Por: Álvaro Rojano Osorio
El cantante Iván Villazón acaba de lanzar junto al acordeonero Ciro Meza el trabajo discográfico titulado Juglares Legendarios, Vol. 5, “La Esencia”, que incluye cinco canciones de autoría de Luis Enrique Martínez. Una de ellas es la denominada El Gavilán sin Alas, cuyo verdadero compositor es Cesar Marín Altamar.
En esta obra musical se relata de manera metafórica la existencia en la zona de la ciénaga de Zapayán de un gavilán sin alas que está haciendo mucho daño, dice el narrador. Quien, además, asegura que le está rogando que no se vaya a llevar a la morenita que lo tiene entusiasmado.
Tema en el que confluyen tres actores: Cesar Marín Altamar, como compositor. El acordeonero Luis Enrique Martínez, intérprete del disco y quien aparece como autor del mismo, tanto en la antes citada producción musical, así como en la primera grabación, y Pedro Osorio Ramos, el personaje de la obra musical.
Personas que, aunque originarias de distintos lugares del Caribe colombiano, las unió la música vallenata, las parrandas y la participación en el hecho principal que motivó la canción.
César Marín Altamar, originario de Bellavista, más conocida como Moya, conoció y se enamoró de Carmen Oliveros Osorio, natural de Bomba, a orilla de la ciénaga de Zapayán. Sucedió una tarde en la que ella aceptó conocerlo en Bálsamo, hasta donde fue con un grupo de amigas. A partir de ahí germinaron unas relaciones sentimentales que se extendieron por dos años antes del matrimonio, porque él iba y venía de un lugar a otro en sus actividades comerciales de compra y venta de ganado vacuno y caballar.
Tras el matrimonio, la pareja se estableció en Bomba, donde sus habitantes se cuestionaban por qué Carmen, simpática, amable y hogareña, se había casado con un hombre que, mientras caminaba o montaba en el lomo de una bestia, hablaba solo. —Ella nunca respondió —señala la hija de la pareja, Ana Lucía Marín—, porque sabía que él estaba componiendo canciones vallenatas.
Sin embargo, Carmen no sabía que César era un viajero incansable, y que lo fue desde niño, cuando su mamá, Ana Cecilia Altamar, lo llevaba de Moya a Paraíso, debido a que a ella le tocó suplir como madre a su hermana fallecida, quien dejó varios hijos menores de edad. Por eso Carmen debió sorprenderse cuando, estando embarazada de su hija y con apenas siete meses de casados, éste no volvió a Bomba después de haberle asegurado que iba a hacer un negocio en Fundación y regresaba enseguida.
Regresó a los cinco años de haber partido; era de tarde y cuando Carmen lo vio llegar, se dirigió a su hija diciéndole: —Ana Lucía, él es tu papá. Él la tomó por los brazos, la levantó y, orgulloso, le dio un beso y un abrazo. Entonces, quizás, César reflejó en las relaciones distantes con su hija y su esposa, las que mantuvo con su padre, Benjamín Marín, un afamado médico obstetra de Manizales que conoció a la enfermera Ana Cecilia Altamar en Cartagena, donde ejercía su profesión en la empresa petrolera Andian.
Sin embargo, estas relaciones sentimentales fueron casuales, pues Benjamín, para sortear un problema, se marchó de Cartagena, siendo César menor de edad. Y pese a que su padre desde Manizales lo mandó a buscar, Ana Cecilia jamás accedió a ello.
Fue de su familia paterna que César heredó su aptitud para la composición; incluso, un hermano de él fue poeta. De los Altamar, de Sitionuevo, pudo heredar su vocación musical, pues a esta familia perteneció el músico Gil Altamar. Música que amó por encima de todas las cosas del mundo y hasta los últimos días de su vida, como lo indica su hija, la abogada Ana Lucía. Tanto que, disminuido físicamente, le pedía a ella que la hiciera sonar, compartiéndole, además, sus conocimientos sobre lo que escuchaban. Fue al lado de ella y de quien fue su esposa, en Cartagena, donde falleció.
Fue la música y la parranda el argumento fundamental para acercar y consolidar su amistad con el acordeonero Luis Enrique Martínez, intérprete de sus composiciones, entre ellas El Pique, en el que Marín toma partido en la piquería entre este acordeonero y Abel Antonio Villa, al componer: En el pueblo e Paraíso con Marín tienen un pique/En el pueblo e Paraíso con Marín tienen un pique/ Porque él dice que Abelito no toca con Luis Enrique/ Porque él dice que Abelito no toca con Luis Enrique.
También le grabó El retratico, El siervo herido, El Abusajo de Bomba, El Mago de la China y La Ciencia oculta, que es su mayor éxito al ser grabada por intérpretes como Jorge Oñate y Alfredo Gutiérrez, además de Joaco Pertuz. También ha sido incluida en algunas antologías musicales hechas con canciones grabadas por Luis Enrique Martínez.
Otro tema musical fue El gavilán sin alas, que Marín dedicó a Pedro Osorio Ramos, pariente de su esposa Carmen, y con quien compartía el gusto por la parranda, el amor por el vallenato y la amistad común con Luis Enrique Martínez.
De la historia que rodeó la canción cuenta la escritora Marlen Osorio Lizcano, en su libro inédito: "Pedro Osorio Ramos, un hombre que nunca claudicó", que Luis Enrique Martínez, enamorado en Bálsamo, Magdalena, de Gilma Támara, vio desaparecer sus esperanzas de conquistarla cuando descubrió que Pedro la había convencido de que fuera su amor, tanto que tuvieron un hijo que falleció a temprana edad.
Gilma hizo parte de un grupo conformado por siete jóvenes: Dori, Rosa, Salvadora, Hortensia, Luisa y Mélida unidas entre sí por el lazo familiar Támara y por el interés de organizar reuniones sociales, bailes de salas, las fiestas patronales, así como por participar en velorios y misas. A ellas el Pollo Vallenato les compuso una canción, que tituló Muchachas Balsameras, de la que el acordeonero Martín Camacho recuerda un verso: Le toco a las siete primas / Porque ya llegó la hora / Ay, yo le canto a Luisa / A Gilma y a Salvadora[1].
El acordeonero resignado convenció a Luisa Movilla Támara, conocida como “La niña Lucha Movilla”, para que fuera su pareja sentimental, como en efecto sucedió.
Lo que pasó entre Luis Enrique, Gilma y Pedro llevó a Marín a componer la canción, la que nutrió con otros hechos amorosos de Pedro, como el haberse unido como pareja en una misma noche con dos mujeres, sin poderlo hacer con la tercera porque, como lo asegura su hijo Gustavo Osorio Lizcano, el amanecer se lo impidió.
Luis Enrique supo de la canción después de que César se la cantara. Y complacido con la letra, le corrigió algunas frases y le agregó unos versos; además, le hizo el arreglo musical. La canción grabada por este acordeonero en 1965, fue el tema número uno del lado A del larga duración Cereteñita, prensado por Discos Fuentes.
Oigan, muchachos,
en la ciénaga de Zapayán
Hay un gavilán.
que está haciendo mucho daño (bis)
Para cuando se produjo la grabación, existían una serie de circunstancias que hacían casi que nugatorio el derecho a la propiedad intelectual, como la amistad, el compadrazgo, como el que unía a Luis Enrique con César Marín, según lo testimonia su hija Ana Lucila. Además, eran tiempos en que la música vallenata carecía de importancia comercial y los músicos que la interpretaban se rebuscaban de parranda en parranda.
A César Marín debió llenarlo de engreimiento el que su amigo y compadre grabara parte de su obra musical, lo que permitió que se conociera y que trascendiera en el tiempo, pues el resto de ella, con su muerte, desapareció.
Pedro Osorio, después de procrear 18 hijos y de ser un insigne parrandero y mujeriego, se dedicó a la actividad política, lo que le permitió ser alcalde en algunos municipios y concejal por veinte años en Tenerife. Además, fue un autodidacta que lo llevó a ejercer empíricamente el derecho tras dedicarse al estudio del Derecho Civil.
Pero, pese a lo vivido con Luis Enrique, la amistad entre ellos se mantuvo, tanto que el acordeonero hizo de la casa de Pedro en Tenerife una especie de cuartel, donde permanecía hasta dos meses, yendo y viniendo con su conjunto hasta las poblaciones cercanas, amenizando parrandas.
Mientras que la amistad entre César y el Pollo Vallenato continuó con citas permanentes o casuales frente a la estación del tren en Fundación, donde era usual encontrar al verdadero compositor del gavilán sin alas.