RANCHERIASTEREO

martes, 22 de abril de 2025

ALBERTO "BETO" JAMAICA LARROTA: !EL POLLO CACHACO!


Por: Ramiro Elías Álvarez Mercado

La suerte es lo que ocurre cuando la preparación coincide con la oportunidad" (Lucio Anneo Séneca; filósofo, político y escritor romano).

La música se caracteriza por tener un poder transformador y no sólo como una forma de arte, también es una fuerza que enriquece todos los aspectos de la vida; para algunos estudiosos del tema, la música tiene una capacidad, incluso para curar heridas emocionales, psicológicas o espirituales de una forma que ni la medicina puede.

En esta ocasión voy a referirme a un hombre que encontró en la música un desahogo emocional y sentimental que lo llevó a convertirse en acordeonista de la música vallenata: Alberto Jamaica Larrotta, quien nació el sábado 3 de abril del año 1965 en el barrio Belén Egipto de la ciudad de Bogotá, capital colombiana. Llegó a este mundo en el hogar conformado por María del Rosario Larrotta y Pedro Antonio Jamaica, ella una ama de casa y él un albañil, una pareja humilde, trabajadora y de buenas costumbres descendientes de boyacenses, que se encargaron de darle una buena educación, rodeada de mucho amor, cariño y ternura, pero al mismo tiempo con normas, con las que le inculcaron el buen comportamiento a "Beto", como cariñosamente fue llamado desde los pocos días de nacido, y al resto de sus hermanos.

Realizó sus estudios primarios en el colegio Alexander Graham Bell de la ETB (Empresa de Teléfonos de Bogotá) y, luego, ingresó al Instituto de Renovación Educativa donde alcanzó a hacer cuatro años de secundaria, estudios que interrumpió por el embarazo de su primera novia, suceso que lo llevó a hacerse cargo de un hogar a muy temprana edad.

Este bogotano siempre tuvo un gusto especial por la música, de ahí que su primer sueño fue ser cantante de baladas románticas, género musical en el cual se inició a muy temprana edad, escuchando a sus progenitores y hermanos mayores, quienes eran aficionados y seguidores de artistas consagrados de esta expresión musical, tales como: Nino Bravo, Yaco Monti, Nicola di Bari, Roberto Carlos, José Luis Perales, Rafael, entre otras figuras orbitales, que hicieron parte de la banda sonora de su humilde morada. Y de esa forma comienza a destacarse en las clases lúdicas de su colegio y reuniones familiares, animando y complaciendo a las personas de su entorno, quienes lo apoyaban, ovacionaban y aplaudían, algo por lo que se sentía feliz y complacido.

El pequeño "Beto" siempre fue inquieto en cuestiones musicales y con el pasar de los años, por medio de las emisoras radiales que se escuchaban en la fría capital, empezó a escuchar e interesarse por otro tipo de género musical, que era desconocido para él hasta ese momento: la música vallenata, con artistas como Guillermo Buitrago, Alfredo Gutiérrez, Bovea y sus Vallenatos, agrupación en la que se destacaba como vocalista el maestro Alberto Fernández Mindiola, quien se convirtió en un ídolo para Jamaica por la cadencia y la forma tan sentida que tenía para interpretar los cantos vallenatos en guitarra, lo mismo que la decana de las agrupaciones de música tropical en Colombia, Los Corraleros de Majagual que, en su formato, también incluían algunos vallenatos; es decir, que su gusto musical tuvo un giro sustancial y se dedicó a conocer y explorar esta otra música, y, en esas andanzas, conoció a un joven que interpretaba el acordeón llamado Wilson Ibarra y con él conformaron un pequeño conjunto con el que se dieron a conocer en tabernas, bares y  fiestas privadas, en donde "Beto" cantaba.




El filósofo alemán Arthur Schopenhauer dijo: "El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos" y fue precisamente el destino quien  tenía deparado otra cosa en la naciente carrera musical y artística de Jamaica, debido a que el joven acordeonista de la agrupación tenía serios problemas de medida, cuando tocaba solo se defendía con el instrumento arrugado, pero cuando acompañaba al vocalista se le complicaba ejecutar bajo un patrón de percusión; es decir, se adelantaba, se quedaba y eso hacía que se atravesara, entonces fue en ese momento cuando Jamaica Larrotta "jugó las cartas" y, tratando de corregir a su compañero de fórmula, se interesó y aprendió a interpretar algunas canciones vallenatas de manera elemental en el acordeón, ya para esa época contaba con 20 años de edad pero sin imaginar que terminaría siendo acordeonista de la música vallenata.

Como dice el viejo adagio "al que le van a dar le guardan", su compañero Wilson quien hasta ese momento era el acordeonista del conjunto le tocó trasladarse de Bogotá a Cúcuta y, luego, hacia el país vecino de Venezuela a raíz de la separación matrimonial de sus padres. Es en ese momento cuando el señor José Arnaldo Pedraza, exciclista y dueño de un almacén de elementos de sonido en el que vendía bafles, parlantes, equipos y quien también ejecutaba acordeón, tenía una agrupación aficionada, con la que interpretaban no solo música vallenata, sino también otras expresiones musicales del Caribe colombiano, sobre todo éxitos de los Corraleros de Majagual. El señor Pedraza decide darle la oportunidad de formar parte de la agrupación como cantante y a ratos como guacharaquero, instrumento que había aprendido a tocar de manera empírica años antes escuchando canciones vallenatas en la radio y las seguía con este instrumento de fricción. 

Alberto Jamaica, siempre que tenía la oportunidad, le sacaba melodías al acordeón e interpretaba las pocas canciones que se había aprendido con el instrumento de su excompañero de agrupación y amigo Wilson Ibarra y, en un ensayo con su nuevo grupo, cogió sin permiso el acordeón del señor Pedraza y comenzó a sacarle melodías, detalle que no pasó desapercibido y sorprendió gratamente al dueño del instrumento y el conjunto, quien al escucharlo le dijo de manera directa y sincera que tenía más talento para interpretar esa caja musical de pitos y bajos que como cantante, y le aconsejó que aprovechara ese potencial y lo canalizara para su bien. Fue desde ese momento cuando se decide por completo a la interpretación del acordeón ya que encontró en él y la música vallenata la forma de trasformar sus tristezas en alegrías y convertir este instrumento en su nuevo y mejor amigo.




Con algunos ahorros que tenía fruto de sus presentaciones y el trabajo en construcción que aprendió ayudando a su padre, compró su primer acordeón y se dedicó de lleno a estudiarlo, escuchando y practicando canciones vallenatas las cuales repetía una y otra vez, de una colección de cassettes que incluía a maestros como Alejandro Durán, Luis Enrique Martínez, Alfredo Gutiérrez, Abel Antonio Villa, Emiliano Zuleta, Nicolás "Colacho" Mendoza, Israel Romero, Ismael Rudas Mieles, entre otros. Alberto confiesa que de todos aprendió algo, razón por la cual siente un gran cariño, admiración y respeto por todos esos grandes maestros del acordeón.

Ya con una agrupación propia conformada, más repertorio y habilidades en la ejecución del acordeón, quien se convirtió en un compañero inseparable de luchas y retos, comienza su aventura musical y artística que terminó siendo su profesión y estilo de vida.

En ese trasegar musical con su acordeón al pecho en la que poco a poco se iba ganando más reconocimiento ante los ojos de propios y extraños quienes se admiraban por la forma de tocar y el amor que un hombre nacido a kilómetros del Caribe colombiano le tenía a la música vallenata que incluso sorprendía a los mismos costeños radicados en Bogotá, se ganó el apelativo de "El Pollo Cachaco" tal como se les dice a las personas provenientes del interior del país y lo de "Pollo"  porque fue un título popularizado por el maestro Luis Enrique Martínez "El Pollo Vallenato" quien se destacó por su virtuosismo y versatilidad en la ejecución del acordeón. 

En una taberna bogotana donde el "Pollo Cachacho" oficiaba como músico de planta conoce a un colega acordeonista nacido en Nobsa, Boyacá, Hernando Celis Cristancho, quien ya se había presentado en el Festival de La Leyenda Vallenata, categoría aficionado y había salido Rey en la misma categoría en el Festival Cuna de Acordeones en Villa Nueva, La Guajira y con él entabló una bonita y sincera amistad y es quien lo motiva diciéndole que le veía madera para presentarse en ese tipo de festivales, retándolo para ver cuál de los dos ocuparía una mejor posición en Valledupar, en representación del interior del país. Beto aceptó el reto y comenzó su carrera brillante, arrancando por distintos festivales del Altiplano cundiboyacense, saliendo triunfador en varios y en otros ocupando honrosas posiciones, como en Madrid, Funza y Facatativá (Cundinamarca), Nobsa y Zipaquirá (Boyacá).




Grabó por primera vez unos covers en el año 1991 con el cantante William Bejarano, donde incluyeron los clásicos: 'Sin medir distancia', 'Esa", 'Cómo le pago a mi Dios', 'Muero con mi arte' y un merengue inédito titulado 'El enamorado'.

Realizó una segunda grabación con Gregorio Herrera, posteriormente con el cantante sincelejano Plinio Lugo. Luego, de haberse curtido, preparado, obteniendo bagaje y experiencia en estos festivales y en el campo de la grabación se inscribe en Valledupar con su amigo, colega y retador Hernando Celis, en la categoría aficionado donde ocupó un decoroso octavo puesto y su amigo el catorce y, desde ese momento, se afianzan más los lazos de hermandad entre ellos. Celis se convirtió en un apoyo incondicional en todos los aspectos en su carrera musical, hasta que un cáncer agresivo se lo llevó de este mundo terrenal.

Beto continúa aumentando su trayectoria en festivales, participando y llegando a instancias finales en el Cuna de Acordeones de Villanueva, La Guajira y en el Festival de Acordeones del Río Grande de la Magdalena en Barrancabermeja, Santander.

"El Pollo Cachaco" sostiene que siempre vivirá agradecido de su colega y amigo del alma Hernando Celis, porque fue quien le abrió la trocha como acordeonista del interior del país en los festivales. 

Jamaica Larrotta siempre fue un hombre que perseveró y luchó para ganarse un espacio en este competitivo, y por qué no decirlo, regionalista mundo de la música vallenata, donde, después de trece intentos y habiendo logrado varias semifinales y una final, se corona Rey Vallenato profesional en el año 2006, partiendo en dos la historia del Festival de la Leyenda Vallenata, al convertirse en el primer acordeonista no nacido en el Caribe colombiano en llevarse tan codiciado galardón y con esto honrar la memoria de su colega y hermano de vida.

Los temas que interpretó en la final fueron 'Luz Mila' (Paseo) de la autoría de Poncho Zuleta; El Libre' (Merengue) de Camilo Namén; 

'Amores con mi acordeón' (Son) de Iván Gil Molina y  'Toca cachaco' (Puya) de José Triana.

Alberto Jamaica también se ha destacado en otras facetas musicales como: director, productor, arreglista, compositor, segunda voz, ha participado aproximadamente en setenta grabaciones, fue el encargado de interpretar toda la música en la bionovela "Diomedes Díaz, El Cacique de La Junta" donde tocó alrededor de doscientas canciones, emulando el estilo de los diferentes acordeonistas que acompañaron al gran Diomedes Díaz en su exitosa y fructífera carrera musical, ganando el premio Tv y Novelas a la mejor banda sonora de telenovelas.

Dentro de su carrera musical se destacan grabaciones con Jairo Serrano, Ivo Díaz, Pablo Atuesta, Otto Serge, Edgar Fernández, asimismo con orquestas reconocidas como: Los Alfa Ocho, Los Tupamaros, Los Ocho de Colombia, César Mora y su orquesta María Canela, Carolina Sabino, la agrupación Baracutanga de Nuevo México.




Condecorado dos veces por el Congreso de la República con la orden "Gran Caballero", por su aporte a la música y a la cultura colombiana, se ha paseado por distintos lugares del mundo dejando en alto el nombre de Colombia con un lenguaje musical y folclórico en escenarios de Londres, Canadá, Malasia, Seúl, Sydney, Texas, Nueva York, San José de Costa Rica, Caracas y muchos sitios más.

Como productor musical trabajó con la cantante Guadalupe Mendoza conocida artísticamente como "Lupita Mendoza", nacida en Chihuahua, México y radicada en EEUU, una producción de trece canciones donde hizo los arreglos musicales de cumbia mexicana, bolero, balada, una cumbia de su autoría y un porro del maestro Romualdo Luis Brito López, temas acompañados con su acordeón bendito.

Beto Jamaica es un caudal musical que siempre está activo y sigue haciendo música en sus distintas facetas, ya sea como acordeonista, productor, director, arreglista, cantante o compositor. Recientemente, grabó dos temas con el cantautor Hochiminh Vanegas Bermúdez, un paseo vallenato titulado "En el senderito" y una tambora titulada "Matrona de mi tierra"; fue el productor y acordeonista de cuatro canciones de un trabajo discográfico de seis en donde canta el actual Ministro de Educación Daniel Rojas Medellín, quien se animó a grabar clásicos de la música vallenata, los otros dos temas son interpretados por el maestro Emiliano Alcides Zuleta Díaz, hace pocos días se estrenaron dos canciones de la autoría de Beto Jamaica en donde canta y toca, un paseo vallenato en dedicatoria a un amigo que cumpleaños, titulado 'Una fecha especial' y un merengue, 'Soy parrandero',  próximamente saldrá al mercado un trabajo discográfico en donde Beto participa como director, productor, arreglista, acordeonista y hace voces, un total de 17 canciones vallenatas con contenido poético y literario todas de la autoría del abogado, compositor, guitarrista y cantante tolimense Ángel Asencio, que es una clara muestra de que aún hay músicos que conservan las raíces de esta expresión musical de origen provinciano.

Alberto Jamaica Larrotta, "El Pollo Cachaco", demostró y sigue demostrando que su amor y admiración por la música de la tierra de Francisco el Hombre no tiene límites y que, sin haber nacido en el Caribe colombiano, ha hecho un aporte significativo a la edificación de nuestra música vallenata: un cachaco con alma y corazón costeño.

 


sábado, 12 de abril de 2025

JULIO CESAR ROJAS BUENDÍA, EL DOS VECES REY VALLENATO QUE NO OLVIDO SUS RAICES SABANERAS

Por: Fausto Pérez Villarreal

 “No te me acerques mucho, porque qué tal que ganes y después digan que te di el premio por ser un Buendía”.

Las palabras del entonces recién galardonado Premio Nóbel de Literatura Gabriel García Márquez se quedaron grabadas indeleblemente en la memoria de Julio Rojas, el dos veces rey vallenato fallecido, a los 56 años, de un fulminante infarto de miocardio en la madrugada del lunes 20 de junio de 2016 en su casa, ubicada en la calle 69 con carrera 38B, barrio El Recreo, pleno corazón de Barranquilla.

Gabo le había hablado en el oído, en respuesta a su sigilosa presentación, en una fiesta privada en Valledupar a la que asistieron varios acordeoneros.

“Maestro, mucho gusto, me llamo Julio Rojas Buendía, y soy participante en la categoría profesional”, le había dicho el concursante, extendiéndole la mano derecha.

Era la antesala del Festival Vallenato de 1983, y Julio Rojas, nacido el 29 de julio de 1959 en San Agustín, corregimiento de San Juan de Nepomuceno (Bolívar), iba por la corona tras tres intentos infructuosos.

“¡Nojoda!, con esa respuesta, Gabo me dejó lo que se dice ‘frío’. Quedé paralizado. Lo único que se me ocurrió fue sonreír, bajar la cabeza y perderme de su vista”, dijo Julio Rojas en una entrevista que me concedió a finales de 2014 en el diario Al Día.

En 1980, en su primera participación en el Festival Vallenato, Julio Rojas estuvo cerca de ascender a la cúspide, pero debió resignarse con el segundo lugar, detrás del ‘Debe’ Elberto López, curtido acordeonero, de la dinastía de los López Gutiérrez -de La Paz (Cesar)-, que en 1976 había grabado el inolvidable paseo ‘Tres canciones’, con el entonces mozalbete Diomedes Díaz.

Al año siguiente, Julio volvió a ocupar el segundo lugar en el certamen que tuvo como ganador a Raúl ’Chiche’ Martínez, y en 1982 –seis meses antes de que a García Márquez le otorgaron el preciado galardón en Estocolmo- fue relegado al tercer puesto. La corona quedaría en poder de Eliécer Ochoa.

La consagración de Julio Rojas Buendía sería en 1983, en su cuarta participación consecutiva. Además del autor de ‘Cien años de soledad’, conformaban el jurado calificador el en ese entonces director del diario El Tiempo Enrique Santos Calderón; el connotado compositor Leandro Díaz; el rey vallenato Miguel López y el eminente abogado Rafael Rivas Posada.

A la postre, el indiscutible triunfador del certamen sería Julio Rojas gracias a su fina y remozada nota, que le permitió pasar por encima de ilustres digitadores de la talla de Orangel ‘El Pangue’ Maestre, Egidio Cuadrado, Náfer Durán, Ovidio Granados y Emilio Oviedo.

Danny Castilla, en la caja, y Ramón Bertel, en la guacharaca, acompañaron al diestro acordeonero de Bolívar en las eliminatorias, en la semifinal y en la finalísima. El público celebró frenéticamente su triunfo.

Ocho días después de su coronación, una llamada telefónica sorprendería al nuevo rey, en su casa en Barranquilla. Mercedes Barcha estaba al otro lado de la línea, y le dijo que esperara un momento, que Gabo le iba a hablar.

“¡Eche!, ¿Gabo?, a esta hora, ¡10 de la noche!… Mi sorpresa, alegría e intriga fueron inmensas: Gabo me había llamado para darme las gracias. ‘Pero… gracias por qué, maestro’, le pregunté, ansioso. De inmediato me respondió que yo le había quitado un peso de encima al jurado al tocar muy bien en la final, y así salir del embrollo que tenían en la cabeza con tanto acordeonero bueno participando. “Con tu faena facilitaste nuestro trabajo, pues a nosotros nos convenció de que eras el mejor, y el público quedó contento. Espero que nos volvamos a ver", recordaba Julio Rojas, que le dijo García Márquez.

“A partir de ese triunfo, no solo nació una bella relación de amistad con Gabo, sino que además me convertí en su acordeonero predilecto. Sin exagerar, fueron más de 20 veces las parrandas que animé para él, bien fuera en su casa, en Cartagena, o en otras partes. Las piezas que más le encantaban escuchar eran ‘Jaime Molina’ y ‘La vieja Sara’, de Rafael Escalona; ‘La diosa coronada’, de Leandro Díaz, y ‘Mercedes’, de Adolfo Pacheco. Siempre toqué gratis y con mucho gusto. Solo una vez, Mercedes Barcha, su esposa, me dio dinero contra mi voluntad. En el bolsillo de la camisa me metió un bulto de billetes. ‘Tómalo, no seas bobo. Te servirá para los taxis’, me dijo Mercedes, haciéndome un guiño. Más tarde, en mi residencia, cuando me desvestí, comprobé que me había dado tres millones de pesos”, me dijo Julio Rojas en mayo de 2016, cuando planeábamos una crónica para publicar en la antesala del Festival Distrital de Acordeón que días más tarde la Fundación Fesdimac organizó como un merecido homenaje a su carrera profesional. Precisamente, después de ese homenaje, algunas horas después, sufrió el letal paro cardiaco.

En el primer Rey de Reyes


Julio César Rojas Buendía participó en la primera edición del Festival Rey de Reyes de Valledupar, en 1987, pero sus aspiraciones no pasaron de la semifinal. Los lauros se los llevaría Nicolás Elías ‘Colacho’ Mendoza, en el recordado certamen en el que Alejadro Durán, el ídolo del pueblo, se autoeliminó en la finalísima.

Intentó ganar de nuevo en 1993 en Valledupar, pero los integrantes del jurado calificador determinaron descalificarlo porque su cajero subió a la tarima acompañado de una caja con un parche de radiografía, lo que iba contra los cánones del Festival.

Aprendió la lección y regresó al año siguiente, secundado por el cajero Luis Reyes y el guacharaquero Edwin Machuca para ganar por segunda ocasión el Festival Vallenato. Sus oponentes en la finalísima fueron Ciro Meza y Freddy Sierra, segundo y tercero, en ese orden respectivo.

Con ese triunfo, Julio Rojas se constituiría en el segundo acordeonero profesional, después de Alfredo Gutiérrez, en ganar en más de una ocasión el Festival Vallenato en su edición ordinaria, es decir, sin incluir el Rey de Reyes.

Intentaría más tarde ganar una tercera corona, pero sus pretensiones resultaron infructuosas.

En la discografía de Julio Rojas se destacan trabajos con Ricardo Maestre, con Miguel Herrera, con Joaco Pertuz, con Enaldo Barrera ‘Diomedito’, con Juan Piña, con Lizardo Bustillo, con Gustavo Bula, y con Poncho Zuleta.

Con Ricardo Maestre, oriundo de El difícil (Magdaena), ya fallecido, dejó dos versiones muy bien logradas de Pena y dolor, de Alejandro Durán, y La muerte de Eduardo Lora, de Andrés Landero.

“Maestro, tenemos que reivindicar nuestra música sabanera. Tenemos que darle al Festival Bolivarense de acordeón de Arjona el puesto que se merece en la cultura popular de Colombia”, me dijo Julio Rojas. Más que una obsesión, esa era su meta suprema en la música.

En ese Festival tenía planeada una presentación con el trirrey vallenato Alfredo Gutiérrez.

“Es una obligación moral nuestra, como representantes de la Escuela Sabanera, aportar nuestro granito de arena para impulsar el Festival de Arjona”, recuerda Alfredo que le dijo Julio Rojas.

Poco antes de su muerte, en el grupo de Whatsapp ‘Amigos del Festival de Arjona’, Julio Rojas se constituyó en un férreo defensor de Poncho Zuleta ante el aluvión de críticas que fue objeto ‘El Pulmón de América’ por el famoso beso en la boca que se había dado con Silvestre Dangond, en una tarima de Valledupar. “Por favor, respetemos al maestro Poncho”, había clamado Julio Rojas.

El humor, otra de sus pasiones


Los que conocieron de cerca a este excelso digitador, coinciden en que se caracterizaba por tener un chiste a la mano para todo, y pocas veces lo vieron enojado.

Su buen sentido del humor lo llevó a convertirse en uno de los cofundadores de ‘Cheverísimo’, el programa humorístico más exitoso del canal regional Telecaribe, cuya primera emisión salió al aire en 1990. Su amigo y compañero de set en aquel entonces, Rony Laitano (Cara e’ Perro), contó detalles de esta faceta del fallecido Rey Vallenato:

“Junto a Álvaro Ariza y mi persona iniciamos este proyecto humorístico, en el que Julio amenizaba los chistes con su acordeón y además participaba como ‘policía’. Recuerdo que en una ocasión debía perseguirme con un bolillo, y un señor bien vestido se metió y abogó para que no me diera una paliza. Julio le explicaba que era la grabación de un programa, pero aquel hombre lo sacó de casillas al no entender lo que hacíamos”, rememoró Laitano. Tras la consolidación de ‘Cheverísimo’ se fueron integrando al elenco Darío Gómez, Rafael Zequeira, Mingo Martínez y Rafael Díaz, entre otros.

El noveno Rey en morir


Julio César Rojas Buendía fue el noveno rey del Festival de la Leyenda Vallenata en morir. Su nombre ingresó a la lista en la que figuran Alberto Pacheco, Alejandro Durán, Luis Enrique Martínez, Julio De la Ossa, Nicolás ‘Colacho’ Mendoza, Elberto ‘Debe’ López, Rafael Salas y Calixto Ochoa.

Fue sepultado en medio de canciones vallenatas en el cementerio Jardines de la Eternidad de Barranquilla. Además de su compañera sentimental Judith Pacheco Russo, le sobreviven cuatro hijos, todos músicos y llamados, como él: Julio Alejandro (cajero), Julio Mario (acordeonero), Julio Alfonso (guacharaquero) y Julio César (cantante).

La historia le tiene reservado su sitio de honor a este acordeonero de la estirpe del coronel Aureliano Buendía, que contribuyó con sus notas al engrandecimiento del folclor vallenato.

jueves, 10 de abril de 2025

ABRIL EN VALLEDUPAR


Por: José Atuesta Mindiola

Abril es la entrada triunfal de la primavera, aunque según el canto del maestro Leandro Díaz entra el 22 de marzo, pero es en abril cuando llegan las lluvias a calmar la sed de la tierra y de los ríos, y las plantas muestran la plenitud de sus colores; por eso hay más rosas y más aromas de fiestas, y el nombre de Valledupar hasta en el aire se siente porque el ambiente del festival ilumina el cielo de los vallenatos.

En Valledupar hay más luz en los corazones que se abren de ensoñación con las notas de los acordeones de niños, jóvenes y adultos que avizoran la ilusión de ser coronado rey vallenato. Las calles se adornan con la presencia de mujeres bellas que bailan con sus cimbreos de caderas la tradición ancestral de pilar y ventear el maíz. Los tambores, flautas y acordeones acompañan los ensayos de grupos de piloneras y los patios de las casas viejas y los andenes exhalan el sabor de los árboles de mangos.

En abril el sentimiento vallenato es desbordante. La alegría por el festival se siente como perfume en el viento, grabando el verso de una canción vallenata. Las esquinas, los parques, los restaurantes o cualquier otro lugar sirven de tertulia para hablar de los juglares vallenatos, los viejos compositores y las hermosas melodías que permanecen en la memoria del tiempo.


Abril es el mes de fiesta, y la gente se contagio de la música que es una flexible roja que aprisiona los recuerdos, surge entonces el sentimiento siamésico de agradar y ser agradado, de atender y ser atendido. Y por eso el verso:

¿A quién se le canta aquí?

a quién se le dan las gracias,

a los que vienen de afuera

o a los dueños de la casa.

El culto a la amistad es uno de los patrimonios más reconocidos de mujeres y hombres vallenatos. Valledupar es una ciudad sin murales y de puertas abiertas. Es un paraíso de lealtad, aquí vibra la calidez del abrazo sincero, las atenciones sobran para que nadie se sienta forastero. Es una tierra de magia y encanto que enamora y quien viene buscando amores con amor aquí se queda.

En abril, las noches y los días son más cortos, las horas fluyen en la espiral sonoro de un acordeón, en las cuerdas de guitarras y en los versos que evocan la nostalgia de tiempos pasados, la sonrisa de la mujer amada, la rama del árbol donde se mece un sombrero o el tiempo en sus amoríos que repite el nombre como la noche en el río.

Abril será siempre abril, por la gente que ama y canta al ritmo de los acordeones. Este año son dobles los motivos que tienen los amantes del Festival. Primero la razón de todos los años, los concursos, el foro, los reencuentros de amigos y las parrandas. Segundo, el homenaje al ídolo más grande de la historia del canto vallenato, Diomedes Dionisio Díaz Maestre.

Complemento a la fiesta de los acordeones, los católicos practicantes de la liturgia se aprestan a vivir la tradición del santo Ecce Homo y, después, la veneración a la Virgen del Rosario.


Articulo tomado del periódico Panorama cultural.com.co

martes, 8 de abril de 2025

POR EL PODER DEL ACORDEON, VALLEDUPAR ESTARÁ DURANTE OCHO DIAS EN ESTADO "AY OMBE"

 Música y folclor


 Por: Juan Rincón Vanegas. 

Ya comienza el Festival, vinieron a invitarme. Ya se van los provincianos que estudian conmigo. Ayer tarde que volvieron preferí negarme, pa' no tener que contarle a nadie mis motivos. Yo que me muero por ir y es mi deber es quedarme. Me quedo en la Capital por cosas del destino”...

Durante ocho días Valledupar, la Capital Mundial del Vallenato estará pendiente del acordeón, la caja, la guacharaca, los cantos, los versos y los grupos de Piloneras en estado de “Ay Ombe”, donde el mayor compromiso es olvidar las penas y vestirse de alegría completa. Entonces, aparecerá la elocuencia de las añoranzas de aquel memorable verso. “Este es el amor, amor. El amor que me divierte, cuando estoy en la parranda, no me acuerdo de la muerte”.

En este estado es posible visitar con el pensamiento las notas de los acordeones y pasearse libremente por los paseos, merengues, sones y puyas, teniendo en cuenta que es la versión 58 del Festival de la Leyenda Vallenata donde se le rendirá homenaje al Rey Vallenato Omar Geles.

Serán los instantes precisos para evocar al epicentro del llamado “Embeleco”, en la plaza Alfonso López Pumarejo, donde se dio la partida a esta fiesta vallenata que cada año avanza a nota firme del acordeón, a buen golpe de caja, al charrasquear de la guacharaca, de una voz parrandera y versos contundentes.

La profecía de Consuelo Araujonoguera escrita en El Espectador el viernes 8 de marzo de 1968, exactamente 50 días antes de iniciarse el Primer Festival de la Leyenda Vallenata, donde se coronó como Rey Vallenato Gilberto Alejandro Durán Díaz, se está cumpliendo al pie de la letra. En su ‘Carta Vallenata’ ella manifestó. “El vallenato con el tiempo se impondrá en el mundo”.

De esa forma ‘La Cacica’, Consuelo Araujonoguera, Alfonso López Michelsen y Rafael Escalona, unido a un grupo de amigos, se aventuraron a convocar a distintos acordeoneros regados por toda la comarca para ponerlos de acuerdo y motivarlos a que siguieran ejecutando los mejores paseos, merengues, sones y puyas.

La misma Consuelo Araujonoguera en aquella ocasión lo dejó plasmado: “Para sacar adelante el Festival de la Leyenda Vallenata, han sido indispensables noches de insomnio y días sin descanso, pero hoy podemos decir que pese a que la tarea no está concluida, hemos logrado rescatar parte importantísima de nuestro pasado histórico y echar las bases de lo que ahora es, sin discusión, la mejor imagen de Valledupar, tierra de encanto, y de lo que los vallenatos somos y representamos ante Colombia y el mundo”.

Para dar fe de lo anterior se recuerda al locutor Carlos Melo Salazar, quien fue el primero en trasmitir para Colombia y el mundo, el Festival de la Leyenda Vallenata a través de la Radiodifusora Nacional.

“Esa fue una obra de titanes. Comenzó con ocho participantes y ahora son muchos que hasta se pierde la cuenta. Quedaron para la historia las grabaciones de los primeros festivales que ahora son unas joyas sonoras. Me dá nostalgia recordar esos tiempos idos, donde el amor por el folclor salía del campo y se metía en el corazón de todos. Este es el folclor que tiene las más hondas raíces en Colombia”.


Himno del Festival

En medio del paso del tiempo y cuando los recuerdos se plasman en el alma como una pintura musical aparece el compositor Rafael Manjarréz Mendoza, poniendo su sello con la canción ‘Ausencia sentimental’, que a fuerza de escucharla y de sentirla, luego de haber sido ganadora en el concurso de la canción vallenata inédita del año 1986, fue declarada el 16 de marzo de 2010 como el Himno del Festival de la Leyenda Vallenata.

Tienen razón los que piensan que esta linda obra es la más fiel radiografía de la nostalgia, el sentimiento en trance del que se encuentra lejos y la memoria viva que busca en los recuerdos, pero que al recibir “las razones de sus compañeros”, todo se torna diferente.

El himno del guayabo, ese que no produce el trago, hace posible volver a repasar los episodios del Festival de la Leyenda Vallenata, andar por los caminos que el compositor recorrió a la distancia, y se cae en cuenta que “hay cosas que hasta que no se viven no se saben”.

‘Ausencia sentimental’ tiene sabor a parranda, a música, a encuentro con amigos, a nostalgia, a ingredientes que la incrustaron en el corazón del pueblo. Personajes, lugares y hechos hacen parte vital de la estructura de esta inspiración que ha dejado regados pedazos del alma vallenata.

Ellos siguen presentes en la memoria de todos desde que la voz del cantante Silvio Brito, la divulgó por los medios de comunicación y se metió en el corazón de los que saben que “el que nunca ha estado ausente no ha sufrío guayabo”.

Enseguida se calca la ausencia sentimental que no permite escuchar en vivo un acordeón bien tocado, un verso bien improvisado, el desfile de piloneras o una canción alegre o llena de sentimiento.

No hay respuesta si todavía en el corazón del compositor su negra del alma vive sin pagar arriendo, pero de lo que si hay seguridad es que continúan contándose las anécdotas y los cuentos buenos, que el palo é mango sigue en la plaza igual, que los guajiros no faltarán y que ‘Ausencia sentimental’ se escribió, logrando correr como ríos de amor por los recovecos del corazón de Valledupar. Todos invitados a la Capital Mundial del Vallenato.

EL GAVILAN SIN ALAS LA CANCION DE CESAR MARÍN ALTAMAR EN JUGLARES LEGENDARIOS VOL 5 DE IVAN VILLAZON APONTE Y CIRO MEZA REALES "LA ESENCIA"

Por: Álvaro Rojano Osorio

El cantante Iván Villazón acaba de lanzar junto al acordeonero Ciro Meza el trabajo discográfico titulado Juglares Legendarios, Vol. 5, “La Esencia”, que incluye cinco canciones de autoría de Luis Enrique Martínez. Una de ellas es la denominada El Gavilán sin Alas, cuyo verdadero compositor es Cesar Marín Altamar.

En esta obra musical se relata de manera metafórica la existencia en la zona de la ciénaga de Zapayán de un gavilán sin alas que está haciendo mucho daño, dice el narrador. Quien, además, asegura que le está rogando que no se vaya a llevar a la morenita que lo tiene entusiasmado.

Tema en el que confluyen tres actores: Cesar Marín Altamar, como compositor. El acordeonero Luis Enrique Martínez, intérprete del disco y quien aparece como autor del mismo, tanto en la antes citada producción musical, así como en la primera grabación, y Pedro Osorio Ramos, el personaje de la obra musical.

Personas que, aunque originarias de distintos lugares del Caribe colombiano, las unió la música vallenata, las parrandas y la participación en el hecho principal que motivó la canción.

César Marín Altamar, originario de Bellavista, más conocida como Moya, conoció y se enamoró de Carmen Oliveros Osorio, natural de Bomba, a orilla de la ciénaga de Zapayán. Sucedió una tarde en la que ella aceptó conocerlo en Bálsamo, hasta donde fue con un grupo de amigas. A partir de ahí germinaron unas relaciones sentimentales que se extendieron por dos años antes del matrimonio, porque él iba y venía de un lugar a otro en sus actividades comerciales de compra y venta de ganado vacuno y caballar.

Tras el matrimonio, la pareja se estableció en Bomba, donde sus habitantes se cuestionaban por qué Carmen, simpática, amable y hogareña, se había casado con un hombre que, mientras caminaba o montaba en el lomo de una bestia, hablaba solo. —Ella nunca respondió —señala la hija de la pareja, Ana Lucía Marín—, porque sabía que él estaba componiendo canciones vallenatas.  

Sin embargo, Carmen no sabía que César era un viajero incansable, y que lo fue desde niño, cuando su mamá, Ana Cecilia Altamar, lo llevaba de Moya a Paraíso, debido a que a ella le tocó suplir como madre a su hermana fallecida, quien dejó varios hijos menores de edad. Por eso Carmen debió sorprenderse cuando, estando embarazada de su hija y con apenas siete meses de casados, éste no volvió a Bomba después de haberle asegurado que iba a hacer un negocio en Fundación y regresaba enseguida.

Regresó a los cinco años de haber partido; era de tarde y cuando Carmen lo vio llegar, se dirigió a su hija diciéndole: —Ana Lucía, él es tu papá. Él la tomó por los brazos, la levantó y, orgulloso, le dio un beso y un abrazo.  Entonces, quizás, César reflejó en las relaciones distantes con su hija y su esposa, las que mantuvo con su padre, Benjamín Marín, un afamado médico obstetra de Manizales que conoció a la enfermera Ana Cecilia Altamar en Cartagena, donde ejercía su profesión en la empresa petrolera Andian.  

Sin embargo, estas relaciones sentimentales fueron casuales, pues Benjamín, para sortear un problema, se marchó de Cartagena, siendo César menor de edad. Y pese a que su padre desde Manizales lo mandó a buscar, Ana Cecilia jamás accedió a ello.

Fue de su familia paterna que César heredó su aptitud para la composición; incluso, un hermano de él fue poeta. De los Altamar, de Sitionuevo, pudo heredar su vocación musical, pues a esta familia perteneció el músico Gil Altamar.    Música que amó por encima de todas las cosas del mundo y hasta los últimos días de su vida, como lo indica su hija, la abogada Ana Lucía. Tanto que, disminuido físicamente, le pedía a ella que la hiciera sonar, compartiéndole, además, sus conocimientos sobre lo que escuchaban. Fue al lado de ella y de quien fue su esposa, en Cartagena, donde falleció.

Fue la música y la parranda el argumento fundamental para acercar y consolidar su amistad con el acordeonero Luis Enrique Martínez, intérprete de sus composiciones, entre ellas El Pique, en el que Marín toma partido en la piquería entre este acordeonero y Abel Antonio Villa, al componer:   En el pueblo e Paraíso con Marín tienen un pique/En el pueblo e Paraíso con Marín tienen un piquePorque él dice que Abelito no toca con Luis EnriquePorque él dice que Abelito no toca con Luis Enrique.

También le grabó El retraticoEl siervo heridoEl Abusajo de BombaEl Mago de la China y La Ciencia oculta, que es su mayor éxito al ser grabada por intérpretes como Jorge Oñate y Alfredo Gutiérrez, además de Joaco Pertuz. También ha sido incluida en algunas antologías musicales hechas con canciones grabadas por Luis Enrique Martínez.

Otro tema musical fue El gavilán sin alas, que Marín dedicó a Pedro Osorio Ramos, pariente de su esposa Carmen, y con quien compartía el gusto por la parranda, el amor por el vallenato y la amistad común con Luis Enrique Martínez.

De la historia que rodeó la canción cuenta la escritora Marlen Osorio Lizcano, en su libro inédito: "Pedro Osorio Ramos, un hombre que nunca claudicó", que Luis Enrique Martínez, enamorado en Bálsamo, Magdalena, de Gilma Támara, vio desaparecer sus esperanzas de conquistarla cuando descubrió que Pedro la había convencido de que fuera su amor, tanto que tuvieron un hijo que falleció a temprana edad.

Gilma hizo parte de un grupo conformado por siete jóvenes: Dori, Rosa, Salvadora, Hortensia, Luisa y Mélida unidas entre sí por el lazo familiar Támara y por el interés de organizar reuniones sociales, bailes de salas, las fiestas patronales, así como por participar en velorios y misas. A ellas el Pollo Vallenato les compuso una canción, que tituló Muchachas Balsameras, de la que el acordeonero Martín Camacho recuerda un verso: Le toco a las siete primas / Porque ya llegó la hora / Ay, yo le canto a Luisa / A Gilma y a Salvadora[1].

El acordeonero resignado convenció a Luisa Movilla Támara, conocida como “La niña Lucha Movilla”, para que fuera su pareja sentimental, como en efecto sucedió.

Lo que pasó entre Luis Enrique, Gilma y Pedro llevó a Marín a componer la canción, la que nutrió con otros hechos amorosos de Pedro, como el haberse unido como pareja en una misma noche con dos mujeres, sin poderlo hacer con la tercera porque, como lo asegura su hijo Gustavo Osorio Lizcano, el amanecer se lo impidió.


Luis Enrique supo de la canción después de que César se la cantara. Y complacido con la letra, le corrigió algunas frases y le agregó unos versos; además, le hizo el arreglo musical. La canción grabada por este acordeonero en 1965, fue el tema número uno del lado A del larga duración Cereteñita, prensado por Discos Fuentes.

Oigan, muchachos,
en la ciénaga de Zapayán

Hay un gavilán.
que está haciendo mucho daño (bis)

Para cuando se produjo la grabación, existían una serie de circunstancias que hacían casi que nugatorio el derecho a la propiedad intelectual, como la amistad, el compadrazgo, como el que unía a Luis Enrique con César Marín, según lo testimonia su hija Ana Lucila. Además, eran tiempos en que la música vallenata carecía de importancia comercial y los músicos que la interpretaban se rebuscaban de parranda en parranda.

A César Marín debió llenarlo de engreimiento el que su amigo y compadre grabara parte de su obra musical, lo que permitió que se conociera y que trascendiera en el tiempo, pues el resto de ella, con su muerte, desapareció.

Pedro Osorio, después de procrear 18 hijos y de ser un insigne parrandero y mujeriego, se dedicó a la actividad política, lo que le permitió ser alcalde en algunos municipios y concejal por veinte años en Tenerife. Además, fue un autodidacta que lo llevó a ejercer empíricamente el derecho tras dedicarse al estudio del Derecho Civil.

Pero, pese a lo vivido con Luis Enrique, la amistad entre ellos se mantuvo, tanto que el acordeonero hizo de la casa de Pedro en Tenerife una especie de cuartel, donde permanecía hasta dos meses, yendo y viniendo con su conjunto hasta las poblaciones cercanas, amenizando parrandas.

Mientras que la amistad entre César y el Pollo Vallenato continuó con citas permanentes o casuales frente a la estación del tren en Fundación, donde era usual encontrar al verdadero compositor del gavilán sin alas.