RANCHERIASTEREO

miércoles, 28 de noviembre de 2018

GUSTAVO GUTIERREZ CABELLO EL DEL ALMA HERIDA






















Por Mauricio René Pichot Elles.


Conocí personalmente a Gustavo Gutiérrez, apenas hace algunos años. Es flaco, irremediablemente flaco y quedo, muy quedo como dirían en Macondo para referirse a aquellos que por dentro tenemos un sentimentalismo permanente… que andan como zurumbáticos, dicen en el Caribe. Como si de un alma herida se tratara, de una perpetúa pena por dentro. “Que andan como idos”, le escuché alguna vez a una vieja atanquera.

“Es algo que yo no me he podido explicar nunca, pero es un sentimiento que llevo por dentro, como una tristeza de siempre”, me dijo, como si quisiera disculparse, en un momento de alguna de las varias conversaciones que tuvimos antes y después de este primer encuentro personal, tantas veces por mí anhelado.

Tiene el cabello abundante y negro. No le veo una sola cana a pesar de ser un hombre que pasa de setenta años. Tiene cejas abundantes y una cara de adolescente siempre pensativo. 

Era un sábado por la tarde, caluroso, brillante y como lavado por una lluvia reciente de esas que cada vez son menos continuas en Bogotá si recordamos la frase de Gabito cuando llegó a la ciudad en los años cuarenta del siglo pasado. “Es una ciudad donde llueve constantemente y las campanas tocan a muerto todos los días”.

Gustavo había llegado a un estudio musical del norte de la ciudad a acompañar a un grupo de niños invidentes que grabarían su primer disco de cantos vallenatos, con cantos clásicos, entre ellos, algunos de Gustavo. La iniciativa lo entusiasmó desde el principio. En el estudio, Gustavo se movía en medio de los niños. Escuchaba y corregía a los pequeños y de vez en cuando aprobaba con la cabeza y con la barbilla apoyada en una de sus manos.

Adentro, en el inmenso acuario ´de la grabación, uno de los niños Arley tocaba con su acordeón la melodía inconfundible de Así fue mi querer. Su voz, en tránsito de la niñez a la adolescencia, cantaba…”muere lentamente, muere un querer, amanece un nuevo día y estoy muy resentido de tu proceder”… Gustavo sonreía.

De repente, Gustavo, quien analiza y mira, entona el canto completo con el acordeón de Arley en un instante, el estudio se llena de magia. El poeta, extasiado por los recuerdos y las nostalgias, cierra los ojos y a uno se le aprieta el alma. Su voz invade los corazones de todos los presentes.

Muere lentamente, muere un querer amanece un nuevo día y estoy muy resentido de tu proceder como hojas secas del árbol que caía en verano humilladas por la brisa se ven rodar…

Era octubre de 1979 y Gustavo recién se retiraba de la Oficina de Turismo de Valledupar, de su viejo Valle Querido. El paso por un puesto público lo había mortificado. “Fueron cinco años en los que no pude componer ni una canción”. Cuando le pregunto por una estrofa en especial del canto, en donde hace una bella metáfora… 

En lo alto de la montaña sólo hay silencio el viento es fresco y cuando hay tiempo de lluvia las nubes besan la punta ´el cerro. rumores de melodía sólo se escuchan de ese romance limpio como es la Nevada, brillante como la luz del día…

Entonces relata enternecido, “yo estaba en Río Seco, cerca de Patillal. Había ido a acompañar a mi hermano José Tobías, quien iba a revisar un cultivo y después de un torrencial aguacero me quedé embelesado y miraba hacia el Cerro donde la punta se juntaba con las nubes, de allí, acompañado con un amor en el alma, nació la canción”. El canto fue grabado en los años ochenta por el acordeón de Emiliano Alcides y Tomas Alfonso Zuleta Díaz, los hermanos Poncho y Emilianito Zuleta.

Así fue mi querer es uno de los cantos de Gustavo que transmite una extraña sensación, de esas que dan ganas de llorar de alegría. A mí me gusta mucho, relata mientras queda en el aire el eco del acordeón nostálgico de Arley y el Poeta lo mira entretenido.

La grabación continúa y los niños reciben atentos las recomendaciones del Maestro para poder plasmar en los modernos compactos del siglo veinte el sentimiento de cada uno de esos autores legendarios que interpretan llenos de la ilusión propia de quienes apenas despiertan a la vida.

En una de las pausas de la grabación, me acerqué al Poeta. “Cómo va el programa, me preguntó”. Bien, le respondí emocionado. Se refería a un espacio radial de los sábados en la emisora de la Universidad Nacional en Bogotá, en donde cuento las historias, crónicas y relatos de los cantos vallenatos junto a cada una de esas interpretaciones. A Gustavo ya lo había entrevistado varias veces para conocer de él y del origen de sus cantos.

A su lado estaban Gustavo José y Evaristo, dos de sus hijos. A Gustavo José, le compuso Mi Niño Se Creció. “En algún momento me di cuenta que el tiempo había pasado muy rápido y ya Gustavo José era un hombrecito de diez años y me entró la nostalgia. 

“El hijo que tanto quiero me vino a endulzar la vida y con mi madre querida lo que más quiero, lo que más quiero. Son dos amores que tengo, el uno nuevo y el otro viejo…

El canto lo grabaron en los años ochenta los hermanos Tomás Alfonso y Emiliano Alcides Zuleta Díaz, dos de los hijos del viejo Emiliano Zuleta Baquero.

“De niño era muy enfermizo. A mi mamá le decían que yo no iba a pegá.” Me dijo en otra ocasión por teléfono. El día en que lo conocí personalmente, era una tarde de un sábado brillante y lavado por el viento frío de una lluvia reciente. Bogotá, la ciudad a donde yo había llegado hacía más de dos décadas, despedía a uno de esos aguaceros ligeros, rápidos, que contrastan con el cielo espeso y la llovizna perenne que aún persiste en algunos días, igual a la que vio el Hijo del Telegrafista de Aracataca cuando vino a este lugar en la primera mitad del siglo pasado y sobre la que dijo después “la gente viste de negro, llueve todos los días y las campanas tocan a muerto”.

Ya la gente no viste de negro, excepcionalmente se usa. Bogotá se llenó de colorido y el cambio de clima es constante. En pocas ocasiones se ve esa ciudad triste de antaño.

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