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domingo, 26 de febrero de 2023

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ Y SU ENTORNO EN CIEN AÑOS DE SOLEDAD Y SU VALLENATO DE 426 PAGINAS

 

Créditos: Redacción Centro Gabo

"No sé qué tiene el acordeón de comunicativo que cuando lo oímos se nos arruga el sentimiento".

Gabriel García Márquez.


El día en que la Academia Sueca le llamó para contarle que había ganado el más importante galardón de las letras del mundo, Gabo tenía 55 años. Esa mañana alteró su rutina diaria de escritura, y su hijo Rodrigo inmortalizó el momento, mientras Gabo sonreía en bata en el jardín de su casa de Aracataca con su mujer, Mercedes Barcha, abrazándole. Podría parecer que ese día cambiaba su vida, pero en realidad había empezado a hacerlo en 1947, cuando como periodista firmaba sus primeros cuentos y redactaba centenares de crónicas.

 El vallenato sería por siempre el género musical que lo acompañaría por el resto de su vida. Cuando la Academia Sueca anunció que era el ganador del Premio Nobel de Literatura, en 1982, Gabo no dudó en llevar a la ceremonia del premio a varios conjuntos vallenatos que entibiaron con su voz y el acordeón el frío invernal de Estocolmo.

En Colombia existe un género de música que se llama vallenato, oriundo de la región que lleva su nombre. Es más o menos de la estirpe del son y del merengue dominicano. Originalmente, hace muchos años, fue una canción de gesta, es decir, contaba un acontecimiento real. Los autores de vallenatos pasaban por un pueblo, conocían un acontecimiento y lo divulgaban cantando por toda la región. Después, con el tiempo, se popularizó y ya hay una producción comercial, paralela a la producción natural. El hecho de que sean canciones que cuentan hechos reales le dio la idea a Gabo de Cien años de soledad.

Dice Gabo: en Aracataca, cuando ya tenía la pasión de que me contaran cuentos, vi, muy niño, el primer acordeonero. Los acordeoneros que salían de la provincia de Valledupar, que aparecían en Aracataca contando las noticias de su región. Y recuerdo haberlo visto la primera vez porque era un viejito que estaba sentado en una especie de feria que había en Aracataca y tenía el acordeón puesto en el suelo al lado de él y yo no sabía qué instrumento era, qué cosa era eso. Y me quedé ahí esperando a ver qué era, hasta que de pronto él sacó su acordeón y ahí conocí el acordeón, porque el acordeón no es un instrumento autóctono de Colombia. No lo había visto. Lo vi, y entonces el hombre empezó a cantar un cuento, a contar una historia. Y para mí fue una revelación, cómo se podían contar historias cantadas, cómo se podía saber de otros mundos y de otros países y de otras gentes a través de las cosas que contaban cantando.


Mis influencias, sobre todo en Colombia, son extraliterarias. Creo que más que cualquier otro libro, lo que me abrió los ojos fue la música, los cantos vallenatos. Te estoy hablando de hace muchos años, cuando el vallenato apenas era conocido en un rincón del Magdalena. Me llamaba la atención la forma cómo ellos contaban, cómo se relataba un hecho, una historia, con mucha naturalidad. Esos vallenatos narraban como mi abuela.

 El vallenato urbano es algo que no es posible impedir. No se puede impedir que una cosa evolucione, como no se puede impedir, por ejemplo, que el lenguaje evolucione. Porque entonces estaríamos escribiendo como en la Edad Media. La vida no la para nadie. Si hay acordeoneros y compositores que viven en la ciudad, entonces sus vivencias y experiencias son urbanas y a ellas tienen que referirse. El vallenato siempre está remitido a su realidad. Ella es su servidumbre. Ese es su destino.

Incluso, fue tan grande la injerencia del vallenato en sus obras, que precisamente, incluyó en el epígrafe de "El amor en los tiempos del cólera" dos versos de una de las canciones emblemática de Leandro Díaz y que vaticinan, de alguna manera, la intensa historia de amor entre Fermina Daza y Florentino Ariza: 

“En adelanto van estos lugares

Ya tienen su diosa coronada”.

Leandro, quien conoció a Gabo 20 años antes de la publicación de la novela, 1985, cuando le leyeron el epígrafe, pensó que esta llevaría el nombre de su canción, este es  un  reconocimiento mundial, que el escritor, le hizo  a través de esta canción,  a toda  la obra majestuosa de su  admirado amigo, Leandro  Díaz, cincuenta años después  que este canto comenzó a escucharse en la región de Tocaimo, corregimiento de San diego  de las flores, donde Leandro conoció, a la musa inspiradora, Josefa Guerra Castro "La Diosa Coronada".

Con el paso del tiempo García Márquez se consagró como uno de los mejores escritores del mundo y se radicó en el exterior, pero siguió escribiendo sobre sus vivencias de Aracataca y la zona bananera. Gabo construyó su narrativa alrededor de la geografía y las leyendas de este pedazo de territorio incrustado entre la Sierra, la Ciénaga y el Mar: creó el mundo de Macondo. García Márquez reconoció las influencias extraliterarias de la música vallenata en sus obras al afirmar que su novela Cien años de soledad es un vallenato de 496 páginas. Lo que hice con mi instrumento literario es lo mismo que hacen los autores de vallenato con sus instrumentos musicales. Solo que yo lo hice con unas posibilidades literarias más evolucionadas, porque una novela es un producto más culturalizado, pero el origen es el mismo.


Hay un personaje en Cien años de soledad, que es Francisco el Hombre. Durante mucho tiempo yo estuve dudando si en vez de Melquíades, introducía a Francisco el Hombre, es decir, que Cien años de soledad fuera narrada por alguien, como efectivamente es narrada en sánscrito por Melquíades. Y durante mucho tiempo estuve dudando si no podría ser mejor que fuera contada por Francisco el Hombre.

El vallenato, cuando surgió, fue excluido y prohibido en los clubes de la “gente de bien”. Esto se produjo debido a su esencia diferente, corroncha, pobre y marginal. Qué equivocados estaban aquellos “señores” y “señoras” que sentían más propios el Rin o el Sena y denigraban de la música que aún navega por el Río Grande de la Magdalena.

No obstante, un joven periodista comenzó la defensa del vallenato en las páginas del periódico El Universal, de Cartagena, en mayo de 1948. Gabriel García Márquez, con 21 años, remarcó su valor poético, señaló su origen anclado a la tradición oral campesina y subrayó la necesidad de darles representación nacional a los aires de su comarca caribeña. Con esto en mente, escribió: “El acordeón ha sido siempre, como la gaita nuestra, un instrumento proletario. Los argentinos quisieron darle categoría de salón, y él, trasnochador empedernido, se cambió el nombre y dejó a los hijos bastardos. El frac no le quedaba bien a su dignidad de vagabundo convencido. Y es así. El acordeón legítimo, verdadero, es este que ha tomado carta de nacionalidad entre nosotros, en el valle del Magdalena. Se ha incorporado a los elementos del folklore nacional al lado de las gaitas, de los millos y de las tamboras costeñas. Aquí lo vemos en manos de los juglares que van de ribera en ribera llevando su caliente mensaje de poesía”.

Gabo le replicó al centralismo artístico de esa época, que solo se les llamaba música colombiana a las melodías que afloraban del altiplano cundiboyacense, cuyo centro es Bogotá. Dos años después, el por ese entonces aprendiz de escritor dejó otra huella de su pugna. Ya escribía para el periódico El Heraldo, de Barranquilla, y sabía que ese peyorativo mote de “provinciano” debía obedecer al conocimiento y la creatividad artística de cada quien, y no a su geografía de origen. Para él existían provincianos nacidos en Bogotá, como provincianos nacidos en el resto de Colombia. Gabo continuó con la defensa de las artes que brotaban lejos de la fría capital.

La puya, el merengue, el son y el paseo fueron los pilares de la parranda vallenata que se volvió monarquía, pero no fue fácil posicionar estos cuatro aires. Los clubes de Valledupar, Santa Marta, Barranquilla y Cartagena tenían prohibida la música de acordeón. Incluso, en las parrandas de los hacendados del Caribe esta música era permitida solo en los patios traseros, donde la servidumbre —indígenas, afrodescendientes y campesinos— tomaban chirrinche del más barato. Los patrones, en sus salas degustaban brandis y whiskies al ritmo de canciones europeas y estadounidenses. No obstante, los oídos de “señores” y “señoras” fueron conquistados por las melodías de la santísima trinidad vallenata: el acordeón europeo, la caja africana y la guacharaca indígena.

En 1966, ya el vallenato había dejado el patio trasero y era el animador principal de las salas de festejos. Ese año, se reunieron en Aracataca parranderos legendarios y literarios: Rafael Escalona, el intelectual del vallenato; Álvaro Cepeda Samudio, el nene del Grupo de Barranquilla, y Gabo, el colombiano más universal. Ellos tres advirtieron que la muralla cultural bogotana sería derribada. Los historiadores del tema destacan este encuentro como el germen de lo que hoy es el Festival de la Leyenda Vallenata.


Pero esa consolidación tuvo tres aportes fundamentales, el primero de esos aportes se dio en 1967 con la publicación de Cien años de soledad. La retina mundial se fijó en un relato nacido en la provincia colombiana. Un cataquero escribió en prosa el vallenato más largo e importante de la historia. Él mismo, después de recibir el Nobel en 1982, le dijo al periodista Juan Gossaín que Cien años de soledad era un vallenato de 496 páginas. La frase de Gabo fue una puya para finiquitar el trabajo iniciado en 1948. Con esto, les dio la estocada a los que atacaban el vallenato e impulsó su música como el símbolo colombiano de mayor resonancia en la Tierra.

Pero volvamos a los 60. Después de la universalización de Macondo, el siguiente triunfo fue la coronación de Alejandro Durán como el primer rey vallenato. En 1968 se realizó en Valledupar el primer Festival de la Leyenda Vallenata. Los mejores acordeoneros se enfrentaron en batallas musicales para demostrar, según el criterio de un jurado y la recepción del público, quién sería el soberano. Alejandro Durán obtuvo la corona inicial y remarcó, para siempre, la única rebelión que se gestó desde la puya: “Mi pedazo de acordeón”, el son “Alicia adorada”, el merengue “Elvirita” y el paseo “La cachucha bacana”.

 Colombia tuvo su primer rey, pero él era distinto a la tradición centralista: por corona tenía un sombrero, por cetro un acordeón y, pa’ remate, era negro y descendiente de esclavos africanos. Imposible imaginar algo más revolucionario, pues recordemos que el retrato de Juan José Nieto, el único presidente afro de Colombia, quien se trenzó la banda presidencial en 1861, solo fue ubicado en la Casa de Nariño en 2018. Por eso, el blanqueamiento que se intentó sobre nuestras artes e historia fue derrocado cuando Alejandro Durán, por decreto folclórico, se coronó primer rey.

El tercer gran logro ocurrió en 1969 y lo obtuvo una mujer única: Consuelo Araújo Noguera, la Cacica del vallenato. La contestación de Consuelo se originó porque, una vez más, desde el centro vilipendiaron el vallenato. Marta Traba, crítica de arte, usó su sapiencia limitada y dijo que el vallenato tenía descuidos gramaticales y literarios. Escribió, en resumen, que esta música representaba “la perversión del gusto del pueblo colombiano”. La Cacica, autonombrándose “inculta, semignorante y cuasianalfabeta”, le contestó: “El día que nuestros compositores salgan de las aulas universitarias con una gramática y una enciclopedia bajo los brazos a ‘elaborar’, que no a componer, la música vallenata… ese día desapareceremos de la vanguardia del folclor nacional que ahora estamos ocupando, y que ocuparemos mucho tiempo, gracias precisamente a la sencillez, la autenticidad, la originalidad rudimentaria de nuestros cantos”. Consuelo Araújo, en definitiva, acabó con la alharaca erudita de Marta Traba.

El precedente más inmediato a la creación del Festival de la Leyenda Vallenata se dio en Aracataca en el año de 1966 y fue obra de Gabriel García Márquez con su amigo Rafael Escalona. Gabo había llegado a Colombia para asistir al Festival Internacional de Cine en Cartagena. Allí se encontró con Escalona, uno de los grandes compositores de la historia del vallenato, y le preguntó por las nuevas canciones que habían sido creadas en su ausencia. Y la única forma práctica para actualizarlo, fue entonces cuando Escalona lo invitó a Aracataca para que oyera a todos los conjuntos que él pudiera convocar de la región. Así fue como Aracataca se llenó de acordeoneros y juglares que entonaron sus nuevas composiciones. Al día siguiente, la periodista Gloria Pachón, corresponsal del periódico El Tiempo, publicó una nota titulada “Gran Festival Vallenato en Aracataca”.

 En el Festival de Aracataca estuvieron, además de los escritores García Márquez y Cepeda Samudio, Rafael Escalona y el pintor Jaime Molina; los periodistas Gloria Pachón y Amado Blanco Castilla; los acordeoneros Colacho Mendoza, Alberto Pacheco, Bovea y sus vallenatos, Andrés Landero, Julio de la Ossa, Alfredo Gutiérrez y Armando Zabaleta entre otros.

Rafael Escalona, Consuelo Araújo y otros dirigentes de Valledupar vieron de inmediato que la brillante idea de García Márquez de reunir en un festival lo mejor de la música vallenata no podía dejarse escapar para otra ciudad. Es por eso que Escalona, una vez llegó a Aracataca, declaró: "Vengo como mensajero de mi región... considero que el Festival se debe rotar. El año entrante será en Valledupar"

Escalona, que ya era compadre de García Márquez desde hacía unos 12 años, le pidió que fuera el domingo siguiente a Aracataca, donde él llevaría la flor y nata de los compositores e intérpretes de las hornadas más recientes. El acuerdo se llevó a cabo en presencia de la muy querida amiga y periodista Gloria Pachón, ella publicó la noticia al día siguiente con un título que a todos los tomó por sorpresa: "Gran festival vallenato el domingo en Aracataca". Todos los fanáticos del vallenato de aquellos tiempos, que no eran muchos, pero sí suficientes para llenar la plaza del pueblo, se encontraron el domingo siguiente en Aracataca.

Desde 1948, Gabo dedicó varias columnas periodísticas a la música de su región. La primera de esta serie fue la tercera que escribió en El Universal de Cartagena haciendo su famosa semblanza del acordeón: “No sé qué tiene el acordeón de comunicativo que cuando lo oímos se nos arruga el sentimiento…Yo, personalmente, le haría levantar una estatua a ese fuelle nostálgico, amargamente humano, que tiene tanto de animal triste". El acordeón legítimo, verdadero, es este que ha tomado carta de nacionalidad entre nosotros, en el Valle del Magdalena”.


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