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lunes, 13 de marzo de 2023

"YO, EL PORRO, UN SENTIMIENTO EN EL CORAZÓN DEL CARIBE COLOMBIANO".

 

TOMADO DEL LIBRO DIGITA: "Las bandas musicales de viento, origen, preservación y evolución". De la Corporación Universitaria del Caribe – CECAR y COLCIENCIAS.


El porro es una melodía o aire musical de la Costa Caribe, que identifica el folclor musical de la sabana en compañía del fandango y la cumbia.

Una de las teorías existentes sostiene que el porro nació en la época precolombina, a partir de los grupos gaiteros de origen indígena, luego enriquecido por la rítmica africana. Más tarde evoluciona al ser asimilado por las bandas de viento de carácter militar, que introdujeron los instrumentos de metal-viento europeos (trompeta, clarinete, trombón, bombardino y tuba), que son las que hoy se utilizan.

El Porro es hijo de la Cumbia, ambos preponderantes en el folclor de la costa caribe colombiana. En él se observan los elementos básicos de la fusión cultural triétnica, con preeminencia del factor africano. Sus ejes son las ciudades como Cartagena, Montería, Santa Marta, Barranquilla y Sincelejo, como nos lo resaltan los investigadores Guillermo Abadía y Antonio Brugés: “El porro nos muestra una realización del pueblo que ha encontrado camino que sabe lleno de  venturosas impresiones, con cierta equidistancia entre el merengue y la cumbia”. 

El porro es nacido y desarrollado en Colombia, principalmente en la región Caribe (departamentos de Córdoba, Sucre, Bolívar y Atlántico), y luego extendido a otros confines. Es un ritmo muy alegre y fiestero propicio para el baile en parejas.

El porro ha tenido espectacular acogida en su expresión de canto, música y baile, en todos los sectores sociales, por toda Colombia y hasta en cercanos y lejanos países, como en Francia, donde se han popularizado sus orquestas para retretas dominicales. Muchas agrupaciones tipo jazz band con trompetas, trombones,  saxos, contrabajo, batería y percusión antillana, han reemplazado a los conjuntos típicos tradicionales.

Mi ritmo y melodía empezaron a entremezclarse desde la época de la colonización española. Surjo de la unión entre las gaitas indígenas, los tambores africanos y los instrumentos de viento europeos. Nazco del mismo tronco de la cumbia, soy primo del vallenato y del bullerengue. El aborigen me dio la riqueza melódica de las gaitas; el esclavo me trajo el tambor con su sincopada tradición rítmica, que en el baile incita al desbaratamiento del cuerpo, y el colonizador me añadió el sistema tonal. 

Soy un híbrido, llevo un cruce de sangres que me dan un carácter heterogéneo; represento razas distintas en cultura y colores, lo que me hace mestizo; y exhibo con hidalguía y señorío los elementos tradicionales que me componen.

Las trompetas son mi voz, ellas me echan a la plaza, a la fiesta de mi pueblo, me pronuncian con fuerza; los bombardinos le dan forma a mi estilo armónico, me dan elegancia, me adornan y me tornan orgulloso ante las mujeres, con el aire de macho manda a callar que me imprimen; los clarinetes me dan la sabrosura, los gestos coquetos de mi andar; la percusión, el bombo, los platillos y el redoblante me dan ritmo y les recuerdan a todos que soy caribe. 

Quienes me interpretan o me bailan, emiten sobre mis melodías un grito que es propio de mi esencia al que llaman guapirreo. Es una vehemente manifestación de sentimientos. Es como ajustar de un golpe la tapa a la botella en donde se guarda la felicidad. Es decir sin palabras frases como: “Sírvase el trago, compadre, y celebremos la amistad”.

Cuando el hombre toma impulso para gritarlo, se traga su entorno y su historia. Cuando lo suelta explota en emoción, y cuando acaba, surge, derramando, una ebullición de sentires.

Guillermo Valencia Salgado, dice que mi principal fuente creativa se encuentra en elementos rítmicos de origen africano, principalmente de antiguas tonadas del pueblo Yoruba, que en el Sinú y en el San Jorge dieron lugar al surgimiento del “baile cantado”. Por informaciones de tradición oral recogidas por este irremplazable estudioso del folclor, se supo que el porro también se tocó sólo con tambores y acompañamiento de palmas y cantado. Lo mismo que con gaitas y pito atravesado.

La pretensión de darle un lugar único de nacimiento en la costa caribe colombiana, no ha logrado siquiera un mínimo consenso, y quizás nunca se logre.

Según el escritor y cineasta Juan Ensuncho Bárcena, el porro es oriundo de San Marcos del Carate, otros dicen que nació en Ciénaga de Oro, alguien sostiene que es oriundo del Magdalena, también se dice que nació en el Carmen de Bolívar y de allí migró hacia otras poblaciones de la sabana, hasta llegar al Sinú. También reclaman derechos de paternidad sobre el porro: Corozal en el departamento de Sucre, Momil y San Antero en Córdoba. 

Estas hipótesis hacen referencia al porro sabanero o “tapao” ya que del “palitiáo” se acepta comúnmente que su nacimiento se dio en San Pelayo y para que no haya dudas, se ofrecen lujo de detalles, como los que aporta Orlando Fals Borda: «El porro nació en 1902, en la plaza principal del pueblo, detrás de la iglesia y debajo de un palo de totumo».

En cuanto al origen de la expresión PORRO se conocen dos hipótesis principales: la de que proviene del porro, manduco o percutor con que se golpea al tambor o bombo y su acción o porrazo, Valencia Salgado sostiene que es derivada de un tamborcito llamado porro o porrito con que este se ejecutaba.

Antiguamente era una danza suelta, que ha evolucionado hacia el baile de salón, de pareja tomadas de la mano. En ella no existe coreografía definida, se repiten movimientos circulares con asedio de los hombres a las mujeres, de acuerdo con las oportunidades que cada pareja encuentra.

Fue orquestada y convertida en ritmo popular en la costa norte y al interior del país, sobretodo en Medellín, donde la gente de barriada le dió un estilo propio, con movimientos corporales altamente influenciados por los ritmos antillanos de la época.

Guillermo Abadía. En su libro “Compendio General del Folclor Colombiano”, dice “el nombre porro” para algunos se deriva de “porrazo” o golpe de porro que se da en la ejecución musical al tambor llamado bombo o tambora; hay variantes de porro como el “palitiáo” llamado también gaita, completamente lento, otro es el “porro tapáo” al que también se le llama puya y que se determina porque en su interpretación jamás deja de sonar el bombo y cada golpe que se va dando con la porra es un parche, se va tapando el parche opuesto con la mano para que no vibre más y a esta presión de la mano se le llama regionalmente “tapáo”.

Octavio Marulanda en “Folclor y cultura general”, agrega que según Delia Zapata Olivella, el nombre procede de la costumbre de porrear o de bailar en torno a los tambores llamados porros y afirma además, que musicalmente presenta el mismo acento africano de compás binario y su acompañamiento en la forma primitiva, es igual al de la cumbia, aunque cobra más acentos expresivos con evidentes búsquedas melódicas para dar paso al canto.

El porro en Medellín tuvo un auge grandísimo en los barrios de Enciso, Caicedo, Buenos Aires, La Milagrosa y muchos más del oriente de Medellín. Estos crearon una forma singular de bailar, hoy en día se ha retomado bajo el nombre de porro marcado el cual es de academia.

Compositores famosos lo han orquestado y proyectado a través de la industria disquera nacional, convirtiéndolo en un ritmo muy popular, no solo en la costa norte sino también en el interior del país donde fue aceptado con entusiasmo en la década del 50.

Con la fundación del Festival Nacional del Porro de San Pelayo, en 1977, y el Encuentro Nacional de Bandas de Sincelejo, en 1986, entre otros, que surgieron como los del Carmen de Bolívar, Cartagena, San Marcos, Barrancabermeja y Medellín, se terminó por oficializar su difusión en el país, donde más de una cincuentena de bandas diseminadas en la costa caribe empezaron a competir en tales eventos, entre las que lucieron las de Rabo Largo, Juvenil de Chochó, 19 de Marzo de Laguneta, Nueva Esperanza de Manguelito, de Toluviejo y Superbanda de Colomboy.

Lucho Bermúdez fue uno de los que lo popularizó rápidamente, sobre todo en Medellín, donde tenía su orquesta y a pesar que esta se desenvolvía a nivel de los clubes de la alta sociedad, su música llegó hasta las barriadas por medio del disco, siendo tomado por la gente popular quien le dio un estilo propio; sus movimientos corporales estaban influenciados notoriamente por los ritmos antillanos que denominaban el ambiente de esa época, como resultado de esto quedó lo que hoy algunos llamarían “porro cachaco”.

El primer festival de porro se realizó el 15 de mayo de 1993, en el barrio Santa Rosa de Lima, sector el Coco. Surge como una necesidad de canalizar y recoger las expresiones culturales populares de los barrios de la Comuna 13 de Medellín.

Hoy, el festival de porro se ha convertido en una expresión social, en un medio que aglutina las prácticas creativas y artísticas; lo autóctono y tradicional de la cultura del país. El festival es un espacio para mostrar y confrontar la tendencia expresiva del porro.

Durante 10 años, el festival cultiva, fomenta e impulsa las expresiones folclóricas de la ciudad, el departamento y el país. Por medio de la música y la danza, los artistas han creado y expresado sus valores culturales, aportándole al rescate de lo más auténticos y propio de la cultura de la Sabana Norte de Colombia

En los últimos años, el festival ha mostrado diferentes modalidades del porro, que se practica en los barrios populares de Medellín, son ellos: el porro palitiao o pelayero, el porro tapao y el porro marcado.

Creadores invaluables que han enriquecido el porro a nivel popular, José Barros y Crecencio Salcedo; en especial Crecencio, que no solo aportó su talento, sino que además trato de mantenerlo siempre en su estructura tradicional.

El Porro, género musical por excelencia del Bolívar grande, en su época de mayor auge, fue el ritmo obligado para amenizar las fiestas desde la Guajira hasta el golfo de Urabá. Esto indica que el Porro se dio en toda la Costa Caribe.

El maestro Aquiles Escalante dice «que este aire musical fue cantado por grupos negros a orillas del mar, y que su nombre provenía de un tamborcito llamado «Porrito».

Cuando los tambores africanos reciben el aporte melódico de las gaitas y traveseros, este porro negro evoluciona enriqueciéndose con una dulce y añorante melodía. Este es el porro que interpretan las cumbiambas de Córdoba, Sucre, Bolívar y Magdalena, Pero esta melodía que prestan las gaitas es similar a las formas melódicas que se escuchan en la Cumbia, en el porro y en la Gaita, por su compás binario; solamente varía el ritmo.

Su vivo ritmo de compás binario se interpreta con conjuntos similares al de cumbiamba. Su nombre se deriva de los tambores cilíndricos de una membrana que percutía el esclavo: aporrear con porra o palo y con ritmo constante y contagioso, como lo afirman sus cantos  tradicionales.

El porro presenta características propias tanto en su tiempo, como en sus melodías y estilos vocales e instrumentales. Se basa en el octosílabo, coplas en cuarteta, refiriéndose a acontecimientos recientes, que se desplazan entre lo amoroso y la crónica social, que en un tiempo era colectivo y de mucha libertad coreográfica, y que ahora es una danza de parejas enlazadas en compases estables y armónicos.

El porro cuenta con dos variantes: El porro  palitiao y el porro tapao. En el primero, el bombo, instrumento básico, es percutido con dos palos, donde se realiza una figura rítmica fija, regular sobre el aro, en el momento del estribillo, como si fuera el cencerro. Es un aire más lento. En el porro tapao se percute el bombo sobre uno de sus parches, mientras en otro se va tapando con la palma de la mano para alcanzar matices, evitando la vibración de algunos toques, en un juego tímbrico de mucha destreza, en aire más rápido.

Esta nueva estructura le da al porro una fisonomía distinta que antes no tenía, lo que nos permite decir que estamos en presencia de un nuevo género musical que denominamos Porro Pelayero. Su forma instrumental ha influido en otros ritmos hasta el punto de tenerlo como generador de nuevos aires musicales.

Por eso decimos: el porro pelayero por ser instrumental no debe incluir la letra, pues no es cantado. Su morfología hace relación a cuatro partes muy definidas: danza introductiva, desarrollo del Porro en sí, nexo preparatorio y boza o recitativo de los clarinetes. “Boza” significa bozal, lazo que amarra. Es en esta parte donde el porro pelayero se decanta totalmente. Dicen los pelayeros: “Se amarra el ritmo”.

Se dice que estas partes del porro pelayero expresan nuestra nacionalidad. En la danza introductoria se presentan los bailes cortesanos de la vieja España. La segunda parte responde a las exigencias del bombo, o tambora, instrumento que impone el ritmo africano que lo influye y lo domina. En la tercera parte, cuando los clarinetes dan su recital, la voz tonal de este instrumento nos recuerda el añorante canto de las gaitas indígenas. Es así como entran en nuestro folclor las tres razas que conforman la nacionalidad: el español, el africano y el americano indígena. Otro aire musical colombiano no tiene tan equilibrados los elementos raciales de nuestra cultura, como sí lo tiene el Porro.

El porro es un baile de cortejo, socio afectivo y de seducción en el que el hombre le galantea a la mujer para hacer una nueva amistad, enamorarla o construir nexos que van desde una amistad hasta el vínculo de pareja, como baile es de carácter recreativo, dado que quienes lo ejecutan lo hacen para divertirse y congregarse con otras personas. Su fin está predeterminado por el disfrute y deleite de quienes departen.

Hoy, se baila para pasarla bien, no importando tanto quien sea la pareja; lo principal es que haya empatía y ganas de bailar, como baile social, el porro es un ritmo alegre, y por lo general invita al guapirreo y al corrincho de quienes lo ejecutan, sin caer en el desorden.

Es difícil no gritar un “guepajé” mientras se baila o cuando inicia un porro; esta práctica es propia de los bailes de negros quienes mantienen este tipo de expresiones populares. Por lo regular se suele intercambiar de parejas durante una celebración, dependiendo del tipo de personas y circunstancias que acompañan el evento.

 

 


 



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