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martes, 8 de abril de 2025

POR EL PODER DEL ACORDEON, VALLEDUPAR ESTARÁ DURANTE OCHO DIAS EN ESTADO "AY OMBE"

 Música y folclor


 Por: Juan Rincón Vanegas. 

Ya comienza el Festival, vinieron a invitarme. Ya se van los provincianos que estudian conmigo. Ayer tarde que volvieron preferí negarme, pa' no tener que contarle a nadie mis motivos. Yo que me muero por ir y es mi deber es quedarme. Me quedo en la Capital por cosas del destino”...

Durante ocho días Valledupar, la Capital Mundial del Vallenato estará pendiente del acordeón, la caja, la guacharaca, los cantos, los versos y los grupos de Piloneras en estado de “Ay Ombe”, donde el mayor compromiso es olvidar las penas y vestirse de alegría completa. Entonces, aparecerá la elocuencia de las añoranzas de aquel memorable verso. “Este es el amor, amor. El amor que me divierte, cuando estoy en la parranda, no me acuerdo de la muerte”.

En este estado es posible visitar con el pensamiento las notas de los acordeones y pasearse libremente por los paseos, merengues, sones y puyas, teniendo en cuenta que es la versión 58 del Festival de la Leyenda Vallenata donde se le rendirá homenaje al Rey Vallenato Omar Geles.

Serán los instantes precisos para evocar al epicentro del llamado “Embeleco”, en la plaza Alfonso López Pumarejo, donde se dio la partida a esta fiesta vallenata que cada año avanza a nota firme del acordeón, a buen golpe de caja, al charrasquear de la guacharaca, de una voz parrandera y versos contundentes.

La profecía de Consuelo Araujonoguera escrita en El Espectador el viernes 8 de marzo de 1968, exactamente 50 días antes de iniciarse el Primer Festival de la Leyenda Vallenata, donde se coronó como Rey Vallenato Gilberto Alejandro Durán Díaz, se está cumpliendo al pie de la letra. En su ‘Carta Vallenata’ ella manifestó. “El vallenato con el tiempo se impondrá en el mundo”.

De esa forma ‘La Cacica’, Consuelo Araujonoguera, Alfonso López Michelsen y Rafael Escalona, unido a un grupo de amigos, se aventuraron a convocar a distintos acordeoneros regados por toda la comarca para ponerlos de acuerdo y motivarlos a que siguieran ejecutando los mejores paseos, merengues, sones y puyas.

La misma Consuelo Araujonoguera en aquella ocasión lo dejó plasmado: “Para sacar adelante el Festival de la Leyenda Vallenata, han sido indispensables noches de insomnio y días sin descanso, pero hoy podemos decir que pese a que la tarea no está concluida, hemos logrado rescatar parte importantísima de nuestro pasado histórico y echar las bases de lo que ahora es, sin discusión, la mejor imagen de Valledupar, tierra de encanto, y de lo que los vallenatos somos y representamos ante Colombia y el mundo”.

Para dar fe de lo anterior se recuerda al locutor Carlos Melo Salazar, quien fue el primero en trasmitir para Colombia y el mundo, el Festival de la Leyenda Vallenata a través de la Radiodifusora Nacional.

“Esa fue una obra de titanes. Comenzó con ocho participantes y ahora son muchos que hasta se pierde la cuenta. Quedaron para la historia las grabaciones de los primeros festivales que ahora son unas joyas sonoras. Me dá nostalgia recordar esos tiempos idos, donde el amor por el folclor salía del campo y se metía en el corazón de todos. Este es el folclor que tiene las más hondas raíces en Colombia”.


Himno del Festival

En medio del paso del tiempo y cuando los recuerdos se plasman en el alma como una pintura musical aparece el compositor Rafael Manjarréz Mendoza, poniendo su sello con la canción ‘Ausencia sentimental’, que a fuerza de escucharla y de sentirla, luego de haber sido ganadora en el concurso de la canción vallenata inédita del año 1986, fue declarada el 16 de marzo de 2010 como el Himno del Festival de la Leyenda Vallenata.

Tienen razón los que piensan que esta linda obra es la más fiel radiografía de la nostalgia, el sentimiento en trance del que se encuentra lejos y la memoria viva que busca en los recuerdos, pero que al recibir “las razones de sus compañeros”, todo se torna diferente.

El himno del guayabo, ese que no produce el trago, hace posible volver a repasar los episodios del Festival de la Leyenda Vallenata, andar por los caminos que el compositor recorrió a la distancia, y se cae en cuenta que “hay cosas que hasta que no se viven no se saben”.

‘Ausencia sentimental’ tiene sabor a parranda, a música, a encuentro con amigos, a nostalgia, a ingredientes que la incrustaron en el corazón del pueblo. Personajes, lugares y hechos hacen parte vital de la estructura de esta inspiración que ha dejado regados pedazos del alma vallenata.

Ellos siguen presentes en la memoria de todos desde que la voz del cantante Silvio Brito, la divulgó por los medios de comunicación y se metió en el corazón de los que saben que “el que nunca ha estado ausente no ha sufrío guayabo”.

Enseguida se calca la ausencia sentimental que no permite escuchar en vivo un acordeón bien tocado, un verso bien improvisado, el desfile de piloneras o una canción alegre o llena de sentimiento.

No hay respuesta si todavía en el corazón del compositor su negra del alma vive sin pagar arriendo, pero de lo que si hay seguridad es que continúan contándose las anécdotas y los cuentos buenos, que el palo é mango sigue en la plaza igual, que los guajiros no faltarán y que ‘Ausencia sentimental’ se escribió, logrando correr como ríos de amor por los recovecos del corazón de Valledupar. Todos invitados a la Capital Mundial del Vallenato.

EL GAVILAN SIN ALAS LA CANCION DE CESAR MARÍN ALTAMAR EN JUGLARES LEGENDARIOS VOL 5 DE IVAN VILLAZON APONTE Y CIRO MEZA REALES "LA ESENCIA"

Por: Álvaro Rojano Osorio

El cantante Iván Villazón acaba de lanzar junto al acordeonero Ciro Meza el trabajo discográfico titulado Juglares Legendarios, Vol. 5, “La Esencia”, que incluye cinco canciones de autoría de Luis Enrique Martínez. Una de ellas es la denominada El Gavilán sin Alas, cuyo verdadero compositor es Cesar Marín Altamar.

En esta obra musical se relata de manera metafórica la existencia en la zona de la ciénaga de Zapayán de un gavilán sin alas que está haciendo mucho daño, dice el narrador. Quien, además, asegura que le está rogando que no se vaya a llevar a la morenita que lo tiene entusiasmado.

Tema en el que confluyen tres actores: Cesar Marín Altamar, como compositor. El acordeonero Luis Enrique Martínez, intérprete del disco y quien aparece como autor del mismo, tanto en la antes citada producción musical, así como en la primera grabación, y Pedro Osorio Ramos, el personaje de la obra musical.

Personas que, aunque originarias de distintos lugares del Caribe colombiano, las unió la música vallenata, las parrandas y la participación en el hecho principal que motivó la canción.

César Marín Altamar, originario de Bellavista, más conocida como Moya, conoció y se enamoró de Carmen Oliveros Osorio, natural de Bomba, a orilla de la ciénaga de Zapayán. Sucedió una tarde en la que ella aceptó conocerlo en Bálsamo, hasta donde fue con un grupo de amigas. A partir de ahí germinaron unas relaciones sentimentales que se extendieron por dos años antes del matrimonio, porque él iba y venía de un lugar a otro en sus actividades comerciales de compra y venta de ganado vacuno y caballar.

Tras el matrimonio, la pareja se estableció en Bomba, donde sus habitantes se cuestionaban por qué Carmen, simpática, amable y hogareña, se había casado con un hombre que, mientras caminaba o montaba en el lomo de una bestia, hablaba solo. —Ella nunca respondió —señala la hija de la pareja, Ana Lucía Marín—, porque sabía que él estaba componiendo canciones vallenatas.  

Sin embargo, Carmen no sabía que César era un viajero incansable, y que lo fue desde niño, cuando su mamá, Ana Cecilia Altamar, lo llevaba de Moya a Paraíso, debido a que a ella le tocó suplir como madre a su hermana fallecida, quien dejó varios hijos menores de edad. Por eso Carmen debió sorprenderse cuando, estando embarazada de su hija y con apenas siete meses de casados, éste no volvió a Bomba después de haberle asegurado que iba a hacer un negocio en Fundación y regresaba enseguida.

Regresó a los cinco años de haber partido; era de tarde y cuando Carmen lo vio llegar, se dirigió a su hija diciéndole: —Ana Lucía, él es tu papá. Él la tomó por los brazos, la levantó y, orgulloso, le dio un beso y un abrazo.  Entonces, quizás, César reflejó en las relaciones distantes con su hija y su esposa, las que mantuvo con su padre, Benjamín Marín, un afamado médico obstetra de Manizales que conoció a la enfermera Ana Cecilia Altamar en Cartagena, donde ejercía su profesión en la empresa petrolera Andian.  

Sin embargo, estas relaciones sentimentales fueron casuales, pues Benjamín, para sortear un problema, se marchó de Cartagena, siendo César menor de edad. Y pese a que su padre desde Manizales lo mandó a buscar, Ana Cecilia jamás accedió a ello.

Fue de su familia paterna que César heredó su aptitud para la composición; incluso, un hermano de él fue poeta. De los Altamar, de Sitionuevo, pudo heredar su vocación musical, pues a esta familia perteneció el músico Gil Altamar.    Música que amó por encima de todas las cosas del mundo y hasta los últimos días de su vida, como lo indica su hija, la abogada Ana Lucía. Tanto que, disminuido físicamente, le pedía a ella que la hiciera sonar, compartiéndole, además, sus conocimientos sobre lo que escuchaban. Fue al lado de ella y de quien fue su esposa, en Cartagena, donde falleció.

Fue la música y la parranda el argumento fundamental para acercar y consolidar su amistad con el acordeonero Luis Enrique Martínez, intérprete de sus composiciones, entre ellas El Pique, en el que Marín toma partido en la piquería entre este acordeonero y Abel Antonio Villa, al componer:   En el pueblo e Paraíso con Marín tienen un pique/En el pueblo e Paraíso con Marín tienen un piquePorque él dice que Abelito no toca con Luis EnriquePorque él dice que Abelito no toca con Luis Enrique.

También le grabó El retraticoEl siervo heridoEl Abusajo de BombaEl Mago de la China y La Ciencia oculta, que es su mayor éxito al ser grabada por intérpretes como Jorge Oñate y Alfredo Gutiérrez, además de Joaco Pertuz. También ha sido incluida en algunas antologías musicales hechas con canciones grabadas por Luis Enrique Martínez.

Otro tema musical fue El gavilán sin alas, que Marín dedicó a Pedro Osorio Ramos, pariente de su esposa Carmen, y con quien compartía el gusto por la parranda, el amor por el vallenato y la amistad común con Luis Enrique Martínez.

De la historia que rodeó la canción cuenta la escritora Marlen Osorio Lizcano, en su libro inédito: "Pedro Osorio Ramos, un hombre que nunca claudicó", que Luis Enrique Martínez, enamorado en Bálsamo, Magdalena, de Gilma Támara, vio desaparecer sus esperanzas de conquistarla cuando descubrió que Pedro la había convencido de que fuera su amor, tanto que tuvieron un hijo que falleció a temprana edad.

Gilma hizo parte de un grupo conformado por siete jóvenes: Dori, Rosa, Salvadora, Hortensia, Luisa y Mélida unidas entre sí por el lazo familiar Támara y por el interés de organizar reuniones sociales, bailes de salas, las fiestas patronales, así como por participar en velorios y misas. A ellas el Pollo Vallenato les compuso una canción, que tituló Muchachas Balsameras, de la que el acordeonero Martín Camacho recuerda un verso: Le toco a las siete primas / Porque ya llegó la hora / Ay, yo le canto a Luisa / A Gilma y a Salvadora[1].

El acordeonero resignado convenció a Luisa Movilla Támara, conocida como “La niña Lucha Movilla”, para que fuera su pareja sentimental, como en efecto sucedió.

Lo que pasó entre Luis Enrique, Gilma y Pedro llevó a Marín a componer la canción, la que nutrió con otros hechos amorosos de Pedro, como el haberse unido como pareja en una misma noche con dos mujeres, sin poderlo hacer con la tercera porque, como lo asegura su hijo Gustavo Osorio Lizcano, el amanecer se lo impidió.


Luis Enrique supo de la canción después de que César se la cantara. Y complacido con la letra, le corrigió algunas frases y le agregó unos versos; además, le hizo el arreglo musical. La canción grabada por este acordeonero en 1965, fue el tema número uno del lado A del larga duración Cereteñita, prensado por Discos Fuentes.

Oigan, muchachos,
en la ciénaga de Zapayán

Hay un gavilán.
que está haciendo mucho daño (bis)

Para cuando se produjo la grabación, existían una serie de circunstancias que hacían casi que nugatorio el derecho a la propiedad intelectual, como la amistad, el compadrazgo, como el que unía a Luis Enrique con César Marín, según lo testimonia su hija Ana Lucila. Además, eran tiempos en que la música vallenata carecía de importancia comercial y los músicos que la interpretaban se rebuscaban de parranda en parranda.

A César Marín debió llenarlo de engreimiento el que su amigo y compadre grabara parte de su obra musical, lo que permitió que se conociera y que trascendiera en el tiempo, pues el resto de ella, con su muerte, desapareció.

Pedro Osorio, después de procrear 18 hijos y de ser un insigne parrandero y mujeriego, se dedicó a la actividad política, lo que le permitió ser alcalde en algunos municipios y concejal por veinte años en Tenerife. Además, fue un autodidacta que lo llevó a ejercer empíricamente el derecho tras dedicarse al estudio del Derecho Civil.

Pero, pese a lo vivido con Luis Enrique, la amistad entre ellos se mantuvo, tanto que el acordeonero hizo de la casa de Pedro en Tenerife una especie de cuartel, donde permanecía hasta dos meses, yendo y viniendo con su conjunto hasta las poblaciones cercanas, amenizando parrandas.

Mientras que la amistad entre César y el Pollo Vallenato continuó con citas permanentes o casuales frente a la estación del tren en Fundación, donde era usual encontrar al verdadero compositor del gavilán sin alas. 





jueves, 3 de abril de 2025

ALFONSO CORTÉS MARROQUÍN: EL JUGLAR DEL ANTIPLANO CUNDIBOYACENSE


 Por: Ramiro Elías Álvarez Mercado


"La música debe hacer  saltar fuego en el corazón del hombre y lágrimas en los ojos de la mujer": Ludwing van Beethoven (compositor y músico alemán).


La relación entre un músico y su instrumento es algo muy íntimo y personal, que los termina convirtiendo en compañeros de viaje por toda la vida. Sólo el artista comprende el vínculo que existe entre él y su instrumento, ellos juntos son un complemento que se encargan de generar música que se transforma en pasión, voz, corazón, alimento espiritual, revelación y lenguaje.

Y es precisamente lo que le ocurrió a Alfonso Cortés Marroquín, en razón a que la relación con su acordeón comenzó desde la infancia en donde la conexión entre ambos fue inmediata; es decir, una simbiosis total que sigue intacta hasta el día de hoy, y que sigue aumentando con el paso de los años.

Este hombre nació el lunes 23 de febrero del año 1948 en Villa de Leyva, un municipio que está ubicado en el departamento de Boyacá en la Cordillera Oriental de Colombia, territorio que hace parte del Altiplano cundiboyacense, sobre el Valle de Zaquencipá, un lugar con muchas historias y bellísimos paisajes, donde el tiempo parece haberse detenido, porque conserva en su arquitectura las muestras más auténticas del pasado colonial. Este pueblo es, sin duda, uno de los más bellos de Colombia y muy famoso por su importancia histórica y por su magnífica plaza que le valieron para ser reconocido como Monumento Nacional en 1945. Además de su arquitectura colonial, Villa de Leyva se caracteriza por sus variados paisajes rurales que van desde la zona de páramo hasta la desértica haciendo un contraste maravilloso, que son el deleite de sus turistas y visitantes. Es un sitio ideal para encontrarse con la historia, la ciencia, el arte, la cultura y la madre naturaleza.

Quién imaginaría que un niño nacido en esa bella y productiva tierra, criado en Bogotá, donde la música Andina, en la que sobresalen: bambuco, carranga, pasillo, torbellino y guabina, se iba a inclinar por una expresión musical nacida a cientos de kilómetros de allí, en el Caribe colombiano: el vallenato, que desde que lo escuchó se metió profundamente, en su alma, vida y corazón, convirtiéndose en parte de su diario vivir.

El amor de "Poncho" Cortés, como es conocido popularmente por la música vallenata, se presentó de una manera un tanto curiosa y fue el hecho de que un pretendiente de su hermana mayor, nacido en el Caribe colombiano quien en la etapa de cortejos y enamoramiento le pone a ella una serenata con acordeón, caja y guacharaca, algo que para la fría capital colombiana no era bien visto en la época porque lo consideraban un bullicio e irrespeto con los vecinos, quienes no estaban acostumbrados a este tipo de sucesos y mucho menos con esa clase de música que en ese momento no tenía aceptación en esta parte del país, pero que no pasó desapercibida para el pequeño "Poncho" que, caso contrario a su hermana, quien se tapó los oídos para no escuchar, fue él quien más se deleitó con la serenata, pero sobre todo con los sonidos que salían de esa caja mágica musical de pitos y bajos que lo enamoraron para siempre.

Es a partir de ese momento cuando este niño inquieto inicia amores con su acordeón, acompañado por sus amigos del barrio Quiroga de Bogotá con quienes tocaba en las esquinas y parques donde se reunían, ante la mirada incrédula de los vecinos que nunca pensaron en que estos jóvenes sintieran tanta pasión por una música originaria de un lugar tan lejano al de ellos.


Después de graduarse como bachiller del Colegio Mayor Distrital, entra a la Universidad Libre y se convierte en administrador bancario, profesión que ejerció por más de 40 años, experiencia que lo llevó a gerenciar varias sucursales del Banco Popular en Bogotá, y de la que salió pensionado hace más de una década.

Este "cachaco" con corazón costeño, como le decimos los nacidos en el Caribe a los del interior del país, en el año 1966 se integra a la agrupación Acuarios, un combo de amigos y amantes del folclor vallenato, con la que empieza a tener una época exitosa sobre todo en la década de los años setenta y ochenta, participando en muchos programas de radio y televisión con su conjunto de planta. Las grabaciones no se hicieron esperar y se convierte en el primer "cachaco" que graba vallenato clásico, respaldado por sellos discográficos como: Philips, Discos Regis, Divensa, FM y Discos CR. Con los que sin duda hizo un aporte significativo a la divulgación y popularización de la música vallenata en la capital colombiana.


Es un artista polifacético, quien, además de ejecutar con calidad el acordeón, también lo hace con la guitarra, bajo, guacharaca, caja, tumbadora, canta y compone, lo que lo convierte en un músico completo, de ahí que sea llamado por el folclorista, investigador y escritor, Antonio Daza Orozco como "El Juglar cundiboyacense". 

Entre sus composiciones se destacan un merengue en tonalidad menor dedicado a Monterrey y a Guadalupe, titulado 'Compensación cultural', tema ganador de la canción inédita en el Festival Vallenato Internacional de México, en el año 2019, paseo 'De los corrales al cielo" segundo lugar en el Festival Vallenato de USA 2019, 'La Puya de Alejo' en tonalidad menor semifinalista en el Festival de La Leyenda Vallenata en Valledupar, grabada por el Rey Vallenato Fredy Sierra, al igual que el merengue 'Los Sahaguneros'. 'Aporte cachaco', 'Pasión y mimos', 'Catalina linda', grabados en su voz y acordeón.

También ha colaborado con su acordeón en grabaciones de Los Hermanos Ramírez y Alejandro Merlano. Es un fiel admirador de los grandes juglares que han escrito con tinta indeleble la historia de la música vallenata: Alejandro Durán, Luis Enrique Martínez, Abel Antonio Villa, Calixto Ochoa, Juancho Polo, Francisco "Pacho" Rada, Leandro Díaz, Rafael Escalona, Emiliano Zuleta, Alfredo Gutiérrez y muchos más que son parte de ese abanico musical que le dieron grandeza a este folclor  de origen provinciano, pero encontró en Nicolás Elías "Colacho" Mendoza, el primer  Rey de Reyes, ese referente al que siguió y le aprendió y que  luego se convertiría en uno de sus amigos más cercanos, lo que lo lleva a decir que es un "Colachista" de tiempo completo, un maestro que con la calidad de su nota y el estilo musical que lo caracterizó dejo una estela de clásicos y éxitos que hoy en día siguen siendo parte fundamental de la cultura musical de Colombia, la palabra "Leyenda" en ocasiones  suele resultar ser una hipérbole, en este caso se ajusta bien a la hora de hablar del acordeonista Nicolás Elías, este maestro fue un alumno aventajado del gran Luis Enrique Martínez, y luego se convirtió en el modelo, el ícono y el símbolo de las nuevas figuras, un hombre que le enseñó a muchos, pero al mismo tiempo aprendió de todos, y es por esto que para Cortés Marroquín se convirtió en un ícono y apoyo para su carrera artística.

El amor incondicional por la música vallenata de Alfonso Cortés va mucho más allá de lo meramente musical y se ha convertido en un gestor cultural y embajador de esta expresión musical en Bogotá: un investigador y escritor, autor del libro "El Vallenato en Bogotá su redención y popularidad" donde plasma más de cinco décadas de vivencias, experiencias. Un libro donde en cada letra y cada fotografía podemos percibir el amor que siente por el vallenato, datos, información y conocimientos que los sorprenderán, porque muchos pensarán que fue escrito por un autor de la región vallenata y no por un hombre que nació en una tierra distante a esa.

La vida de Poncho gira alrededor de su música vallenata, "Su" porque ya es de él, actualmente es el presidente de la fundación PROVALLENATO y Director del museo vallenato en Bogotá, director de la agrupación Los Juglares Urbanos, Presidente del Festival Vallenato de Silvania - Cundinamarca.

Este pionero de la música vallenata en Bogotá y el interior del país, cantautor e intérprete del acordeón, ha estado presente en el inicio de varios intérpretes de la música vallenata, tales como Silvio Brito, Jairo Serrano, Ismael Zuleta, Jorge Nain Ruiz y Jimmy Vence. Fue Rey de la categoría profesional del Festival del Acordeón en Sibaté, Cundinamarca, en el año 1980, también ha trabajado al lado de vocalistas y músicos como Esteban Salas, Robinson Damián, Pablo López, Ricardo Cárdenas, Pedro García, e incluso el artista internacional Galy Galiano a quien acompañó en más de una oportunidad tocando el bajo.

Por su amplio conocimiento sobre la música vallenata es invitado constantemente en calidad de jurado, panelista, conferencista y comentarista en muchísimos festivales de folclor vallenato, a lo largo y ancho del país y fuera de él, tales como Valledupar, Villanueva, Sahagún, Arjona, Chinú, Bogotá, Manaure, La Loma, Nobsa, Neiva Madrid, Miami Florida, Monterrey México, entre otros.

El último sábado de cada mes se realiza la auténtica parranda vallenata, en la Casa Museo PROVALLENATO, que dirige el maestro Cortés Marroquín, un lugar que se convirtió en el "Templo del vallenato en Bogotá" en donde al son del acordeón, caja, guacharaca, cantos, cuentos y anécdotas y la melodía de una canción, es una válvula de escape que nos ayuda a expresar lo que sentimos e incluso, nos empuja a parafrasear lo que guardamos dentro en  compañía de amigos y amantes del buen vallenato que disfruta de este divertimento cultural.

Hablar de Alfonso "Poncho" Cortés Marroquín: el juglar del altiplano cundiboyacense, es hablar de un maestro que no le puso límites a su gusto musical y nos demostró que para amar, querer y valorar la música no existen regionalismos, porque encontró en el vallenato, el eco de sus alegrías, penas, sueños y esperanzas, y le deja un legado a las nuevas generaciones; abrió un camino y les enseñó que sentir amor por la música vallenata es dejar que los sentimientos bailen al ritmo de cada melodía que brota de su acordeón, quien se convirtió en su amigo inseparable.