaron “Mi hermano
y yo”, una profunda reflexión sobre la contradicción existencial y moral entre
ellos, entre su vida errante, aventurera y hasta “plebeya” y la sosegada vida
de un letrado esclavo del status. Establece así un paralelo entre dos formas
distintas de crianza como claves para entender la actitud hacia la vida: una
apolónica (su hermano) y otra dionisiaca (la de él). En esta gaita refleja
Carlos Huertas su arraigada condición humana, la sutil ironía y la reflexión
filosófica a través de la alegoría:
Las
guitarras también saben quejarse, ellas añoran las diestras manos que nutrieron
de arpegios los más reticentes silencios y tristezas. La parranda seguirá con
su ritual dionisiaco, pero un recodo de ausencias reclamará por esa voz
ríspida, esa guitarra sentida y la inspiración fecunda. Allá en Fonseca, el
aliento de los higuitos y “el rumor del ranchería” entonan unos cantos con
sabor a provincia y a vida que Carlos Huertas les enseñó.
Interpreta: Silvio Brito
HOMENAJE A CARLOS HUERTAS: Chiche Badillo con Guitarras
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